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Authors: Mario Reading

Tags: #Intriga

Las 52 profecías (19 page)

—No, quédate. Si no tendré que irme. No estaría bien que me quedara sola con Alexi.

Alexi dio unas palmaditas en la cama a modo de burlona invitación.

—¿Cómo que no estaría bien? Estuviste a solas con Gavril. A él sí le dejaste que te tocara.

—¿Cómo puedes decir eso? Claro que no le dejé.

—Le dijiste que ese tipo de la iglesia me arrancó los huevos. Después de romperme los dientes. ¿Te parece que eso está bien? ¿Decirle eso a alguien? ¿Dejarme en ridículo? Ese cabrón se lo dirá a todo el mundo. Seré el hazmerreír del campamento.

Yola se quedó callada y palideció bajo su piel oscurecida por el sol.

—¿Por qué no llevas tu
dikló
, como una mujer casada? ¿Me estás diciendo que Gavril no te raptó anoche? ¿Que ese
spiuni gherman
no te llevó al huerto y te puso de lado?

Sabir nunca había visto llorar a Yola. Ahora, sin embargo, grandes lágrimas se acumularon en sus ojos y empezaron a correr sin freno por su cara. Bajó la cabeza y se quedó mirando el suelo.


Sacais sos ne dicobélan calochin ne bridaquélan
. ¿Es eso?

Yola se sentó en el peldaño de la caravana, de espaldas a Alexi. Una de sus amigas se acercó a la puerta, pero Yola le hizo señas de que se fuera.

Sabir no entendía por qué no respondía. Por qué no refutaba las acusaciones de Alexi.

—¿Qué le has dicho, Alexi?

—Le he dicho «ojos que no ven, corazón que no siente». Yola sabe qué quiero decir. —Volvió la cabeza y miró fijamente la pared.

Sabir miró a uno y a otro y se preguntó, no por primera vez, en qué clase de manicomio se había metido.

—¿Yola?

—¿Qué? ¿Qué quieres?

—¿Qué le dijiste exactamente a Gavril?

Yola escupió en el suelo y borró luego el escupitajo con la punta del pie.

—No le dije nada. No he hablado con él. Menos para insultarle.

—Pues no entiendo…

—Tú no entiendes nada, ¿no?

—Pues no. Supongo que no.

—Alexi…

Alexi levantó la mirada, esperanzado, al oír que Yola se dirigía a él. Era evidente que estaba librando una batalla perdida contra lo que le reconcomía, fuera lo que fuese.

—Lo siento.

—¿Sientes haber dejado que Gavril consiguiera que te saltaran los ojos?

—No. Siento haberle dicho a Bazena lo que te pasó. Me pareció divertido. No debí decírselo. Está loca por Gavril. Él se las habrá arreglado para que se lo cuente. Hice mal por no pensar que podía hacerte daño.

—¿Se lo dijiste a Bazena?

—Sí.

—¿Y no hablaste con Gavril?

—No.

Alexi masculló un juramento.

—Siento haber dudado de tu
lacha
.

—No pasa nada. Damo no ha entendido lo que has dicho. Así que no importa.

Sabir la miró entornando los ojos.

—¿Quién rayos es Damo?

—Tú.

—¿Yo soy Damo?

—Es tu nombre gitano.

—¿Te importaría explicarme eso? No he cambiado de nombre desde mi último bautismo.

—Es Adán en lengua gitana. Todos descendemos de él.

—Como todo el mundo, supongo. —Sabir fingió sopesar su nuevo nombre. En el fondo, se alegraba de que la conversación hubiera cambiado de tono—. ¿Cómo se dice Eva?

—Yehwah. Pero ella no es nuestra madre.

—Ah.

—Nuestra madre fue la primera mujer de Adán.

—¿Lilith, quieres decir? ¿La bruja que se alimentaba de mujeres y niños? ¿La que se convirtió en serpiente?

