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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Inquisición (56 page)

»Debemos averiguar dónde se encuentra exactamente —prosiguió Palatina— No podemos vagar sin rumbo por las montañas. La mayoría de su gente, quizá toda la que está aquí, ignora la existencia de ese refugio, pues lo contrario resultaría muy peligroso.

— Me parece improbable que encontremos a la faraona o a su compañera con tanta facilidad —volvió a hablar Bamalco— He seguido tu razonamiento, pero ¿crees que Alidrisi la escondería en un lugar tan obvio? Es demasiado ideal: un castillo en ruinas en la costa de la Perdición en una zona desierta y a kilómetros de cualquier otra parte.

— ¿Qué sitio sería más apropiado? La ciudad no, pues existiría un riesgo demasiado grande de que la descubriese la Inquisición u otras personas. Además, la ventaja de las montañas es que dispondría de innumerables vías de escape. Si alguien intentase capturarla, hay senderos, caminos de cabras y cientos de lugares donde esconderse. La ciudad no tiene escondites, igual que una nave o una isla pequeña.

— Pero, si están las dos juntas, ¿por qué no contactar directamente con la faraona? —preguntó Tekraea— Ravenna nos reconocerá, podrá explicarle que estamos de su lado y entonces podremos ocultar a la faraona nosotros mismos.

— ¿Realmente podemos hacerlo? —replicó Persea— Quizá no te guste que Alidrisi la tenga a su cuidado, pero él puede protegerla. Es un hombre poderoso y tiene casas seguras de todos los tipos imaginables. Si nosotros nos apoderásemos de la faraona, Alidrisi movería cielo y tierra para recuperarla. Pero ¿crees que haría lo mismo por su compañera?

Por un instante, la reunión se convirtió en un absoluto caos, y Laeas alzó la cabeza con resignación mientras Palatina lo miraba con atención. Tamanes y Persea discutían con furia, Bamalco intentaba conseguir que ambos hablasen de manera razonable, y Tekraea defendía ante todo el que quisiese escucharlo que lo más evidente era rescatarlas a ambas de las corruptas manos de Alidrisi.

Palatina me cogió de una manga alejándome de los demás. Nos apartamos para hablar en un rincón entre la puerta y un enorme arcón de madera cubierto de telarañas. El aire estaba lleno de polvo y no pude evitar estornudar.

— Estamos metiéndonos en un pozo cada vez más y más profundo, Cathan. Esto no avanza como debería. La idea les gusta pero todo resulta demasiado artificial: rescatemos a la amiga de la faraona para que ella pueda hablar con ésta y ella persuada a Alidrisi de que nos dé dinero para comprar armas... ¿para qué?

— Ya lo sabes...

— Por supuesto que lo sé, pero estamos tratando con personas inteligentes. En Thetia todos estarían en la universidad o ascendiendo en la jerarquía de sus clanes. Como estamos en Qalathar, centran su energía contra el Dominio.

— ¿Qué es lo que intentas decirme? —le pregunté, temiendo su respuesta.

— Díselo. Ella es lo que es y no podemos cambiarlo. En algún momento ha de salir a la luz y tiene que suceder pronto.

— Siempre quieres contarle a la gente lo que desea saber. Era a ti a quien le preocupaba una posible traición en Ral´Tumar, no a mí. Y tenías razón.

— Has pasado de ser demasiado confiado a no confiar en nadie.

Nadie nos estaba oyendo, pero el orden parecía volver lentamente, con Bamalco presidiendo un improvisado debate entre tres o cuatro más.

— Si lo digo, romperé la promesa que le hice a Ravenna.

— Ella ya ha desconfiado de ti huyendo en Ilthys —replicó ella sin rodeos.

— Palatina, no conocemos a la mitad de las personas que están aquí. Si sólo uno de ellos fuese capturado o,Thetis no lo permita, trabajara como espía para Sarhaddon o Midian, el Dominio descubriría lo que lleva veinte años buscando. Ravenna ha sobrevivido porque se ha mantenido el secreto.

— Y porque está en manos de gente como Alidrisi, Cathan. Si Ravenna te ayuda a dar con el Aeón, habrá un sitio seguro donde ningún inquisidor podría encontrarla ni en un millar de años. Pero ella debe intervenir en esto, y nunca te perdonará que la pongas en una situación todavía más complicada que la actual.

— He fallado a su confianza en mí en tantas ocasiones... —afirmé con tozudez— No volveré a hacerlo nunca.

— Ninguno de vosotros dos confía de verdad en el otro, y sabes por qué. No podemos resolver ese dilema ahora. Y os queráis o no, representáis nuestra mayor esperanza. Ambos. Habéis acordado ser compañeros, los primeros magos de la Tormenta, y aunque eso no cambie en nada vuestros sentimientos, ese lazo debe continuar.

— Muy bien, entonces díselo. Permite que la noticia se difunda.

— Ése ha sido un comentario digno de tu hermano —espetó Palatina, y regresó junto a los demás.

— ¿Puedo decir una cosa? —le dijo Palatina a Bamalco interrumpiendo el debate.

— Has perdido tu turno —comentó él con una media sonrisa.

