— La gente piensa que vosotros también sois magos. —No creo que tanto, pero sí es cierto que siempre se nos ha considerado un grupo aparte, algo especial. Sarhaddon estaba en lo cierto la primera vez: nosotros estudiamos el mar e intentamos comprenderlo por medio de alquimia y extrañas pruebas que no podrían entender los que no son oceanógrafos. Podemos pronosticar lo que sucederá en el mar a grandes distancias, del mismo modo que el Dominio puede predecir las tormentas.— Lo que puede parecer magia. —El Instituto Oceanográfico ya había sido perseguido con anterioridad, aunque por lo general las víctimas lo eran a título personal, individuos demasiado involucrados en alguna investigación sospechosa— Pero tampoco pueden prescindir de nosotros. —Si pueden arrestar a toda la estación de Ral´Tumar, ¿qué les impediría hacerlo aquí? Todo el mundo sabe que Diodemes es un herético, y que también lo somos muchos de nosotros, en verdad, casi la mitad de los integrantes de la estación, y tampoco ninguno de los otros adora a Ranthas con especial fervor. Está claro que no hubiésemos escogido ser oceanógrafos si no nos apasionase el mar. Interrumpimos la conversación cuando se nos acercó el sombrío propietario con un plato repleto de hojas de parra rellenas y el pan insípido que habitualmente las acompañaba. No dijo ni una palabra cuando Alciana le dio las gracias y volvió a alejarse sin más hacia la barra.
— Es un viejo gruñón —me susurró Alciana— , pero una buena persona. No nos denunciará a ninguno, pues eso le quitaría la mitad de clientes. De hecho, ayudó a una persona a huir hace unos diez años. —¿Qué habéis estado haciendo que pueda desagradar al Dominio?— pregunté mientras mordía una de las hojas de parra. Estaba tan sabrosa como ella me había dicho. No las había probado nunca rellenas de pescado.
— En realidad es difícil decirlo, pero si entrenar delfines es considerado antinatural, no sé cómo podríamos estar a salvo. Hasta ahora hemos colocado rastreadores en focas y las hemos seguido en una raya. A diferencia de la mente más compleja de los delfines, a las focas lo único que parece importarles es encontrar peces. También hacemos otras tareas, más técnicas, que podrían no gustarles. Pero si vienen a por nosotros seguro que encontrarán buenas excusas. Pero lo que más me preocupa no es eso, sino el modo en que Sarhaddon nos menciona en cada discurso, para luego empezar a hablar cinco minutos más tarde de sacrilegio, magos escondidos y los peligros de la magia herética. Creo que la gente está conectando con Sarhaddon y sus compañeros, y eso es lo peor que podría suceder.
— Pero todavía os necesitan, la ciudad no podría funcionar sin una estación oceanográfica.
— La ciudad puede funcionar con apenas un puñado de oceanógrafos —admitió Alciana con seriedad— Deja de intentar tranquilizarme. Te alojas en el palacio del virrey y pareces conocer a todo el mundo. Me pregunto si podrías ayudar. Comenta lo que te he dicho con tus conocidos, pregúntales si opinan igual. Tamanes y Diodemes están de acuerdo conmigo. A propósito, puedes mencionar sus nombres. Todos piensan que soy demasiado nerviosa y frívola para confiar en mí.
— Haré lo que pueda —prometí— , aunque no estoy seguro de que nadie pueda protegeros si llegan los inquisidores. El virrey pudo salvarnos porque estábamos dentro de su palacio y rodeados por su guardia, pero vosotros debéis permanecer en la estación, y la población no os ayudará.
— Tampoco podemos marcharnos. Si alguno lo hiciera, el Dominio lo consideraría una admisión de culpa.
Oí el sonido de la puerta al abrirse y sentí una corriente de aire frío colándose desde el exterior. Hacía bastante más frío que por la mañana; los escasos días de bonanza parecían estar llegando a su fin y se avecinaba una nueva tormenta. Me alegré de haber visto la ciudad en mejores condiciones, aunque sólo fuese fugazmente.
