Read Inquisición Online

Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Inquisición (20 page)

Para entonces yo ya me había alejado demasiado de Lepidor, pensé con tristeza mientras ascendía la calle principal de la ciudad siguiendo los pasos de Mauriz y Telesta, acompañados ahora por dos marinos del clan Scartari con armaduras escarlatas. La furia de Midian debía de haber aumentado tras la liberación de Lepidor, convirtiéndose en una llaga que corroía su alma. Algo que no se nos había ocurrido, aunque teníamos que haberlo calculado, era que si Midian sobrevivía al enfado de Lachazzar, como había sucedido, su deseo de venganza lo transformaría en el instrumento perfecto para liderar la Inquisición. Alguno de nosotros debía haberlo esperado, pero nos habíamos distraído celebrándolo, y recuperándonos. Dudaba incluso que capturarnos y ejecutarnos bastase para atenuar su ira. Ya era para Midian una cuestión de orgullo.

Deduje que Mauriz había declinado montar en elefante para llamar la atención lo menos posible, pero me equivocaba. Cuando habíamos alcanzado casi el centro de la calle principal, doblamos hacia una estrecha vía lateral que hubiese resultado demasiado pequeña y populosa para cualquier elefante. Pasado el frente de las casas familiares, cogimos otra avenida que nos llevó hacia un pequeño parque con naranjos, junto al consulado Scartari.

Según nos había dicho Palatina, igual que en cualquier otra gran ciudad, existían en Ral´Tumar nueve consulados thetianos. Sus funciones derivaban de algún ignoto punto en la desconcertante complejidad de la política thetiana. Corno fuese, lo único importante era que estábamos en territorio thetiano, o más específicamente en territorio Scartari, bajo la protección (o la custodia) del segundo clan más poderoso de Thetia. Un clan que en otros tiempos, durante los antiguos días del imperio, había concentrado más poder que continentes enteros, pero que ahora había caído en la decadencia en la que estaba inmerso el propio imperio. De algún modo, no me pareció que la principal ambición de Mauriz se relacionase con lograr importancia en el circuito social de Selerian Alastre, algo que pretendían muchos de sus compatriotas.

Las puertas se abrieron antes de que llegásemos hasta ellas, y Mauriz fue invitado a pasar a la recepción con suelo de mármol, que se veía iluminada y fresca pese a sus muros de un rojo terroso. Podía oírse el tranquilizador fluir del agua proveniente de una fuente en un patio interior. En el aire flotaba un vago rastro de perfume.

— ¿Alguna novedad? —le preguntó Mauriz al sujeto que le había abierto la puerta, y que supuse que sería el administrador. Se trataba de un hombre joven que parecía que tuviese muchos escalones por ascender y pretendiese hacerlo con las menores complicaciones posibles.

— El cónsul está reunido con un representante eiriliano, alto comisionado. El almuerzo está listo.

— Telesta y yo comeremos ahora, tenemos asuntos que concluir, listas dos —dijo señalándonos con autoridad a Ravenna y a mí— son personas valiosas para el clan que serán tratadas como si fuesen sirvientes nuevos provenientes de las islas del Fin del Mundo. Matifa está a cargo de ellos y partirán conmigo cuando yo zarpe. Asegúrate de que tengan sitio para dormir esta noche.

Los ojos del administrador nos recorrieron brevemente y luego regresaron a Mauriz antes de que condujera al patio al alto comisionado y a Telesta. todo eso nos recordaba a Ravenna y a mí nuestra importancia en el plan general que se estaba desarrollando. Matifa dijo un nombre en voz alta y un instante después presentó desde una puerta situada a nuestra izquierda una mujer entrada en años. A diferencia del administrador, no era thetiana.

