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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Inquisición (57 page)

— Gracias —dijo Palatina— Ahora sólo quedan por definir los pequeños detalles, como los caballos, las provisiones y qué hará cada uno exactamente. Hemos de planear hasta el mínimo detalle y no dejar margen de error. Perdición no es una amable compañera de paseo.

Cuarta Parte

LA COSTA DE LA PERDICIÓN

CAPITULO XXVIII

Nos marchamos de Tandaris bajo una penetrante llovizna. Las oscuras nubes presagiaban tormentas más fuertes. Seis jinetes envueltos en pesadas capas impermeables luchábamos contra la lluvia sobre discretos corceles de crines bronceadas. Nuestra partida no llamó la atención de los inquisidores ni de los guardias que custodiaban los portales. Era el momento más frío del invierno pero todavía se veía a gente yendo y viniendo por la carretera principal de la isla. Por mucho que les hubiese gustado, no tuvieron tiempo de interrogarnos.

Ninguno de nosotros llevaba espada, lo que me preocupaba bastante. No había en Qalathar bandidos propiamente dichos, por lo que no teníamos ninguna razón fundada para llevar más armas que las varas de lucha del Archipiélago, que el Dominio consideraba inútiles. Yo había perdido la práctica pues no las había tocado desde la Ciudadela.

Al principio cabalgamos en paralelo al mar, a lo largo de la colina sobre la que había sido edificada la ciudad. Las olas rompían unos pocos metros por debajo del acantilado a nuestra derecha. Una fuerte brisa soplaba desde las aguas, salpicando nuestra ropa y, en ocasiones, mojándonos. Las piedras del camino eran resbaladizas y el precipicio a nuestro lado parecía bastante inestable. Era posible distinguir señales de derrumbes recientes, espacios yermos donde la vegetación aún no había tenido tiempo de volver a crecer. Según nos dijo Persea, ese camino había permanecido inutilizable durante buena parte del invierno, y no era difícil comprender por qué.

Tandaris desapareció de nuestro campo visual, oculta tras la desigual masa de riscos, tan pronto como cogimos la primera curva. Por delante de nosotros, la costa se combaba, plana por un instante para luego elevarse progresivamente. Suaves colinas abrían paso a altas montañas cuyas cumbres se perdían entre las nubes. Los promontorios que marcaban el horizonte estaban a unos setenta u ochenta kilómetros de distancia, invisibles con ese tiempo. La costa de la Perdición se iniciaba de ese lado de la cadena montañosa pero también permanecía oculta.

La colina que se alzaba junto a nosotros desapareció, reemplazada por terrazas de cultivo dispuestas sobre su ladera. Eché un último vistazo a la ciudad, cuyas blancas murallas se extendían desparejas a lo largo de la pendiente. Tenía el mismo aspecto desde la tierra que desde el mar, aunque ahora estaba observando el lado opuesto del espolón que conducía a la ciudadela, de modo que la mayor parte de la ciudad se perdía a la vista. El brillante marrón rojizo de la torre del templo parecía fuera de lugar en medio de las casas blancas y azules. Habría allí cerca de media docena de sacri custodiando la ciudad y las poblaciones circundantes. No les deseé ningún bien. Tampoco es que me diese mucha alegría la larga cabalgata que tenía por delante. Llevaba meses sin montar (la última vez había sido en Lepidor) y me esperaba un trayecto de ochenta kilómetros con un tiempo horrible. Rogué que estuviese lo bastante fuerte cuatro o cinco horas más tarde, cuando llegásemos a nuestro destino y me tocase andar a gachas y escalar pendientes.

