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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Inquisición (26 page)

Ilthys era en muchos sentidos una ciudad semejante a Ral'Tumar. Se veía la misma arquitectura y una idéntica combinación de cúpulas, jardines y bóvedas. Pero al contrario de Ral´Tumar, aquí casi todas las edificaciones estaban situadas en la parte superior de los acantilados, completamente protegidas por altas murallas. Era un paisaje imponente y me pregunté por qué la habrían construido así, dado que, por lo que podía recordar, Ilthys jamás había sido atacada.

Cuando comenzamos a ascender por el empinado y serpenteante camino que corría junto al acantilado, rodeando la parte más baja de Ilthys, comprobé que el Dominio ya controlaba la isla. El inquisidor fue agasajado en el puerto submarino por el avarca por un camarada inquisidor con apariencia de inflexible asceta.

Aunque su destino último era Qalathar, parecía evidente que nuestro captor tenía intención de pasar la noche en el templo, pues tanto a Ravenna como a mí nos hizo cargar pesados equipajes. Aunque fuese más agotador, razoné que era mucho peor ser tratados como prisioneros.

— ¿Habéis dejado hermanos de la orden en Sianor para que prosigan allí nuestra labor? —preguntó a nuestro captor el asceta, quien por poco no retrocedió ante su fuerte autoridad y temible presencia.

— Hemos dejado a tantos como nos lo han permitido los acontecimientos. Dejaré contigo a algunos hermanos antes de dirigirme a Qalathar, para así poder regresar a Sianor en otra nave.

— Es una pena que haya sido destruida la nave renegada —subrayó el asceta— Podría haber sido útil.

— Resistió durante demasiado tiempo.

— Se me ocurre que la técnica de ataque es algo exagerada. Los herejes deben ser utilizados para dar ejemplo. No tiene ningún sentido matarlos sin más. En las profundidades del océano no hay testigos.

— Si deseas hacerles alguna sugerencia a los magos, no dudo que las escucharán.

— Lo haré, y le enviaré un mensaje a Midian en Qalathar. Es nuestra arma más potente y no debería ser empleada para matar, sino para obtener justicia. Ranthas lo juzga todo, pero no debería verse obligado a ocuparse del alma de los herejes.

Mientras sentía un intenso dolor en los hombros debido a la carga, escuché con estupefacta fascinación cómo aquellos dos sujetos debatían calmadamente los métodos de su carnicería. Sólo en el Lodestar habían muerto doce hombres, cuyas vidas, aun siendo posibles herejes, parecían carecer de importancia para ambos. En cuanto al Avanhatai, estaban satisfechos de su completa destrucción, pero lamentaban que no pudiese ser empleado para provocar más terror.

Todavía más interesante era la disputa entre ellos. A la sombra como estaba de su más dinámico colega, el asceta se había permitido criticar las tácticas extremas del otro, críticas que no habían sido bien recibidas. ¿Sería rivalidad profesional o animosidad personal? No parecían conocerse demasiado entre sí, y su saludo había sido mas bien frío y formal.

Y acerca de la afirmación casual de que el Dominio estaba mejor capacitado para juzgar las almas que el propio dios que ellos adoraban...

— Hermano, estoy ansioso por saber de tus victorias —dijo el haletita de manera poco sutil— Habiendo salido de Sianor con tantas prisas para capturar a esos herejes, todavía no he tenido oportunidad de ver lo efectiva que es nuestra presencia aquí.

En otras palabras: «Yo he capturado un montón de herejes y maté a unos cuantos más... ¿Qué has hecho tú?». Me resultaba extraño, dados sus conocimientos políticos, que careciese de todo tacto al dirigirse a ese poco mundano asceta.

—Los tres días de gracia acabaran mañana. Ya he dado caza a una conocida hereje buscada por el inquisidor general y que será juzgada y quemada en la hoguera el primer día de mercado. Los procesos son un poco más lentos dentro del marco de la ley. Si consideras que tus prisioneros son culpables, podríamos organizar una ceremonia más imponente.

El rostro del haletita se ensombreció, pero había dejado en el tribunal de Sianor apenas cuatro sacri y dos inquisidores a fin de partir a la caza del Avanhatai. Probablemente, demorarse unos pocos minutos para desembarcar a algunos más y asegurarse de que todo discurriera con fluidez no hubiese ocasionado ninguna dificultad añadida a la persecución del buque de Qalathar.

— Espero que el inquisidor general en persona se interese por este caso.

— No dudo que alabará vuestros éxitos.

Se produjo un nuevo silencio y mi mente se dispersó. Volví la mirada hacia el mar, que ahora estaba debajo de nosotros, más allá de los arcos de la muralla. Como la ciudad a la que conducía, el camino estaba amurallado a cada lado, permitiendo sólo la visión del océano. Debía de ser una imagen encantadora en un día de verano, cuando las aguas fuesen azules y no de un gris verdoso.

Todavía no habíamos alcanzado la cima cuando oí el sonido de caballos acercándose delante de nosotros. Entre las cabezas de los sacri y el corcel del asceta pude ver cómo tres jinetes aparecían en el camino hacia la parte superior de la ciudad y se detenían bloqueando deliberadamente el paso del inquisidor.

