Intentaba mantener la voz tan baja como podía por si alguien nos estaba escuchando. Pero pocos de los que hubiesen podido ser espías entre el personal de palacio dominarían la lengua del Archipiélago.
— Recuerda: si te enfrentas a él, uno de ambos perderá. Y quien sea derrotado morirá.
Para Ravenna, cuyo hermano había sido asesinado por los sacri y no tenía más familiares, eso era evidentemente muy importante. Hermano era para ella un espacio vacío que alguien debía haber ocupado.
— ¿Realmente crees que lo deseo? —le pregunté con suavidad. A Mauriz ni siquiera se le pasaba por la cabeza la idea de que yo pudiese no aceptar su oferta.
— No lo sé —me dijo Ravenna tras una pausa mientras su voz recuperaba ese tono categórico e inexpresivo— ¿Por qué no?
— ¿Qué ganaría siendo jerarca?
— ¿Poder? ¿Prestigio? ¿Riquezas? ¿Por qué otro motivo la gente se pasa la vida intentando ascender?
Nos esquivábamos con la mirada y ninguno deseaba responder. De hecho, ninguno sabía con certeza qué decir. ¿Cómo poner en palabras las razones por las que me horrorizaba el plan de Mauriz? Pasase lo que pasase habría guerra, muerte y hogueras. Había alternativas. Tenía que haberlas. Y no todas me involucrarían del mismo modo.
— Una existencia colmada de ceremonias, rodeado de sirvientes, en la que debería vivir como otros desean. Peticiones, disputas, cortesanos... y todo lo demás. —Di un nuevo sorbo al café, que ahora había alcanzado la temperatura adecuada, y la miré fijamente— ¿Me conoces tan poco para pensar que yo disfrutaría de eso? ¿Que desearía ese tipo de vida, después de lo que pasé en Lepidor?
— Como te he dicho, realmente no lo sé —respondió desestimando mi ruego— Habría pensado que no, pero has leído el relato de la guerra de Tuonetar. ¿Hubieses dicho acaso que Valdur siempre había deseado ser emperador? Primero intentó oponerse a ser jerarca y, pocos meses más tarde, asesinó a su primo y tomó el trono.
Volví a retirar la mirada con una helada sensación de vacío en el estómago. ¿Realmente me veía de ese modo? ¿Acaso Mauriz había conseguido cambiar tanto su opinión sobre mí? Valdur había sido un monstruo.
— No debí decir eso, Cathan. Tú no te pareces en nada a Valdur. Es que no se me ocurrió otro ejemplo thetiano para mencionar.
— ¿Por qué thetiano? Yo fui criado en Océanus. Y, recuérdalo, soy un pésimo líder, diferente de cualquier ejemplo en el que puedas pensar.
Mi voz era amarga. En dos ocasiones la gente de mi clan me había aclamado como a un héroe, las dos veces después de que mi propia indecisión e incompetencia me llevaron al desastre. La valentía por la que me habían felicitado no había sido suficiente. Y nunca lo sería.
— Tú eres el único que cree tal cosa —aseguró entonces Ravenna acaloradamente, casi como si la lengua la hubiese traicionado— Eso no tiene nada que ver. La ambición y la codicia pueden conducirte a la cima, y el liderazgo no es importante hasta que ya estás allí. E incluso en ese momento, fíjate cuántos emperadores se las han arreglado sin él. Por otra parte, si consiguieses llegar a emperador, ya sólo con eso colmarías las expectativas que tienen en ti los republicanos.
— ¿Es decir que soy libre de hacer lo que desee? ¿Qué consecuencias tendría eso para el Archipiélago?
— Eso es parte de la cuestión. El Archipiélago no sacaría ningún beneficio de semejante plan. Lo siento, Cathan, pero tú no eres la solución. O, al menos, tu nombre no lo es.