— Así que aquí estás, Alciana —dijo Bamalco, el técnico de Mons Ferranis, que venía con Tekraea. Éste había estado con otros marinos del Archipiélago en Lepidor; de hecho, Sarhaddon había amenazado entonces con matarlo si no deponían las armas. Su llegada alteró la tranquilidad del local: ambos hablaban en voz muy alta y sonora.
Alciana les dirigió una fría sonrisa, y nos hicimos a un lado para dejarles sitio.
— ¿Éstas son las hojas de parra rellenas de pescado de las que me habías hablado? —preguntó Tekraea cogiendo una con avidez.— Sí, pero puedes pedir un plato para ti. Aquí no hay suficiente para cuatro comensales —respondió Alciana retirándole la mano. Él se puso entonces de pie con reticencia y fue a por más.— Ahora hablando en serio, ¿ya te ha puesto al día Alciana? —me preguntó Bamalco. Asentí y él puso cara de satisfacción— Bien. Yo he hablado con Laeas, que a su vez se lo comentará al virrey, pero todavía está por ver lo que él puede hacer. —Creía que confiabas en él— repuse.
— Sí, pero, con todo, sigue siendo un cambresiano; hay que tenerlo siempre presente. Y es muy hábil para cambiar de bando cuando le viene bien.
— Y no es la faraona —añadió Tekraea regresando a su asiento— A Sagantha le conviene sacarla de su escondite.
— No estoy muy convencido de que sepa dónde está la faraona —repliqué, aunque mejor me hubiese callado. Persea no había sido de mucha ayuda; quizá lo fueran estos dos.— ¡Vamos! ¡Tiene que saberlo!
— Alidrisi lo sabe, pero nunca oí que el virrey estuviese al tanto —objeté negando con la cabeza.— Ellos no ven las cosas de la misma manera —intervino Bamalco— Sagantha es demasiado moderado para el gusto de Alidrisi. Algo no muy conveniente si tú tienes razón y Alidrisi sabe dónde se encuentra la faraona.
— ¿Es popular Alidrisi? —pregunté con cautela.
— En algunos círculos sí, pero no es fácil tratar con él. Yo apoyaría siempre al virrey: tiene más experiencia y no es tan extremista. Lo haría incluso pese a que es cambresiano. —Es mitad del Archipiélago— nos recordó Tekraea— Quizá si volviese a contactar con la faraona ella podría aparecer con más facilidad. Sagantha es el virrey y, después de todo, su poder es mucho más real que el de los otros.
— El clan de Kalessos es más numeroso que las tropas del virrey. Al menos ahora que han reunido todas sus fuerzas.
— Kalessos tiene muchas enemistades. Habría problemas si uno de los clanes, como el de Kalessos, acaparara a la faraona. Ella es independiente, no un títere, y me gustaría que dejasen de tratarla como tal.
— Ella no tiene a nadie más en quien confiar —le aseguró Bamalco con delicadeza— La han estado escondiendo durante toda su vida, y ella les debe ese favor.
— Y ellos nos deben a nosotros una gobernante que pueda hacer algo contra los chacales que nos acechan —sostuvo Tekraea, furioso— Secuestrar personas en medio de la noche, conducirlas ante tribunales que desconocen la justicia. Fanáticos sedientos de poder, al fin y al cabo. Y Sarhaddon no es mejor que los demás, Cathan, por mucho que lo creas. Está envenenando la mente de la gente, que ya ve magos por todos los rincones. Eso es lo que está haciendo. Está creando una vasta conspiración de magos del mal, y cualquier herético podría ser uno, corrompen todo lo que tocan. Sarhaddon ya no puede atacar directamente a los dioses como lo hizo el primer día, de modo que nos ataca a nosotros.
— Pero si detuviese la cruzada... —empezó a decir Alciana, y Bamalco le hizo señales de que bajase la voz.
— ¿Cómo? ¿Convenciéndonos de que es mejor que nos echemos al suelo y les permitamos caminar sobre nosotros?