El haletita alzó las riendas con la habilidad de un gran jinete mientras que los sacri cogieron las riendas del asceta y, más o menos, lograron detener al caballo. Los sacri interrumpieron la marcha junto con sus superiores y detrás de nosotros toda la columna hizo alto de forma abrupta.

— ¿Quién osa obstaculizar el paso de los agentes del Dominio? —preguntó el haletita.

El jinete que lideraba el trío, montado en un espléndido semental de crin dorada y bastante más alto que los corceles de los inquisidores, los observó con detenimiento por un instante.

— Tengo entendido que habéis atacado de forma ilegal una manta Scartaris y habéis hecho prisionera a su tripulación. ¿Me equivoco? Me pareció un hombre muy joven, thetiano de pies a cabeza con cabellos castaño oscuro y piel aceitunada. Tenía un rostro expresivo y ojos vivos. Llevaba prendas de seda y un broche de oro en su túnica (su rango debía ser muy alto). Y fue la primera persona que conocí en el Archipiélago que parecía tener voluntad de enfrentarse de igual a igual a un inquisidor. Sus compañeros, también vestidos lujosamente, transmitían ambos la sensación de ser gente que espera ser obedecida. Lino era una mujer, cuyos cabellos dorados no podían ser naturales considerando el color de su piel. Quizá representase al consulado Scartari, dado que sus prendas llevaban el emblema de la familia.

— ¿Quiénes sois vosotros, que os permitís interrumpir la labor de Ranthas? —lanzó el asceta.

— Ithien Eirillia, gobernador de Ilthys en nombre de la Asamblea. Soy responsable del bienestar de mis compatriotas en Ilthys, lo que sin duda incluye a estas personas.

Con actitud dubitativa y representando aún mi papel de sirviente, miré a mi alrededor fijando los ojos en Mauriz, quien en lugar del ceño fruncido que había mantenido hasta entonces exhibía una ligera sonrisa.

— Han sido arrestadas bajo sospecha de herejía.

— ¿En base a qué cargo?

— No estoy obligado a responder vuestras preguntas. Ahora retiraos del camino antes de que os arreste a vosotros por proteger la herejía.

El haletita se inclinó hacia adelante y susurró algo al oído del asceta.

— Soy oficial del imperio thetiano —agregó Ithien sin dar un paso— Vuestro edicto os permite erradicar la herejía dentro del Archipiélago. Estos son ciudadanos thetianos y vuestro edicto no los incluye.

— El edicto exige que todos los poderes seculares cooperen con nosotros bajo pena de excomunión.

Fuese lo que fuese que el haletita le había dicho al asceta no había conseguido moderar el tono de su voz. Si bien el asceta no era haletita ni tanethano, era difícil establecer su lugar de origen. Pensé que podía provenir de algún sitio muy alejado de Thetia.

— Aun así —respondió Ithien— Explicaréis las circunstancias y, en caso de no existir una acusación genuina, habrá un juicio secular.

— ¡Fuera de nuestro camino! —gritó el haletita— Vestimos el hábito, somos representantes de Ranthas en Aquasilva. Quien obstruya nuestro paso obstruye la voluntad de Ranthas. Vuestro emperador nos ha brindado su completo apoyo en esto. Dejadnos pasar.

— El emperador no tiene tanto poder como piensa —advirtió Ithien— Regresaré.

— Trae contigo a un Canteni, Ithien —reclamó Mauriz a mis espaldas— Se sorprenderán mucho.

— ¿Un Canteni? Traeré a uno, y a muchas personas más. Confía en mí, Mauriz.

Ithien y sus compañeros giraron sus corceles y cabalgaron hacia la ciudad con despreocupación, como si el Dominio no estuviese allí. Parecía que Thetia y su gente eran mucho más complejos de lo que yo había supuesto. Era increíble la arrogancia que había demostrado Ithien ante sujetos temidos por el resto del mundo. Como descubriría no mucho después, era un individuo dotado de una inusual confianza en sí mismo, pero no para un representante de Thetia. Y no cabía duda de que su autoridad era aún mayor que la de Mauriz.

Mientras los inquisidores retomaban la marcha, no dejaba de preguntarme cómo haría Ithien para liberarnos. Sin duda habría en la ciudad tropas Scartari, pero no podrían de ningún modo equipararse al poder de los sacri, y era impensable que interviniesen las guarniciones imperiales. Tomar las armas contra el Dominio hubiese equivalido a condenarse, sin importar lo poderoso que fuese el clan. Y si no podía hacer frente a las circunstancias... entonces ¿de dónde venía su confianza?

A ambos lados de la pequeña procesión, la población local cruzaba las calles observándonos con sorpresa, temor, incomodidad e, incluso, algo de amargura. Según pude constatar tras ver cómo desviaban los ojos de mí y los concentraban en los sacri, todos esos sentimientos eran dirigidos hacia los captores, no hacia sus prisioneros.

