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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Inquisición (40 page)

En ese punto se me acabaron las ideas. Ningún otro sitio podía ser asociado a la figura del jerarca. Sus dominios eran místicos, ultraterrenos, conectados con fenómenos que iban más allá de la experiencia mortal. Siempre había sido así: el emperador ejercía el poder sobre el cuerpo y el jerarca sobre la mente, un equilibrio capaz de alejar al imperio tanto de la tiranía como de la decadencia, en las que había caído sin los gemelos durante los dos últimos siglos. ¿Cómo encajaban en todo eso los antinaturales poderes de Orosius?

Mientras me incorporaba intentando ignorar el hecho de que cada músculo de mi cuerpo parecía gritar y me estaba desplomando sobre una silla, Sanction persistía en mi mente como la única respuesta. El jerarca no necesitaba otro lugar que Sanction. El Aeón había sido, en los años previos a la usurpación, un medio de transporte compartido por el emperador y el jerarca. La antigua religión carecía de una estructura centralizada y no había lugares sagrados comunes con excepción de Sanction, dedicada al Agua. Y aunque creí por un momento que mi razonamiento era correcto, finalmente me había conducido a un punto muerto.

Todavía estaba sentado en medio de la oscuridad, con la mirada fija en la nada, cuando me encontró Palatina. En cierto modo, había deseado que fuese Persea o Laeas, pues, aunque estaban menos informados, tampoco me hubiesen interrogado con tanta firmeza. Pero ya estaba bien; por lo menos Palatina me creería.

Cerré los ojos instintivamente cuando la luz entró a través de la puerta que alguien abría con precaución, y oí el sonido de los interruptores de la luz, encendidos a toda prisa.

— Cathan... —Se calló y oí que cerraba la puerta tras ella, con una claridad y determinación que yo jamás hubiese tenido— ¿Qué ha sucedido? ¿Por qué está así la sala?

Percibí sus pasos cruzando la habitación hasta detenerse a mi lado. Aún no podía abrir los ojos y la claridad resultaba dolorosa incluso a través de los párpados. Tendría que explicárselo. No tenía sentido fingir que no había sucedido nada. Esta vez no. Lo que implicaba que tanto Telesta como Mauriz me harían preguntas, exigiendo saber con exactitud qué había dicho el emperador y culpándome por no haberles contado mi primer encuentro con él.

No debía revelar lo que había sucedido entre el emperador y yo.

— Palatina —dije con lentitud sintiendo un ardor seco en la garganta— , ¿me estabais buscando todos?

— No. Sólo Persea y yo. Mauriz y Telesta se han enfadado entre ellos. Nadie te ha visto durante horas, y se suponía que Persea y Laeas no nos quitarían el ojo de encima. Tienes muy mal aspecto y tu piel está blanca. ¿Más magia?

— ¿Puedes ayudarme a regresar a mi habitación y decirle a los demás que estoy enfermo? ¿Lo harás por favor? Te contaré lo que ha ocurrido, pero...

— Lo haré si me lo cuentas.

Se agachó hacia mí, me cogió de la manga y luego tiró con fuerza, ayudándome a ponerme en pie.

— ¡Por Thetis! ¿Qué es esto? —exclamó entonces— ¡Parece como si toda la sala hubiese sido arrasada por un golpe de éter! —Algo mucho peor— añadí— ¿Podemos marcharnos?

Ignoro cómo conseguimos recorrer los dos pasillos que nos separaban de mi habitación sin que yo me desmayase, pero lo logramos. Cada paso fue un sufrimiento para mí y duro de llevar incluso para Palatina, pues el contacto con mi piel parecía dolerle. Tomé plena conciencia de lo sencillo que era reducirme a semejante estado: a pesar de que la magia era independiente del mundo físico, la fatiga limitaba con mucho el uso de mis poderes. No tenía la fortaleza y el peso necesarios para soportar penalidades demasiado fuertes como las que había experimentado en el helado río de Lepidor o de la magia pura que Orosius había canalizado a través de mí.

