Cambié de posición en el banco de piedra; el mármol estaba aún muy frío y las maderas de la valla se me clavaban en la espalda.
— El problema es unir los movimientos independentistas de Qalathar y Thetia —afirmó Palatina, mirando dudosa— ¿O acaso estar utilizando Qalathar sólo como una plataforma para iniciar la revolución en Thetia? El Archipiélago merece mucho más que eso.
— Necesitamos una flota —agregó Ithien asintiendo— Si pudiésemos influir sobre los almirantes, no sería tan difícil quitarle apoyo al emperador y, a la vez, proteger a Qalathar. Y para contar con una flota necesitamos al mariscal —agregó fijando la mirada en Palatina.
Recorrí el jardín con la vista, preguntándome si habría alguien oculto tras la cerca de las higueras. Lo que se estaba discutiendo era alta traición, e Ithien no parecía haber tomado ninguna precaución contra los fisgones. ¿No le importaba? En las dos o más horas que habían transcurrido desde que lo había conocido ya había insultado públicamente a la Inquisición, al Dominio en su totalidad y al emperador.
— ¿El mariscal? —repuso Palatina tartamudeando— ¡Hablamos de derrocar al emperador, por el amor de Ranthas! No pretenderás involucrar en esto al mariscal. Los mariscales han prestado servicio a esa familia durante más de dos siglos. ¿Crees que ahora iría en su contra? ¿Incluso tratándose de Orosius?
— Desprecia a Orosius, ¿no es verdad? —acote recordando una conversación mantenida hacía unos dos meses en el jardín del palacio de mi padre, en Lepidor. Si lograba alentarlos para que implicaran a Tanais, yo podría adquirir mayor influencia. Eso quizá me pusiese en sus manos, pero no por ello dejaría de concebir mis propios planes, por muy pequeños que fuesen en comparación con las intenciones de los thetianos— ¿No dijo él que Orosius era un descrédito para la reputación de los Tar'Conantur y que no me revelaría mi verdadera identidad? Quizá eso implique que también Tanais planea algo.
Palatina me miró pidiéndome cautela. Entonces habló Mauriz:
— El mariscal pasa tanto tiempo fuera que quizá debamos encarar este asunto sin su colaboración. Bastaría convencer al almirante Charidemus y a otros aunque sea de que se mantengan neutrales. Lo único de verdad esencial es que la armada no respalde al emperador.
—Es necesario hacer planes más concretos —sostuvo tajantemente Palatina— Todavía no contamos con el consentimiento de Cathan, que es imprescindible, y debemos determinar una estrategia adecuada. Llamad a nuestros aliados, aseguraos de que todos actuemos juntos cuando llegue el momento crucial. No debemos hacer nada apresurado y mucho menos tomar decisiones unilaterales. ¿De acuerdo?
Los thetianos se miraron entre sí y pronto Ithien asintió con reticencia. Al parecer no estaba habituado a que se le impusieran normas.
— Es necesario planear, completamente de acuerdo, pero no nos demoremos demasiado —sentenció Mauriz con firmeza— Tenemos la ocasión. Thetia no debe sufrir durante más tiempo el yugo de ese tirano.
Cuando la conversación viró hacia cuestiones menos explosivas Ithien y Mauriz pusieron a Palatina al día sobre los sucesos de los últimos dos años en Thetia. Las últimas palabras de Mauriz seguían resonando en mi mente.
Ahora me quedaba claro que la religión no era la única fuente para crear fanáticos. Había presenciado el fanatismo religioso con demasiada proximidad para mi gusto, pero la política había sido siempre un juego mortal, colmado de intrigas y conspiraciones. El poder y la ambición eran una constante en la política mundial, pero los republicanos de Thetia parecían motivados por mucho más que eso. Seguían una línea ideológica tan rígida que, de hecho, acababan pareciéndose en cierto modo al propio Dominio.
Descubrir el fanatismo que se ocultaba tras la culta y elegante fachada de Mauriz fue para mí como un jarro de agua fría. Un fanático republicano, quizá menos sediento de sangre que un inquisidor, pero eso era tan sólo una diferencia de grado. Con su actitud soberbia y su carencia de tacto, Ithien no era mejor que él. Su fanatismo era de una especie distinta, enmascarado por la arrogancia y por esa sorprendente confianza en sí mismo, pero no por eso dejaba de tenerlo.
Y Palatina, que había sido mi amiga más íntima durante los últimos dos años, de quien suponía que había dejado muy atrás su pasado thetiano, era ahora el centro de atención. Los demás la miraban desde abajo: era para ellos un icono tan potente como Lachazzar lo era para los más extremados fundamentalistas. Palatina había sido siempre líder, estratega, pero en la Ciudadela y Lepidor no había tenido mucho que hacer. Aquí, en el corazón del Archipiélago, a sólo unos pocos miles de kilómetros de la mismísima Thetia, las apuestas eran mucho más elevadas.