— Besca —le dijo Matifa y su tono dejó en claro que la consideraba inferior en rango. Luego repitió más o menos lo que había dicho Mauriz de nosotros, añadiendo que precisaríamos otras prendas de vestir. Antes nos aseguró que recogerían nuestros equipajes del hostal, pero que por ahora no nos serían necesarios. Supongo que los habrían revisado detalladamente, aunque no debían de haber hallado nada peligroso en ellos. Yo conservaba todavía la carta de crédito de la familia Canadrath en un bolsillo, y ellos estaban al tanto de que yo era un hereje.

— Con todos estos marinos estamos un poco faltos de espacio —nos explicó Besca— Tendré que acomodaros en uno de los almacenes, si es que consigo encontrar sitio en alguno.

¿Por qué había allí tanta gente? ¿Era un rutinario movimiento de tropas o formaba parte de los planes de Mauriz?

— ¿No dormiréis juntos, verdad? —preguntó Matifa sin rodeos.

— No —respondimos ambos a la vez. La voz de Ravenna denotaba furia; yo estaba tan sólo fastidiado. Supuse que le perturbaba el mero hecho de que lo hubiese preguntado, aunque no podía afirmarlo con seguridad.

— Al menos podríais haberme avisado con antelación —le dijo Besca a Matifa— Ya les encontraremos un sitio. ¿Sabes si el amo los necesitará hoy?

— Quizá por la tarde, pero no antes. No deben salir. Puedes ponerlos a trabajar si quieres. —Matifa sonrió agriamente mientras le decía— , Enséñales a comportarse como sirvientes.

Oír a esa mujer refiriéndose a mí como si yo no estuviese presente me hacía regresar a la infancia. Sin embargo, me resultaba difícil echarle toda la culpa a Mauriz, por muy seco que fuese. Si se debía culpar a alguien, aparte de a mi mismo, seria quizá a A Midian y a Lachazzar o a aquellos zelotes anónimos que habían denunciado a los oceanógrafos. ¿Qué sería lo que intentaban hacer con esos delfines? Quería saberlo, aunque fuese un aspecto de la oceanografía del que no sabía mucho.

Mientras Matifa se retiraba y Besca nos hacía seguirla y cruzar la puerta por la que había aparecido, se me ocurrió que, pese al odio que prevalecía por el Dominio, seguramente habría otros zelotes en el Archipiélago. Fanáticos intolerantes, puritanos de la peor calaña, con sed de venganza sobre sus impíos conciudadanos.

Vi llegar a Palatina varias horas más tarde, mientras fregaba el suelo de la columnata y le deseaba todos los males en silencio a Besca. Era evidente que el encargado tenía un centinela observando desde arriba la entrada principal, ya que por segunda vez la puerta se abrió antes de que nadie la golpease. Un momento después Tekla, cargando dos bolsas sobre los hombros, hizo pasar a Palatina a la recepción.

— ¡Comisionado Mauriz! ¡Ha llegado nuestra huésped! —anunció el encargado. Palatina me vio, me ignoro por completo y luego, tras un instante, me dirigió una mirada de incredulidad. No tuvo tiempo de decir nada ya que Mauriz, que debía de estar por allí cerca, entró en el salón y se interpuso entre Palatina y yo.

— ¡Palatina, estás viva! ¡Es un placer volver a verte!

Con un extravagante gesto de la mano, invitó entonces a Palatina a atravesar la columnata. Entonces ella le dijo algo que sin duda pasó desapercibido para todos los demás, salvo para mí, lo que sin duda no fue accidental.

— Mientes, Mauriz. No puedo imaginar nada que te pueda amargar más el día.

— Siempre has ido una Canteni exasperante, Palatina. Las cosas han cambiado, ahora la situación es diferente. Por fin tenemos una posibilidad, una posibilidad de llevar a cabo el motivo por el que asesinaron a tu padre

— ¿Y de qué se trata? —preguntó ella, pero no me cabía duda de que Palatina sabía muy bien a qué se refería Mauriz. Un segundo después, agachado fregando las húmedas losas, confirmé mi hipótesis cuando él respondió:

—De fundar una república, por supuesto.

