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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Inquisición (48 page)

Una mujer vestida con la túnica de los oceanógrafos que estaba en el balcón le ofreció a Persea una botella y yo recordé de repente. Alidrisi, una de las seis o siete personas de Qalathar que conocían la verdadera identidad de Ravenna. Eso implicaba que había estado en contacto con ella, no cabía duda.

— ¿Cómo está ella? —le pregunté cuando los demás cogieron sus bebidas y ya no podían oírnos. Todo eso me hacía sentir un poco incómodo.— ¿Quién? —repuso Alidrisi cambiando de pronto de expresión. Volvía a ser el amable anfitrión, disimulando el furor de sus ojos marrones.— Ya sabes —respondí con precaución.

— Me dijo que no eras de fiar. No estoy obligado a contártelo.

— Ella dijo que no se podía confiar en mí —repetí, para comprobar si lo había entendido bien.— Exacto. —¿Cómo está?— insistí— Tienes que haberla visto en las últimas semanas, si no antes. ¿Vino por aquí tras desembarcar? —Tu arrogante presunción no es bienvenida. No tengo ningún motivo para responder a tus preguntas ni a las de nadie.— Sí que lo tienes —espeté sumido en una mezcla de furia y esperanza por haberme topado de forma tan inesperada con alguien que veía a Ravenna— Recibes así en público a un absoluto desconocido y luego niegas de pronto todo cuanto acabas de decir. No estoy preguntando dónde está o cuáles son sus planes. Ni siquiera si la estás tratando como ella merece o sólo como a un títere, igual que los demás. ¿Cómo se encuentra?

— Tan bien como puede esperarse, teniendo en cuenta lo que está sucediendo aquí —respondió escuetamente— Indigno de confianza no es lo primero que a uno le viene a la mente al conocerte. Grosero, quizá. Y eso que la conozco de toda la vida.

— Fuiste a visitarla a la Ciudadela, ¿verdad? —disparé como si estuviese borracho o hablando con un enemigo, sorprendido de mi propia actitud— Tengo la impresión de que conoce mejor al virrey.

Sentí entonces un inexplicable odio hacia Alidrisi, una necesidad urgente de golpearlo, de zarandearlo por todo el salón con mi magia.

Pero me obligué a detenerme, a contener la frase que tenía en la punta de la lengua. ¿Por qué me estaba ocurriendo aquello?

— Lord presidente —declaré respirando profundamente— , le pido disculpas por mi comportamiento. He sido imperdonablemente maleducado.

— Disculpas aceptadas —dijo tras un momento. Luego sonrió con una calidez que se reflejó en sus ojos. Pero en su rostro permanecía una expresión de ligera preocupación— También yo me disculpo por recibirte de este modo. Con frecuencia me acusan de no tener tacto, algo que no favorece en absoluto al representante de un clan.

Me resultaba difícil creer que ese hombre fuese de hecho un presidente de clan. Quizá en Thetia pudiese serlo alguien así, pero no en Qalathar.

— Está preocupada —me informó— , en realidad casi deprimida. No ha sido un regreso a casa demasiado feliz y tampoco la alegra lo de hoy. Y no, no la estamos tratando como a un títere, lo único que hacemos es mantenerla en lugar seguro.

— ¿Le desagrada el plan de Sarhaddon o es sólo que desconfía del Dominio?

— Fue a ti a quien convenció de todo esto, ¿verdad? —preguntó, ahora con expresión cautelosa. Ese hombre era tan voluble que me desestabilizaba a cada instante.

— Fue un compañero de aventuras hace tiempo. Soy el único de nosotros a quien conoce.

— ¿Y confías en él pese a lo que te hizo?

— ¿Ella está al tanto de su versión de lo ocurrido? —Sí, pero no está convencida en absoluto. Ni tampoco lo estoy yo ni nadie de estas tierras. Tú provienes de un sitio donde el Dominio es racional, apenas una parte de la vida, donde no tortura ni juzga ni quema como hace aquí. Aquí... nunca han intentado nada semejante, y es casi seguro que se trata de un nuevo engaño.

