No quería revelarle a Tekraea todo lo que Sarhaddon me había dicho, pues tampoco me había podido convencer totalmente a mí mismo. Además, Tekraea era una de las pocas personas que yo conocía cuya convicción era realmente más fuerte que sus dudas.
— Fue mi amigo hace mucho tiempo, y quise creer que era diferente. Incluso después de lo que hizo allí. Puedo recordarlo llamando locos a los zelotes. Esperaba que fuese uno de los sacerdotes más sensatos. Existen algunos.— Sarhaddon no es uno de ellos —afirmó Tekraea negando con la cabeza antes de que se separasen nuestros caminos— Ya lo verás.
¿Armas? ¿Vuestras armas?
— Las armas de mi padre —respondí con firmeza paseando la mirada por el círculo de personas sentadas o apoyadas en diversos asientos y muebles. La sala era realmente demasiado pequeña para acogernos a los nueve, pero era la mejor que pudimos encontrar fuera del palacio en la que nadie pudiese oírnos— Las armas que Lachazzar quería coger.
— ¿Por qué no nos lo habías dicho? —replicó Persea, pero Bamalco la interrumpió.
— Eso no importa. Lo que yo deseo saber es por qué alguien nos vendería armas siendo un asunto tan peligroso. En especial si tienes que hacerlo a través de una gran familia.
— ¿Quiénes conocéis a la familia Canadrath?
Casi todos asintieron. Sólo Tamanes y uno más negaron con la cabeza.
— Es la familia que más comercia con nosotros —dijo Laeas— Se trata, más o menos, de la tercera familia más importante de Taneth, ¿verdad? Sé que cuentan con bastantes familias que colaboran con ellos.
— Sus colores son rojo y blanco— advirtió Bamalco titubeando— Tienen muchos negocios aquí y algunos en Océanus. ¿Son vuestros socios comerciales?
— No, ésa es la familia Barca, pero ésta planeaba firmar una alianza con los Canadrath cuando yo zarpé. La familia Barca es demasiado pequeña todavía para ampliar su campo de acción.
— ¿Podremos hacernos con esas armas? —preguntó Persea, y muchos comenzaron a hablar a la vez— ¿De quién es la idea?
— Hemos comenzado a fabricar armas hace poco —expliqué cuando se callaron— Según el contrato original con Hamílcar, él debía llevarlas a Taneth y venderlas allí, pero al parecer ahora la mayor parte de las armas vendidas en Taneth terminan en manos de los haletitas. Canadrath no quiere que se produzca una cruzada, pues lo arruinaría, y los Barca no desean ni mucho menos que los haletitas tengan mejores armas ni más poder de los que ya poseen. En especial desde que Eshar ha estado haciendo amenazadores movimientos en Taneth.
— ¿Es decir que Canadrath no tiene interés en que las armas vayan a ninguna otra parte? —dedujo Bamalco.— Sí, por supuesto —aseguró Palatina.
— Eso está bien —enfatizó él— Pero ¿para qué enviarlas aquí? —Para que existan mayores probabilidades de supervivencia si surgen problemas en el Archipiélago, y— añadí con cautela— porque a los Canadrath les conviene que salga perjudicado el Dominio, ya que éste no favorece sus negocios. —¿Qué sucedería con la prohibición de vender armas a Qalathar?— El plan era que si lográbamos un acuerdo aquí, buscaríamos luego un intermediario en Thetia, uno de los clanes más activos al que no le preocupen las ilegalidades. Estoy seguro de que se podría organizar un pequeño contrabando.
— ¿Un pequeño contrabando?, ¿de veras? ¿Llamas a varias toneladas de armas un pequeño contrabando?
La expresión de Tekraea era casi de felicidad. No estaba muy convencido de vivir con comodidad el papel de traficante de armas, ni siquiera teniendo en cuenta que el objetivo era que esas armas fuesen utilizadas contra el Dominio. De hecho, se trataba de comerciar con la muerte, pero no menos cierta era la muerte que el Dominio ocasionaría si no hacíamos nada por evitarlo.
