Persea me brindó su media sonrisa, que me había negado en los últimos tiempos. En los seis meses desde que habíamos dejado la Ciudadela, había cambiado. Todos habíamos cambiado, pero era duro ver a Persea como lo hacían todos los demás, en el papel de una de las más férreas enemigas del Dominio.
— No necesitas inventarte excusas. Confío en tu sincero deseo de encontrarlos. Ahora, lo mejor es que no permanezcamos murmurando demasiado rato. Alguien podría oírnos. Habla con la gente para ver qué piensa. A eso hemos venido.
«No exactamente», me dije para mis adentros. Estábamos allí para que Alidrisi descubriera qué pensaban los demás sin tener que esforzarse lo más mínimo. Pero si él podía aprovechar esa oportunidad, lo mismo podíamos hacer nosotros.
Esto lo hemos hecho todo nosotros —dijo Alciana extendiendo la mano sobre la isla de Qalathar, verde y radiante, con un mar muy azul, como debía de verse en verano. Bajo la superficie del agua, el fondo rocoso de la isla era una sombra oscura e indistinguible— Lo hemos sondeado pese a nuestro ajustado presupuesto. El Instituto Oceanógrafico dijo que Qalathar no era lo bastante importante para construir un modelo de éter con tanto detalle.
—
Notable —afirmé descansando las manos sobre el borde de la mesa de éter y estudiando la imagen. El grado de detalle era increíble, incluso para las tierras que habían sido registradas mediante un único sondeo superficial con globos. Sólo un sector del oeste estaba vacío, pero ya sabía el motivo. El registro submarino era extremadamente preciso, mucho más de lo que nunca lo había visto en Lepidor, incluso en los buques que nos visitaban, puesto que el estudio de las costas de mi tierra no había sido jamás prioritario. Al menos hasta hace poco.— El instituto apenas ha sondeado Thetia, Taneth y las principales rutas de viaje —explicó su compañero oceanógrafo Tamanes, la otra persona en la amplia sala cartográfica de la estación.— ¿Cómo habéis obtenido el equipo?
— Conseguimos el prototipo cuando el instituto central ya no lo necesitó —dijo Tamanes sonriendo— Tiene la mala costumbre de explotarnos en plena cara, pero funciona.
— Mira esto —advirtió Alciana a mis espaldas mientras manejaba los controles y la imagen se ampliaba a toda velocidad a medida que nos aproximábamos al pequeño sector blanco que ocupaba Tandaris. Vi cómo la ciudad pasaba de ser sólo una forma a mostrar todos sus detalles en una representación casi perfecta en la que no faltaban los parques y sus árboles. Luego nos sumergimos bajo el agua. La luz de la sala cambió hasta ser un suave brillo azul y en la mesa pudo verse un enorme acantilado, con sus irregularidades y sus cuevas, que se extendía por todo el perímetro de la ciudad. Habían sido capaces de sondear un largo trecho bajo el mar, ventaja que brindaban los nuevos equipos desarrollados por los thetianos unos años antes.— ¿A cuánta profundidad desciende?
— A unos trece o catorce kilómetros alrededor de toda la isla, salvo en la costa de la Perdición. Nadie se arriesgaría a perder su equipo allí y, en todo caso, la gente se mantiene alejada de esa costa. Alciana volvió a mover la imagen, haciendo que la isla rotase al azar, y luego observamos con detalle la costa noroeste.
Allí había una zona montañosa según la escala del continente, una sucesión casi continua de acantilados, interrumpida cada tanto por las cavernas, y comprobé con sólo verlas que nunca podrían ser puertos submarinos seguros. La imagen desaparecía casi de inmediato sobre la isla, como cubierta por un velo de niebla. La seguridad de Tehama y el lago Sagrado se encontraba en algún sitio por allí, donde la gran catarata se elevaba un kilómetro y medio en su punto más alto.
Bajo aquellos oscuros acantilados, la roca era una pesadilla de murallas impenetrables y espolones que resultaban singularmente rizados en relación con el resto de la imagen, como si hubiesen sido registrados por una sonda de primera generación. En el límite inferior de la imagen y a muchos kilómetros de la costa había escarpados pináculos de roca que sobresalían del vacío circundante como si fuesen cimas de islas sumergidas.
— ¿Por qué demonios enviarían aquí a la Revelación? —pensé en voz alta. Es probable que estuviesen acostumbrados a oír esa pregunta, pero, aun así, yo sabía muy poco al respecto. No tenía nada que ver con el Aeón, pero despertaba mi curiosidad.
— ¿Quién sabe? —respondió Tamanes, encogiéndose de hombros— Quizá pensaron que podría descubrir por qué toda esta zona resulta tan peligrosa. Esas rocas y acantilados causan impacto a quien los ve, pero sólo representan un riesgo para los buques de superficie. Sin embargo, allí hemos perdido algunas mantas a varios kilómetros de la costa y nadie sabe el motivo.