—Sí. Nuestra madre es ella. Su vagina era un escorpión. Y tenía cabeza de leona. Amamantó a un cerdo y a un perro. Y montaba un asno. —Yola se volvió a medias para ver cómo reaccionaba Alexi a sus palabras—. Su hija, Alu, era al principio un hombre, pero se convirtió en mujer. Por ella es por lo que algunos gitanos tienen el don de la clarividencia. Lemec, el hijo de Caín, uno de sus descendientes, tuvo un hijo con Hada, su mujer. Ese hijo fue Jabal, padre de todos los que viven en tiendas y son nómadas. También estamos emparentados con Jubal, padre de todos los músicos, porque Tsilla, su hijo, se convirtió en la segunda esposa de Lemec.

Sabir estaba a punto de decir algo (a punto de hacer algún comentario mordaz sobre la lógica y la exasperante tendencia de los gitanos a perderla de vista) cuando se fijó en la cara de Alexi y comprendió de pronto por qué Yola había empezado su discurso. Iba muy por delante de él.

Alexi parecía absorto en su historia. Su enfado se había esfumado, y tenía una mirada soñadora, como si acabaran de darle un masaje con un guante de vicuña.

Quizá, pensó Sabir, era todo cierto y Yola era de verdad bruja, a pesar de todo.

65

Esa mañana, Sabir salió del campamento a las afueras de Gourdon. Llevaba una gorra de béisbol grasienta que había sacado de un armario de la caravana y una chaqueta de cuero con costuras rojas y negras, franjas fluorescentes, un montón de cremalleras innecesarias y cerca de metro y medio de cadenas colgantes.
Si alguien me reconoce ahora
, se dijo,
estoy perdido. Mi credibilidad no volverá a levantar cabeza
.

En todo caso, era la primera vez que estaba solo en un lugar público desde su llegada al campamento de Samois, y se sentía torpe y nervioso. Como un impostor.

Mientras esquivaba cuidadosamente las calles principales (en las que el mercado estaba en su apogeo y la gente respetuosa de la ley desayunaba en los cafés, como ciudadanos normales), Sabir pensó de pronto en lo escindido que se sentía del mundo supuestamente real. Su realidad estaba en el campamento gitano, con los niños cubiertos de polvo, los perros, los pucheros y las largas faldas de las mujeres. Comparado con aquello, el pueblo parecía casi falto de color. Presuntuoso. Estreñido.

Se compró un cruasán en un puesto y se lo comió en la muralla del pueblo, contemplando el mercado mientras disfrutaba de aquel raro festín de soledad. ¿En qué locura se había metido? En poco más de una semana, su vida había cambiado por entero, y en el fondo de su alma estaba seguro de que no podría volver a su rutina de siempre. Ya no pertenecía ni a un mundo ni a otro. ¿Cuál era la expresión gitana?
Apatride
. Sin nacionalidad. Así se llamaban ellos entre sí.

Se volvió bruscamente para mirar al hombre que tenía a su espalda. ¿Estaba aún a tiempo de coger la pistola? La presencia de transeúntes inocentes en la plaza le decidió a no hacerlo.

—¿
Monsieur
Sabir?

—¿Quién pregunta?

—El capitán Calque, de la Police Nationale. He estado siguiéndole desde que salió del campamento. En realidad, ha estado vigilado constantemente desde que llegó de Rocamadour, hace tres días.

—Ay, Dios.

—¿Va armado?

Sabir asintió con la cabeza.

—Sí, voy armado. Pero no soy peligroso.

—¿Puedo ver la pistola?

Sabir abrió su bolsillo cautelosamente, metió dos dedos y sacó la pistola por el cañón. Casi sintió las miras de los francotiradores convergiendo en la coronilla de su cráneo.

—¿Me permite inspeccionarla?

—Sí, hombre. Faltaría más. Quédesela, si quiere.

Calque sonrió.

—Estamos solos,
monsieur
Sabir. Puede atracarme, si quiere. No tiene por qué darme la pistola.