Como era inevitable, todos habían querido acompañarme, pero la opinión de los más sensatos había prevalecido. Palatina venía con nosotros, por cierto, junto a Persea y una de sus amigas, que también había estado en Lepidor. Tekraea y Bamako nos seguían también. Laeas tenía obligaciones que cumplir en palacio y era el responsable de aliviar las preocupaciones de Sagantha; también estaba a cargo de organizar el escondite para Ravenna. Lo ayudaría Tamanes, que no podía rehuir sus obligaciones oceanograficas. De los dos desconocidos que habían estado presentes en la reunión, uno vigilaría a Alidrisi y el otro ya había partido a caballo para reconocer el camino y sus recovecos. Nos apartamos del acantilado siguiendo el camino que separaba los campos vacíos de varias hileras de árboles que me recordaban mi tierra. La llanura parecía mucho más grande ahora que cuando la había visto desde la ciudad, aunque las colinas que la rodeaban seguían estando muy cercanas, con las laderas cultivadas en terrazas o con bosquetes. Qalathar debía de ser hermosa en verano, pero en aquel momento parecía cargada de presagios. No podía asegurar si eso se debía al tiempo o al ambiente que reinaba. O quizá a la ausencia de todo movimiento en los campos, una quietud sólo quebrada por las blancas aldeas apiñadas en la colina.

Entramos en una avenida de cipreses que protegían del viento el camino que iba desde la ciudad hasta las colinas que tenía enfrente, bifurcándose aquí y allá entre los campos. Al parecer, la gente utilizaba allí árboles en lugar de muros, quizá porque los vientos no eran tan poderosos. Los cipreses no hubiesen resistido las devastadoras tormentas de Lepidor.

— ¿Se inunda alguna vez la llanura? —le preguntó Palatina a Persea.

— Una o dos veces al año —respondió Persea— Ahora las aguas muy crecidas. Pero los ríos son muy pequeños, no pueden causar demasiados problemas.

— Entonces ¿no podéis inundar las tierras como estrategia defensiva?

— Supongo que se podría, pero habría que evacuar la zona a toda prisa. De todas formas, no creo que fuese de mucha utilidad. Tandaris no puede soportar un asedio, las murallas son demasiado débiles, y lo mismo sucede en el resto de la isla. El Dominio se ha asegurado de que nunca tengamos la suficiente confianza en nosotros mismos para volver a enfrentarnos a él. Por eso sus soldados destruyeron el Aerolito; ni siquiera intentaron apoderarse de él.

— Teniendo el templo ya no lo necesitaban. No nos cruzamos con nadie hasta que la avenida de cipreses enlazó con la carretera principal, que nacía en el portal del Campo, a unos cinco kilómetros de las murallas. Allí vimos a unos pocos jinetes y uno o dos carromatos, pero ningún transeúnte. La gente llevaba las capuchas firmemente prendidas a la cabeza, y algunos también se cubrían la cara con pañuelos. Nadie nos miró al pasar a nuestro lado. Nos cruzamos también con un carruaje oficial de un clan, cuyas ventanas estaban cubiertas con cortinas. El cochero iba acurrucado bajo un estrecho toldo.

— ¿Hay inquisidores en los pueblos? —le pregunté a Persea inclinándome hacia adelante para cabalgar a su lado y dejando un poco atrás a Palatina— ¿O están todos en la ciudad?

— Hay unos cuantos en cada población, y además las recorren tribunales ambulantes. Llegan siempre en mitad de la noche, para evitar que alguien pueda escapar. Por eso no es seguro permanecer en un lugar habitado.

— Pero no hay ningún riesgo subiendo hacia la costa de Perdición, ¿verdad? —No, Cathan, ésa es una cosa menos de la que preocuparse. ¿Crees que Ravenna se habría marchado ya si hubiese querido?— No —dijo Palatina rotundamente al otro lado de Persea— Recordad que no es una prisionera. Sin embargo, Alidrisi no puede permitir que escape de sus garras. Midian está detrás de Ravenna, incluso aunque ignore que es la faraona. Creo que ésa es la mejor razón para mantenerla fuera de escena en medio de la nada. Y si, por decirlo de algún modo, ella no consigue hacerse con botas apropiadas y una gruesa capa impermeable, sencillamente no podrá salir. Tan simple como eso.

