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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Inquisición (27 page)

Era un juzgado del Dominio, dependiente de una legislación haletita, según la cual lo primero que se presuponía era la culpabilidad. Exactamente lo opuesto al sistema del Archipiélago, pero eso era algo que el Dominio había decidido ignorar hacía mucho tiempo. Aunque quizá no en Thetia. En todo caso, Mauriz se vio librado de tener que responder ante la repentina e increíblemente oportuna llegada de nueve cónsules thetianos acompañados por el gobernador.

CAPITULO XIII

Los cónsules aparecieron en ha puerta que conducía al santuario y, lanzándose hacia el refectorio, se colocaron entre nosotros y los inquisidores. Algunos vestían prendas con emblemas de sus clanes (yo ya conocía el color borgoña de los Canteni y el rojo y plateado de Scartaris, pero no pude distinguir los demás). Una mujer iba totalmente vestida de negro y dorado, y me pregunté si ésos serían los colores del clan Polinskarn, pues no tenían nada que ver con los magos mentales.

También Ithien estaba allí, pero, para mi sorpresa, se mantuvo al margen y fue uno de los cónsules quien comenzó a hablar, un hombre entrado en años con cabellos de color gris oscuro. Sus prendas llevaban los colores azul cielo y blanco, pertenecientes a un clan que me era desconocido.

— Ithien me ha advertido que pretendéis hacer un juicio ejemplar —dijo sin exhibir ante los inquisidores deferencia alguna, lo que alegró mi corazón— Eso no es admitido por la ley thetiana.

— Estáis interrumpiendo el trabajo de Ranthas —sostuvo el haletita, pero no parecía tan seguro de sí mismo como unos instantes atrás. Podía comprender su sorpresa: nunca hubiese sospechado que nueve cónsules y el gobernador se hiciesen presentes para rescatar a una tripulación del clan Scartari. ¿A que facción respondía el clan Eirillia, al que pertenecía Ithien? No lo sabia con seguridad y supuse que tampoco Telesta o Mauriz.

— ¿Cuál es el cargo? —exigió saber el cónsul.

— Socorrer a herejes.

Ithien dejo escapar un gemido de disgusto y se aproximó a Mauriz para preguntarle de qué hablaba el inquisidor. Tres o cuatro le dieron la espalda a los inquisidores y se acercaron para escuchar. Tras unos instantes, un hombre gordo vestido con los colores verde y blanco hundió la cabeza entre las manos en un exagerado gesto de desesperación. Luego elevo la mirada y se encogió de hombros con tristeza. Verde y blanco, si no recordaba mal, eran los colores del clan Salassa. Había tal despliegue de galas en aquel salón que resultaba fácil confundirse.

— ¿Qué podemos hacer? —dijo el hombre de Salassa mostrando incredulidad en la voz— No puedo creer lo que intentan hacer. —Su acento era muy marcado y sonaba como si aún estuviese aprendiendo la lengua del Archipiélago. Entonces comenzó a hablar en fluida y veloz lengua thetiana con la mujer que, en mi opinión, era la cónsul de Polinskarn, ignorando por completo a los sacri, los inquisidores y todos los demás. Tras un instante, la cónsul de Polinskarn hizo un gesto a los inquisidores, expresándose con las manos como era costumbre thetiana. Parecía increíble cómo la sala parecía hacerse más pequeña con los diez thetianos dentro manteniendo esas sonoras e incomprensibles conversaciones bajo el techo abovedado. La acústica era espléndida.

— Estáis ante un tribunal inquisitorial debidamente constituido —gritó el inquisidor mientras uno de los sacri daba un golpe a la mesa con la espada para pedir silencio— No permitiré que sea interrumpido este proceso.

— Eso no me preocuparía en vuestro lugar —señaló Ithien torciendo el gesto. Le hablaba al inquisidor por encima del hombro, sin dignarse siquiera volverse por completo— Ahorraos un problema y dejadlos en libertad.

— Ten cuidado, Ithien —advirtió Mauriz con una pizca de cautela en la voz— No vayas demasiado lejos.

— Se comportan como si fuesen dueños de todo —exclamó el gobernador con desdén— Dejemos que al menos por una vez prueben el sabor de su propia medicina. ¿Sólo os acusan de eso? Mauriz asintió:

— Creo que ningún juez aceptaría siquiera proceder con el caso. —Los jueces conocen el sentido de la palabra ley— sostuvo Ithien, y se volvió nuevamente con ademán teatral para hablar con el cónsul que hacía de portavoz (en thetiano otra vez, supuse que para irritar a los inquisidores). Sus gestos exagerados denotaban la fluidez de un extendido ensayo, pero de ningún modo me hubiese atrevido a acusar a ese hombre de ser sólo un fanfarrón.

Volví a levantar la mirada hacia el estrado. Los inquisidores estaban indignados. El asceta estaba tenso y parecía preocupado.