— ¿Preferirías que viniesen y masacrasen indiscriminadamente a todos?— ¿Por qué aparecieron la última vez? —preguntó Tekraea con fastidio— Porque querían prohibir nuestras costumbres. Y cuando nosotros nos resistimos nos invadieron. Ahora, como todos están asustados, nadie desea luchar. Sólo tienen que decirnos lo que no debemos hacer, arrestan a un puñado de personas y todos se ponen en fila. La Asamblea nunca se reúne, debemos incinerar a nuestros muertos, el festival del Mar se ha convertido en el festival de Ranthas. Y, como nos hemos opuesto a ellos en los últimos meses, han enviado a esos inquisidores, los rojos y los negros. Los de negro llegan para llevarse a la gente. Sarhaddon y sus hermanos de rojo, para ofrecernos una oportunidad de salvación. —Tekraea dijo la última palabra con profunda amargura— Salvación si hacemos lo que ellos nos dicen, —prosiguió— porque haremos cualquier cosa para evitar una cruzada. Destruirán lo que quede y proclamarán que es por nuestro propio bien.
— Pero la alternativa es morir o ser esclavizados —interrumpió
Alciana— ¿no lo comprendes? Me he enterado de lo que os sucedió a ti y a Cathan en Lepidor, cuando la primada intentaba obtener armas para una cruzada. No se trata de una sola nube en el horizonte, Tekraea, están cubriendo el cielo. La gente vive con costumbres diferentes, pero si vienen los cruzados ya no vivirá nadie. —¿Y vale la pena seguir viviendo sin importar las circunstancias? Hemos sido poderosos en el pasado y podemos volver a serlo. Se pueden construir buques o comprarlos, ¿o no? Lo mismo sucede con las armas. Orethura era demasiado pacífico para permitirlo, pero tuvo la posibilidad de hacerlo. Si hubiese organizado una flota, seríamos todavía dueños de nuestro futuro. Si fuésemos más fuertes, accederían a ayudarnos gente como los cambresianos.— Admiro tus ideales, Tekraea —dijo con tristeza Bamalco mientras negaba con la cabeza— , pero tienes que vivir en el mundo real. No tenemos astilleros como para construir una flota que pudiese destruir la suya, y ¿quién va a vendernos armas? Recordé entonces que el motivo original de mi viaje al Archipiélago había sido vender armas a los disidentes. Pero, de un modo u otro, había pospuesto esa parte de mi misión. No me atreví a hablarle de eso a Persea en ese momento, pues si les vendíamos armas, acabarían todas en manos de Alidrisi. Y quizá eso no mejorase la situación.
Eché una mirada al bar, pero no vi al propietario por ningún sitio. —¿Hay mucha gente que piense de ese modo?— pregunté. —¿Qué quieres decir?— replicó Bamalco. Su rostro se había vuelto de pronto inescrutable.
— Tekraea, tú no sigues a ninguno de los líderes en particular, ¿verdad?— Algo así —admitió, y los demás asintieron.— Si lo hicieses, eres muy bueno ocultándolo —dijo Alciana.— Hay personas como Alciana —afirmé— que no pueden actuar de veras porque tienen mucho que perder. Otra gente simplemente no lo haría, y luego están los que son fieles a Alidrisi y sus compañeros. Pero el resto, los de Lepidor, por ejemplo, ¿qué opina? Persea desconfía de Alidrisi. Aparenta tener las mismas convicciones que él, pero estoy convencido de que ella y sus amigos van por su cuenta.— Todos están divididos, si es a eso a lo que te refieres —dijo Bamalco— Alidrisi tiene a varios grupos y a algunos les brinda ayuda a cambio, pero no es realmente más líder que el virrey. Nuestro problema es que ni siquiera juntos seríamos una auténtica fuerza, ni formaríamos guerrillas eficientes si es que piensas en ello.
— No sé con seguridad en qué estoy pensando —dije mientras acababa la última hoja de parra— Tampoco quiero interferir de ese modo porque no es mi patria.