— Tal vez pensaron que era la puerta trasera para llegar a Tehama —sugirió Alciana— Después de todo, hubo sacerdotes implicados y todos sabemos que intentan llegar a este lugar desde hace tiempo.
Tamanes le miró fugazmente en señal de advertencia, pensando que yo no me había dado cuenta. —Una extraña puerta trasera si la hay la de intentar alcanzar la superficie a través del fondo del mar. Supongo que sólo buscaban descubrir por qué ese lugar es tan traicionero. Un par de buques imperiales habían desaparecido allí unos meses antes, y el emperador, en uno de sus momentos más lúcidos, estaba dando el toque final a la Revelación.
Ése había sido mi abuelo Aetius V, por entonces un anciano que se pasaba el tiempo experimentando con diversas sustancias que le daba su exarca. ¡Qué orgullo para la raza humana era nuestra familia!
— ¿Esa larga ensenada es también parte de la costa de la Perdición? —pregunté señalando un profundo y filoso quiebro en la costa junto a uno de los extremos de la imagen, en el límite mismo de las altas cumbres— No parece haber ninguna población allí.— Sí, es más de lo mismo. La gente está segura en la parte nuestra de la ensenada, pues no puede ser alcanzada desde el mar y es muy complicado acceder por tierra. No hemos registrado imágenes, pero por alguna razón parte de allí una fuerte corriente, mucho más potente que los tres o cuatro pequeños ríos que la nutren. Dado que de nuestro lado es bastante inaccesible y del otro está Tehama, no podemos investigar los motivos. Pero no tiene mayor importancia.
Al mirar un mapa de Qalathar tan realista, comprendí cómo la tierra natal de Ravenna podía permanecer aislada, delimitada por la costa de la Perdición, la ensenada y un conjunto de impenetrables montañas que parecían superar con creces las dimensiones de Qalathar. De cualquier modo, pensé, era una isla extraña: la más grande con diferencia de todo el Archipiélago, dejando atrás con mucho a Beraetha y las más grandes de las islas thetianas; tenía montañas, mientras que todas las demás eran poco más que bultos en el mar, y la rodeaban aguas turbulentas y mares poco profundos. En su Geografía, Bostra había hablado poco de Qalathar, dedicando, en cambio, un profundo análisis al inmenso cráter que constituía Thetia, un anillo de islas montañosas alrededor de un mar carente de profundidad e increíblemente rico. Por desgracia, Qalathar no había resultado lo bastante atractiva o relevante para merecer su atención.
Les agradecí que me hubiesen mostrado el mapa, y dejamos la sala, apagando la mesa de éter antes de partir. Tamanes se retiró excusándose porque debía acabar unos trabajos, pero Alciana me invitó a comer en el café de enfrente. Era similar a decenas de otros locales de la ciudad, con una terraza exterior para sentarse en verano y unas pocas mesas dentro para café y comidas rápidas. Parecía más acorde con el puerto que con la ciudad, deduje cuando me llegó el aroma de los platos de pescado. Colgados de las paredes había antiguos instrumentos oceanográficos y una red de pesca había sido extendida de adorno entre las vigas del techo.
Era evidente que el propietario conocía a Alciana, pues la saludó con un gesto nada más entrar. Vi a dos hombres de mediana edad con túnicas azules comiendo en un rincón lejano y se me ocurrió que aquél debía de ser el punto de encuentro y restaurante favorito de los oceanógrafos. Aparte de ellos y de dos marinos que bebían café con toda tranquilidad en el bar, no había nadie más en el local.
— ¿Qué queréis tomar? —preguntó el propietario, que me estudiaba con suspicacia desde sus ojos hundidos.
— Cathan es también oceanógrafo —informó Alciana sin rodeos, y luego se volvió hacia mí— : ¿Te gustan las hojas de parra rellenas? Aquí las hacen con pescado, son muy sabrosas. —Perfecto— asentí.
— Entonces una ración grande y dos cafés, por favor. En el Archipiélago todos tomaban café, eso se daba por hecho. Esperamos a que llegasen los cafés y nos sentamos lejos del bar a una mesa cuyos asientos de madera tenían altos respaldos. En otra de las paredes había montada una antigua estantería de metal con numerosos y relucientes tubos de ensayo de cristal. El ambiente era mucho más tranquilo que en otro local semejante, y el hecho de que estuviese tan vacío a la hora de la comida en un día laborable no parecía una buena señal.
— Unos amigos míos se reunirán con nosotros más tarde, si es que pueden salir —dijo Alciana bebiendo café. Como pude comprobar, éste no era particularmente bueno, pero tampoco estaba mal— Hoy no ha venido nadie del instituto; parece que todos están ocupados.
¿Cuántos oceanógrafos sois en la estación? —De momento veintiuno. El director envió a dos aprendices a la universidad de Thetia cuando comenzaron los problemas, pues quería alejarlos del peligro.
No había ninguna universidad en el Archipiélago, al menos no como las conocíamos en el resto del mundo. Poseidonis había tenido una que competía en nivel con las mejores de Thetia, también Vararu, pero ambas habían sido destruidas, de modo que no existían universidades en la región y las más cercanas eran las de Mare Alastre y Castillo Polinskarn, las dos en el sur de Thetia. Tampoco quedaban archivos históricos importantes.