CAPITULO X

Tras cuatro horas verdaderamente agotadoras Mauriz nos convocó a Ravenna y a mí, pero ya no me sentía tan dispuesto a disculparlo como antes.

Según nos había informado antes una exultante Besca cuando nos la encontramos por primera vez, el edificio estaba todo ocupado debido al gran número de marinos que albergaban. No eran tan sólo marinos: eran marinos de élite, guardias presidenciales de Scartaris y cierta cantidad de funcionarios habituados a la vida sin complicaciones de Selerian Alastre. Por fortuna, advirtió Besca, todos partirían al día siguiente a bordo del Lodestar, pero en aquel momento seríamos muy útiles relevando de sus tareas a los sirvientes más experimentados para que ellos pudiesen ocuparse de los marinos.

Besca nos había ofrecido a Ravenna y a mí un almuerzo lo bastante abundante para mantenernos con energía y luego nos había encomendado la apremiante misión de fregar el patio. Sólo se podía dejar correr el agua en esa parte una vez cada varios días, y ésta era precisamente la ocasión, cuando contaban con menos personal libre. Así que debimos hacer rebosar de agua los conductos para regar el patio, casi inundándolo, y a continuación abrir todos los desagües para drenarlo. En opinión de Besca, sería para nosotros una buena experiencia, ya que todas las familias del Archipiélago lo hacían con frecuencia y no nos haría mal aprenderlo.

Novatos como éramos, todo nos llevó mucho más tiempo del previsto y en el proceso acabamos empapados, lo que no resulto muy grato en el clima cálido y húmedo de Ral'Tumar, donde todo tardaba una eternidad en secarse. Después de aquello y, dado que Ravenna y yo éramos de baja estatura y bastante ágiles, se nos en cargó la no menos desagradable tarea de quitar de las canaletas todas las hojas secas que esparcía el viento. Al acabar, ambos teníamos ampollas en las manos, unos cuantos cardenales, nos dolían los músculos y, al menos en mi caso, sentía un deseo incontenible de echar a Matifa por un barranco, si era posible con Besca para hacerle compañía.

Besca nos proporcionó túnicas nuevas para que llevásemos esa tarde al reunimos con Mauriz, Telesta, Palatina y el cónsul. Todos los presentes habíamos tratado a los demás en un momento u otro, pero nunca antes habíamos estado juntos en semejantes circunstancias. Palatina sentó precedentes tratándonos a Ravenna y a mí como a amigos y dirigiéndose a nosotros tanto como le era posible, ya que, supuse, eso sin duda perturbaba a ¿Mauriz. El cónsul, encorvado, con cabellos grises y aspecto enfermizo, comió muy poco y presenció la escena que se le ofrecía con indiferencia mundana. Ravenna me sugirió en un momento de distensión que debía de estar en las últimas. Tekla no estaba presente.

Sólo cuando acabaron de comer y el cónsul se retiro a dormir, Mauriz se dignó tratarnos como si fuésemos algo más que sirvientes. Nos dijo entonces que, después de lavar los platos, nos encontrásemos con él en la sala de recepción.

—Hagamos esperar a ese imbécil arrogante —propuso Ravenna apilando la vajilla del postre cuando los demás se fueron. Al parecer, no era común que se sirviesen tres platos, pero Mauriz y Telesta era tratados como huéspedes de honor. Entre otras virtudes, los thetianos se preciaban por su buena comida. En opinión de algunos ascetas, dedicarle tanto tiempo a disfrutarla y tan poco a Ranthas no dejaba de ser un pecado. Pero nadie en Thetia les había prestado nunca demasiada atención. Por una vez estuve de acuerdo, aunque supongo que no por las mismas razones. Eso era todo lo que parecía ser Thetia en tiempos de Orosius: una fachada de cultura carente de contenido.

— Entonces ve más despacio.