— Si tiene éxito, no habrá cruzada. Lachazzar ganará fama y ahorrará dinero.

— A Lachazzar no le interesa el dinero —afirmó Alidrisi en un repentino rapto de odio, otra faceta de su temperamento— Desea alimentar los fuegos del infierno, llevar las llamas mucho más alto que cualquiera de sus antecesores. Si se elevan hasta chamuscar la superficie del mundo, mucho mejor. Será una advertencia. A Lachazzar no le interesa vencer con diplomacia. —¿No nos conviene correr el riesgo? Todos saben que Lachazzar quiere una cruzada, y nadie desea que eso suceda. Si Sarhaddon nos da una oportunidad de detenerla, ¿no es mejor aprovechar esa posibilidad?— pregunté sin saber con seguridad por qué me había involucrado en semejante discusión. Pero Alidrisi no era un hombre fácil de ignorar, y resultaba difícil quitármelo de encima. Además, no hacía mucho tiempo que había hablado con Ravenna. Me encontraba de pronto tan angustiosamente cerca... Era necesario que me comunicase con ella de algún modo.

— Me parece que los odios están demasiado enraizados —opinó Alidrisi mientras señalaba con una mano por la ventana a una multitud invisible pero muy audible— Sarhaddon los sermoneará con dulces palabras y luego atacará. Tenemos que averiguar cómo lo hará.

— Debió de notar entonces el escepticismo en mi mirada, pues añadió:

— Parece haberte convencido, lo que me sorprende. Confiar en un supuesto amigo que estaba preparado para ejecutarte parece... peligroso. El Dominio ha roto todas y cada una de las promesas que ha hecho y traicionará a quien sea si así obtiene más poder. Los reyes y los emperadores lo hacen constantemente, aunque no pretenden que sea la voluntad de dios.

— Sí, pero Qalathar no puede derrotar al Dominio. ¿Acaso al

guien ha pensado en un modo de lograrlo o sólo vais de una crisis a otra intentando contener su avance?

— ¿Insinúas que somos un pueblo vencido? —dijo recuperando su expresión más sombría.

Levanté las manos tratando de aplacarlo. Parecía tan propenso a la calma como a la ira, aunque no lo conocía. —No más que Océanus— aclaré— Pero no podríais protegeros si se produce una nueva cruzada.

Alidrisi se relajó un poco, pero seguía pareciendo preocupado y tardó un minuto en responder.

— Mantengo esta conversación muy a menudo, y nunca consigo responder a esa pregunta. Carecemos de una autoridad central, con excepción del virrey.

Considerando su gesto de disgusto, concluí que no tenía un concepto demasiado bueno de Sagantha.

— Pero la faraona será sólo un instrumento del Dominio, ¿no es así? Sin ejército, sin flota, sin poder protegerla de los magos.

— Si has supuesto siquiera por un segundo que colaborará con los sacerdotes, te has equivocado por completo.

— Sé que no lo hará —comenté con suavidad, tratando de ignorar esa nueva insinuación de que yo no era digno de confianza. Alidrisi parecía haber adivinado lo que yo sentía por Ravenna y por algún motivo eso le molestaba, así que no perdía la oportunidad de atacarme— Todos deseamos que regrese como una heroína conquistadora y expulse al Dominio sólo con encararse a él, restableciendo la libertad y la paz y todo eso. Muy bien, ella es más que capaz de lograrlo. Pero ¿cómo?

— Existen aliados esperando recibir motivación suficiente.

— ¿Dispuestos a asumir el riesgo de las prohibiciones, del aislamiento? La gente sólo obedece al Dominio porque se supone que habla en nombre de Ranthas. El Dominio es el único que puede detener las tormentas y brindarnos el fuego. Y eso basta incluso sin los sacri ni los haletitas.