— Si deseas ayudar, puedes hacerlo —repuso Tekraea— Sé que no eres del Archipiélago, pero después de lo de Lepidor cuentas como uno de nosotros. Y además eres thetiano, lo que te coloca a mitad de camino. Gran parte de nuestra desgracia es que carecemos de amigos que ocupen cargos importantes en el mundo.
— ¿Me incluyes a mí en esa definición?
— Tienes contactos con las grandes familias, eres amigo de Palatina y tienes cierto grado de parentesco con alguna destacada familia thetiana. Eso es algo importante por lo que a nosotros respecta: implica que podrías ayudarnos. Si tienes alguna idea...
— Hablaré con Palatina —afirmé— Ella es mejor que yo elaborando ideas y podría dar sentido a mis confusas especulaciones.
Permanecí con ellos mientras Bamalco y Tekraea daban cuenta de otra ración de hojas de parra. Luego nos incorporamos para irnos. Los dos marinos se habían marchado, pero los oceanógrafos seguían en su rincón. Cuando estábamos a punto de salir del bar, apareció el propietario de detrás de una cortina de abalorios que ocultaba la cocina y me dio un golpecito en el hombro.
— Debo advertirte una cosa: si eres oceanógrafo, no vengas aquí luciendo los colores del instituto. No te preguntaré por qué no llevas la túnica en este momento, pero no lo hagas a partir de ahora. La gente conoce a nuestros oceanógrafos, pero podría resultar un poco hostil con uno extranjero.
Luego, mientras intercambiábamos incómodas miradas, volvió a desvanecerse tras la cortina igual que había aparecido.
— No me gusta cómo ha sonado eso —comentó Bamalco cuando subimos las capuchas de nuestros impermeables para salir al lluvioso exterior— Alciana, ten cuidado. Y tú también, Cathan.
Alciana y Bamalco se marcharon en la dirección opuesta, pero Tekraea me acompañó parte del camino de regreso a palacio.
— Os he visto a ti y a Palatina en los últimos días, pero ¿dónde está Ravenna? Me pareció verla hace un par de semanas, pero nadie me habló de ella.
Giré abruptamente la cabeza y lo miré fijamente, pero en sus ojos no había ninguna malicia. Era muy sincero, y sus rojos cabellos hacían juego con su vital personalidad. De ningún modo haría una pregunta capciosa o que escondiese una trampa. —Discutimos— respondí con brevedad y casi sin mentir— No sé dónde está.
— Sé que los dos sois magos. ¿Cuántos de nuestros magos serían necesarios para enfrentarse a los que el Dominio ha traído?
— No creo que seamos suficientes, ¿Por qué lo preguntas? —le dije. Además de Ravenna y de mí, sólo conocía la existencia de los viejos magos de la Sombra. De hecho, Ukmadorian había dicho en la Ciudadela que las demás órdenes tenían más magos, pero nunca llegó a especificar un número exacto.
— La mitad del miedo de la gente es a los magos del Dominio. Ambos hemos visto en Lepidor que los sacri son sólo de carne y hueso. Los guardias de tu padre y nuestros marinos no eran en absoluto tan poderosos como los sacri, pero conseguimos matarlos a todos. Los magos son más que eso; tú mismo sabes lo duro que es ser privado del Fuego. Si pudiésemos dejarlos fuera de combate, creo que el pueblo se mostraría un poco más valiente.
— Supongo que necesitaríamos igualarlos en número al menos.— ¿Incluso si volvieseis a emplear las tormentas?— Sólo puedo hacerlo con Ravenna, y se trata de algo poco controlable. Con aquella tormenta quedó destrozada media Lepidor, y Tandaris no está construida de manera tan resistente.— Ese asesino de Sarhaddon ha hablado mucho de la magia maligna. No estaría de más que le recordases algún día en qué consiste. ¿Por qué le permitiste seguir adelante con su plan? Quiero decir... ¿lo odias tanto como nosotros?