— Pero si todo esto es cierto —objeté separando su informe del resto de la pila— , entonces ¿cómo sigue siendo tan poderoso el imperio de Thetia?
Ella esperó antes de responder, con la mirada absorta y pensativa clavada en la distancia.
— Thetia tiene dos caras. Sí, existen todas las cosas que escribí y que tanto te preocupan. A los clanes no hay nada que les interese demasiado, con excepción del prestigio y el buen vivir. No a todos ellos, por supuesto —añadió refiriéndose a su propio clan, el belicoso Cantera— , pero eso es lo que suele verse en Thetia, en las grandes ciudades y en Selerian Alastre. De todos modos, olvidas que los thetianos son los mejores navegantes del mundo. Ambos somos thetianos, tanto tú como yo, y ninguno de nosotros es feliz alejado del mar. Para ti el mar es todavía más que eso, pero cualquiera sabe que, cuando se habla de embarcaciones, las thetianas son las mejores.
Y eso era cierto, por mucho que lo negasen los capitanes mercantes tanethanos y los almirantes cambresianos. El resto del mundo consideraba el océano un mero camino, una ruta para el comercio, así como un vasto criadero natural de peces. Pero parecía que para los thetianos significaba algo más. No como un dios o una diosa, ni como creía el semimítico Exiles un enorme organismo viviente, aunque sí mucho más que un lugar a través del cual era posible viajar o del cual se podía recoger comida. De hecho, los thetianos habían fundado el Instituto Oceanográfico.
— Por lo tanto, sostienes que es su flota lo que los hace poderosos.
— Su flota, y el emperador.
Eso era lo que ella había evitado mencionar hasta entonces. No se había extendido respecto al emperador en todo el informe, lo que me intrigaba. ¿Cómo era posible escribir acerca de comerciar con Thetia sin hablar del hombre que, al menos de forma nominal, poseía mayor autoridad que cualquier otro en Aquasilva? Incluso los cambresianos temían contradecir abiertamente al emperador, por más que desearan liberarse más que cualquier otra cosa, e incluso alimentaban la ilusión de recuperar la independencia de Thetia.
— Lo has dejado para el final.
— Él es más peligroso que todo el resto en su conjunto —advirtió ella asintiendo con la cabeza.
— ¿Cómo es? Como persona, quiero decir.
— Es probable que sea el emperador más brillante que jamás haya habido. Cuando hablas con él sientes todo el tiempo que está muy por encima de tus capacidades. Por supuesto, juega al ajedrez. Y nunca pierde. Pero es un individuo desalmado, frío, sin piedad; le valen todos los apelativos de ese orden que puedas imaginar. No es un buen gobernante para Thetia, porque sueña con ser Un monarca absoluto, algo que nosotros no le permitiremos.
— Pensaba que ése era el objetivo de cualquier emperador.
— No de nuestro emperador —subrayó Palatina con un toque de orgullo.— En Thetia el emperador, o la emperatriz, ya que han existido algunas, no se parece, por poner un ejemplo, al rey de reyes haletita. Este último puede ordenar la ejecución de alguien sin juicio previo o pronunciar edictos cuando le place. De hecho —dijo, e hizo una pausa con los puños apretados como si se concentrase en algo fuera de su alcance— , el de Thetia no es, en la práctica, un emperador propiamente dicho. Lidera la flota y la Asamblea de Clanes, pero es ésta la que aprueba verdaderamente las leyes. Él sólo brinda una especie de equilibrio. Sin su figura los clanes no cesarían de enfrentarse; con ella, sólo se pelean de tanto en tanto. La cuestión es que el emperador desea gobernar por su cuenta y recuperar el antiguo imperio. Puesto que la mayor parte de los clanes se encuentran en un estado de franca desorganización, de momento no ha conseguido que sus planes prosperen. Por eso ha acudido al Dominio en busca de ayuda.
Y ése era el peor problema. Un megalómano en el trono de Thetia no hubiese sido tan grave teniendo en cuenta el debilitado estado del imperio, pero si sumaba su poder al del Dominio, la situación cambiaba por completo.