Observé a Ravenna mientras la conversación de los thetianos nos iba dejando al margen y leí la expresión de su rostro por un momento, antes de que notase mi mirada y me brindase una ligera sonrisa. Me preocupó, pues percibí en sus ojos una determinación y una certeza que no le había visto hacía bastante tiempo. Era evidente que acababa de tomar una decisión respecto a algo, y no deseaba que me inmiscuyera lo más mínimo. De haber sido mas observador, quizá me habría percatado de qué era lo que tramaba Pero no lo descubrí... hasta que fue demasiado tarde.
Dos días después estaba tumbado en mi cama del consulado Scartari oyendo cómo la lluvia golpeaba contra las persianas cuando Ravenna llamó a la puerta.
Una tormenta de invierno se había cernido sobre Ilthys esa tarde, obligando a todos a guarecerse. No era de ningún modo tan terrible como hubiese sido en Lepidor. Sin montañas para causar turbulencias, la tormenta apenas se deslizó por encima de las suaves colinas de la isla. Era extraño alzar la vista y no distinguir el tenue y casi invisible brillo del campo de éter protegiendo la ciudad. Me sentía expuesto sin él.
No había necesidad de protección realmente. En Ilthys, la única molestia que podía ocasionar una tormenta era la de cerrar las ventanas y no salir afuera. El consulado se hallaba en el lado que miraba al mar, en la parte superior de la ciudad y, aunque débilmente, podía oír el sonido de las olas chocando contra el acantilado. Pero eso y la lluvia eran las únicas señales de la tormenta.
Para pasar el rato, esa tarde Ithien nos había enseñado un juego de cartas thetiano. Se empleaba un curioso mazo con muchas más cartas que las habituales e, inevitablemente, requería intensas negociaciones. Lo llamaban cambarri y, de un modo u otro, era al parecer el entretenimiento más popular de Thetia y podía volverse intrincadamente complejo si lo jugaban expertos.
Ithien y Mauriz eran sin duda expertos. Palatina conocía las reglas pero tenía el juego un poco olvidado y Telesta no parecía haberlo practicado demasiado. Como Ravenna y yo éramos novatos, los demás acabaron desplumándonos en seguida. Afortunadamente no jugábamos con dinero, bebida ni ninguna de las otras apuestas que habían propuesto al principio de la partida. En cambio, utilizamos un montón de monedas de poco valor que alguien había traído.
Cambarri era un juego con un final muy abierto, y, cuando durante unos dos minutos conseguí ganarle unas cuantas monedas a Palatina, comprendí lo adictivo que podía llegar a ser. En relación a las costumbres thetianas lo dejamos bastante pronto, pues, aunque Mauriz e Ithien nos habían dado bastante ventaja, aun así nos ganaron con facilidad. Era difícil saber cuántas entre las incontables historias que Ithien nos contó sobre pasadas partidas eran ciertas, pero agradecí que no hubiésemos sido huéspedes del presidente del clan Decaris, el líder thetiano con la peor reputación por su decadencia y escandalosas partidas.
Los demás parecían tomar con seriedad tales relatos. Según me enteré, Eirillia, el clan de Ithien, pertenecía a la misma facción que los Decaris y poseía numerosos bienes en Ilthys, los suficientes para que el representante de la facción Decaris de allí perteneciese a Eirillia. Era el cónsul vestido de azul cielo y blanco que había hecho de portavoz. Pese a esa relación, ninguno parecía tener mucho respeto por el presidente de los Decaris.
Ya rondaba la medianoche cuando acabamos, de modo que regresé a mi habitación mojándome bastante en el camino. Palatina, Ravenna y yo habíamos sido alojados en un edificio del jardín, conectado con el consulado por un sendero cubierto que apenas brindaba protección contra la lluvia torrencial.
Estaba inquieto, incapaz de concentrarme en la novela del Archipiélago que me había prestado y sin nada de sueño. Por eso fue un alivio oír los golpes de Ravenna en mi puerta.
Llevaba dos humeantes tazas de café thetiano. Acepté una con gratitud e invité a Ravenna a ocupar la única silla que había en la habitación mientras yo me sentaba en la cama. No era una habitación demasiado grande ni lujosa, y seguramente había sido diseñada para alojar a los miembros más jóvenes de las delegaciones visitantes. Con todo, era mucho más confortable que las celdas para herejes de la manta del Dominio.
— ¿Tampoco puedes dormir? —le pregunté sin estar seguro de la sinceridad de su respuesta..Traerme café era un cordial gesto de su parte, pero imaginé que ocultaría algún otro motivo. Sobre todo teniendo en cuenta cómo estaban las cosas.
Ella asintió:
—Supongo que no estoy acostumbrada a las tormentas de este lugar. O quizá sea un efecto del juego. Hamílcar habría disfrutado de toda esa negociación, y Palatina ya sabía las reglas. Pero yo estuve horrible.
— No peor que yo o que Telesta, que pese a ser thetiana jugaba tan mal como nosotros —dije, y bebí un sorbo de café, que por fortuna no estaba demasiado caliente. En otras partes del Archipiélago se servía el café casi al punto de ebullición. Supuse que eso no era preciso en Thetia, con su clima cálido.
