— Sí, es cierto, en especial tú; como jerarca eres muy valioso para dejarte marchar, en especial para un cambresiano, y además eres la única persona por la que Ravenna siente cariño sincero. Sagantha puede utilizarte para negociar con ella. El peligro de convertirte en títere aún sigue ahí.
Salimos al atrio, con sus altas columnas, ahora grises y monótonas en medio de la lluvia, y pasamos al lado de cuatro puertas. Una de las galerías estaba cerrada debido a los rayos que se habían estrellado allí la noche anterior, y los hombres del tribuno estaban atareados reparando los daños.
— Lo sé, pero lo seré de todos modos. Cuanto más nos quedemos aquí, mayores serán las probabilidades de tener noticias de Ravenna.
— Ya han pasado cinco días. Incluso si pudieses contactar con ella mañana, cualquier intercambio de mensajes requeriría más tiempo.
Sonreí a Palatina y negué con la cabeza. Por una vez había podido llegar a una conclusión absolutamente mía.
— Cuando me llegue la respuesta— afirmé— , podré buscarla.
— ¿Mediante magia? —preguntó frunciendo el ceño.
— Sí, de una clase especial.
— ¿No atraerá esa magia la atención de los magos del Dominio?
— Sólo es efectiva porque nosotros ya hemos enlazado nuestras mentes antes, sólo por eso. Y cuando la localice, ella querrá que le revele cómo lo he logrado para que no pueda volver a utilizarla. Pero esta vez ya habré sabido lo lejos que se encuentra y en qué dirección. Eso bastará.
— Te estás volviendo retorcido, Cathan —advirtió Palatina con una leve sonrisa— Si no te conociese bien, casi afirmaría que sabes qué es lo que vas a hacer.
— Sí que lo sé —respondí cortante, y mi buen humor desapareció. Pese a la broma, su comentario parecía sugerir que yo no tenía ideas. ¿Es que tenían una opinión tan pobre de mí? ¿O era porque lo decía Palatina, a quien siempre se le estaban ocurriendo cosas?
— Lo siento —me dijo ella poniendo una mano sobre mi hombro para aplacar mi enfado.
Me volví con determinación y me alejé en dirección contraria. —No, sólo lamentas haberlo dicho en voz alta. No necesito tu compasión.
Caminé hacia la columnata ignorando el viento que golpeaba mi rostro y me encaminé hacia los grises pasillos que conducían a la biblioteca. Probablemente, Telesta estuviese allí, pero ¿qué importaba? Ella opinaba sobre mí lo mismo que los demás, con la salvedad de que, igual que Mauriz, no lo ocultaba en absoluto. Yo era consciente de ser desgraciadamente un líder indeciso, pero ¿acaso eso convertía cualquier idea que surgiese de mi mente en una singular rareza?
Como suponía, Telesta ya estaba en la biblioteca, de pie ante una luz con un inmenso volumen encuadernado en negro apoyado sobre uno de los estantes.
— Buenos días, Cathan —dijo y luego, tras observar la lluvia en la ventana, añadió— : O quizá no lo sean tanto. Hace bastante que no te veo. —No vengo por aquí con mucha frecuencia— respondí en tono neutral. —Aquí el tiempo pasa de manera diferente» Los días no resultan tan pesados.
«Aquí el tiempo pasa de manera diferente para el clan Polinskarn», pensé para mis adentros, pero no lo dije. Hacía varios días que tenía intención de visitarla, pero lo había pospuesto una vez tras otra debido a mis pocas ganas de hablar con ninguno de los dos thetianos. En todo caso, estaba allí en aquel momento debido a una decisión puntual y no premeditada, pues si no podría haber estado postergando el encuentro indefinidamente. —¿Podría entonces quitarte un poco de ese tiempo, si es que te apetece compartirlo?