— Mi padre me dijo que el emperador era una marioneta del exarca, y añadió algo sobre una enfermedad.
Los exarcas eran los potentados del Dominio y les debían obediencia sólo a los cuatro primados (y en ciertos casos ni siquiera a ellos). El exarca del Archipiélago, invariablemente un cargo complejo, había gobernado sus vastos territorios espirituales como si constituyesen un imperio secular desde el mismo instante en que la cruzada del Archipiélago dejó allí un vacío de poder. El exarca de Thetia, si bien menos poderoso, poseía una inmensa influencia, comparable a la del rey en mi propio continente, Océanus.
— Eso es verdad en cierto modo —señaló Palatina— El emperador estuvo muy enfermo cuando tenía trece años y eso lo marcó de por vida. Cada tanto sufre terribles dolores de cabeza que le impiden cualquier actividad y no se le ve durante varios días. Debes considerarte muy afortunado por no estar en su lugar, ya que te verías aquejado exactamente por el mismo problema.
Hubiese preferido que no me lo recordase. Ambos compartíamos la sangre familiar de Orosius: Palatina era su prima directa, y era probable que también yo lo fuese aunque aún no lo sabía con certeza. Y aunque tampoco lo había admitido, la idea me aterrorizaba. Si se enteraban el Dominio o el propio emperador, estaría atado en la hoguera antes de pestañear siquiera y, para entonces, no habría ningún mercader noble a mano para socorrerme. Orosius había intentado ya asesinar a Palatina, y según la opinión del Dominio, como mujer, ella representaba una amenaza mucho menor. Respecto a ese mal, podía recordar haber padecido una enfermedad exactamente a la misma edad.
— Ahora, ¿en qué medida influye en él, el exarca?
— Eso depende —dijo reclinándose en su silla y estirando un pliegue de su gruesa túnica de invierno— Cuando el emperador está enfermo, el exarca se hace cargo de prácticamente todo. Durante el resto del tiempo, Orosius lo emplea como consejero principal. Hay también un sujeto llamado Zarathec, que tiene a su mando el servicio secreto. Estos dos y Tañáis son las únicas personas en quienes confía.
Nos habíamos alejado por completo del objetivo original de nuestra conversación, cómo comerciar con Thetia, pero no tenía mayor importancia. Tañáis había prometido revelarme a su regreso mi propia identidad, y era tanto por eso como por mis esperanzas de obtener mayor información que había retrasado nuestra partida. Con un poco de suerte, el Dominio ignoraría la existencia de otro primo de Orosius.
Lo que me desconcertaba era cómo era posible que todos hubiesen perdido mi rastro en un principio. Era consciente de ser un Tar' Conantur de nacimiento, perteneciente al clan imperial de Thetia, y sabía que por alguna razón el entonces canciller del imperio me había secuestrado a las pocas horas de nacer. No trascendió nada acerca de ninguna búsqueda, por lo cual era de suponer que todo el incidente fue cerrado o silenciado de algún modo. Pero ¿por qué tomarse tanto trabajo?
— Si vendemos las armas en Selerian Alastre, ¿es posible que lo descubra el imperio? —pregunté cambiando de tema rápidamente. Por alguna razón, no deseaba seguir hablando del emperador.
— Selerian Alastre es una ciudad muy cosmopolita —explicó Palatina— No tiene tanta población como Taneth, pero la isla es más grande y por eso resulta difícil seguir el rastro de lo que hace cada Cual. O sea que, a menos que nos estén controlando...
— ¿Mercaderes tanethanos vendiendo armas en la capital de Thetia? ¡No veo por qué habríamos de llamar la atención!
Palatina ignoró mi sarcasmo. Una ráfaga de viento produjo una ligera vibración en las ventanas. Miré al exterior, donde la antes maciza nube gris se aproximaba ahora en dirección oeste desde el mar. Había adquirido una tonalidad más oscura, casi púrpura; era una tormenta. Sólo Ranthas podía saber cuánto tiempo duraría.