— Las historias de Ithien me han preocupado mucho. ¿Cómo esperan triunfar si tienen a cargo a gente de esa calaña?
— No lo sé, parecen nadar en un mar de confianza.
Aún me desconcertaba la diferencia entre los thetianos que había descrito Palatina y los que habíamos conocido. Era evidente que Ithien y sus compañeros vivían muy bien y a veces incluso sin preocupaciones. Pero su energía y entrega no encajaban con su crítica casi salvaje de la decadencia de los clanes.
— ¿Crees que pueden tener éxito sus planes?
— Les falta recorrer un largo camino, pero ahora Palatina parece haberse puesto al cargo y quizá las cosas cambien. Sin ella, no les creería en absoluto.
Apenas había visto a Palatina en los últimos dos días, ya que solía pasar casi todo su tiempo en reuniones privadas con Ithien, Mauriz y otro cónsul del clan. Palatina nos había advertido por anticipado, señalando que intentaría desentrañar en qué consistían los planes del grupo, pero todavía no había acabado.
— No estoy de acuerdo con ellos, como sin duda ya habrás adivinado. Té quieren a ti para Thetia, y sólo para Thetia. Es obvio que a Ithien y Mauriz no les importa en absoluto lo que le suceda al Archipiélago, y no sé hasta qué punto Telesta no piensa igual que ellos.
Su repentina sinceridad, el hecho de que desease hablar abiertamente al respecto, me cogieron desprevenido. No era algo común en Ravenna, pero ya no parecía ser tampoco la misma. Había cambiado.
— No creo que Palatina olvide la herejía —afirmé— Ni aunque los otros republicanos la considerasen discutible, supongo que para ella el Archipiélago significa mucho más. O al menos eso espero. Si consiguiese derrocar al emperador, Palatina estaría en condiciones de hacer en Thetia mucho más por el Archipiélago.
Ravenna se alejó ligeramente de mí y comprendí de inmediato que la habían contrariado algunas palabras mías.
— ¿Te parece? —preguntó en tono neutro.
A decir verdad, no estaba demasiado seguro de lo que acababa de argumentar, pero no era momento de discutir con Ravenna. Incluso si el plan de Mauriz me habla parecido más realista que cualquier otra cosa que escuché a continuación, la presencia de Ravenna representaba una auténtica complicación. Otra complicación no menor, mi propia incapacidad para ponerme a la altura de lo que se esperaba de mí, sólo podía remediarse con la ayuda de Ravenna y la gente del Archipiélago. No era ni intención ofenderla bajo ningún concepto, ni tampoco alentar su furia hacia el modo casual en que Mauriz encaraba algo que para ella era más profundo y duradero. Supongo que también me movían motivos más egoístas: tenerla a mi lado implicaba para mí una vía de escape en relación con el plan de Mauriz. Pero ¿qué motivo no era egoísta, al fin y al cabo?
— Era sólo una hipótesis —advertí, ansioso por aplacar su enfado— También Orosius es peligroso y si decide ayudar a alguien, ese alguien será el Dominio.
— Orosius es tu hermano, ¿Eso no significa nada para ti?
Era la primera vez que alguien pronunciaba en voz alta esa extraña y casi espantosa idea. Mi hermano era Jerian, aquel pequeño salvaje de siete años que se metía constantemente en problemas como todos los niños de su edad. Sólo él era mi hermano, y no la distante y maliciosa figura que ocupaba el palacio imperial en Selerian Alastre.
— ¿Qué debería significar? —le pregunté a Ravenna mientras me colocaba la almohada en la espalda para sentarme contra la pared.
— No puedes verlo sólo como a un enemigo más, sin importar lo malvado que sea. Mauriz desea utilizarte para derrocarlo y establecer en su lugar una república thetiana. ¿Cuánto tiempo crees que sobrevivirá Orosius a eso? ¿Qué posibilidades de seguir vivo tiene un emperador carente de trono, que no es demasiado querido, aun cuando conserve algo de poder?
— ¿Cómo crees que me trataría si me capturase?
— Ese no es el problema. Tú no debes comportarte del mismo modo que él. La cuestión es que, para Mauriz y sus amigos, se trata de un enemigo, y muy amenazante para sus proyectos. Ellos no tienen ningún lazo con Orosius, ninguno en absoluto.
La lluvia repicaba con fuerza en las persianas y producía un constante acompañamiento a nuestra conversación. Pero la habitación era gratamente cálida y el café estaba muy bien preparado. ¿Lo habría hecho la propia Ravenna o alguno de los cocineros?
— ¿Qué es lo que dices?, ¿que no debería oponerme a Orosius porque es mi hermano? Por supuesto que no lo considero al mismo nivel que Midian o Lachazzar, pero debes entender, Ravenna, que aun así sigue siendo mi enemigo. No me he criado con él, nunca lo he visto y defiende todas las cosas a las que me opongo. ¿Podríamos estar más distanciados acaso? Lo único que nos une es haber tenido los mismos padres.