¿Cómo podía ser que eso estuviese sucediendo? Era inconcebible que los thetianos se atreviesen a desafiar el poder del Dominio de tal modo sin temer las consecuencias. ¿No solían ser los clanes bastante más diplomáticos? Según tenía entendido, la política de los clanes se basaba en la sutileza y la traición, no en esta pretensión de tener poder para salirse con la suya. Por lo que me habían dicho, la Asamblea la formaban un montón de débiles sibaritas que se ocultaban temerosos ante la primera señal de presión. Nada de eso se correspondía con lo que estaba presenciando.

Sobre el estrado, el haletita negó con la cabeza en respuesta a algo que le había propuesto el asceta. Parecían estar otra vez en desacuerdo, lo que sin duda era beneficioso para nosotros. Los sacri permanecían inmóviles como era habitual, y mis ojos vagaban por sus rostros. ¿Los inquisidores ordenarían detener también a los cónsules? No sería una medida muy inteligente, pero los thetianos carecían es ese momento de apoyo militar.

— Como gobernador imperial de Ilthys —anunció Ithien interrumpiendo su conversación con el cónsul—, ordeno detener este juicio por violar la ley imperial y las leyes de los clanes.

Parecía una actitud más diplomática, pero ahora los estaba poniendo contra la espada y la pared, sin ofrecerles ninguna salida sencilla.

— Creo que no habéis comprendido aún —repuso lentamente el haletita, como si le hablase a un niño— que vuestras queridas leyes no son aplicables a este tribunal. Nos regimos por el edicto universal, que está por encima de cualquier otra ley.

— Hay algo que me desconcierta, Mauriz —preguntó entonces Ithien, volviendo a desviar la atención e ignorando al inquisidor para dirigirse al Scartari— ¿Cómo es que dañaron el Lodestar?

Mauriz le respondió en thetiano, pero pude comprender mas o menos lo que le había dicho. Ithien pareció escandalizado, y el rostro redondeado y expresivo del hombre de Salassa se contraje en una mueca de espanto. Comentó entonces alguna cosa, y me maldije por no comprender las veloces palabras thetianas que dijeron. Se acercaron otros dos cónsules, y noté la preocupación en sus caras mientras conversaban.

— Dice que por ese motivo los inquisidores se muestran tan confiados —me susurró Palatina. El emisario de los Canteni no había parecido notar aún su presencia, pues hablaba con una mujer de rasgos angulosos, vestida con colores que ya había visto pero que no pude reconocer.

— Aquí importa solamente una ley —sostuvo el inquisidor asceta, pareciendo ahora más confiado. Sin duda suponía que conocer el poder de sus magos pondría fin a la arrogancia thetiana— , y ésa es la ley de Ranthas, que se ha explicado a los acusados y que está por encima de todas las leyes. Su justicia caerá sobre todos los que pequen en su contra.

— Está diciendo que no hay nada de qué preocuparse —me informó Palatina— Dice que por ahora les permite cierta ventaja, pero que pronto hallará una solución, que no hay nada de que preocuparse... pero los otros no están de acuerdo.

El formal juicio de unos instantes atrás se había convertido en un caos. Los cónsules thetianos dominaban la escena, hablando con excitación en grupos de dos y de tres, mientras Ithien y el cónsul que había actuado de portavoz comenzaban a discutir aspectos legales con los inquisidores. La sala parecía mas un concurrido centro social que un tribunal lo que se veía subrayado al destacar el habla veloz y musical de los thetianos

— ¿Cómo nos sacarán de ésta? —le pregunto a Palatina una perpleja Ravenna, cuyo malhumor se había esfumado— Nunca he visto nada parecido.

— Es posible que Thetia no sea tan poderosa como lo fue, y que el emperador posea más control, pero éstos son todavía grandes clanes. Ithien sabe que sera respaldado.

Palatina parecía adelantarse a los hechos, pero más con expectación que con incomodidad. En ningún momento había notado que sintiese nostalgia por Thetia, pero ahora comenzaba a dudar de si eso no habría sido sólo una pose. Entre sus compatriotas, ella hablaba y se movía con una nueva vitalidad, lo que a la vez me agradaba y me inquietaba. ¿Olvidaría el motivo que nos había llevado hasta allí y volvería al mundo donde había vivido antes de que yo la conociese?

Pero ¿por que se sienten tan confiados? —le pregunté ocultando mi preocupación.

Los thetianos todavía gobiernan estos mares y no permitirán que se nos persiga aquí, ni siquiera dentro de un millar de años. Sólo el emperador podría hacer tal cosa, pero ni siquiera Orosius admitiría que haya hogueras o inquisidores en Thetia. Los thetianos no están sometidos a su control, y por lo tanto admitirlo le restaría poder. De hacerlo, los thetianos dejarían de responderle y él no podría soportar que sucediese eso.

Palatina se calló cuando el inquisidor haletita estrelló un libro contra la mesa y alzó la voz en medio del silencio que produjo.

— Nuestros derechos sobre el Archipiélago son absolutos —afirmó, esperando al parecer que eso acabase con la discusión— Es posible que los acusados sean ciudadanos thetianos, pero su crimen consiste en haber socorrido a herejes en el Archipiélago.