Quitamos las cosas de la mesa tan lentamente como pudimos y las llevé a lavar con absoluta calma, sin importarme si Besca notaba o no mi presencia. Pero aunque otros sirvientes cruzaron el salón, lanzándome miradas hostiles que dejaban en claro que yo no era uno de ellos, Besca no apareció.

A mi regreso, Ravenna estaba barriendo el suelo como si dispusiese de todo el tiempo del mundo. Era una actitud algo infantil, lo se, pero ambos nos sentíamos furiosos y humillados. Agradecía a Mauriz el habernos ayudado a escapar de la estación oceanográfica, probablemente salvando así nuestras vidas. A partir de entonces, sin embargo, había estado jugando conmigo por algún motivo personal, algo que yo no estaba dispuesto a aceptar. La otra posibilidad era sin más que mientras no me necesitase le daba por completo igual qué sucediese conmigo. La cuestión era que si pretendía obtener mi ayuda para fundar una república en Thetia, no iba por buen camino.

Por mucho que nos demoramos todo lo que pudimos, llegó un momento en que ya no quedaba nada por hacer salvo atravesar el patio en dirección a la sala de recepción. Allí nos esperaban Mauriz, Telesta y Palatina, sentados en divanes de poca altura bien almohadillados según era costumbre en Thetia. Los tres sostenían copas de vino azul y, según notaron que nos aproximábamos, interrumpieron su conversación.

— ¿Queréis un poco de vino? —nos ofreció Palatina— Mauriz, ¿por qué no les ofreces alguna de las añejas joyas de tu espléndida bodega? No nos gustaría que acabasen echándose a perder.

— Como bien ha sugerido mi amiga, Cathan —dijo Mauriz de inmediato, con suavidad— No nos andemos con ceremonias.

No había a la vista ningún sirviente (ningún sirviente auténtico) y sobre la parte inferior de la mesa descansaba una botella con tres copas limpias. Me acerqué y serví vino en dos de ellas, fabricadas en cristal puro y destinadas a los invitados especiales. —Acomodaos en un diván— agregó Mauriz. Le di a Ravenna una de las copas y me dirigí a un diván. Había siempre tres divanes en ese tipo de salas, cada uno con espacio para que se reclinaran o se sentaran de piernas cruzadas tres personas. Eso lo sabía, pero ignoraba cómo colocarme.

Esperé a ver cómo resolvía el problema Ravenna y la observe acomodarse en el diván vacío. Con una inclinación de su cabeza me invitó a imitarla.

El diván era mucho más duro de lo que yo había esperado, por más que estuviese cubierto de cojines y ricamente adornado con telas. No era sencillo echarse de forma elegante a menos que se supiese cómo. Era obvio que yo no lo sabía, ni siquiera sin la copa de vino en la mano, y me maldije por parecer un rústico pueblerino ante los tres thetianos. Por cierto que ellos no esperaban que no supiese acomodarme en un diván, pero eso sólo empeoraba las cosas.

— Gracias por acompañarnos —dijo Mauriz tras un instante. Eran palabras vacías, y en su tono de voz no se percibía la menor gratitud. El salón estaba iluminado por antorchas de éter coloreado dispuestas sobre mesas de cedro situadas en el centro de los tres divanes. Se sentía en el aire un sofisticado perfume (incienso mezclado con algo que me era desconocido), que era quizá demasiado potente pero no desagradable.

— No me lo habría querido perder después de la maravillosa bienvenida que nos habéis ofrecido hasta ahora —respondió Ravenna con voz débil.

Mauriz le clavó la mirada y añadió:

— No me habléis a mí de la gratitud de los reyes.

Other books

Seasons Greetings by Chrissy Munder
The Jelly People by H. Badger
Luck of the Wolf by Susan Krinard
La cruzada de las máquinas by Brian Herbert & Kevin J. Anderson
Bystander by James Preller
Another Chance by Beattie, Michelle
The Maytrees by Annie Dillard


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024