— ¿No podría coger la ropa de los guardias?

— Piensa de forma práctica. ¿Desearías tú vagar por las montañas bajo una lluvia torrencial calzando botas que son de lejos demasiado grandes para ti? Además, ella no conoce esta sierra y podría perderse con facilidad. No, en su lugar, yo no lo intentaría. Existen otras maneras, como conquistar el afecto de los guardias, que podría funcionar si ella no fuese quien es. Pero ellos no la tienen presa, sino que están protegiéndola. Y si saben que se trata de la faraona, serán muy escrupulosos.

— Esperemos que ella quiera escapar —repuse mientras cruzábamos un pequeño rio de rápida corriente, demasiado estrecho para ser navegable pero crecido por la lluvia. El agua llegaba casi al tope de los arcos del puente.

— Cathan, te preocupas demasiado —me dijo Palatina con firmeza— Estamos hablando de Ravenna. ¿Crees de verdad que ella desea permanecer encerrada allí a capricho de Alidrisi? El es una de las personas que ha estado utilizándola como a una pieza de ajedrez, y sigue haciéndolo. Está claro que Ravenna querrá quitárselo de encima. —Entonces ¿cómo ha ido a parar allí? Cuando nosotros llegamos— dije dirigiéndome a Persea— , el virrey estaba al tanto de lo que sucedía e incluso debió de hablar con ella. ¿Por qué no se le ocurrió mantenerla a su lado?

El camino se curvaba en torno a una pequeña colina de desnuda tierra marrón, donde, del lado de la costa, había sido plantada una hilera de higueras como protección contra el viento.

— Me preguntaba cuándo dirías eso. Sí, ella fue a ver a Sagantha la noche misma en que desembarcó. Laeas y yo no la vimos porque ya estábamos durmiendo y sólo supimos de su llegada a la mañana siguiente. Charlaron durante un rato, y luego Sagantha decidió que no era seguro para ella permanecer en el palacio, pues eso atraería la atención de Midian. No creo que Midian supiese que vosotros estabais aquí hasta el regreso de Sagantha: sus verdaderos objetivos eran Mauriz y Telesta. De cualquier modo, no estoy yendo al grano. Sagantha procuró que Ravenna se alojase aquella noche en algún otro sitio y al día siguiente planeaba trasladarla aun sitio seguro en las afueras de la ciudad. Ella se opuso a la idea, y me parece que se zafó de la guardia de palacio. El virrey mandó entonces una patrulla en su busca, pero uno de sus guardias, perteneciente al clan Kalessos, le contó la noticia a Alidrisi, que se las arregló para que Ravenna cayese en su poder. —Entonces ella no tuvo mejor suerte que nosotros— comentó Palatina— Quizá su viaje fuese más tranquilo. No sé cómo consiguió salir de Ilthys, sólo que abandonó el consulado y se metió en aquella manta sin que nadie lo notase.

— Eso no habla muy bien de la seguridad de Scartaris —replicó Persea, desdeñosa— Sus guardias llevan esa armadura que los hace parecer peces, pero resultan casi igual de útiles que ellos. En cuanto a Polinskarn, su concepto de la discreción consiste probablemente en arrojar a la cara de los intrusos unos cuantos de sus libros y luego inventar un motivo histórico mediante el que justificarse.

— ¿No intentó Sagantha que Ravenna regresase a su lado?

— No. Dijo que Alidrisi podría protegerla en su nombre, ya que él no tenía el número de soldados necesario para ello. Suena como si no le importase, pero no es el caso. Creo que Sagantha sabe dónde está y que tiene pensado en cierta manera cómo recobrarla.

— ¿Por qué no nos lo dijiste anoche? —pregunté. !

— Porque todavía no era el momento y, si lo recuerdas, intentamos lograr que Ravenna se libre de todos los que quieren aprovecharse de ella. Sagantha es mejor que Alidrisi, pero Ravenna no confia en ninguno de los dos. Espero que no suceda lo mismo con nosotros; somos sus amigos.

