El cuerpo femenino se desintegró poco a poco hasta que todo lo que quedó fue un montón de cenizas sobre la alfombra de la biblioteca. En el polvo grisáceo resaltaba un amuleto; el ópalo de fuego emitía destellos en un remedo de vida.
Raistlin observó estático cómo las cenizas de Shavas se removían en un desesperado intento por aferrarse a la vida. Salió de su inmovilidad y se acercó; alzó el Bastón de Mago y lo descargó con fuerza sobre la gema. El ópalo de fuego estalló en pedazos.
A continuación, el mago se acercó a una mesa, tomó el libro que yacía sobre el tablero, lo impregnó de licor, y lo arrojó al fuego. La encuadernación se arqueó y ennegreció a la par que las llamas consumían unas palabras trazadas en oro:
Los hermanos Majere.
Raistlin introdujo el extremo metálico del cayado en las brasas de la chimenea y aguardó a que se pusiera al rojo vivo y se encendiera. Lo extrajo de inmediato y tocó con el ardiente cayado las cortinas, los muebles, y, por último, el tablero de juego. Las llamas crepitaron. El aire se impregnó de humo.
Entonces dio unos golpecitos con el bastón en el suelo y el candente fuego que lo envolvía se apagó; la negra madera quedó tersa, fría, intacta.
El hechicero se dio media vuelta y salió de la casa que ardía por los cuatro costados.
Raistlin y Caramon esperaban al otro lado de la Puerta del Sur de Mereklar, fuera de los blancos confines de la ciudad. Earwig y Catherine se acercaban despacio; el kender parloteaba con gran animación.
—... y la mujer corrió hacia la casa, sin dejar de gritar ni de agitar los brazos. —Earwig ondeó los suyos a fin de ilustrar la narración—. Al día siguiente, alguien llamó a la puerta. ¿Imaginas quién era?
Catherine sacudió la cabeza con energía.
—No, ¿quién?
—¡La jupak de Dizzy! —El kender estalló en carcajadas, se tiró al suelo y rodó de un lado a otro con regocijo.
La muchacha se quedó parada, los labios apretados en un gesto de desconcierto.
—¿No lo coges? —preguntó Earwig una vez dominado el ataque de hilaridad.
La aludida alzó los ojos al cielo; un gesto que repetiría incontables veces de ahora en adelante.
La joven vestía pantalones de cuero y túnica de piel de gamo. Calzaba botas altas de un material flexible y llevaba una mochila colgada a la espalda. En su mano guardaba un pequeño rollo de alambre; el regalo que le hiciera Earwig; lo hizo dar vueltas en el aire. El abalorio prendido en el interior del rollo captó un rayo de sol y lanzó un destello. Catherine cogió el colgante mientras caía, y le guiñó un ojo a Earwig.
Éste, con una sonrisa, le devolvió el guiño. Los dos compartían un secreto maravilloso, una pista grabada en el abalorio de cristal que los conduciría a lo que el kender esperaba fuese otra aventura emocionante.
Caramon se removió inquieto.
—Me gustaría que cambiaseis de idea y viajaseis con nosotros. Al menos, hasta la posada El Gato Negro.
—Imposible. Tenemos una Misión Muy Importante entre manos. —Earwig estallaba de excitación—. Verás, en el rollo de alambre...
Catherine le palmeó la espalda.
—Cierra el pico. También es una Misión Muy Secreta —lo amonestó.
—Tienes razón. —El hombrecillo acarició el anillo que llevaba en el pulgar—. Bueno, Caramon, adiós. Hasta la vista, Raistlin. ¡Lo he pasado muy bien con vosotros!
El mago abrió la boca para decir algo, pero un violento ataque de tos se lo impidió. Se llevó una mano al pecho; con la otra, se apoyaba en el bastón para mantener el equilibrio. Caramon lo miró con preocupación.
—¿Seguro que puedes andar?