No nos cruzamos con nadie conocido, sólo con unos pocos sirvientes atareados, yendo de aquí para allá. Palatina le explicó a uno de ellos que yo había sido afectado por una oleada de éter y pidió que avisaran al médico del palacio. Por desgracia, cuando el médico llegó no había mucho que pudiese hacer por mí, aunque no sospechó que la causa de mi mal fuese nada más que un exceso de éter. Lo que sí hizo, afortunadamente, fue administrarme una poderosa sustancia contra el dolor. Luego se marchó, dejándome junto a la cama un vaso con el somnífero más fuerte que tenía. —Ahora dime qué es lo que sucedió de verdad— exigió Palatina, sentándose en una silla a un lado de mi cama— Los demás creerán que fue el éter, pero a mí me has dicho que era algo mucho peor. Necesito saberlo por si es una amenaza para todos nosotros, otra arma del Dominio.

— No es del Dominio —repuse negando con la cabeza— , ¿recuerdas la prueba de magia en la Ciudadela?

Asintió y esperó a que yo prosiguiese.

— Quien la practica posee reservas de poder, no puedo explicar de qué modo, y la canaliza a través de uno. Si no eres un mago pasa sin detenerse, pero si lo eres, entonces...

Lo sé, he sentido algo así. Es... ¿mucho peor? Asentí.

— ¿Quién lo hizo?

Miré a la distancia por un instante, deseando haber confiado en ella en Ral´Tumar, antes de que aquello continuase, antes de que fuese tan complejo.

— Mi hermano.

— ¿Cómo? —preguntó Palatina, pero yo desvié la mirada y afirmé con dureza:

— No tienes idea de lo lejos que puede llegar. Era una proyección, una imagen de él. Aun así, eso bastó para dejarme en este estado.

— Es decir que sabe quién eres y que estás aquí... —dijo e hizo una pausa— ¿Qué más? Hay algo más que no quieres contarme.

Era inútil intentar ocultarle nada, de modo que me di por vencido.

— Lo había visto antes en una ocasión, en el Instituto Oceanográfico de Ral´Tumar.

— ¿Ya te lo habías encontrado y nunca nos lo contaste? ¿Por qué? Una vez que ha dado contigo puede seguirte, y pudo habernos descubierto y espiado desde entonces.

La falta de reproche en el rostro de Palatina me hacía sentir peor y no podía mirarla a los ojos.

— Lo ha hecho —dijo tras comprenderlo— Sabe todo lo que tenemos entre manos.

— Por supuesto que sí —admití en un esfuerzo instintivo por defenderme— Aquel guardaespaldas de Mauriz, Tekla, trabaja para Orosius. Fue a través de él como me localizó en un principio.

— ¡Que Althana nos proteja, Cathan! Tekla es la mano derecha del emperador. Debí haberlo sospechado, pero, como no confiaste en nosotros, nos metimos directamente en la boca del lobo.

Su brutal sinceridad era más fácil de llevar que si hubiese mostrado falsa compasión, pero eso no mejoraba las cosas.

— ¿Existe otro motivo por el que no quisiste decírnoslo antes? —preguntó.

Negué con la cabeza de forma muy lenta, deseando de todo corazón haber tenido la valentía de hablar con ella primero, incluso pese a lo que había sucedido entonces.

— Las dos veces me dejó hecho trizas —confesé por fin sin intención de emplear palabras más precisas.

¿Por qué me había portado como un cobarde a lo largo de todo el viaje, incapaz de decidir por mí mismo, permitiendo que Mauriz y Telesta me manipulasen cuanto quisieran? Todo mi comportamiento resultaba tan patético, tan débil. Yo no era en absoluto mejor que mi verdadero padre. —Su poder me supera con creces— admití— No hay nada que pueda hacer contra él.