— Ya hemos tenido bastante de eso —advirtió Ithien desafiante. Su expresión mostraba que ya estaba harto de la obstinada jerga inquisitorial. El cónsul que hacía de portavoz le puso una mano al hombro para calmarlo y le dijo algo al oído. Ithien asintió y el cónsul añadió algo más.

— De acuerdo con el Pacto de Ral'Tumar firmado por el primigenio primado Temezzar y el emperador Valdur I,Thetia y los ciudadanos thetianos no están sometidos a las leyes religiosas. Los que sean acusados de crímenes religiosos fuera de las fronteras thetianas deberán ser juzgados por cortes seculares thetianas. La ley secular determina que en este caso no se ha cometido ningún delito, y, por lo tanto, el presente juicio es ilegal.

Nada más concluir su discurso, Ithien se dirigió a la puerta y dio una palmada con las manos. El portavoz lo acompañó con expresión alarmada. Entonces Ithien pronunció una palabras feroces e imperiosas señalándonos a nosotros. El cónsul portavoz, más calmado, señaló a los sacri.

— Haréis bien en recordar a qué autoridad os estáis oponiendo —dijo el asceta— Incluso según vuestras normas, la osadía que habéis mostrado ante los representantes de Ranthas en la tierra sería considerada una herejía.

Oí nuevos pasos en el santuario, y un hombre con una armadura recubierta de placas a modo de escamas y un festón en el casco apareció junto a Ithien. A juzgar por la ondeante pluma azul de su casco y los adornos de plata de su capa azul, supuse que se trataba de un comandante de la Marina. ¿Quizá el comandante de la guardia de Ithien? La imagen del militar y los sacri congregados en una misma sala me pareció incongruente. La armadura refulgente y casi fuera de contexto del thetiano parecía ajena a la silenciosa amenaza de los sacri.

—Muy operístico —reflexionó Ravenna—. Aunque en una ópera auténtica el héroe haría ahora su aparición resolviendo toda la trama, los inquisidores obtendrían su merecido, los amantes se marcharían juntos, el dirigente recuperaría su clan, etcétera, etcétera. A mí me pareció más bien una escena de un sueño retorcido e inverosímil: la aterradora Inquisición puesta en su sitio por un heterogéneo grupo de thetianos. Sólo deseaba que hubiese desaparecido una pizca siquiera del pánico que me producía la Inquisición. Pero incluso entonces, cuando parecían haber perdido su autoridad, los dos hombres sobre el estrado eran figuras que infundían temor. En mi interior era consciente de que los thetianos no estaban rescatándonos a nosotros, sino a Mauriz y a su tripulación. Ithien estaba allí para proteger a sus camaradas thetianos, pues existían ciertas lealtades que superaban las diferencias entre clanes.

Por nacimiento, yo era tan thetiano como cualquiera de ellos y me resultaba extraño contemplar a mis compatriotas discutiendo entre ellos en una lengua que me resultaba imposible comprender. No me sentía uno de ellos. Los thetianos vivían en un mundo que yo desconocía, y tampoco estaba muy seguro realmente de desear conocerlo. Y, sin embargo, tampoco estaba decidido a apartarme de él.

— Todos fuera, a toda prisa —ordenó Ithien— Ya nos ocuparemos luego de los equipajes y pertenencias personales de cada uno.

— El inquisidor general se enterará de esto —sentencio el haletita poniéndose de pie, mientras con un furioso gesto del brazo les indicaba a los sacri que obstruían la puerta que se hicieran a un lado— El y el emperador sabrán lo que habéis hecho y veremos si los desafiáis también a ellos.

— ¡Haré que revisen vuestros equipajes en busca de textos heréticos! —fue la frase de despedida del asceta.

— Hazlo —respondió Ithien mientras seguíamos a Mauriz y al resto de la tripulación del Lodestar en dirección a la puerta. Palatina le dio a Mauriz una palmada en el hombro y le dijo algo en thetiano. Mauriz le contestó y ella pareció aliviada.

Habíamos sido liberados sin que se produjera el más mínimo acto de violencia, pero mientras dejábamos el salón y avanzábamos por el lado del santuario, dejando atrás la llama eterna del templo, recordé la mirada en los ojos de los inquisidores y mi alivio desapareció en parte. El castigo sería terrible para cualquiera de nosotros que volviese a caer en sus manos, y Midian estaría al tanto de los acontecimientos tan pronto como el inquisidor se lo comunicara. Midian sentía un odio consumado por los habitantes del Archipiélago, y este episodio no despertaría su amor por Thetia precisamente.

El aroma del santuario nos acompañó cuando salimos al aire de la tarde en Ilthys, rodeados de sonrientes guardias, que parecían muy agradecidos de no haber tenido que intervenir. La guardia de Ithien no era la única presente. Cada uno de los cónsules había contribuido con un regimiento, aunque sólo la guardia del gobernador llevaba armaduras. Me pregunté si los hombres de Ithien sabrían combatir o si emplearían los cascos y las armaduras sólo para desfilar.

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