—¿Seguro que
tú
puedes? —preguntó Raistlin a su vez, con sarcasmo, en tanto miraba de arriba abajo a su hermano, que iba cubierto de vendajes y encogía el rostro en un gesto de dolor a cada paso que daba.
El mago sacó un pañuelo y se lo pasó por los labios. Al retirarlo, el blanco lienzo apareció manchado de sangre.
—Para ser sincero, no siento el menor deseo de permanecer otra noche en esta ciudad —musitó después.
Caramon echó una mirada en derredor. La puerta estaba desprotegida, ningún soldado guardaba el acceso. Las calles estaban abarrotadas de gente que corría de casa en casa, y se relataban unos a otros su propia versión de los terribles sucesos acaecidos durante la noche. El caos reinaba en la ciudad, los dirigentes habían muerto. Se había extendido el rumor de que habían perecido luchando codo con codo junto al Señor de los Gatos para librar a la ciudad de un maléfico enemigo.
Las murallas de Mereklar conocían la verdad de los hechos, mas ninguno de sus habitantes prestó atención a los nuevos relieves plasmados sobre la blanca superficie.
Una gata, que sostenía entre las fauces a un garito recién nacido, cruzó veloz la puerta; trasladaba a la familia al interior de la ciudad donde, según los rumores, los felinos eran bien acogidos. Algunos vecinos se acercaron para invitarla a su hogar.
—Opino que no deberíamos partir sin despedimos de Shavas —dijo Caramon en ese momento.
Raistlin volvió la vista al centro de la ciudad, donde una fina columna de humo negro aún se elevaba en d aire.
—No. —La voz del mago salió de las profundidades del embozo. Cuando advirtió que su hermano insistiría, posó con suavidad la mano en el fuerte brazo—. Vamos. Hemos de marcharnos.
—Ah, Raistlin, toma. —Earwig sacó de una bolsa el saquillo del hechicero en el que guardaba las acres hierbas medicinales—. Se te cayó. ¡De verdad, lo juro! —exclamó con los ojos abiertos de par en par.
—No se me cayó, Earwig. Lo tiré cuando... —El mago hizo una pausa—. En fin... quédate con él, si quieres —agregó.
—¡Claro que quiero! ¡Vaya, muchas gracias!
—Earwig, gracias por tu ayuda. —Raistlin alzó los ojos hacia la joven y la miró con fijeza.
Cuida de él.
Las palabras sonaron en la mente de Catherine con claridad. Perpleja, asintió con la cabeza.
—Lo haré —prometió después.
—Hasta la vista, Earwig. Buena suerte en tus aventuras —deseó Caramon.
Los gemelos echaron a andar por la calzada en una dirección; Catherine y Earwig, hacia la opuesta. Pasaron ante la zona de la muralla que días atrás estaba en blanco. De repente, el kender se frenó en seco y la miró sorprendido.
—¡Guau! —exclamó arrobado.
Las lágrimas humedecieron sus ojos y se desbordaron por sus mejillas. Acarició la piedra allí donde aparecía esculpido un kender montado en el pescante de un carruaje que recorría el Abismo. Otro relieve mostraba al arrojado kender cuando mataba a un demonio. Y en un tercero, el mismo kender introducía con valentía la mano en un arca mortífera...
—¡Eh, Caramon, Raistlin! —gritó rebosante de excitación.
Los gemelos, dos diminutas figuras recortadas en la distancia, se dieron media vuelta. El mago se apoyaba en el brazo del guerrero. Ambos parecían agotados, débiles, afligidos.
—Qué más da —musitó el hombrecillo—. ¡Adiós, amigos! —dijo después en voz alta mientras balanceaba el saquillo de hierbas—. ¡Saludad al primo Tas de mi parte!