— ¿Y el pago? —preguntó Bamako alzando una ceja. Éste resultó ser la mente comercial, pues se había criado en el ambiente mercantil de Mons Ferranis— Odio sacar el tema, pero no tenemos grandes sumas de dinero a nuestra inmediata disposición.
— Ya habrá tiempo de acordar ese punto. —¿De dónde creen que sacaremos el dinero?— preguntó Tamanes— La idea es buena, pero sólo individuos como Alidrisi contarían con recursos suficientes para financiar algo así. O el virrey... ¿Habéis hablado con él?
— Si personas de esa clase supiesen de las armas, se apoderarían de ellas o rechazarían la idea desde el principio de forma taxativa —sostuvo Bamalco— Pero de cualquier modo carecemos de la suma de dinero que tu padre y Canadrath podrían pedirnos. —Eso no es cierto— protestó Palatina— Hay una persona que podría reunir esa cantidad gracias a su enorme influencia sobre la gente.
— ¿A quién te refieres?
— A la faraona —afirmó Palatina. En ese punto estábamos corriendo un cierto riesgo, pero ella se había pasado toda la noche pensando después de que yo le consulté, y ambos habíamos decidido que se podía hacer. Si Ravenna estaba de acuerdo, claro. Supuse que, dado lo que estaba haciendo el Dominio, convencerla no representaría ningún problema. Ocultar el hecho de que Ravenna era la faraona y no su ayudante como todos pensaban, sería bastante más difícil. Yo estaba decidido a mantener en secreto su identidad tanto tiempo como fuese posible, y Ravenna misma me había hecho prometerlo. Por eso ni siquiera se lo había contado a gente de tanta confianza como Laeas o Persea.
— Ninguno de nosotros tiene contacto directo con la faraona —repuso Tamanes, pero Persea lo interrumpió.
— Nosotros sí, Cathan. Pero debo preguntarte si hay otro motivo en todo esto.
— Sí, pero no es el fundamental. Ravenna iba a ser de todos modos nuestro principal vínculo con vosotros cuando llegásemos al Archipiélago. Ése es el motivo por el que ella vino en un principio.
— ¿Ravenna? —preguntó Tekraea con desconcierto en su rostro— , ¿qué quieres decir?
— Ella es una amiga cercana de la faraona, eso fue lo que despistó al Dominio en Lepidor —intervino esta vez Laeas, a quien le había sido adjudicado uno de los asientos propiamente dichos, pues era demasiado corpulento para sentarse en las mesas o en los brazos del sofá. Empezaba a hacer mucho calor, pese a que el salón se encontraba en lo alto de un edificio y había corriente. Probablemente por eso la familia de Tekraea nunca lo utilizaba.
Bamalco alzó los brazos pidiendo silencio cuando estalló otro barullo de voces. Todos estaban muy excitados e inquietos. De hecho, estaban nerviosos. Allí no nos protegían los guardias ni los muros del palacio, y los inquisidores tenían derecho a entrar en las casas en busca de herejes ocultos.
— ¿De modo que en tu opinión esa tal Ravenna podría convencer a la faraona de llevar adelante el plan? —preguntó Bamalco— ¿Es eso lo que dices? Tampoco la faraona tiene dinero.
— Pero sí la influencia —explicó Palatina— Es mayor de edad, y por lo tanto puede dar órdenes y debería ser obedecida. El problema es que siempre se encuentra bajo el poder de otros, personas como Alidrisi o el virrey. Ahora sé que algunos los veis con buenos ojos y los respaldáis, pero ¿podéis afirmar con honestidad que lo mejor para la faraona es ser controlada por cualquiera de ellos? Ambos tienen sus propios objetivos. ¿Alguno de vosotros desearía que ella llegase al trono sólo porque el clan Kalessos la ha colocado allí? Eso le daría demasiado poder a Alidrisi. Y Sagantha, perdón, el virrey, estaría en una situación semejante si fuese su gente la que la elevase al poder.