Por fortuna, el sector más alto de la ciudad se hallaba más o menos al mismo nivel que el resto, elevándose apenas un poco al llegar al palacio fortaleza, en el extremo más lejano, y visible desde donde estábamos sólo entre los techos de las viviendas. En algún sentido, la ciudad era diferente de Ral´Tumar, aunque aún no podía precisar por qué. Era bastante más pequeña y no se veía a tantos extranjeros.

Como todos, el templo estaba situado en la avenida principal, cerca de la plaza del mercado, interrumpiendo de modo poco agradable las extensas columnatas que discurrían a ambos lados de la avenida. En ese aspecto, Ilthys era muy similar a Taneth, aunque con un estilo arquitectónico diferente. Incluso el templo, con tres plantas de altura y una inmensa bóveda dominando la fachada (demasiado grande para cualquier puerta), seguía las lineas de estilo del Archipiélago. ¿Sería acaso mas antiguo que el propio Dominio? ¿Habría sido originalmente un templo dedicado a Thetis, confiscado y reformado?

Era realmente un templo muy bonito, por mucho que el Dominio hubiese intentado transformarlo. Nos condujeron adentro a través de un portal con vigas de madera en el techo, que en el sector que rodeaba el santuario y las edificaciones situadas detrás había sido decorado con estrellas pintadas. Uno de los ascetas que escoltaban a los sacri nos dijo a Ravenna y a mí dónde depositar el equipaje del haletita, lo que hicimos obedientemente antes de regresar al salón, como nos habían indicado. El templo ya estaba casi lleno debido a la presencia del tribunal de los ascetas, y me pregunté de qué modo harían sitio a los otros inquisidores.

Los dos inquisidores que iban por delante habían desaparecido de nuestra vista, mientras que sus subordinados mantenían un atento control en la gente congregada en el salón. Los monaguillos hicieron a un lado la mesa, colocando sobre la tarima sillas para los inquisidores. Intentaban acelerar el procedimiento, y aventuré que sería para dictar la condena antes de que llegasen los thetianos a complicar las cosas.

Pero, por mucho que lo intentasen, no había manera de que acabasen a tiempo. Según me informó Ravenna al oído, de pie junto a mi a un lado del refectorio (ambos un poco alejados de los demás), los juicios duraban al menos un par de horas.

Al parecer ya se habían olvidado de nosotros. ¿O acaso nos reunirían con los Scartari cuando regresasen los inquisidores? Todavía estaba asustado, pero no tanto como antes. Aunque parezca egoísta, eso se debía a la seguridad de que ya no era el centro de los acontecimientos. Y Mauriz, que sí lo era, daba la impresión de contar con un firme respaldo.

Los inquisidores no reaparecieron hasta que todo estuvo en su sitio y entonces cruzaron una puerta lateral realizando la entrada ceremonial. Parecían mucho más amenazadores que antes, avanzando hacia las sillas del estrado con ese paso medido que constituía uno de sus rasgos más fastidiosos.

Una vez que tomaron asiento y se unió un tercero a los dos líderes, el haletita le hizo una sutil señal a uno de los sacri, que nos empujó a Ravenna y a mí para que nos integrásemos en el grupo del centro. Había sido idiota pensar que las cosas pudiesen suceder de otra manera.

Antes de que comenzasen se oyó una plegaria para pedirle a Ranthas que bendijese sus actos, que fue entonada por otro inquisidor situado en un lado.

— Habéis ayudado a herejes y renegados incumpliendo el edicto universal de Lachazzar. Esa que habéis violado es una ley dictada por Ranthas, superior a todas las leyes terrenales —empezó a decir el asceta cuando acabaron las formalidades. Dirigía la mirada a Mauriz, de pie en la primera hilera del grupo junto al oficial principal y al oficial tercero del Lodestar.

— Lo que hicimos fue prestar ayuda a una nave averiada —afirmó Mauriz sin dar rodeos y sin intentar de ningún modo descargar la culpa sobre el capitán, que había muerto la noche anterior— Hasta que enlazamos las naves, no hubo manera de saber si estaba o no, como vosotros decís, repleta de renegados. Les ayudamos lo suficiente para que su buque pudiese navegar.

— Eso no demuestra vuestra inocencia.

— No necesito demostrarte mi inocencia, inquisidor. Según la ley imperial no he cometido ningún delito, ni lo ha hecho ninguno de los tripulantes del Lodestar. Somos ciudadanos thetianos y no estamos bajo vuestra jurisdicción. —Su tono era rotundo, desdeñoso. En la nave había parecido menos confiado. Al parecer, buena parte de su seguridad actual se relacionaba con Ithien

—Estáis ante un juzgado de Ranthas, no ante un juzgado de los hombres. Nosotros no respondemos a la ley de vuestro imperio, ni siquiera en caso de no existir el edicto universal. Habréis oído hablar de él o lo habréis leído si conocéis la Carta de la ley divina. Se os acusa de socorrer a herejes, lo que de acuerdo con el edicto es condenable como herejía. ¿Podéis demostrar vuestra inocencia?

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