— Todos los demás intentan persuadirme de lo contrario —advertí, después de que sus palabras confirmaran mis sospechas. El único propósito de esa conversación era lograr que la propuesta de los republicanos me pareciese menos atractiva— Mauriz dice incluso que mi presencia puede ayudar al Archipiélago. Tú dices que sólo ocasionaría dificultades.
— Me temo que nunca podrás ser una persona anónima, una persona común y corriente. Al menos, ya no. Pero eso no debería impedir que siguieses tu propia voluntad. Cuanto más tiempo estés aquí, mayor será el poder que ellos tengan sobre ti, ya que desde que dejamos Ral´Tumar están convencidos de que pueden controlarte.
— ¿Me estás sugiriendo que me marche?
Ravenna negó con la cabeza.
— Tú eres el único que puede decidirlo.
— En ese caso, ¿adonde debería ir? Tendré tras de mí no sólo al Dominio y al emperador, sino también a todos los clanes. Desconozco las tierras del Archipiélago y no tengo los contactos suficientes.
Por un segundo, Ravenna pareció preocupada, casi arrepentida, pero luego se encogió de hombros.
— Conoces a gente de la Ciudadela. Laeas, Mikas, Persea; su familia vive en la isla contigua a Ilthys. El almirante Karao no es cien por cien fiable, pero no le gustan ni los thetianos ni el Dominio.
— Tengo que encontrar el Aeón. Incluso si Palatina colabora con los thetianos, espero poder confiar en ti. —Ya me había bebido casi todo el café y, extrañamente, parecía relajarme más que estimularme— Todavía tenemos que realizar muchas pesquisas antes de buscar el Aeón, pero no debemos permitir que caiga en sus manos ni en las del imperio ni en las de nadie.
— ¿En quién se podría confiar para algo tan importante? —preguntó ella— Se necesitarían más de dos o tres personas sólo para utilizar los ojos del Cielo. Tengo entendido que es un sistema muy complejo.
Al menos, el del Aeón era un proyecto personal.
— Podrían ayudarnos en la Ciudadela. Sé que todos los líderes heréticos son hombres ancianos y cautelosos, pero quizá encontremos novicios que estén dispuestos a colaborar con nosotros. Quizá también en las academias oceanógraficas.
— Pero sólo los herejes del Archipiélago. No confio en los cambresianos y mucho menos en su gobierno. Y no hay ninguna academia oceanógrafica en el Archipiélago. Ya no. Me temo que sea difícil confiar del todo en alguien —advirtió con una rara expectación. Estaba a punto de preguntarle al respecto cuando comencé a sentirme mareado y muy cansado. Ravenna se acercó para coger la taza de café mientras yo me desplomaba sobre la cama, luchando por mantener los ojos abiertos. «Es como si ella hubiese estado esperando a que me sucediese», pensé débilmente. Luego volví a ver su rostro y por fin comprendí. Demasiado tarde.
Mi cuerpo parecía de plomo, demasiado pesado para levantarlo, y con esa especie de agotamiento observé cómo Ravenna bebía lo que quedaba de su café. Entonces me alzó las piernas y las puso en la cama, se volvió hacia la puerta y, antes de marcharse, se detuvo. Sentí deseos de gritar, de avisarle a alguien, pero no pude. Mi garganta no podía emitir el menor sonido.
Colocó las dos tazas vacías de café junto a la puerta y regresó junto a mí. Tras un breve silencio, arrodillada ante la cama, mordiéndose los labios, susurró:
— Cathan, lamento haber tenido que hacer esto, pero ya no puedo confiar en nadie. No puedo permitirles proclamarte jerarca por sus propios intereses, así que me he visto obligada a adelantarme a ellos.
Vanamente, elevé los ojos hacia ella, intentando resistir la poderosa ola de inconsciencia que se cernía a toda prisa sobre mí. Caí como una marioneta a la que le han cortado las cuerdas. Y las había cortado Ravenna.
— Volveremos a vernos alguna vez si puedes rehuir ese nombre que te acosa. Pero antes no. Antes, de ningún modo.