— ¿Nosotros? —preguntó Tamanes con incredulidad— ¿A eso queréis llegar?, ¿pretendéis que la faraona llegue a reinar gracias a nuestro apoyo?
— No sólo al vuestro. Todos los que estáis aquí tenéis algún grupo de amigos que apoyan a una u otra facción, pero todos partidarios de la faraona, por muy inconcreta que sea su figura para ellos. Sabemos que existen personas incapaces de actuar con comodidad porque quedarían demasiado expuestas ante los inquisidores, por ejemplo los oceanógrafos. Pero si todos colaborásemos en pos de los mismos fines, a través de gente que está en contacto con la faraona, ella acabaría teniendo una base de partidarios propia en la que apoyarse.
— Por otra parte, todo esto es bastante típico de ella —dijo Laeas a todos, señalando a Palatina, tras el silencio que sobrevino— Ella fue letal en la Ciudadela e hizo que todos los demás pareciésemos novatos.
El escepticismo se reflejaba en la mayoría de los rostros. —¿O sea que estáis proponiendo seriamente... crear... convertirnos en una facción de la faraona?— balbuceó Tamanes, intentando aclarar sus ideas.
— Exacto. ¿Por qué si no os lo estaríamos diciendo? ¿Es que alguno de vosotros no desea ver a la faraona en su trono? Ella tiene a su favor a todo Qalathar, pero sencillamente nadie está actuando con decisión para ella. Todos trabajan para Alidrisi, Sagantha o quien sea, pero después de tanto tiempo en el exilio ella carece de seguidores propios.
— Pero ¿cómo podríamos reunir a tanta gente partidaria de la faraona? —preguntó un amigo de Tamanes a quien yo no conocía— , ¿Cómo evitaríamos a los espías?
— Y además ¿qué podríamos sacar en limpio de este plan, suponiendo que lográsemos formar la facción y que la faraona obtuviese el dinero para las armas? ¿Qué sucedería entonces? ¿Nos lanzaríamos contra los sacri? —añadió otro orador desconocido.— ¡Tenemos una posibilidad de defendernos y vengarnos! —exclamó Tekraea con los ojos encendidos— ¡Una oportunidad de hacerles daño!
Unas tres o cuatro personas comenzaron a hablar al mismo tiempo por encima del sonido monótono de la lluvia, que golpeaba contra las pequeñas ventanas en cada extremo de la habitación. Palatina pidió en voz alta un poco de orden, pero todos parecían convencidos de que ella ya había terminado su discurso y que era el momento de iniciar el debate general.
— ¿Ves lo que digo de la gente del Archipiélago en general? —me susurró dejando caer los brazos en señal de derrota— Los thetianos somos igual de necios.
Sólo se callaron cuando Laeas dio varios golpes con el puño sobre una mesa cercana. Palatina era demasiado cortés para hacer eso.
— Estamos ante la primera idea ambiciosa que alguien plantea aquí en mucho tiempo —sostuvo con irritación y poniéndose de pie para colocarse entre Palatina y yo, que nos hicimos a un lado para dejarle espacio— Así que dejad de buscarle inconvenientes. En caso de que no lo sepáis, esta mujer es Palatina Canteni. Su padre era el presidente Reinhardt Canteni, el único líder decente de un clan thetiano en más de treinta años, y ella ha tenido como tutor al almirante Tanais en persona. Por si no fuese suficiente, Palatina es descendiente de Carausius. Así que callaos todos, dejad de discutir y escuchadla.
Palatina inclinó la cabeza en señal de agradecimiento a Laeas, que volvió a sentarse. Ahora la sala enmudeció por completo.
— Primero, vayamos paso a paso. No nos abrumemos yendo en todas direcciones y hablando con todo el que se nos cruce. Lo más urgente y fundamental es encontrar a Ravenna. Podría estar con la faraona, o podría no estarlo, pero Alidrisi la considera importante y este donde esté no le quita ojo. ¿Alguien tiene idea de dónde se encuentra Ravenna?
