—Sí. Sí. Puede que tenga usted razón. ¿Dónde está la Virgen ahora?
—En su vitrina.
—¿Podemos verla?
El viejo titubeó.
—Tendría que volver al almacén a buscar la escalera y…
—Mi ayudante, el teniente Macron, se ocupará de eso. No tendrá que tomarse usted más molestias por nosotros. Le doy mi palabra.
—Bueno, está bien, entonces. Pero, por favor, tengan cuidado. Fue un milagro que no se rompiera, con el jaleo de anoche.
—Se portó usted muy bien. Es mérito suyo y de nadie más que la Virgen siga en su sitio.
El guarda irguió los hombros.
—¿Usted cree? ¿Lo dice de verdad?
—Estoy absolutamente convencido de ello.
—Mire, Macron. Venga aquí y dígame qué opina de esto. —Calque miraba la base de la Virgen. Pasó el pulgar por las letras labradas profundamente a cincel en la madera. Macron cogió la Virgen.
—Bueno, está claro que estas marcas se hicieron hace mucho tiempo. Se nota por lo oscura que está la madera. No como estas otras marcas del pecho.
—Ésas se hicieron probablemente durante la Revolución.
—¿Qué quiere decir?
—Ni los protestantes, durante las Guerras de Religión, ni nuestros antepasados revolucionarios aprobaban las imágenes religiosas. En casi todas las iglesias de Francia se destruyeron imágenes de Cristo, de la Virgen y de los santos. Aquí también lo intentaron. La leyenda cuenta que rompieron la plata que recubría originalmente la Virgen, y que quedaron tan asombrados por la dignidad de lo que vieron debajo que la dejaron en paz.
—No creerá usted todas esas sandeces, ¿verdad?
Calque volvió a coger la Virgen.
—No es cuestión de creer o no creer. Es cuestión de escuchar. La historia guarda sus secretos a la vista de todos, Macron. Sólo quien tiene ojos para ver y orejas para escuchar puede desenmarañar su verdadera esencia de los despojos que flotan a su lado.
—No entiendo lo que dice.
Calque suspiró.
—Tomemos esto como ejemplo. Es una talla de la Virgen y el Niño, ¿no le parece?
—Claro que sí.
—Y sabemos que esta Virgen en particular protege a los marineros. ¿Ve usted esa campana de ahí? Cuando de pronto se pone a sonar por sí sola, quiere decir que un marinero se ha salvado milagrosamente en el mar, por intercesión de la Virgen. O que habrá tormenta y ocurrirá un milagro.
—Será sólo el viento, seguramente. Suele haber viento antes de una tormenta.
Calque sonrió. Colocó un papel sobre la base de la estatuilla y empezó a calcar las letras con su lápiz.
—Bueno, Isis, la diosa egipcia, hermana y esposa de Osiris y hermana de Set, también salvaba a los marineros en el mar, según se creía. Y sabemos que solía representársela sentada en un trono, con su hijo, Horus Niño, sobre el regazo. Horus es el dios de la luz, del sol, del día, de la vida y del bien, y su contrario, Set, que también era el enemigo jurado de Isis, era el dios de la noche, del mal, de la oscuridad y la muerte. Set engañó a Osiris, el jefe de todos los dioses, para que probara un ataúd muy bello, le encerró dentro y le mandó Nilo abajo, donde un árbol creció a su alrededor. Luego cortó el cuerpo de Osiris en catorce trozos. Pero Isis encontró el ataúd y lo que contenía y volvió a juntar los trozos con ayuda de Thoth, y Osiris volvió a la vida el tiempo justo para engendrar en ella a Horus, su hijo.
—No entiendo…
—Macron, la Virgen Negra es Isis. La figura de Cristo es Horus. Lo que ocurrió es que los cristianos usurparon los dioses egipcios y los convirtieron en algo más propio del gusto moderno.
—¿Del gusto moderno?
—Verá usted, Osiris resucitó. Regresó de la muerte. Y tuvo un hijo. Que se enfrentó a las fuerzas del mal. ¿No le suena la historia?
—Supongo que sí.
—Tanto Jesús como Horus nacieron en un establo. Y el nacimiento de ambos se celebra el veinticinco de diciembre.
Los ojos de Macron empezaban a velarse. Calque se encogió de hombros.
—Bueno, es igual. Aquí está lo que Sabir y Ojos de Serpiente andaban buscando. —Levantó la hoja de papel.
—No tiene ni pies ni cabeza.
—No, se equivoca. Está escrito al revés. Sólo tenemos que encontrar un espejo y podremos desenmarañarlo.
—¿Cómo sabe que era eso lo que estaban buscando?
—Por lógica, Macron. Preste atención. Entraron aquí con un propósito. Ese propósito era robar la Virgen. Pero Ojos de Serpiente estaba también aquí. Consiguieron ahuyentarle, y Sabir, el gitano y el guarda se quedaron solos en el santuario. Pero el viejo estaba aturullado por todo lo que había pasado, y tiene demasiados años para tomar el mando, así que obedece a Sabir y vuelve corriendo a la oficina a llamar por teléfono. Los otros dos podrían haberse llevado la Virgen fácilmente. Sólo mide unos setenta centímetros de alto, y pesa muy poco. Pero no lo hicieron. La dejaron aquí. ¿Y por qué hicieron eso? Porque ya tenían lo que habían venido a buscar. Tráigame esa linterna.