— ¿Cree el director que el instituto se verá implicado?
— Cathan, tengo que admitir una cosa, que en realidad es el verdadero motivo por el que te invité a comer. Yo nunca he dejado Qalathar y tú has recorrido el Archipiélago de cabo a rabo desde que comenzó la Inquisición, además pareces enterado de qué es lo que está sucediendo.
— No he viajado tanto como me hubiese gustado. —Pues yo mucho menos. Pero, a nosotros, el Instituto Oceanográfico central no nos informa de nada al respecto, y supongo que ya deben de saber cómo están las cosas. ¿Has visitado las estaciones de Ilthys o Ral´Tumar?
Hice una pausa, recordando lo que me había sucedido en Ral´Tumar. Alciana merecía saberlo, en especial ahora que las cosas se volvían tan incómodas.
— En Ilthys estuve muy poco. Creían que podían contar con la protección de los thetianos, que allí tienen mucha influencia. —Sí, la tienen en todos sitios menos aquí. ¿Y en Ral´Tumar?
— Malas noticias. Allí pasé un par de días en la biblioteca. Los inquisidores llegaron el último día y arrestaron a todos salvo a uno de los oceanógrafos, una chica que consiguió huir hacia Thetia, según tengo entendido, para alertar al instituto de lo que había ocurrido.
La mirada de horror y miedo de Alciana era desalentadora. Evidentemente, no tenía ni idea. Ésas eran todas las persecuciones que yo había presenciado desde entonces, aunque el mago mental había advertido a Amalthea en Ral´Tumar de que se produciría una purga y le había ordenado informar al instituto. ¿Habría conseguido Amalthea llegar a Thetia o sería otra víctima más de la ambigüedad del mago mental? Para entonces ya debían de haber sido avisados por la tripulación de los buques, las mantas mercantes que habían pasado por Ral´Tumar en las siguientes seis semanas. Pero no había llegado a Qalathar ninguna embarcación procedente de Thetia y el destacamento más amenazado de todos carecía de cualquier información por parte del instituto central.
— ¿Hablas en serio?— preguntó Alciana. —Me temo que sí. En Ral´Tumar estaban llevando a cabo una Investigación con delfines, me parece que utilizándolos en la flota pesquera, y los zelotes lo denunciaron como una práctica antinatural. Lamento no saber qué ha sucedido desde entonces.— Hasta hoy supuse que nos dejarían en paz; ninguno de nosotros ha sido arrestado por ahora, pero si ellos fueron apresados por eso... Nosotros hemos hecho tantas cosas... —¿Vigilan con detalle los zelotes de Qalathar todos los ritos y costumbres?
— No como en Ral´Tumar. Aquí todos sufrimos con el Dominio, pero dudo que alguien denunciase a los integrantes de la estación. Al menos, a mí no me ha pasado. Ya sabes, los inquisidores vinieron a buscar ayer a una de nuestras vecinas y la sacaron de su casa a primera hora de la mañana. Ella tiene mucha devoción por Althana, pero no lo sabe mucha gente. Algún amigo suyo debe haberla delatado, y eso es nuevo aquí. Por lo general, uno espera esas cosas de enemigos, de personas que son rivales comerciales o integrantes de familias con las que existe enemistad.
¿Había sido Palatina quien dijo que todo este asunto de la Inquisición sería aprovechado por algunos? Hasta entonces me había parecido increíble, ¿cómo pensarlo tras conocer a tanta gente en la vanguardia de la lucha? Pero lo cierto era que sólo los heréticos declarados, los que habían estado en las ciudadelas, podrían resistir los alegatos de Sarhaddon.
— ¿Por qué habrían de cambiar las cosas?
— ¿Has prestado atención al segundo y tercer sermón de Sarhaddon?
— Por supuesto, en la casa de Alidrisi.
— Lo sé, no tuvimos tiempo de comentarlo ayer por la noche. Yo estaba hablando en el balcón con Tamanes y Diodemes y no me parecieron contentos. Ya conoces a Diodemes, alguien que parece deseoso de debatir. Sarhaddon habló mucho sobre el sacrilegio, sobre cómo la magia puede adoptar diversas formas y también es posible ocultarla.
— Intenta manchar, ensombrecer la reputación de nuestros magos, poner a la gente en su contra. Especialmente a los magos de la Sombra.
— ¡No imagino cómo es posible «ensombrecer» a un mago de la Sombra! —dijo Alciana con una leve sonrisa— Tú has estado en la Ciudadela; eso no es muy común en un thetiano.— Vivo en Océanus.
— Debes de ser importante, por la forma en que te mira la gente. Pero de cualquier modo eso no importa ahora. Desde aquel segundo sermón las cosas parecen haber cambiado: personas que no me conocen me miran con suspicacia cuando paso a su lado en la calle. Sólo han transcurrido tres días, pero noto ya una diferencia que me preocupa.