En realidad no era el Aeón en sí lo que yo buscaba, sino lo que llevaba a bordo. El Aeón había sido el centro de control de una especie de red de vigilancia llamada ojos del Cielo. Gracias a algún misterioso medio, los ojos del Cielo poseían una visión del planeta en su totalidad, y de las tormentas. Con ellos sería capaz de comprender las tormentas y, según predecía el director del instituto de Lepidor, emplearlas contra el Dominio.
Pero el Aeón había desaparecido durante la violenta escalada al poder del Dominio y su paradero se ignoraba desde la virulenta contienda que siguió al asesinato del emperador unos doscientos años atrás. A partir de ese momento no se sabía nada. No había ni rastro del buque, ni de su tripulación ni de su capitán. Sólo un clamoroso silencio.
Cogí el relato de los viajes de la Revelación y permanecí absorto en sus páginas. Se trataba de la única descripción autorizada del abismo más profundo existente. Un abismo por el cual el Aeón, construido cientos de años antes de la guerra, había sido más que capaz de navegar. Y si, como yo creía, el buque había sobrevivido a la breve guerra civil, escondido entonces por su tripulación, el sitio lógico para ocultar el Aeón era alguno tan profundo que nadie pudiese jamás toparse con él por accidente.
— ¿Perdido en meditaciones?
La suave voz interrumpió mi ensueño como un hierro ardiente. Se me cayó el libro y me volví en la silla. Abrí los ojos de par en par cuando reconocí su cara.
— ¿Quién eres? —pregunté.
— Esa es una pregunta que bien podría hacerte yo a ti.
Con extraña elegancia, el visitante avanzó unos pasos en dirección a mí desde la entrada en la que se hallaba. Recogió el libro que se me había caído y lo observó con minucioso interés.
— Los viajes de la Revelación, es un buen tema para tratar en este momento, ¿verdad?
Me incorporé, sintiéndome en desventaja al estar sentado.
— ¿Quién eres? —repetí— No eres un oceanógrafo.
— No tengo ningún interés en absoluto por la oceanografía, salvo cuando tiene que ver conmigo de forma directa.
Su túnica naval crujió ligeramente cuando acercó una silla para sentarse frente a mí.
— ¿Sabe Rashal que estás aquí? —pregunté.
— Si te refieres al oceanógrafo, no nos ocasionará ningún problema. No te librarás de mí de forma tan sencilla.
— Puedo irme de aquí cuando me plazca. ¿O acaso has puesto guardias en la entrada? —le dije intentando modular la voz de modo que sonase neutra y carente de emoción.
— Oh, yo no haría eso en tu lugar. No hay ningún guardia, pero permanecerás aquí porque yo así lo deseo. Si intentas irte, me veré forzado a retenerte, lo que te resultaría humillante.
Sus ojos color violeta no parpadeaban y me miraban fijamente mientras yo bajaba la mirada hacia su cintura, donde resultaba evidente la silueta curva de una espada colgando de su cinturón. Quizá yo estuviese desarmado, pero...
— Y si estás pensando en emplear... otros talentos que posees, te advierto que también puedo lidiar con ellos. Así que toma asiento y mantengamos una conversación civilizada.
No era una petición.
— Siempre me gusta saber con quién estoy hablando —sugerí mientras me sentaba con expresión adusta. Era posible que el sujeto estuviese mintiendo respecto a sus poderes, pero algo en él me indicó que no era conveniente arriesgarme. Mi corazón palpitaba con violencia.
— Creo que aquí soy yo quien lleva ventaja —sostuvo— , y no sólo por el hecho de que tú tengas algo que ocultar y yo no.
— Entonces ¿qué pierdes diciéndome tu nombre?
— Los nombres pueden convertirse en poder... Cathan. Y en esta sala no hay nadie más a quien puedas dirigirte, así que no hay necesidad de que conozcas el mío.
— Entonces ¿por qué dijiste antes que te correspondía preguntármelo a mí si ya lo sabías? ¿Es éste algún juego del Dominio?
— ¿Imaginas entonces también que el Dominio está tras tus pasos? ¡Qué egocéntrico eres! Todos tus amigos parecen tener la misma debilidad. Me pregunto cómo conseguís llevaros bien. —En sus facciones angulares apareció un momentáneo gesto de desconcierto— , ¿Os peleáis con mucha frecuencia para saber cuál de vosotros corre mayor peligro?
No dije nada y, tras un instante, sonrió.
— El Dominio no necesita en absoluto andarse con sutilezas. Si yo buscase apresarte en su nombre, ya conocería tu culpa de antemano y sólo habría venido a arrestarte. Si ellos no te buscasen a ti en particular, ¿crees que perderían el tiempo de esta manera? No. Puedo asegurarte que no tengo nada que ver con ellos.
— Entonces ¿por qué te tomas la molestia? Porque nos has visto antes. ¿No estarás satisfecho hasta que investigues a cada persona que ves? Quizá me haya equivocado con Pa... con mi amiga —corregí maldiciendo interiormente porque se me hubiese escapado esa sílaba.