— Eso depende de que pueda o no ayudarte —repuso Telesta cerrando el libro y devolviéndolo a su sitio en la estantería— Si nuestro pacto todavía sigue en pie, entonces te debo más respuestas. ¿Se trata de una duda histórica?
— En parte. Al menos la pregunta es histórica. Pero no sé si su respuesta lo es o no.
— Continúa.
— Tanais Lethien. ¿Sabes quién o qué es?
Acercó dos sillas a la mesa más cercana a la luz y me indicó que me sentase.
— Para explicar eso debería contarte una historia muy larga. ¿Tienes tiempo?
Asentí y me senté.
— Sabes que la guerra de Tuonetar duró siglos, de hecho ocurrió durante toda la existencia de Thetia hasta la usurpación. Los thetianos siempre supieron que los habitantes de Tuonetar estaban allí, más allá de las islas del exterior, un enemigo con el que nunca se podría llegar a la paz. Nadie consideró jamás firmar un tratado con Tuonetar, aunque existieron períodos en los que no hubo luchas. En aquellos tiempos éramos una sociedad guerrera. Las mujeres combatían codo a codo con los hombres, como seguirían haciéndolo si se lo permitiesen, pero hubo siempre una distinción entre tiempos de paz y de guerra. La propia Thetia, hasta el mismo final, fue sagrada, un lugar para el placer, la música, la danza. Todas las grandes óperas, los poetas y filósofos más importantes pertenecen a ese tiempo. Luchamos durante siglos contra los clanes, imponiéndoles que proporcionasen buques y marinos para participar en la campaña antes de regresar a su tierra. No había ningún ejército estable con excepción de la guardia imperial, a la que todavía llamamos Novena Legión, pese a que ya no existen otras legiones. Incluso entonces eran sólo unas pocas. El ejército no se constituyó hasta los tiempos de Valentino, el padre de Aetius, cuando pareció que la amenaza de Tuonetar se hacía mayor. Los clanes fueron siempre muy reticentes a ofrecer sus naves, de modo que la Armada empezó con unas cuantas mantas desechadas, tripuladas por inadaptados y oportunistas. Casi todos los marinos fueron reclutados entre la población de las aldeas pesqueras para servir a cambio de una compensación miserable. Eso, al menos, hasta que el emperador consiguió persuadir a la Asamblea de que le otorgase fondos. Pero finalmente no se los entregaron y la flota tuvo que subsistir del botín que obtuviese al saquear al enemigo. Valentino era por aquel entonces un anciano, y dirigía todas sus energías a ganar batallas. La fuerza de los clanes fue probada y desafiada, ante la duda de que no fuesen de fiar y, tal como esperaban los líderes de los clanes, la Armada fue dejada de lado. Las cosas no han cambiado, sólo que ahora se han invertido.
Telesta levantó los hombros. Seguía vistiendo siempre de negro, y su cuerpo resultaba imposible de distinguir en medio de la penumbra general. Sólo su rostro era visible a la pálida luz de éter.
— Supongo que la Armada habría tenido una muerte lenta —continuó— , utilizada sólo para actuar en puntos sin importancia, de no haber sido por un joven marino del buque insignia. Se trataba de un centurión, que había ascendido desde los rangos inferiores, como ha sido siempre. Se llamaba Tanais Lethien y provenía de las montañas del interior del territorio Canteni. Cuando entras en la Armada o en la guardia imperial abandonas tu nombre de clan, pero él era originalmente un Canteni. No me había dado cuenta, pero tenía sentido. El clan guerrero Canteni, se autodenominaban, incluso ahora que su espíritu marcial apenas sobresalía sobre el resto de los clanes. —Cuando la nave insignia fue abordada durante una escaramuza menor, Tanais se las arregló no sólo para repeler a los de Tuonetar, sino incluso para capturar al buque atacante. Lo usó como anzuelo para atraer hacia su trampa al resto de naves enemigas. Y, debido al modo en que actuaba la armada de Tuonetar, que empleaba unos pocos buques grandes de carga y muchos pequeños, Tanais logró destruir las defensas de una de las naves de carga. Los líderes de clanes, comandados por un almirante imperial, le dijeron que se mantuviera quieto mientras ellos capturaban el otro gran buque de Tuonetar y lo destruían. Pero Tanais temió que el buque consiguiese huir, de modo que convenció al oficial superviviente de mayor rango del buque insignia, un lugarteniente llamado Cleomenes Cidelis, de desobedecer las órdenes y dar caza al enemigo.