* * *
El viaje de regreso hasta El Gato Negro fue largo y agotador para ambos hermanos, que se vieron obligados a detenerse para descansar muy a menudo. Cerca del mediodía, Raistlin salió del camino y se adentró en el bosque. Caramon, como de costumbre, se quedó en el sendero, pero el mago volvió la cabeza y le hizo un gesto con la mano.
—Ven, Caramon.
—Claro, Raist. ¿Ocurre algo? —preguntó con cierta preocupación.
—Tenemos que hablar.
El guerrero sintió una sensación de frío creciente que le atenazaba las entrañas.
Había salido de una inconsciencia plagada de pesadillas para encontrarse tumbado en la cama de El Granero, con su hermano sentado junto a él, velando su descanso.
Mientras le curaba las heridas, Raistlin le dijo que todo había acabado y que podían marcharse de Mereklar.
—¿Entonces la ciudad está a salvo?
—Te lo contaré con detalle más adelante. Cuando juzgue llegado el momento propicio.
Al parecer, el momento adecuado era ése.
Los gemelos abandonaron la calzada. Se internaron en el bosque ralo y se abrieron camino entre matojos y broza. Él mago, cuyas fuerzas menguaban por momentos, caminaba despacio. El guerrero torcía el gesto a cada paso. Se detuvieron junto a un arroyo.
—¿Te duele el hombro? —se interesó Raistlin.
—Bastante. Me arde —admitió Caramon.
—Te cambiaré los vendajes.
Las gráciles manos del hechicero, que podían ser delicadas en extremo cuando él lo quería, lavaron las heridas del guerrero con el agua fresca de riachuelo y aplicaron en la zona inflamada un ungüento elaborado por el propio mago. Caramon gruñó; sin embargo, enseguida suspiró con alivio cuando el bálsamo mitigó el dolor.
Finalizada la cura, Raistlin se acomodó a la orilla del regato y contempló durante largo tiempo la cantarina corriente de agua. El hombretón estaba en ascuas y apenas lograba contener la impaciencia. Nunca había visto a su hermano tan circunspecto, tan silencioso y preocupado.
—Shavas ha muerto —dijo de improviso el hechicero.
—¿Qué? —Caramon dio un respingo—. ¡Muerta! ¿Cómo...?
—Yo la maté.
El guerrero exhaló un sonido extraño. Raistlin alzó la vista hacia él. Su gemelo lo miraba horrorizado. La expresión que se dibujaba en su semblante le resultaba familiar. La había visto en otra ocasión..., en la Torre de la Alta Hechicería. Los labios del mago se curvaron en una mueca de amargura.
—Tal vez debería explicarte cómo...
—¡Sí, es lo menos que puedes hacer! —La voz del guerrero sonó áspera y cortante.
—Empezaré por el principio. Desde su expulsión de Krynn, la Reina de la Oscuridad ha buscado incansable el modo de regresar. Carece de la fuerza necesaria para lograrlo por sí misma; por consiguiente, decidió aprovechar el cúmulo de poder desatado por el Gran Ojo.
»Con tal propósito, envió a sus agentes a Mereklar. Takhisis y sus consortes convencieron con engaños a los dioses de la Neutralidad para que construyeran la ciudad, sin que estos últimos advirtieran que, en ese momento, forjaban un acceso desde el Abismo al mundo material.
»Sin embargo, los dioses del Bien descubrieron el complot y concibieron que las tres puertas de la ciudad se clausuraran en el caso de que las Fuerzas del Mal intentaran cruzarlas. Por añadidura, y con el fin de enmendar su participación en la creación del acceso, el Señor de los Gatos ofreció tanto sus servicios como los de sus súbditos para guardar el enclave. Pero ésa, hermano, es otra historia, y en este momento me faltan aliento y ganas para relatártela.
—¿Agentes? —reiteró Caramon con una mirada escéptica—. ¿Quiénes eran esos agentes de la Reina de la Oscuridad en Mereklar?
—Los nueve miembros del cabildo y...
—Pero los consejeros eran diez, no nueve —interrumpió Caramon.