— Creo que deberías firmar un acuerdo con un clan thetiano. No con uno de los más ambiciosos, como el mío, sino alguno pequeño. Que no posea muchos intereses comerciales y, en lo posible, que sea un poco marginal. Sería mejor tratar con un clan más importante, pero ésos odian demasiado a los tanethanos. Eso es lo único que tienen en común.
— ¿Es habitual hacer algo así? —comenté mientras garabateaba algunas palabras al final de su informe para no olvidarme.
— Se sabe que ha sucedido.
— ¿Puedes recomendarme a alguien?
— Puedo orientarte —dijo Palatina con un estremecimiento— Pero Canadrath te será más útil. Las cosas deben de haber cambiado desde que yo partí. ¿Por qué hace tanto frío en este lugar? Suspirando de modo exagerado, me incorporé y fui a revisar el radiador. En invierno y durante las tormentas, el palacio era calentado gracias a cañerías de agua caliente que rodeaban cada habitación. En el sótano había un horno de leña que servía de fuente de calor para el sistema. Mantenerlo era caro pero necesario, dadas las temperaturas glaciales del invierno.
«¿Cómo sería vivir en un sitio más cálido?», me pregunté mientras abría un poco más la válvula del radiador y volvía a mi asiento. El Archipiélago y Thetia no tenían inviernos semejantes, los Elementos sabrían por qué. En Lepidor el clima era muy frío y el sol salía muy poco. Pero en el Archipiélago se vivía en aquel preciso momento la estación del monzón, durante la cual llovía todos los días y a veces de forma continua durante semanas enteras. Para mi gusto, eso era mucho mejor que las temperaturas heladas y las montañas de nieve del tamaño de edificios.
— Ve a vivir a Thetia durante un tiempo y verás como es un clima templado —sugirió Palatina.
— Y ser ahogado por la lluvia, querrás decir —contraataqué en defensa de Lepidor, a pesar de mis sentimientos. Éste era mi hogar, y aunque sufría por el frío a causa de mi sangre thetiana, ya me había acostumbrado al clima.
— Creía que te gustaba estar mojado.
— Hay una sutil diferencia entre nadar en el mar y nadar por las calles —advertí. Palatina sonrió.
— Lo adorarías. Estoy segura de que en parte eres una foca. Nadie más tiene esa percepción del océano.
— Y allí vas a parar otra vez, diciéndome lo estrecho que es el lazo entre los thetianos y el mar. Si no tienes cuidado, acabarás sonando como una tanethana.
— Prefiero Taneth —afirmó ella entonces, poniéndose repentinamente seria. Lo noté porque comenzó a juguetear con un punzón, haciéndolo ascender y descender por el borde del escritorio.— Taneth está desarrollándose, va en alguna dirección. Lo comprendes con sólo escuchar las palabras de Oltan. Canadrath es una gran familia, con rutas comerciales aseguradas y montones de dinero. Podrían sentarse sin hacer nada, dejar que el dinero siga fluyendo y concentrarse en avanzar hasta integrar el Concejo de los Diez. En cambio, tienen la sensatez de ver un problema desde la raíz y planean embarcarse en un proyecto muy arriesgado. Y además en compañía de la familia Barca, a la que apenas conocen. Si esto fuese Thetia, no harían tal cosa. En su lugar estarían apuñalando a sus rivales por la espalda, sin molestarse en mirar al exterior ni en intentar algo nuevo. Thetia vive de sus glorias pasadas y a nadie parece importarle.
Palatina dobló el extremo del punzón con tanta fuerza que éste resbaló de sus dedos y voló atravesando la sala hasta golpear contra las gruesas cortinas. Luego se levantó para recuperarlo con una expresión de culpa en el rostro.
— Pero ¿por qué? —pregunté. Ella sólo había hablado sobre Thetia unas pocas veces, y yo nunca había podido acabar de comprender cómo había empezado su declive.