— No creas que ignoro el nombre de Palatina. Y te haré una pregunta. ¿Por qué te ponía tan nervioso pasar frente a la embajada de Thetia? Tu actitud implica de alguna forma una conciencia sucia, Una embajada no tiene por qué inspirarle miedo a nadie.
— ¿No tienes nada mejor que hacer que controlar las posibles conciencias culpables? Sabrá Dios cuántas personas hay en este mundo a las que no les gustan los thetianos. Si te dedicases a investigar a cada uno que pasa, estarías así eternamente y no dejarías de controlar ni a tu emperador. Aunque por otra parte... tú no eres thetiano, ¿verdad?
— ¡Qué observador eres! No, no lo soy, pero es evidente que tú sí.
— ¿Estás aquí sólo para hacer comentarios agudos e insinuaciones? No tengo tiempo para eso.
Me puse de pie, decidido al menos a intentarlo. Mejor correr el riesgo que permitir ser acobardado por meras palabras.
Resultó sin embargo que él era capaz de más que eso. Con increíble velocidad desenvainó la espada y la colocó contra mi garganta, sin que yo tuviese tiempo para dar más que un único paso.
— Esta conversación seguirá mis pautas, Cathan —advirtió con voz que sonaba más aburrida que amenazante— Permanecerás aquí hasta que decida que te vayas. Ahora siéntate mientras te brinde esa posibilidad.
Seguí mirándolo por un momento, casi furioso por la frustración y un odio repentino. ¿Quién era aquel hombre y por qué se sentía con derecho a hacer todo aquello? Pero había colocado su espada en mi cuello y no había absolutamente nada que pudiera hacer la magia contra eso. Temblando de ira caminé hacia atrás y me desplomé con fuerza en la silla.
— Eso está mejor.
Volvió a su asiento y dispuso la espada sobre su regazo.
— Alguien con mayor sensatez habría intentado eso un poco antes. Alguien con menos orgullo no lo hubiese hecho en absoluto, pero tú desbordas de orgullo. Realmente tienes demasiado para alguien de tu posición. Yo, personalmente, no tengo objeción que hacer al respecto, siempre y cuando vaya en equilibrio con otras cualidades.
— ¿Te parece que podríamos ir al grano? ¿O sólo estás alimentando un ego todavía más grande mediante mi humillación?
— ¿Para qué querría hacer eso? Y, en todo caso, ya deberías saber por qué o, mejor dicho, por quién estoy aquí.
— ¿Deseas que te diga todo lo que sé acerca de Palatina de manera que no tengas que preguntárselo a ella?
Quizá estuviese físicamente a su merced, pero no dejaría pasar ninguna otra oportunidad.
— Sé bastantes cosas acerca de Palatina Canteni, pero suponía que ella había muerto.
Su pronunciación de la lengua del Archipiélago escondía un vago acento detrás de un vocabulario bastante extenso, como si fuese alguien que había aprendido el idioma desde la infancia pero sin ser un nativo thetiano. Éstos tendían a omitir los pronombres, no a añadirlos. Algo que tenía relación con el modo peculiar en que funcionaba la lengua de los nobles thetianos.
— ¿Acaso crees que es ella? —lo desafié— No me lo parece, pues en ese caso no habrías venido hasta aquí para preguntármelo.
— Tenía entendido también que a ella le quedaba sólo un pariente vivo, un varón. Tú y ella os parecéis mucho, demasiado para que sólo sea una coincidencia.
Eso era indudable. Pese a sus curvas y al tono un poco más claro de su cabello, cualquiera que nos veía suponía que nos unía algún lazo de parentesco. Ravenna había pensado en un primer momento que podíamos ser incluso hermanos.
— Eso nos lleva a preguntarnos más cosas de ti —prosiguió— , cosas que supongo que no te han preguntado. Si tú no cooperas, podría verme forzado a llegar a conclusiones inconvenientes sobre tu verdadera identidad.
¿Eso quería decir que sabía alguna cosa? ¿O sólo estaba siguiendo una línea de razonamiento? Lo más probable era lo segundo, ya que no era necesario ser un genio para establecer la relación. Por eso a Palatina le preocupaba tanto ir a Thetia, y, pese a que mi mente estaba empañada por la furia, intentaba concentrarme todo lo que podía. Casi con seguridad este sujeto, fuese quien fuese, trabajaba para los thetianos. Pero ¿para qué thetianos? ¿El emperador, la Armada o alguno de los clanes? No tenía todavía ninguna pista, pero con un poco de suerte acabaría diciendo algo que me ayudase a determinarlo.
— Por alguna razón tienes miedo al Dominio. No tardaré en averiguar por qué. Pero Palatina Canteni solía moverse en los círculos más elevados y provocaba fuertes reacciones entre sus amigos y enemigos. Un pariente suyo con tus rasgos podría perfectamente ser utilizado. Thetia cuenta también con amigos y enemigos.
— Estás perdiendo el tacto —le indiqué con satisfacción— Recurrir a amenazas de violencia, referirse a facciones misteriosas..., esas cosas muestran por lo general que quien lo hace no está seguro de donde pisa.