—... y lady Shavas —concluyó Raistlin en un susurro.
El guerrero se incorporó con brusquedad y miró enfurecido a su hermano.
»¡Siéntate, Caramon, y escucha!
El aludido, ante la penetrante mirada de las pupilas doradas, dominó la cólera y, aunque reacio, se sentó de nuevo.
—De hecho, los miembros del cabildo eran criaturas demoníacas del Abismo que asesinaron a los verdaderos consejeros y adoptaron su apariencia. Lady Shavas era... —Raistlin vaciló.
—¿Era qué? —instó el guerrero.
—Una... bruja —mintió el mago, que eludió los ojos de su gemelo y volvió la mirada hacia el arroyo—. Ésta es la cadena de acontecimientos que he podido reconstruir.
»Los demonios llegaron a Mereklar y, conscientes de la profecía, emprendieron la inmediata y sistemática destrucción de los gatos de la ciudad. Poco a poco, redujeron la población de felinos, con la esperanza de no levantar sospechas, pero fracasaron. Los habitantes de Mereklar lo advirtieron y exigieron que se tomaran medidas. Para mantener la farsa, los agentes de Takhisis no tuvieron más remedio que aparentar preocupación y contratar a alguien que resolviera el misterio; para ello, clavaron en el poste de la encrucijada un bando en el que ofrecían una recompensa.
—¡Por eso lord Manion intentó asesinarnos en el bosque! —exclamó el guerrero, cuyas sospechas y recelo contra su hermano se tambaleaban bajo el peso de sus razonamientos.
—En efecto. Cuando el intento fracasó, nos esperó en El Gato Negro y comprobó que no habíamos renunciado a ir a Mereklar. Informó a sus compañeros, pero para entonces no era prudente acabar con nosotros; temían que tal acción provocara el pánico, o incluso una revuelta entre la población. La Gran Consejera simuló alivio y gratitud por nuestra cooperación; montó una buena representación en los tratos para ofrecernos el trabajo. Deduzco que en ningún momento nos consideró peligrosos para sus planes. Sabía el dominio que su influjo ejercía tanto sobre ti como sobre mí —agregó con aspereza.
Caramon enrojeció. Agachó la cabeza y descargó su malestar arrojando al agua guijarros con gesto irritado. Tras unos momentos de tenso silencio, Raistlin reanudó la exposición de los hechos.
—Shavas se las ingenió para controlar incluso al kender, al que atrapó con el anillo y lo convirtió en un espía y en un instrumento al servicio de la Reina de la Oscuridad.
»En El Gato Negro, vislumbré una línea mágica de poder que fluía hacia Mereklar. Descubrí otras dos en la ciudad y comprobé que las tres convergían en la mansión de la Gran Consejera. Sin embargo, no comprendí su significado hasta que entramos en la cueva del hechicero muerto. Por cierto, el que lo hiciéramos fue obra del Señor de los Gatos, que lo preparó todo para inducirnos a visitarla. El hecho de ser un semidiós le impedía interferir de manera directa en nuestras acciones, pero a pesar de todo se las ingenió para guiarnos hasta la verdad. —Raistlin esbozó una sonrisa—. Sospecho que Bast se salta las reglas de juego de vez en cuando, inclusive las establecidas por los propios dioses.
»El hechicero muerto me reveló lo que necesitaba saber, tanto sobre Mereklar como lo relativo a Shavas.
—¡No pronunció una sola palabra acerca de ella! —protestó Caramon.
—Lo hizo. Cuando habló conmigo.
—¿Por qué procedió así?
—Para vengar su propia muerte. Lo mató Shavas, hermano. Representaba una amenaza para ella. Sabía la verdad. «Una máscara de carne.» —El mago suspiró hondo—. Vislumbré su verdadera naturaleza el día que la conocimos. Vi... —enmudeció y un escalofrío lo estremeció.