Ravenna hablaba cada vez más de prisa, quizá porque notaba que yo parpadeaba y mis ojos se iban cerrando.
— Hay gente que me espera. Adiós, Cathan. Recuerda siempre cuánto te amo.
Sus últimas palabras parecían llegar desde muy lejos, y de lo que sucedió después ya no pude recordar nada más.
Una manta ha zarpado esta noche —dijo Mauriz después de que el asistente le entregó su mensaje— Tenía prevista su salida. Era una manta de Polinskarn. Ravenna compró un pasaje anteayer.
Había desconcierto en las caras de las otras cinco personas que estaban en el atrio del consulado. Menos en la de Palatina. Los otros thetianos ignoraban por qué había partido Ravenna y estaban muy preocupados por que fuese una espía. Ni siquiera lo que Palatina les había contado anteriormente sobre lo que había sucedido en Lepidor había disipado sus temores.
— Pero ¿por qué? —preguntó Telesta— Si no es para delatarnos, ¿por qué se ha tomado la molestia de huir?
— Nos habría delatado de un modo u otro —repuse vilmente. Estaba todavía mareado. No había tenido tiempo de recuperarme del salvaje ataque del Dominio al Lodestar antes de que el somnífero de Ravenna me noquease. Según me contó el boticario, había echado una cantidad mucho más alta de la necesaria a fin de contrarrestar el efecto del café. Allí donde había thetianos, había boticarios que no hacían preguntas, y el lúgubre sujeto al que llamaron para identificar la sustancia resultó ser el mismo que se la había vendido a Ravenna.
— ¿Y no nos informaste? —explotó Mauriz. Estaba furioso. Era la primera vez que lo veía dejarse llevar por las emociones, y, en la monótona y húmeda luz matinal de Ilthys, no podía culparlo.
— Palatina os advirtió en Ral´Tumar —expliqué, pero incluso entonces no dije toda la verdad— Ravenna es íntima de la faraona. Supongo que irá a contarle nuestros planes para organizar otro plan por su cuenta.
— Quieres decir que nos traicionará.
— Sí, pero no se pondrá del lado del emperador ni del Dominio —intervino Palatina— Ravenna les odia. Sólo es una patriota y no desea que un thetiano gobierne Qalathar. Cathan no tenía ni idea de que fuese a hacer algo semejante. Ninguno de nosotros se lo imaginaba.
— Sea como sea, la cuestión es que ya no hay secreto —reflexionó Telesta, mucho más calmada que Mauriz, pero aun así con ceño— Y no puede haber ni un rumor. Pondrá a Qalathar contra nosotros. Mauriz, creo que deberías enviar una orden a tu gente de Qalathar: que capturen a Ravenna y la interroguen. Y si eso resulta imposible, que la eliminen.
— ¡No! —replicó enérgicamente Palatina— ¡De ninguna manera!
— Sé que es tu amiga, Palatina, pero podría estropear nuestra mejor oportunidad. Ha estado en nuestras reuniones y se ha comportado como una traidora; no merece tu piedad.
— También ha sido más leal a su líder de lo que lo haya sido nunca cualquiera de nosotros. Huyó porque pone a la faraona por delante de sus amigos. Quizá esté equivocada, pero ella no es una traidora.
— Si no la encontramos, no podremos instaurar tu república, y eso es algo que atañe al clan.
— Pues buscadla por todos los medios, y encontradla si podéis. Pero si muere, os haré responsables. Recordad también que los sentimientos de Cathan hacia ella son muy profundos. Si a Ravenna le sucede alguna cosa, os garantizo que él no os ayudará bajo ningún concepto.
Palatina lo dijo mejor y con mucha mayor autoridad de lo que yo lo hubiese hecho. Como todos los demás, estaba furiosa. Lo único que yo sentía era abatimiento.
— No llegaréis a tiempo —afirmó Ithien, que parecía tomarse el asunto como una traición personal después de la amabilidad con la que había tratado a Ravenna— Llegará allí antes que vosotros y el daño ya estará hecho.