— Tú no prestas suficiente atención a nada que no sea científico —me amonestó. En eso debo admitir que tenía razón. Se me había dado la educación propia de un noble, mis enseñanzas escolares habían sido rígidamente supervisadas por mi padre, quien pensaba que todo aprendizaje era positivo. Pero yo me había interesado sólo por cuestiones relacionadas con las ciencias. La historia, la teología, la gramática eran todas disciplinas que me aburrían de forma intensa, en especial, la teología. Y en cuanto a los escritos de los filósofos thetianos... ¡en algún momento llegué a odiar a Thetia por el mero hecho de ser su lugar de origen!
— Todo país tiene su momento de gloria —prosiguió Palatina.— Hace doscientos años Thetia venció en la guerra de Tuonetar y tuvo la oportunidad de desarrollarse. Pero entonces surgió el Dominio y el jerarca asesinó a su sobrino y se consagró emperador. Así todo se hizo pedazos. Ya has visto el modo en que el Dominio reescribió la historia, convirtiéndonos en los villanos de la guerra.
— ¿Por qué se lo habéis permitido? Sé que tú no estabas allí, por cierto. Pero ¿por qué lo permitió la gente?
— Quién sabe —dijo haciendo un expresivo ademán con el punzón— La cuestión es que sucedió, y los clanes se rindieron gradualmente a Taneth. Hace doscientos años, Taneth ni siquiera existía.
Eso, al menos, recordaba haberlo leído junto a parte de las historias de los otros continentes. Taneth había sido fundada por refugiados que huían de los horrores de la guerra y que hallaron en las islas del destrozado continente de Equatoria un sitio seguro donde asentarse, protegidos por unos pocos kilómetros de agua de las luchas internas que tenían lugar en las tierras centrales.
— Lo que ha hecho un hombre otro puede deshacerlo —recité.— Ahora citas a los poetas thetianos. ¡Siempre pensé que los odiabas!
— No entiendo nueve de cada diez cosas que dicen, pero puedo utilizarlos.
— Nunca lo conseguirías en Thetia. Allí se debate sobre poesía en la asamblea, y todos los líderes de clan han leído todos los autores que puedas imaginar. Recuerdo haber estado una vez en una sesión cuando mi padre aún vivía. El presidente de Mandrugor y el presidente de Nalassel debatieron en el suelo de la asamblea sobre si Sevferian era o no partidario de la guerra en sus obras épicas. —Palatina esbozó una sonrisa— Una discusión verdaderamente trivial que demuestra cuánto hemos decaído. Pero al menos todavía nos queda algo, nuestra poesía y nuestra música. Incluso a veces podemos discutir sobre filosofía.
— ¿Es cierto que el Dominio cerró todas las academias?
— Si vas a comprometerte con Ravenna, hay algo que debes comprender de Thetia. Digo Thetia, pero vale igualmente para Qalathar y el resto de las islas. No pudiste notarlo demasiado cuando estuviste allí, porque estábamos aislados. En Thetia, la gente vive fuera de casa. Construimos nuestras ciudades alrededor de parques, edificamos nuestras casas y palacios rodeando patios y jardines, y hasta el emperador mantiene fuera a su corte durante buena parte del tiempo. Incluso cuando nos encontramos dentro mantenemos los espacios tan amplios y abiertos como sea posible. Lo que quiero decir es que conversamos. Pasamos horas en cafés, parques y pórticos en compañía de amigos. No nos sentamos dentro solos o en parejas. Nada permanece en secreto y no hay modo de detener la circulación de las ideas. El Dominio clausuró las academias, prohibió las manifestaciones bajo pena de herejía y creó una policía religiosa para asegurarse de que ni siquiera se hablara de herejías. Pese a todo eso, fracasaron —continuó Palatina— Es imposible conseguir que la gente del Archipiélago deje de hablar; tan imposible como impedir que salga el sol. Por eso odian Qalathar y a todos los habitantes del Archipiélago. No pueden controlarnos del mismo modo que hacen con todos los demás.