— No tengas demasiadas esperanzas —repuso Palatina— Conseguir su confianza puede llevarle mucho tiempo a cualquiera.

— No estoy de acuerdo —afirmé de pronto, furioso tanto conmigo mismo como con Palatina— Ella no fue franca con nosotros porque no podía serlo. Habíais comenzado a planear el resurgir de una república para el primer instante en que se os presentase la ocasión, echando por tierra todo lo que se suponía que habíamos planeado. Y yo fui demasiado débil para negarme. Quizá ella pensó que, después de todo lo que había sucedido en Lepidor, yo me habría tenido que oponer. No lo sé, pero tanto tú como yo la decepcionamos. ¿Qué la obligaba a arriesgarse otra vez?

— Pero, aunque seamos tan poco de fiar como tú dices, somos de lo mejorcito que hay por aquí.

— Ojalá. Pero Ravenna podría pensar que hemos regresado sólo porque el plan inicial fracasó y vuelve a sernos útil, y porque no puedo soportar estar lejos de ella.

— Bueno, es posible que ella tenga tantos deseos de verte como tú —afirmó Palatina. Luego se inclinó en su montura y comenzó a hablar con Bamalco.

Espoleé a mi caballo para colocarme junto a Persea y observé por delante cómo las colinas se dibujaban cada vez más cercanas a través de la cortina de lluvia. Habíamos alimentado a los caballos para que resistiesen, pero era preciso detenernos para descansar, pues no podíamos permitirnos ir ahora a toda velocidad y correr el riesgo de que luego estuviesen agotados. Si estarían después en condiciones de conducirnos de regreso, era una incógnita. Existían demasiadas incertidumbres en esta misión, y parecía una estrategia bastante desprovista de lógica, sobre todo considerando que no teníamos la seguridad de que Ravenna estuviese oculta allí. En una o dos horas, Alidrisi partiría rumbo a Kalessos. Si no se detenía e iba directamente hacia allí, sin desviarse en ningún momento hacia el interior de las montañas, ¿qué pasaría entonces? En ese caso nos habríamos equivocado y eso sería todo, a menos que le revelásemos a Sagantha lo que estábamos haciendo.

Todavía no me había respondido a mi propia pregunta cuando el camino empezó a elevarse y nos acercábamos al límite de la llanura. La ciudad era ahora una extensión de edificios blancos en la distancia, y nosotros salíamos de las plantaciones de maíz y nos adentrábamos en terreno de olivos. Todas las laderas que nos rodeaban, estuviesen o no aterrazadas, mostraban ordenadas filas de nudosos árboles, interrumpidas aquí y allá por gruesas líneas de cipreses para contener el viento. Todo parecía ahora soso y desnudo. Las delgadas capas de tierra sobre la que crecían estaban contenidas por los bancales. Cruzando la primera colina había más olivos, un pequeño valle repleto de ellos, en medio de los cuales corría un arroyo bastante crecido. Divisé un par de casas de piedra comunicadas con el camino principal por estrechos senderos. Pero no había ninguna persona a la vista, lo que era totalmente coherente; ¿qué iba a hacer alguien ahí en mitad del invierno? ¿O ya no lo era? ¿Cuánto faltaba para que acabase el invierno? Parecía haberse vuelto eterno, un estéril compás de espera, oculto y frío, en el palacio de Sagantha. Antes habíamos sufrido las incomodidades del viaje en barco, las semanas en Ilthys, Ral´Tumar... por no olvidar que no nos habíamos marchado de Lepidor hasta quince días después de comenzado el invierno. Calculé el tiempo con cuidado, incluso los días sueltos aquí y allá. Hacía ya unos tres meses desde que Palatina se había acercado, sentados en aquella colina y mirando el mar, a decirnos que el invierno había empezado. Tres meses de un tiempo horrible, de frío penetrante y fuertes vientos.

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