— Cathan —dijo Palatina calculando cada palabra— , creo que lo mínimo que puedes hacer es contarme con detalle qué sucedió en ambas ocasiones. Sé que te resultará doloroso, pero nos ayudará. Aún soy tu amiga, sin importar lo que hayas hecho, y no pienso decírselo a Mauriz, ni a Telesta, ni a nadie.

Así, interrumpiéndome cada tanto, le conté todo sin escatimar nada, pues de algún modo sentía que se lo debía. Ella apenas hizo comentarios y tampoco cambió de expresión. Era Palatina la que debía haber sido emperatriz o jerarca, no Orosius y mucho menos yo. Cuando concluí el relato, ella parecía muy triste y me cogió una mano, lo que sin duda le dolió mucho más que a mi a causa de los restos de la magia de Orosius, todavía profundamente arraigados.

— Me equivocaba al juzgarte con tanta dureza por no confiar en mí, Cathan. Había pensado que se debía a que eres su gemelo, su hermano, y que por eso se mostraría contigo más humano. Debí pensarlo mejor: Orosius es un monstruo, hable con quien hable, y es probable que cuanto más cerca de él estemos peor sea nuestro sufrimiento. Por eso Arcadius se retiró a Océanus, porque es lo más lejos que se puede estar de Thetia.

»Los demás no lo entenderán —continuó Palatina— No pueden, porque no llevan la sangre de los Tar' Conantur y sólo pueden ver a Orosius desde la distancia. A mí me hizo... algo parecido. Empleó mi proyección para hacerla pasar por mi cadáver, cuando todos pensaron que yo había sido asesinada. En realidad, Orosius |me secuestró, quizá porque el exarca le sugirió que lo hiciese, no lo sé. Cogió mi ropa y me dejó en una celda helada durante varios días, sin permitirme salir en ninguna ocasión salvo para drogarme y proyectar mi imagen en el funeral. Después, vino a mi celda para decirme que, por lo que respectaba al mundo, yo estaba muerta y enterrada, y que el movimiento republicano se estaba desmoronando. Supuse que me retendría cautiva allí para siempre, pero entonces me suministró otra droga... y no recuerdo nada más hasta que desperté en la mansión de Hamílcar. Absorto, observé a Palatina durante un momento, sin apenas creer lo que me estaba contando, y sentí que se me erizaba la piel.

— Nunca se lo había dicho a nadie, y no volveré a hacerlo, pues fue tan doloroso para mí como para ti lo que acaba de sucederte.

— ¿ Tan doloroso? —exclamé sintiendo un escalofrío. Lo que ella había descrito parecía diez veces peor que cualquier cosa que Orosius me hubiese hecho a mí. Y me lo había contado sin que yo se lo pidiera, mientras que yo me había mantenido en silencio poniendo a todos en peligro.

— Orosius nunca empleó la magia sobre mí, nunca manipuló mi mente —señaló— Sin embargo, yo nunca hubiese sido lo bastante valiente para mencionar el harén. En eso te saliste con la tuya.

— Entonces ¿es verdad?

Ella me miró y se reclinó en la silla.

— Por supuesto. Está desesperado por asegurar la continuación de su estirpe. O alguien está provocando la infertilidad de las concubinas o él es estéril, lo que no me sorprendería en absoluto. De cualquier modo, lo importante es ¿qué nos conviene hacer ahora?

— ¿Deberíamos advertir a Mauriz y Telesta?

— En realidad, no podemos hacerlo sin explicaciones, y sé que no quieres contárselo. Tampoco yo —afirmó y observó toda la habitación con suspicacia— Laeas y Persea me aseguraron que nadie nos espía, y yo tapé hace poco una mirilla que había en una de estas paredes, pero es imposible estar seguros. Después de todo, estamos en un palacio y Sagantha tendrá los ojos puestos en nosotros. No cabe duda. Debí pensarlo antes, ahora es demasiado tarde.

— ¿Crees que nos ha escuchado alguien?

— Espero que no. Es imposible saberlo. Sagantha tiene sentido del honor. Quizá un poco selectivo, pero no deja de ser un mérito para él tener al menos algo de eso.