— Os pido disculpas a todos. Debemos haceros una confesión que aclarará un poco las cosas y lamentamos de verdad que os hayáis confundido por nuestra culpa. Dudáis de todo cuanto os hemos dicho, en especial de todo el esfuerzo por rescatar a la compañera de la faraona y no a la faraona en persona. Lo que os diré rompe una solemne promesa que hemos hecho tanto Cathan como yo y deseo que todos vosotros, de forma individual y con los demás por testigos, juréis no revelarle a nadie lo que os vamos a contar. ¿Estáis de acuerdo?

Se produjo un murmullo general de asentimiento, y los dos recorrimos el salón tomando a cada uno de los presentes el juramento por los ocho Elementos de mantener el secreto. Eso no nos protegería de un posible traidor, pero deseé por el bien de todos que sellase los labios de cualquiera que no fuese un agente del Dominio. Llevamos a cabo la ceremonia del modo más lento y solemne que nos lo permitió esa habitación asfixiante atestada de personalidades tan fuertes. Mientras lo hacíamos, el ambiente general se tranquilizó, la gente se relajó y se estableció la calma.

No obstante, ni uno de los reunidos juró sólo por los ocho Elementos. Todos añadieron una promesa por el honor de su clan o por el de su ciudad (dos sostuvieron con seriedad que su hogar era Poseidonis) y, en el caso de Tamanes, por su lazo con el Instituto Oceanográfico.

Cuando Palatina acabó de realizar su propio juramento, rompiendo a su vez otro, aunque ella no se había comprometido con Ravenna en los mismos términos que yo, se produjo el primer silencio total de aquella noche. Entonces hice el mío. —Juro en el nombre de Thetis, madre del Mar; Tenebra, señora de las Sombras; Hyperias, señor de la Tierra; Althana, compañera del Viento; Phaethon, portador de la Luz; Ranthas, señor del Fuego y uno entre ocho, y por Ethan de los Espíritus, y Cronos, que ve el pasado y el futuro, así como por el honor de mi clan, que mantendré en secreto lo que se diga esta noche por todas las almas vivientes y las de los moribundos. Y os pongo por testigos de que al hacerlo rompo una promesa formulada a los moribundos y que me retractaré hasta que veáis que la persona a quien he traicionado su confianza me perdona. Cuando acabé retrocedí unos pasos para que Palatina volviese a ocupar el centro de la sala, agradecido de no haber percibido la condena en el rostro de ninguno y preguntándome por qué sólo Persea parecía comprender la relevancia de lo que acababa de decir.

Aunque un poco básico, mi juramento había sido por los moribundos, pues se consideraba que los condenados a la pena capital iban a morir pronto. Aún podía recordar cada palabra pronunciada aquella terrible noche en las celdas, y había mentido a mis amigos y a mi familia para mantener el secreto de Ravenna. Ahora estaba a punto de presenciar cómo Palatina rompía por mí el juramento en una habitación llena de desconocidos. Y lo hacía para proteger a Ravenna, que era exactamente el motivo por el que ella me había hecho prometer silencio. Todavía podía sentir las cenizas en la boca.

— La faraona no tiene ninguna compañera —dijo Palatina con sencillez— Algunos de vosotros habéis conocido a Ravenna, otros no. Ella es la faraona de Qalathar y nieta de Orethura. Deseamos contar con vuestra ayuda para rescatar a la faraona de Qalathar de sus enemigos y de los que fingen ser sus amigos.

Esta vez el rumor fue tan potente que temí que nos oyesen en el templo.

— De modo que estaba aquí... —afirmó Persea, incrédula. La sorpresa era evidente en todas sus caras— Ella hubiese muerto antes de permitir que el Dominio la utilizase de títere.

— Igual que nosotros —sostuvo Tekraea con coraje— ¡Daré mi vida por ella y le brindaré toda mi ayuda! ¿Por qué no la servimos a ella como los guardias sirven a su inútil emperador?

— Pues entrégale tu vida cuando la encontremos —intervino Laeas con amabilidad— Por ahora habéis hecho un juramento. ¿Alguien tiene alguna duda sobre lo que se ha dicho? Si no es así, entonces escuchad a Palatina. Ya hemos acordado qué vamos a hacer. Ahora debemos decidir cómo lo haremos. ¿Palatina?

— Existen dos caminos. O bien probamos con una o dos personas, confiando en su sigilo, o bien participamos todos, lo que es más difícil pero también nos ofrece más oportunidades. Y es preciso que demos por sentado que tienen maneras de escapar fácilmente, de modo que si ven enemigos puedan dejar el lugar a tiempo.

— Alidrisi se marchará mañana, regresa a Kalessos —informó Persea— Cathan pensaba seguirlo por su cuenta, pero quizá podamos ir todos.

— Eso sería demasiado evidente, notaría que lo sigue un montón de gente a caballo. No podemos llamar la atención. Incluso un único jinete siguiéndolo debería contar con una excusa apropiada, pues si no lo tenemos siempre a la vista, corremos el riesgo de perderlo.