—Pero es una prueba. Puede que tenga huellas.
—Usted tráigamela, Macron. —Calque dio la vuelta al papel—. Vamos a enfocar con la luz lo que está escrito.
—Ah. Muy listo. Así no hace falta un espejo.
—Anote esto en su libreta:
Il sera ennemi et pire qu'ayeulx
Il naistra en fer, de serpente mammelle
Le rat monstre gardera son secret
Il sera mi homme et mi femelle
.
—¿Qué significa?
—¿No entiende usted su propio idioma?
—Claro que sí.
—Entonces descífrelo.
—Bueno, la primera línea dice: «Será un enemigo y peor…» —Macron vaciló.
—«… que ninguno antes que él».
—«Nacerá del fierro…»
—Del infierno, Macron.
Enfer
significa «infierno». Está dividida en dos, pero olvídese de eso. La gente no nace del hierro.
—Del infierno, entonces, «con las tetas de una serpiente…»
—«Le amamantará una serpiente».
Macron suspiró y exhaló con fuerza, como si acabara de levantar unas pesas enormes en el gimnasio.
—«La rata monstruosa guardará su secreto…»
—Continúe.
—«Será medio hombre y medio mujer».
—Excelente. Pero el último verso puede leerse también como: «No será ni hombre ni mujer».
—¿Cómo lo sabe?
—Por la pista que aparece en el primer verso. El uso de la palabra «
ennemi
». Da a entender que, cuando vuelva a aparecer la sílaba «mi», la eme debe cambiarse por una ene.
—¿Me toma el pelo?
—¿Nunca ha hecho usted crucigramas?
—En la Francia medieval no tenían crucigramas.
—Tenían algo mejor que crucigramas. Tenían la Cábala. Era normal disfrazar o codificar una palabra sirviéndose de otra. Como ha hecho el autor en el tercer verso con «
rat monstre
». Es un anagrama. Lo sabemos porque las dos palabras van seguidas por la palabra «secreto», que actúa como indicador. Igual que en un crucigrama. Otra vez.
—¿Cómo es que sabe usted todo eso?
—Por una cosita llamada educación clásica. Unida a otra cosita llamada sentido común. Algo que, obviamente, no consiguieron inculcarles a ustedes en esa escuela de mala muerte a la que fue en Marsella.
Macron dejó que el insulto le resbalara. Por una vez en su vida, estaba más interesado en el caso que en sí mismo.
—¿Quién cree usted que escribió eso? ¿Y por qué les interesa tanto a esos locos?
—¿Quiere que le sea sincero?
—Sí.
—El Diablo.
Macron se quedó boquiabierto.
—¿No hablará en serio?
Calque dobló la hoja de papel y se la guardó en el bolsillo.
—Claro que no. El Diablo no se molesta en escribir misivas amorosas a nadie, Macron. El infierno siempre llega por mensajero.
Yola se irguió en su asiento.
—¡Mirad! Va a haber una boda. —Se volvió y los miró meneando la cabeza—. Tendré que lavaros la ropa y arreglárosla. No podéis presentaros delante de la gente así. Y necesitaréis chaqueta y corbata.
—Mi ropa está muy bien como está, gracias. —Sabir se volvió hacia ella—. ¿Y de dónde demonios te has sacado lo de la boda? Ni siquiera hemos llegado al campamento.
Alexi soltó un bufido. Estaba arrellanado en el asiento de atrás, con la cabeza vendada apoyada cómodamente contra la ventanilla.
—¿Es que todos los payos estáis ciegos? Hemos adelantado a cuatro caravanas por el camino. ¿Adonde crees que van?
—¿A un entierro? ¿A otra de vuestras
krises
?
—¿Te has fijado en la cara de las mujeres?
—No.
—Pues si usaras los ojos por una vez en tu vida, como un gitano, te habrías dado cuenta de que las mujeres estaban contentas, no tristes. —Se pasó un dedo por el interior de la boca, palpando su nueva geografía—. ¿Tienes cincuenta euros encima?
Sabir volvió a fijar su atención en la carretera.
—Con eso difícilmente vas a comprarte dientes de oro.
Alexi hizo una mueca.
—¿Los tienes?
—Sí.
—Pues dámelos. Tendré que pagar a alguien para que vigile el coche.
—¿De qué estás hablando, Alexi?
—Ya te lo he dicho otras veces. Si no pagas a alguien para que lo vigile, te lo dejarán limpio. Esa gente son ladrones.
—¿Qué quieres decir con «esa gente»? Son de tu pueblo, Alexi.
—Ya lo sé. Por eso sé que son ladrones.
Sabir y Alexi se habían acomodado en un rincón de la caravana de un primo de Alexi. Alexi se estaba recuperando en el único catre que había, y Sabir se había sentado a sus pies, en el suelo.