Sabir bajó la cabeza, asombrado.

—O miente usted, capitán, o se está arriesgando mucho. —Le ofreció la pistola por la culata, como si fuera un pescado putrefacto.

—Gracias. —Calque la cogió—. Es un riesgo, sí. Pero creo que acabamos de demostrar algo importante. —Sopesó la pistola con la mano—. Una Remington 51. Bonita pistola. Dejaron de fabricarlas a fines de los años veinte. ¿Lo sabía? Casi es una pieza de museo.

—No me diga.

—No es suya, supongo.

—Sabe muy bien que se la quité a ese tipo en el santuario de Rocamadour.

—¿Puedo anotar el número de serie? Puede que resulte interesante.

—¿Y qué me dice del ADN? ¿No es por eso por lo que juran ustedes ahora?

—Es demasiado tarde para el ADN. La pistola ha sido manipulada. Sólo necesito el número de serie.

Sabir exhaló un suspiro largo y entrecortado.

—Sí. Por favor, coja el número de serie. Llévese la pistola. Lléveme a mí también.

—Ya le he dicho que estoy solo.

—Pero soy un asesino. Han estado sacando mi cara en la tele y en los periódicos. Soy una amenaza para el orden público.

—Yo no lo creo. —Calque se puso sus gafas de leer y anotó el número de serie en una libretita negra. Luego le devolvió la pistola.

—¿No hablará en serio?

—Hablo muy en serio,
monsieur
Sabir. Necesitará estar armado para hacer lo que estoy a punto de pedirle que haga.

66

Sabir se agachó junto a Yola y Alexi. Era más que evidente que se habían reconciliado. Yola estaba tostando granos de café verdes y achicoria silvestre en una hoguera para hacerle el desayuno a Alexi.

Sabir le alargó la bolsa de cruasanes.

—Acabo de toparme con la policía.

Alexi se rió.

—¿Has robado los cruasanes, Damo? No me digas que para ser la primera vez te han pillado.

—No, Alexi. Lo digo en serio. Acabo de encontrarme con un capitán de la Police Nationale. Sabía perfectamente quién era yo.

—¡Malos
mengues
! —Alexi se dio una palmada en la frente y retrocedió, listo para escapar—. ¿Ya están en el campamento?

—Siéntate, tonto. ¿Crees que estaría aquí si pensaran detenerme?

Alexi vaciló. Luego volvió a sentarse en el tocón que estaba usando como asiento.

—Tú estás loco, Damo. Casi vomito. Ya pensaba que iba derecho a la cárcel. Esas bromas no tienen gracia.

—No era una broma. ¿Te acuerdas del tipo que fue a hablar con vosotros al campamento de Samois? ¿El que iba con su ayudante? ¿A preguntar por Babel, mientras yo estaba metido en el cajón?

—En el cajón. Sí.

—Era el mismo. Reconocí su voz. Fue lo último que oí antes de desmayarme.

—Pero ¿por qué te ha dejado suelto? Siguen pensando que fuiste tú quien mató a Babel, ¿no?

—No. Calque no lo cree. Se llama así, por cierto. Calque. Es el policía al que Yola vio en París.

Yola asintió con la cabeza.

—Sí, Damo. Me acuerdo muy bien de él. Parecía buen hombre, para ser un payo, por lo menos. Me acompañó hasta el sitio donde tienen a los muertos para asegurarse de que me dejaban cortarle el pelo a Babel. Que no me daban el pelo de otro. Si no, no habría estado bien enterrado. El policía lo entendió cuando se lo dije. O por lo menos hizo como que lo entendía.

—Pues Calque y unos colegas suyos españoles acaban de tener un encontronazo con el maníaco que le dio la patada en los huevos a Alexi. ¿Y sabes dónde ha sido? En Montserrat. El muy cabrón volvió a Rocamadour cuando nosotros nos fuimos y leyó el acertijo. Por lo visto nos ha seguido el rastro desde Samois. Iba siguiendo nuestro coche.