«Cidelis, el futuro almirante», pensé. Todo eso debió de suceder veinticinco años antes del final de la guerra. No se me había ocurrido que Tanais conociese a Cidelis desde hacía tanto tiempo. —Destruyeron la nave enemiga, pero cuando llegó el almirante estaba furioso y exigió el arresto tanto de Tanais como de Cidelis por desobedecer sus órdenes. Ambos se resistieron a ser arrestados, lo que quizá no fuese una buena idea, y los dos buques se escoltaron entre sí de regreso al puerto. Tanais y Cidelis fueron llevados a la capital, donde se enfrentaron a una corte marcial, pero un joven de dieciséis años llamado Carausius influyó para que interviniese su hermano gemelo, el príncipe coronado. El emperador Valentino perdonó a los dos oficiales y, de hecho, los ascendió. Lo importante de todo esto es que por primera vez la fuerza imperial fue tomada en serio. Tanais y Cidelis la dotaron de sentido del orgullo, y el emperador dejó de ignorarla. En apenas una década habían hecho que el ejército imperial pasase de ser una broma a lo que hoy conocemos. Tanais creó las legiones y Cidelis consolidó la flota imperial haciéndola mucho más grande que la de los clanes unidos; pasó incluso que varios buques de algunos clanes desertasen para entrar en la Marina. Entre ambos fundaron el ejército imperial, con el que Aetius ganó la guerra. La Marina nunca olvidó lo que habían hecho Tanais y Cidelis, y tampoco la intervención de Aetius. El inteligente Carausius permitió que su hermano se llevase el mérito, y ese gesto hizo que su hijo lo despreciara. Tanais acabó como almirante, un puesto que Aetius creó especialmente para él, y combatió a lo largo de toda la guerra. Nunca perdió una batalla, ni una vez en todos esos años. Ya sabes qué ocurrió durante la contienda, cómo al final la Armada los siguió a los cuatro a Aran Cthun. Cada año, en el aniversario de la caída de Aran Cthun, la Marina y las legiones celebran un homenaje en honor de los caídos para recordar aquella gesta, la muerte de Aetius y el hecho de que Tanais y Cidelis los hubiesen salvado. Consideran a Tanais algo parecido a un dios, incluso ahora.
»No estoy segura —prosiguió— de qué sucedió durante la usurpación. Los dos estaban lejos, en Selerian Alastre, la noche en que Tiberius fue asesinado. Nunca más se supo de Cidelis. No figura en la lista de víctimas, ni entre los que combatieron al usurpador, tampoco es mencionado en el pergamino de los Padres fundadores de Cambress. Es como si se hubiese evaporado de la faz de la tierra. Yo, personalmente, creo que se suicidó. Pero Tanais no lo hizo. Tampoco se encuentra en ninguna de las listas, pero durante los primeros cinco años de Valdur en el poder, alguien se encargó de matar a todos los miembros del alto mando que se opusieron al reinado de Valdur. Eso lo sabes porque lo narra el Continuador, pero Tanais no reapareció hasta que Valdur murió. También él fue asesinado, pero no por Tanais. Un fanático religioso lo apuñaló camino de palacio. Un final muy apropiado. Desde entonces, Tanais ha aparecido una o dos veces en cada generación durante unos pocos meses y luego ha vuelto a desvanecerse en las sombras. Se muestra sólo, lo suficiente para mantener viva su leyenda, dejando que lo vean algunos de los oficiales, logrando que el emperador conozca su nombre. Ha venido a los funerales imperiales; mi padre lo vio cuando enterraron a Perseus. Jamás ha interferido en la sucesión, pero si les pidiese a los militares que lo designaran emperador, probablemente lo obedecerían.
