—Es imposible. ¿Cómo lo sabes?
—Lo sé.
Alexi no lo puso en duda. Yola poseía, a sus ojos, una comprensión misteriosa de secretos que a él se le escapaban. Aquello le convenía, porque tenía que haber alguien que entendiera de esas cosas (y llevara su peso) para que él pudiera vivir el presente sin mirar ni atrás ni adelante.
En cuanto se enteró del rapto de Yola, Sabir tomó un avión hacia Europa y esperó a la pareja en el campamento de Samois. Era inconcebible que Yola pudiera casarse sin que él, su flamante hermano y cabeza de familia, estuviera presente y diera su permiso. Sabir sabía que era lo último que tenía que hacer por ella, y que su aparición en la boda la liberaría al fin de la mancha de sangre que la muerte de su hermano había hecho recaer sobre ella.
Yola había guardado la toalla sobre la que se tumbó en la playa de Cargèse y, cuando la toalla fue desplegada ante los invitados a la boda, Sabir reconoció formalmente que Yola era virgen antes de su rapto y que su
lacha
estaba intacta. Aceptó pagarle la dote a Alexi.
Después, cuando acabó la ceremonia, Yola le dijo que estaba embarazada y le preguntó si podía ser el
kirvo
de su hijo.
—¿Sabes que es un niño?
—Después de que Alexi me arrancara los ojos, un perro macho se acercó corriendo por la playa y me lamió la mano.
Sabir sacudió la cabeza.
—Es una locura. Pero te creo.
—Haces bien. El curandero tenía razón. Ahora eres más sabio. Te pasó algo mientras te estabas muriendo. No quiero saber qué fue. Pero siento que a veces puedes ver cosas, igual que puedo verlas yo después de que Ojos de Serpiente me dejara medio muerta dos veces. ¿Ahora eres un chamán?
Sabir negó con la cabeza.
—No soy nada. Nada ha cambiado. Sólo estoy contento de estar aquí y de verte casada. Y claro que seré el
kirvo
de tu hijo.
Yola le miró unos segundos, esperando algo más. Pero luego una súbita comprensión iluminó su rostro.
—Lo sabes, ¿verdad, Damo? ¿Lo que me dijo el curandero sobre mi hijo? ¿Sobre la Parusía? Estaba todo escrito en esas hojas que quemaste. ¿Por eso entregaron el secreto de las profecías a mi familia para que lo guardara? ¿Por eso las quemaste a riesgo de tu vida?
—Sí. Estaba escrito.
Yola se tocó la tripa.
—¿Había algo más escrito? ¿Cosas que deba saber? ¿Cosas que deba temer por mi hijo?
Sabir sonrió.
—No había nada más escrito, Yola. Lo que sea, será. La suerte está echada, y el futuro sólo escrito en las estrellas.
Nostradamus completó, en efecto, sólo 942 de las mil cuartetas que sumaban las diez centurias de cien cuartetas cada una que se había propuesto escribir. Faltan las restantes cincuenta y ocho cuartetas, que, de momento, no se han encontrado.
El testamento que cito en el libro es el auténtico de Nostradamus (en su original francés, con mi traducción adjunta). Me centro especialmente en el codicilo en el que Nostradamus lega dos baúles secretos a su hija mayor, Madeleine, con la condición de que «nadie salvo ella mire o vea las cosas que ha puesto en ellos». Todo lo cual se encuentra en archivos públicos.
Las tradiciones, léxico, costumbres, nombres, usos y mitos gitanos que se describen en el libro son exactos. Me he limitado a enlazar las costumbres de varias tribus por conveniencia literaria.
No se han encontrado hasta la fecha pruebas definitivas de la existencia del
Corpus Maleficum
. Lo cual no significa que no esté ahí fuera.
Mario Reading, 2009
MARIO READING, nacido en Dorset y criado entre Inglaterra, Francia y Alemania. Estudió Literatura Comparada en la
University of East Anglia
antes de que su pasión por los caballos lo llevara a recorrer el mundo: fue profesor de equitación en Ciudad del Cabo y jugador de polo en España, India y Dubai. Además de la exitosa
Las 52 profecías
, traducida a treinta y cuatro países, es autor de sendos diccionarios sobre cine y sueños, de dos obras de no ficción dedicadas a Nostradamus y de una segunda novela,
The Music-Makers
.