—¿Siguiendo nuestro coche? Eso no puede ser. Yo estaba vigilando.

—No, Alexi. No nos seguía de vista. Con un aparato electrónico. Lo que significa que puede seguirnos desde una distancia de un kilómetro, pongamos, sin que le veamos. Por eso encontró a Yola tan deprisa.

—Hijo de puta. Más vale que quitemos ese chisme.

—Calque quiere que lo dejemos donde está.

Alexi hizo una mueca de concentración, como si intentara desenmarañar los distintos elementos que le había dado Sabir. Miró a Yola. Ella estaba colando el café y la achicoria como si nada hubiera pasado.

—¿A ti qué te parece,
luludyi
?

Yola sonrió.

—Me parece que deberíamos escuchar a Damo. Creo que tiene algo más que decirnos.

Sabir tomó la taza que le ofrecía. Se sentó junto a ella, sobre el tronco.

—Calque quiere que hagamos de señuelo.

—¿Qué es eso?

—Un cebo. Para el que mató a Babel. Para que la policía pueda atraparle. Le he dicho que estoy dispuesto a hacerlo para limpiar mi nombre. Pero que vosotros tenéis que decidir qué queréis hacer.

Alexi se pasó la mano por la garganta.

—Yo no pienso colaborar con la policía. Eso ni pensarlo.

Yola sacudió la cabeza.

—Si no vamos contigo, ese hombre sabrá que pasa algo. Empezará a sospechar. Y la policía le perderá. ¿No?

Sabir miró a Alexi.

—En Montserrat estuvo a punto de dejar lisiado al ayudante de Calque. Y dejó inconsciente a uno de los policías españoles en la sierra. Además, hace dos días mató al guardia de seguridad de Rocamadour. A ver si eso nos sirve de escarmiento, porque con la boda no hemos mirado los periódicos ni hemos puesto la radio. En la carretera, antes de atacar a Yola, atropello a un hombre y le dejó malherido y estuvo a punto de estrangular a su mujer sólo para entretener a la policía. La policía francesa está deseando echarle el guante. Ahora es una operación de las grandes. Y nosotros somos una parte importante de ella.

—¿Qué quiere ese hombre, Damo? —Yola estaba tan absorta en la conversación que se puso a beber café con los dos hombres sin importarle que la vieran. Una mujer casada pasó por allí y la miró con el ceño fruncido, pero ella no se dio cuenta.

—Los versos. Nadie sabe por qué.

—¿Y dónde están? ¿Lo sabemos?

Sabir se sacó una hoja de papel del bolsillo.

—Mirad. Calque acaba de darme esto. Lo sacó de la base de la Moreneta, de Montserrat:

L'antechrist, tertius

Le revenant, secundus

Primus, la foi

Si li boumian sian catouli
.

»
Primus, secundus, tertius, quartus, quintus, sextus, septimus, octavus, nonus, decimus
, son los números ordinales en latín, correspondientes a primero, segundo, tercero, cuarto, quinto, etcétera. Así que el Anticristo es lo tercero. El fantasma, o el que vuelve, es lo segundo. La fe es lo primero. Y lo último no sé qué quiere decir.

—Quiere decir «si los gitanos siguen siendo católicos».

Sabir se volvió hacia Yola.

—¿Cómo demonios lo sabes?

—Porque está en romaní.

Sabir se echó hacia atrás y se quedó mirando a la pareja sentada frente a él. Sentía ya una poderosa vinculación hacia ellos, pero poco a poco iba dándose cuenta del dolor que le causaría perderlos, o tener que restringir su relación en algún sentido. Se habían vuelto extrañamente cercanos para él, como si el parentesco que los unía fuera real y no sólo hipotético. Cada vez más asombrado por su propia humanidad, Sabir se dio cuenta de que los necesitaba; seguramente más de lo que ellos le necesitaban a él.

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