— ¿De modo que debemos rendirnos y aceptar la derrota, intentar llegar a un acuerdo? ¿Es eso lo que estás diciendo?, ¿que nunca seremos capaces de derrotarlos de ningún otro modo y que si les suplicamos lo suficiente nos concederán una independencia simbólica? Eso estará bien para la gente de Océanus; es probable que tú no hayas visto jamás a un sacri hasta hace uno o dos años. Persea y el resto de nosotros hemos crecido viéndolos todos los

días, sabiendo que poseen el poder de decidir sobre nuestra vida y nuestra muerte. ¿Crees que dejarán ese poder de forma tan sencilla como afirma Sarhaddon?

— No, tienes razón. Yo no los he tenido delante hasta hace poco. Pero ¿acaso eso me descalifica para poder enfrentarme a ellos? El Dominio destruyó también mi hogar, mi tierra natal, sólo que allí no emplearon el fuego y la espada.

A mis oídos sonaba falso llamar hogar a Thetia, y también me parecía pomposo de mi parte. Thetia no era mi hogar, sino sólo el sitio donde había nacido, y, por otra parte, no me sentía thetiano. —Una destrucción de lo más agradable, ¿verdad?— comentó Alidrisi con acidez— Fiestas, noches de música y danza, ópera... No puedes culpar al Dominio: tu propia gente comenzó a volverse perezosa en cuanto dejaron de tener contra quien luchar. El Dominio es sólo un chivo expiatorio muy conveniente. —¿Y quién es vuestro chivo expiatorio?— protesté, sintiendo que la ira volvía a apoderarse de mí, y aunque no me correspondía a mí decir tal cosa— Os habéis preparado durante veinticuatro años para este día y no habéis conseguido nada. La faraona no tiene ahora más posibilidades de asumir el trono que las que tenía cuando acabó la cruzada. Esas alianzas de las que hablas nunca se han concretado, la patética flota que poseíais se perdió en el momento mismo en que aparecieron los inquisidores y tenéis tan poco poder como siempre. De todos modos, pese a eso, os oponéis a esta oportunidad incluso antes de oírla. Me detuve de pronto, con la espantosa sensación de haber roto el tenue hilo que me unía a Ravenna. Observé a Alidrisi con nerviosismo. ¿Por qué tenía que ser precisamente ese hombre? Aún tenía otro contacto, ¿o quizá éste era el definitivo y lo había echado a perder? ¡Por Thetis! ¿Por qué había abierto la boca?

— ¿Vas a cubrirte de gloria si el plan funciona? —preguntó con amenazadora calma— Lo digo porque fuiste la primera persona a la que le comunicó su propuesta.

— ¿Has sido condenado a muerte en alguna ocasión, Alidrisi? Como tú dices, toda Qalathar ha sufrido esa condena, pero Sarhaddon os está concediendo la posibilidad de apelarla. ¿Permanecerás aquí si comienza la cruzada, sufriendo con el resto de la isla? —No reconozco la autoridad de ese tribunal. Ninguno de nosotros la reconoce. Ni yo, ni Persea, ni Laeas, ni toda esa gente que ves allí abajo. Mientras el Dominio no sea eliminado, destruido, aniquilado, aquí no existirá justicia alguna. Todo lo que podemos obtener con esto es la suspensión de la sentencia. Sí, tenemos un plan alternativo que no contempla responder a sus peticiones. Que es exactamente lo que tú has hecho, permitirle al Dominio tomar de nuevo la iniciativa y distraernos mientras se prepara para la siguiente jugada. No pienso seguir su plan. Y no lo hará tampoco ninguno de nosotros, comenzando por la propia faraona a la que dices querer. O eres un iluso o tan estúpido y loco como el resto de tu raza. Tú escoges, pero no la involucres en esto. Alidrisi me dio la espalda deliberadamente, cogió su copa y regresó al balcón más lejano, donde comenzó a conversar con dos personas que estaban allí. Yo lo miré un instante, mordiéndome el labio con fuerza. Tenía la sartén por el mango y definitivamente me había puesto en mi sitio.