— ¿Y la gente del emperador? Orosius debe de haber enviado a alguien aquí para averiguar dónde estaba.

— No sé cómo te ha encontrado —dijo Palatina encogiéndose de hombros— Sé que Orosius no puede interceptar conversaciones, lo constatamos en una ocasión tendiéndole una trampa, de modo que cuanto sabe lo averigua a través de sus agentes. Pero eso ya no importa. Nos tiene acorralados y es obvio que planea algo. Parece que desee que nos sintamos atrapados, que pensemos que es capaz de predecir todo lo que intentemos.

— Y puede hacerlo. No nos quedan muchas opciones —dije cambiando de postura. Todavía me pesaba el cuerpo. La medicina había funcionado en parte, si bien aún no podía encontrar una posición que me resultase cómoda, y el calor en la habitación cerrada empezaba a ser asfixiante— Quizá podríamos... Espera, te lo susurraré. —Y Palatina se inclinó hacia mí mientras le preguntaba— : ¿Podríamos persuadir a Tanais de que deponga a Orosius?

— Costaría mucho convencerlo; Tanais es monárquico ante todo y siempre lo ha sido. No aceptaría una república —repuso ella, permaneciendo lo bastante cerca de mí para que yo siguiese hablando en voz baja. Quizá fuese melodramático, pero esta vez no quería correr el menor riesgo.

— Hay más candidatos.

— No sigas, Cathan. Valdur ya lo hizo antes. Me estremezco sólo de pensar qué opinaría Tanais.

— Tanais es leal al imperio. Él mismo ha dicho que Orosius no es digno de la familia. ¿Crees que apoyaría a un individuo semejante?

Palatina volvió a fijar en mí sus ojos verdes y esta vez nuestras miradas se encontraron. —¿A quién propones para reemplazarlo?

— Sé que, en teoría, hay tres personas en la línea sucesoria. Dímelo tú.

— Mi madre no lo haría; no me lo puedo ni imaginar, y Arcadius está demasiado lejos y es soltero.

— Palatina —afirmé con suavidad— , Orosius es un monstruo. Lo que nos ha hecho a nosotros, sus parientes más cercanos, puede hacérselo a cualquiera. Y lo hará si se le da suficiente poder.

— Hablas totalmente en serio, ¿no es cierto? No es otro arranque impulsivo.

— ¿Qué esperabas? Le temo. Tengo miedo de lo que pueda hacerme a mí, o a ti, o a cualquiera. Hasta el día de hoy mi guerra no era contra Orosius, pero ahora deberá serlo. Él y el Dominio están aliados, lo sé, pero eso no es lo que importa en verdad. Si consiguiésemos algún éxito aquí, ¿cuánto duraría antes de que él llegase para aplastarlo? No importa si se hace en nombre de él o en el del Dominio. Representamos una amenaza para ambos, y se han dado cuenta antes que nosotros. Palatina siguió sentada, inmóvil, durante un buen rato. Luego acercó su silla a la cama tanto como pudo. —Dime qué propones exactamente— me pidió. Respiré profundamente, consciente de que pronto tendría que tomarme el sedante. Le expliqué lo que se me había ocurrido en la oscuridad de la sala de cartografía después de que Orosius me dejara allí tirado en el suelo como un animal herido. Le aseguré que el emperador no podría encontrar el Aeón y que yo tenía más oportunidades de lograrlo si me acompañaba la suerte.

— Con el Aeón podríamos desbaratar el poder del Dominio, pues su capacidad para prevenir las tormentas es su mejor arma —dije— Al mismo tiempo sería un escondite seguro hasta que inicien la cruzada. Pero si sobrevivimos a todo eso,Thetia ha de estar de nuestro lado. Quiero encontrar a Ravenna y convencerla de que ella es la única con legitimidad para gobernar Qalathar, y obtener su ayuda. Ravenna es la pieza final del rompecabezas.

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