— Además, por el momento no hay forma de ir a Qalathar —añadió Telesta— , ésa era la última manta que iba hacia allí. Incluso si pudiésemos quitarles el Lodestar a esos avaros religiosos, se tardaría semanas en repararlo. Ravenna nos llevaría mucha ventaja.
— Hemos de consultar a los otros clanes —dijo Mauriz de mal humor— Pero seamos discretos.
— Cathan, me temo que después de esto deberemos tenerte vigilado —explicó Mauriz sin amago de disculpa— No estamos seguros de tu entrega a la causa y no podemos arriesgarnos a que seas raptado por nadie más. Por ejemplo, por la gente de la faraona, si es que existe tal cosa.
— Eso es indiscutible —asintió Ithien, dirigiéndose a Palatina y a mí.
Palatina se negó rotundamente:
— Recordad que Cathan es un invitado de honor, no un prisionero. Y que, al fin y al cabo, todo depende de él.
¿Era eso verdad? Entonces comprendí que no me había equivocado cuando pensé en Ral´Tumar, que había perdido mi oportunidad al no tomar una decisión. Me resultaba sencillo entender qué era lo que sucedía, el modo inexorable en que me habían enredado en su causa, tuviese o no el deseo de participar. Es evidente que yo, de alguna manera, podría haber rehusado, pero lo cierto es que me tenían en su poder y se asegurarían que cooperase por las buenas o por las malas.
Me estaba cansando de ser un peón, utilizado para un plan u otro. Incluso si no quedaba otro remedio, al menos intentaría tomar mis propias decisiones a partir de ahora.
— Vigílame si quieres —afirmé incorporándome— No te preocupes por mi fidelidad a vuestra causa. Os ayudaré.
Telesta me miró con seriedad por un momento. Luego asintió con satisfacción.
— Un poco tardía, pero una buena elección —dijo, ella complacida— Creo que es hora de que te presentemos a algunos más.
Había tomado la decisión demasiado tarde para que tuviese algún significado, pero al menos ahora estaría participando por mi propia voluntad. No es que tuviese una idea cabal de dónde me estaba metiendo, pero las palabras y el comportamiento de Ravenna la noche anterior seguían frescas en mi mente. Sentía que ella me había traicionado, incluso si era cierto lo contrario. ¿Había sido imprescindible que me drogase? Habría podido desaparecer sin más durante la noche.
Pero eso no le había bastado. «Volveremos a vernos alguna vez si puedes dejar atrás ese nombre que te acosa. Pero antes no. Antes, de ningún modo.» Ravenna quería que oyese esas palabras, incluso en el estado de confusión en que me hallaba, y yo sabía qué era lo que pretendía decir. Era para mí una pequeña satisfacción saber que no había podido marcharse sin darme una explicación e incluso que una parte de ella deseaba hacer otra cosa. Pero entonces...
¡Por Thetis! ¡Ya no estaba seguro de lo que sucedía! Ravenna se había ido, eso estaba claro. Había partido para ser la faraona de Qalathar y asegurarse así de que yo no liderase la lucha de su pueblo contra el Dominio, si es que eso llegaba a suceder. No había confiado en mí lo suficiente para pedirme que la acompañase, algo que hubiese hecho sin dudarlo. Habría hecho todo cuanto fuese necesario por ella como faraona, pero ahora no me quedaba más opción que aquella a la que Ravenna tanto se había opuesto.
Pasaban los días en Ilthys y las mantas iban y venían, pero ninguna se dirigía a Qalathar. Según había informado el jefe del puerto, se esperaba que pronto llegase una con ese destino, pero pertenecía al clan Jonti, en el que era imposible confiar. Según explicó Palatina, se trataba de un clan tan religioso como podía serlo cualquiera de los clanes thetianos, y en la Asamblea sus miembros apoyaban con fervor al exarca y, en consecuencia, al emperador.