— No ha salido bien —observó Palatina apareciendo detrás de mí— Apostaría a que se opone al plan de Sarhaddon.

— Se opone a todo —dije, furioso, incapaz ya de contener la rabia— Cree que es una maniobra de distracción mientras el Dominio se prepara para la cruzada, y nunca aceptará otra cosa que su derrota total. Por supuesto que no tiene la menor idea de cómo lograrlo, pero está convencido de que no soy lo bastante digno para hablar con Ravenna. Ha dicho que ella está bastante triste, lo que no me sorprende si la rodean personas como él.

— Tace, tace!— dijo Palatina mirando a su alrededor con preocupación— Hay mucha gente escuchando.

— Siempre hay mucha gente escuchando —añadí, pero esta vez en voz muy baja. Las últimas palabras de Alidrisi me habían alarmado. Sonaba como si mantuvieran a Ravenna bajo su control. Pero, en ese caso, ¿para qué me diría que estaba alicaída? ¿Habría sido maldad deliberada?

— Recuerdo que ella me dijo en una ocasión que era un títere de los juegos de poder de los nobles —advirtió Palatina— Creo que ahora la comprendo. Sagantha no es así, me parece que de veras se preocupa por ella, pero Alidrisi parece considerarla... una posesión. No pude oír lo que decías, pero vi su expresión. Puedo entender su preocupación, pero, según me ha dicho Persea, Alidrisi es una de las personas más poderosas de Qalathar, y no sería una buena idea que fuese nuestro enemigo.

— Me pareció que asumía ese papel nada más oír mi nombre.

— Sí, creo que así fue. Espera un minuto —me pidió Palatina y regresó a la ventana. Allí apartó a Persea del resto y le preguntó algo. Ella pareció perpleja, le dio una larga respuesta, y luego Palatina volvió junto a mí— Persea dice que Alidrisi es una persona bastante transparente, lo que significa que seguramente no le caes bien. Debe de ser por algo que ha dicho Ravenna. —¿Crees que conoce mi origen familiar?— ¿Lo mencionó?

Pensé un momento y luego negué con la cabeza, bastante seguro de que no había hecho ninguna referencia.

— Sabe que soy thetiano y despotricó contra Thetia en una ocasión, pero no habló de mi familia.

— Entonces es que no lo sabe y piensa que eres un joven de Océanus bastante irrelevante, que, por algún motivo, nació en Thetia. Si Ravenna hablase de ti con cariño o algo más, se preocuparían. Quizá deseen utilizar a Ravenna para comprar ayuda.

— ¿Comprar ayuda? —Me llevó un tiempo comprender qué quería decir.— Es una costumbre bárbara, lo sé. Es probable que se haga en Océanus. Aquí resulta impensable.

— Pero la mayor parte de los sitios donde podrían obtener ayuda son repúblicas como Taneth y Cambress. Las conexiones familiares no son suficientes allí; ni siquiera les agrada que sus líderes sean parientes de la realeza.

— Eso es lo que me inquieta —afirmó Palatina, volviéndose un poco para observar a Alidrisi, que seguía en el balcón dándonos la espalda— ¿Podrías resumirme más o menos lo que te dijo? Le conté todo lo que pude recordar. Ella me escuchó inmóvil. —Da la sensación de que no tiene realmente ningún plan, pero no podemos darlo por sentado. Podría ser mucho más sutil de lo que pensamos.

— ¿Y por qué te preocupa?

Fuera, el ruido de la multitud cesó de súbito, y la gente dejó de hablar en el balcón. Un profundo silencio lo invadió todo.

— Las alianzas matrimoniales tienden a forjarse en el infierno —susurró Palatina— Al menos, eso es lo que cree la mayoría de thetianos. Los que no son en absoluto de allí.

CAPITULO XXIV

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