— Pero no suena como algo que Tanais vaya a hacer.
— ¿Quién sabe? ¿Cómo ha logrado vivir más de doscientos cincuenta años?
— Para nosotros son siglos, pero ¿y para él? —pregunté con curiosidad— ¿Cuál fue su última aparición? —En Thetia, hace unos cuatro años. Pasó tres meses en la academia militar, y fue cuando se convirtió en tutor de Palatina. Pero tú lo has conocido, así que es evidente que ha estado en otros sitios además de en Thetia.
— ¿Es posible que a lo largo de dos siglos sólo haya estado activo durante unos diez años?
— También yo me lo he planteado. Sí, si sumas todo el tiempo en que se aparece, sólo llenaríamos una fracción de esos siglos. Y existe mucha magia de la que no sabemos nada en absoluto, no desde las purgas. Supongo que los magos del Dominio serían capaces de explicarlo. —Es decir que tú crees que él es el almirante de Aetius...
Telesta pareció sorprendida.
— ¿Quién más podría ser? Todo parece indicarlo. ¿No es un principio de la lógica y de la ciencia que, siendo iguales las demás cosas, la explicación más simple siempre será la correcta? ¿Crees que algún ser humano podría soportar una existencia semejante? —Creo que los seres humanos pueden soportar cualquier cosa, siempre y cuando tengan esperanza. Es, por cierto, una vieja idea, y si has leído bastante filosofía thetiana te resultará familiar el argumento contrario.
— Me temo que no. He leído algo de filosofía, pero a lo único que en verdad presté atención fue a los escritos científicos. —¿La Historia natural de Manathes, Sobre la naturaleza de las cosas de Bostra?
— Sí, y el resto. Siempre me han resultado más interesantes. —A mí nunca me ha entusiasmado Bostra. Demasiado monótono, demasiado pedante. Cathan, ¿por qué deseabas saber de Tanais?
Telesta dijo eso exactamente en el mismo tono de frase anterior, lanzándome la pregunta de repente. Había supuesto que no tendría que dar explicaciones, asumiendo que Tanais era una figura lo bastante relevante para que mi interés no requiriese aclaraciones. El motivo concreto —que se lo había preguntado para encontrar un nexo con el mucho más esquivo Cidelis— era algo que no tenía intención de revelarte.
— Tanais es importante —respondí— , y me preguntaba cómo podías hablar sobre él sin haberte cuestionado quién es en verdad. ¿Por qué no se lo preguntaste entonces a Palatina?
— Tú eres historiadora —dije, aunque quizá la razón fuese mi propia debilidad, pues la relación de Palatina con Tanais parecía implicar que ella poseía mucha más información. De cualquier modo, también era probable que Telesta se interesase más por los detalles— ¿Es cierto que no existe ningún documento o texto que hable de lo que hizo Tanais durante la usurpación?
— Yo no he encontrado nada. Mi hipótesis es que debió de ser capturado, tal vez envenenado, y que se le mantuvo apartado para que no ocasionase problemas.
— Pero ¿qué podría haber hecho? Muerto Tiberius, Valdur era el último Tar' Conantur que quedaba con vida.
— Olvidas que Valdur no actuaba retrospectivamente. Asesinó a su primo, el legítimo emperador, y podría temer que Tanais sencillamente lo asesinase y ocupara el trono. Tanais no hubiese podido ser atacado abiertamente, pues era demasiado importante, pero si era apartado, Valdur tendría tiempo de consolidarse en el poder. Cidelis pudo haber sido asesinado con discreción entonces. Valdur podría haber dicho que Cidelis, y quizá también Tanais, se habían apropiado del buque insignia.