Se produjo un largo silencio, y Laeas y Tekraea fijaron la mirada en Persea. La vi moverse con inquietud, claramente incómoda, pero nadie dijo nada. Por fin ella estalló:
— Sí, creo que yo lo sé. Sólo desde hace un par de días. Cathan, no lo sabía cuando hablé contigo.
— ¿Dónde está?, ¿en Kalessos?
— No, más lejos. Me consta que Alidrisi tiene una o dos edificaciones en ruinas cerca de la ensenada, en la costa de la Perdición. Sus mozos de cuadra y el personal de sus establos se quejan del estado de los cascos de los caballos cada vez que él regresa de Kalessos. Y les sorprende siempre que se las componga para dejarlos cojos siendo un jinete tan hábil y experimentado. La cuestión es que incluso un incompetente puede cabalgar desde aquí hasta Kalessos sin que el animal se lastime, pero en las montañas todo es diferente.
— ¿Se encuentran muy lejos sus tierras?
— Puedes ver las montañas desde aquí. El camino principal corre por el este cruzando las colinas y luego vira al sur cuando llega al borde de Tehama. Existen caminos en las pendientes a lo largo de todo el estrecho, por lo general en muy mal estado porque nadie vive por allí. No sé con seguridad cuál de esos caminos coge Alidrisi, pero supongo que a caballo se tardará unas tres o cuatro horas. Sería mucho más rápido yendo por mar, pero es imposible navegar en esa dirección.
— Debe de ser un sitio accesible o no iría allí con tanta frecuencia —advirtió Laeas— Va incluso con mal tiempo. —Con el mal tiempo habitual, querrás decir— interrumpió Bamalco mirando por la ventana— Creo que las tormentas que sufrimos últimamente son demasiado fuertes para intentar una larga cabalgata. ¿Es cierto que no hay ningún acceso por mar? —Ha de haber existido uno— respondió Tamanes— , pues subsisten los restos de un puerto de Tehama cerca del extremo de la ensenada. Sin duda hubo un canal seguro hace unos cuantos años, pero cuando la flota thetiana destruyó el puerto debió de hacer estallar la apertura del canal, para que nadie lo volviese a utilizar. —Un pueblo vengativo en ocasiones, el thetiano— comentó alguien— , sin ofender a Cathan ni a Palatina.
— ¿Cómo consiguieron los thetianos ir más allá de la costa de la Perdición? —pregunté, momentáneamente distraído— Tamanes, has dicho que la costa se encuentra a ambos lados de la ensenada, de modo que tiene que existir una ruta establecida por la gente de Tehama.
— Al parecer, Carausius hacía de guía —informó Tamanes— Aunque ignoro qué implicaba eso exactamente.
— ¿Existe o no una ruta para penetrar en la ensenada y alcanzar los acantilados desde el mar? —exigió Palatina— Eso es lo importante ahora. —Si existe, es demasiado peligrosa en la actualidad para navegar por ella— afirmó Tamanes negando con la cabeza.
— Bien, entonces deberemos llegar por tierra. Se trata de una villa o una fortificación sobre o cerca de los acantilados, elevada y fácil de defender, ¿verdad?
— Ha de estar custodiada, sin duda, por guardias del clan Kalessos— asintió Persea.
— ¿Cuántos guardias vigilarán a esa tal Ravenna si no está con la faraona? —dijo Tekraea— Si yo fuese Alidrisi, las pondría juntas, de eso estoy seguro. Y recordad que ella no es una prisionera.
— Pero tener dos sitios sería mucho más seguro. Si alguien llegase, podrían llevar a la persona que custodian al otro lugar.
— No estamos hablando por hablar en este momento, ¿no? —protestó Palatina— Dos escondites requerirían más guardias, lo que implica dar más explicaciones, conseguir más comida y gastar más dinero. Un refugio y unos pocos guardias es lo más seguro, y un par de personas de confianza. De algún modo han de recibir provisiones regularmente, lo que implica que emplearán un carro o un par de mulas. Tiene que ser un sitio bien construido y cálido para habitarlo en esta época del año. Y un lugar donde no viva nadie más alrededor, pues Alidrisi guarda la prenda más preciosa de Qalathar.