—Enséñame la pistola, Alexi. Quiero ver por qué disparó mal.
—No disparó mal. No disparó y punto. Me lo habría cargado. Le habría metido una bala por la nariz.
—¿Sabes lo que es un seguro?
—Claro que sé lo que es un seguro. ¿Es que crees que soy idiota?
—¿Y sabes amartillar un arma?
—¿Amartillar un arma? ¿Qué es eso?
—Ah. —Sabir suspiró—. Antes de disparar con una pistola automática, hay que echar hacia atrás este pestillo y amartillarla. En el ejército a eso se le llama cerrar y cargar.
—La puta. Creía que funcionaba como un revólver.
—Sólo los revólveres funcionan como revólveres, Alexi. Ten. Inténtalo.
—Oye, es muy fácil.
—Deja de apuntarme.
—No pasa nada, Adam. No voy a dispararte. No odio tanto a los payos.
—Es un alivio saberlo. —Sabir frunció el ceño—. Dime una cosa, Alexi. ¿Adonde ha ido Yola?
—A estar con las mujeres.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que estos días vamos a verla poco. No como cuando estamos en la carretera.
Sabir sacudió la cabeza.
—No entiendo esa separación que hacéis los gitanos entre hombres y mujeres, Alexi. ¿Y qué es todo eso de la impureza y de contaminar a la gente? ¿Cómo lo llamó ella?
Mah
… no sé qué.
—
Mahrimé
.
—Sí, eso.
—Es normal. Hay cosas que contaminan y cosas que no contaminan.
—Como los erizos.
—Sí. Los erizos son limpios. Y también los caballos. No se chupan sus partes. Los gatos y los perros son sucios.
—¿Y las mujeres?
—Ellas tampoco. ¿Qué te crees? ¿Que son contorsionistas?
Sabir le dio una palmada en la planta del pie.
—Hablo en serio. Quiero saberlo, de veras.
—Es complicado. Las mujeres pueden contaminar cuando están sangrando. Cuando eso pasa, una mujer no puede coger al bebé de otra, por ejemplo. Ni tocar a un hombre. Ni cocinar. Ni barrer. Ni hacer nada, en realidad. Por eso una mujer no debe estar nunca por encima de un hombre. En una litera, por ejemplo. O en una casa. El hombre se contaminaría.
—Santo Dios.
—Ya te digo, Adam. En tiempos de mi padre era peor. En París, los gitanos no podían ir en metro por si acaso había una gitana en la acera, encima de ellos. Y había que poner la comida fuera de casa, por si una mujer pasaba por el piso de arriba. O por si la rozaba con la falda.
—¿Estás de broma?
—Lo digo muy en serio. ¿Y por qué crees que Yola me pidió que os acompañara cuando te enseñó el baúl?
—¿Porque quería que tú también participaras en esto?
—No. Porque no está bien que una mujer soltera esté a solas en una habitación con una cama, en compañía de un hombre que no es ni su hermano ni su padre. Y también porque eres payo, y eso te convierte en
mahrimé
.
—¿Por eso las mujeres mayores del campamento no querían comer conmigo?
—Sí, ya lo has pillado. Te habrían contaminado.
—¿Ellas a mí? Pensaba que era yo quien podía contaminarlas a ellas.
Alexi hizo una mueca.
—No. Me he equivocado. No lo has pillado.
—Y luego está todo eso de que las mujeres lleven faldas largas. Y en cambio a Yola no parece importarle enseñar los pechos. Me refiero al entierro.
—Los pechos son para dar de comer a los críos.
—Bueno, eso ya lo sé…
—Pero una mujer no debe enseñar las rodillas. Eso no está bien. Depende de ella no encender la pasión de su suegro. O de otros hombres que no sean su marido. Y las rodillas pueden encender la pasión.
—Pero ¿y todas las mujeres de Francia? Las veis en la calle constantemente. Por Dios, si lo enseñan casi todo…
—Pero son payas. O extranjeras. No cuentan.
—Ah. Ya veo.
—Ahora eres uno de los nuestros, Adam. Así que tú sí cuentas. No tanto como un gitano verdadero, quizá. Pero cuentas.
—Gracias. Es un gran alivio.
—Puede que hasta te encontremos mujer algún día. Una fea. A la que no quiera nadie.
—Que te jodan, Alexi.
—Va a haber una boda.
—¿Una boda? —Calque levantó la vista del libro de la biblioteca que estaba leyendo.
—Sí. He hablado con el jefe de los gendarmes de Gourdon, como me sugirió. Han estado llegando caravanas estos tres últimos días. Hasta han pedido dos agentes más por si había disturbios. Borrachos. Altercados con los vecinos del pueblo. Esas cosas.
—¿Algún movimiento de nuestro trío?
—No. Sospecho que van a estar aquí algún tiempo. Sobre todo, si uno de ellos está herido. Su coche está aparcado a las afueras del campamento. Francamente, deben de estar mal de la cabeza. Un Audi nuevecito en ese sitio. Es como agitar unas bragas usadas delante de las narices de un adolescente.