— ¿Serviría que alguien lo esperase en el camino? —propuso Laeas— No sé cuántos senderos hay allí, pero no pueden ser más

de media docena. Si colocamos a alguien oculto en cada una de las desviaciones, el que lo vea podría seguirlo ascendiendo el valle. ¿Funcionaría algo así?

— Quizá —opinó Persea— Pero será todavía más difícil justificar la presencia de otro jinete. Quizá en el camino principal, pero no en las montañas. Si Alidrisi sube por las laderas, tendrá que dejar ¿el carruaje. Además, andará por terreno conocido, mientras que para cualquiera de nosotros serán lugares extraños. Y no sería raro que tuviese centinelas apostados en distintos puntos del trayecto. —¿Y si tan sólo observamos qué camino coge?— sugerí— Es cierto, eso implica tener que buscar más, pero sin correr el riesgo de ser descubiertos. Cuando lo supiésemos, subiríamos todos para dar con el sitio exacto.

— Olvidas que probablemente nos vean llegar. Y no deben saber que los estamos buscando. —Robad los caballos de Alidrisi y fingid ser él y sus guardias de Kalessos— aventuró Tekraea— Los centinelas no distinguirán la diferencia hasta que no estéis muy cerca.

— Para que eso funcione debemos saber dónde se encuentra el ¡refugio —señaló Bamalco— No engañaría a nadie que alguien que quiere pasar por Alidrisi comience a buscar su propio escondite. —Cathan, ¿no me dijiste en una ocasión que sabías cómo localizar a Ravenna?— preguntó Palatina— Fue hace unas dos semanas, creo que era algo relacionado con la magia.

— Eso sólo hubiera funcionado con una carta suya. En cuanto la hubiese tocado sabría de inmediato dónde la había escrito. Pero no podemos hacer que Alidrisi le lleve una carta.

— ¿No hay otra manera?, ¿algo que puedas hacer para saber dónde está?

Pensé un momento; tenía que haber algo de lo que nos habían enseñado en la Ciudadela que pudiera servirnos. Pero nuestros profesores siempre habían insistido en que no era conveniente hacer magia si alguien podía detectarla. Dejaba un débil resto en nosotros y en los sitios donde se había hecho. Éste, si era lo bastante fuerte, podía detectarse a varios kilómetros de distancia.

— ¿A cuánta distancia de aquí se encuentran las montañas?— Las más cercanas están a cuarenta kilómetros, y a unos sesenta y cinco las que comunican con el último camino propiamente dicho.— Entonces, si descubriésemos cuál de los senderos coge, yo podría encontrar el lugar por la noche —afirmé con cautela, consciente de que me estaba comprometiendo a mí mismo— Soy un mago de la Sombra, la oscuridad no es para mí ningún problema.

Noté entonces el desconcierto en varios de ellos. Estaba claro que Persea y Laeas no se lo habían contado a la mayoría. Debía de estarles agradecido por eso, sobre todo considerando cómo habían castigado nuestra magia Sarhaddon y sus secuaces. Y en especial la magia de la Sombra. La gente teme a la oscuridad.

— ¿Cuántos podríamos acompañarte?

— Ese es el inconveniente. Yo puedo abrirme camino en una oscuridad absoluta, pero debería guiar a quien viniese conmigo, y podría resultar muy arriesgado si para acceder al sitio exacto es preciso escalar.

—Eso podría arreglarse —declaró Palatina— Sé con qué facilidad puedes escalar muros verticales, de modo que podrías subir, descender y ayudar a los demás, que te estaremos esperando abajo...

— A algunos de nosotros —interrumpió Bamalco— Necesitamos tener preparado un lugar seguro para esconderla más tarde, y también es necesario hacerse cargo de eso. Si la recogemos por la noche, hará mal tiempo, por lo que cuantos menos seamos en el camino, mejor. Podrían encender alguna luz al regresar y vernos alguien incluso a esas horas. ¿Dónde podemos encontrar una casa segura? No importa si es un escondite a largo o corto plazo, pero debe ser algún sitio fuera del alcance de Alidrisi o del virrey.

— Es probable que encontremos algo a largo plazo —afirmó Palatina— , pero antes debo hablar con Ravenna. En cuanto al escondite inmediato, quizá pueda echarnos una mano la familia Canadrath. Ravenna no lleva ningún cartel que ponga «faraona» y sólo corre peligro con gente que pudiese reconocerla. Alidrisi no la descubrirá echando los perros tras ella, será muy cuidadoso, y discreto.

— De cualquier modo, ¿cómo resolveremos lo de la noche? La ciudad cierra las murallas hasta el amanecer y no podremos volver a entrar hasta la mañana siguiente.

— Nada de aldeas ni de hostales —remarcó Palatina de inmediato— La gente podría comentar. A menos que la familia de alguno de vosotros se encuentre en medio de la nada...

Ninguno de los presentes provenía de una familia de campesinos, lo que no resultaba sorprendente teniendo en cuenta lo escasas que eran las tierras cultivables en Qalathar.

— Una cabaña de leñadores —propuso uno de los desconocidos—; no trabajan en invierno. Sus cabañas han de estar vacías y no habrá nadie para hacer preguntas.

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