— Y sospecho que ése es el caso, en efecto, cuando hay políticos de por medio, pero ahí te equivocas por completo —afirmó tajantemente— Creo que mi suposición sobre cuál de los dos era más ingenuo ha resultado acertada. No puedes ir por la vida, y mucho menos por el Archipiélago, con un rostro como el tuyo y pretender que la gente lo ignore. Dime, ¿de qué continente vienes?
— De Océanus —respondí con un amargo sabor en el fondo de la garganta. Me parecía haber sido muy listo y, sin embargo, me tenía andando en círculos. No tenía ningún sentido mentir cuando era obvio que podían descubrirme tan fácilmente.
— ¿Has tenido alguna vez ocasión de ver o conocer al virrey imperial? —me preguntó.— Es posible que sí. —Eso no basta.
— Lo he visto —dije con un hilo de voz, incapaz de desafiarlo.— El virrey Arcadius es un primo lejano del emperador, hijo de la concubina de su abuelo. No se espera que los emperadores thetianos tengan concubinas, pero así son las cosas. Por otra parte, él es el heredero al trono. Como sea, es un Tar' Conantur puro: cabello negro, delgado, con un rostro de elegantes rasgos, ojos azul marino. Los años lo han favorecido, ¿no te parece?
Se inclinó hacia adelante y al mencionar cada uno de los rasgos hizo descansar con delicadeza el extremo de la espada sobre cada una de las correspondientes partes de mi cara. Permanecí totalmente inmóvil.
— No soy único en absoluto —afirmé del modo más cortante que pude, pero sabiendo que no sonaba convincente— Vuestra dinastía real ha dado muchísimos niños a lo largo de los años, y al parecer algunas cosas se repiten en todas las generaciones.
Tar' Conantur era el nombre del clan de thetianos pertenecientes a la realeza.
— Es cierto, pero siempre hay algo que se pierde. Los Tar' Conantur acostumbran a casarse con mujeres de una raza en particular, lo que refuerza los lazos.
Eso era algo sobre lo que había leído sin comprenderlo demasiado bien. La mayor parte de las dinastías reales se relacionaban entre ellas a fin de reforzar sus rasgos, teniendo a veces hijos idiotas. Los thetianos parecían haber elaborado una regla diferente, según la cual el emperador debía casarse con una exiliada. Los exiliados eran una tribu singular que vivía de forma nómada en zonas alejadas junto al océano y que rara vez entraban en contacto con otros pueblos.
— No soy ningún experto en genealogía pero sé que los Tar' Conantur son difíciles de confundir.
— ¿Consideras que soy una amenaza para vuestro emperador?
— Lo que yo piense es irrelevante —dijo con brusquedad— Te formulé una pregunta acerca de Palatina y escogiste no responderla. Apenas estoy siguiendo una linea de razonamiento que podría construir cualquiera con medio cerebro. Que tú seas o no una amenaza para el emperador es algo inmaterial, pues, igual que la belleza, la amenaza está en los ojos de quien la mira. Así que volveré a preguntártelo. ¿Es ella la auténtica Palatina Canteni? Sé cuidadoso. No intentes desviarte del tema otra vez, a menos que desees que te dé una verdadera lección de humildad.
— Es ella —admití, sintiéndome atrapado como un insecto en la resina de un pino— , al menos hasta donde yo sé.
No quería que fuese más lejos, pero una parte de mí protestaba a gritos que me daba por vencido demasiado fácilmente. ¿Por qué me sentía tan dispuesto a rendirme frente a meras amenazas? La espada me había puesto en mi lugar, nada más. O por lo menos así me justifiqué ante mí mismo.
— ¿Te ha dicho ella qué fue lo que le sucedió, cómo escapó de Thetia?
— No lo sabe con seguridad, pero sé que fue recogida por... —comencé la frase pero me obligué a detenerme— No voy a traicionarla. Por lo que yo sé, tú podrías ser uno de los que intentaron asesinarla. No te diré nada más.
— Bien —dijo él, inexpresivo, poniéndose de pie y envainando la espada— Estoy seguro de que el nuevo inquisidor general estará muy interesado en saber que una joven hereje qalathari de alto rango se hospeda en el hostal del parque Bekal.
Avanzó hacia la corta escalera que conducía fuera del salón.
Mi corazón pareció detenerse por un segundo y lo observé con terror. Seguramente no tenía intención de hacerlo, pero se aproximó a la puerta como si pensase abrirla.
— ¡No! —grité desesperadamente, corriendo a través del salón en un irreflexivo esfuerzo por detenerlo. Me detuve de inmediato sin haber llegado siquiera a tocarlo cuando puso frente a mí la espada desenvainada.
— No amenazo en vano, Cathan —sostuvo con una fría sonrisa— .
¿Cuánta de tu preciosa dignidad estás dispuesto a sacrificar para salvarla?
No se movió salvo para darme un golpecito en el hombro con la punta de la espada. Lo miré desconcertado por un instante.
— ¡Hijo de puta! —dije finalmente ahogando mis propias palabras una vez que comprendí lo que insinuaba.