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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Inquisición (9 page)

Hice memoria de la gente que había conocido durante mi año en la Ciudadela, aquel baluarte herético situado en unas islas deshabitadas de los confines del mundo conocido. Mikas Rufele, el rival de Palatina, y todos sus amigos procedían de Cambress, Ghanthi era ciudadano haletita, Persea, mi compañera durante la mayor parte del año, era del clan Ilthys... pero no recordaba a nadie de Ral´Tumar.

— ¿Recuerdas a aquel amigo de Ghanthi que solía importunar a Mikas? —preguntó Ravenna mientras volvíamos a cruzar el parque sin rumbo especial— No consigo acordarme de su nombre, pero creo que era de aquí.

— Sé a quién te refieres —dijo Palatina con expresión de intensa concentración, pero al momento se rindió— No recuerdo cómo se llama. Si supiésemos su nombre podríamos buscarlo. De todos modos, antes debemos encontrar alojamiento y, sobre todo, algún lugar donde comer. Es posible que vosotros dos seáis tan delgados como esqueletos, pero algunas tenemos estómagos que llenar.

— ¿A quién llamas esqueleto? —protestó Ravenna, indignada— Te has pasado; no tienes en cuenta el calor que hace aquí.

— ¿En invierno? Debes de estar bromeando. Si hace un poco más de frío, me congelaré.

— ¿A esto lo llamas frío? ¡Sería mejor que regresases a Lepidor!

Precisamente porque era invierno pudimos encontrar una hostería muy respetable a buen precio. Mi padre me había dado todos los fondos que podía permitirse, pero debía emplear mucho dinero en la reconstrucción de las partes de la ciudad que Ravenna y yo habíamos contribuido a destruir durante la invasión. Y aunque tanto Palatina como Ravenna habían ganado algo de dinero trabajando para mi padre y yo tenía crédito de la familia Canadrath, convenía ser tan cuidadosos como pudiéramos.

Sobre todo porque ignorábamos nuestro destino final. Podría llevar cierto tiempo establecer contacto con los disidentes en Qalathar, y después de eso todavía debíamos encontrar a Tañáis. Y el Aeón, cuya mera mención había hecho que el director del instituto se enfrentara a mí en Lepidor. Debía encontrar ese buque.

El Aeón era una imagen muy lejana a la mañana siguiente, mientras almorzábamos en un bar de Ral´Tumar. Incluso en invierno hacía calor suficiente para colocar mesas en el exterior, debajo de toldos y rodeadas de pequeñas palmeras en maceteros. El bar estaba en una pequeña manzana cercana a la cima de la colina, lejos del barullo de la calle principal y de los puestos del mercado.

— Ir a Mare Alastre podría ser peligroso —comentó Palatina acabándose una hoja de vid rellena, comida típica de Ral´Tumar. El clan Turnarían era uno de los mayores viticultores. Exportaba vino tinto y blanco a Taneth y a Selerian Alastre, y el excedente de uvas hacía que estuviesen presentes en prácticamente todos los platos. La comida era algo más picante que en Lepidor, pero aun así deliciosa. Sólo Ravenna se había topado con un problema, que por cortesía nunca había mencionado en Lepidor: para ella nada estaba lo bastante condimentado.

— ¿Cuál podría ser el peligro? —preguntó Ravenna mientras le echaba a su comida una especia picante de cuya existencia yo no hubiese querido ni enterarme— No es la parte de Thetia a la que perteneces.

— No, pero es una de las ciudades más grandes, capital del clan Estarrin. En cualquier otro aspecto, los Estarrin son un clan poco numeroso e insignificante, pero algunos de sus integrantes podrían reconocerme.

— Pero piensan que estás muerta —interrumpió Ravenna, inclinándose para gozar de su picante hoja de vid.

— Es verdad, pero si me viesen andando por la calle podría llamar su atención y es posible que se preguntasen quién soy. ¿No harías tú lo mismo?

— Si Mare Alastre es tan grande como dices, no tendremos problemas —respondió Ravenna— Podemos ocultarnos en medio de la multitud cada vez que se acerque alguien importante o incluso podrías permanecer a bordo de la nave. A propósito, ¿dónde queda Urimmu? Nunca había oído hablar de ese sitio.

— Es el único poblado del clan Qalishi —informó Palatina encogiéndose de hombros— Son personas peculiares, más interesadas en combatir que en comerciar. Existen también dos o tres clanes más, que por lo general se ofrecen a sí mismos como mercenarios. Realmente, no se me ocurre por qué la nave ha de hacer escala allí. Nunca he ido a Urimmu, pero, por lo que me han contado, no es un sitio demasiado impactante.

— Con todo, podríamos tener problemas al llegar a Ilthys. El trayecto desde allí hasta Qalathar lleva unos cinco días de navegación, y no creo que sea mucha la gente dispuesta a arriesgarse haciendo el viaje. Además, quizá nos quieran sangrar con el precio.

— Lo que implica que tampoco será sencillo el regreso —dije mientras observaba distraídamente cómo un gato acechaba una ramita suelta al final del parque.

— Sí, ¿qué sucedería si tuviésemos que escapar en un apuro o si se produjese una tormenta? —argumentó Ravenna— El éxito de este plan depende de que todo funcione a la perfección... y no todo será así, siempre surge algún inconveniente. Cuanto más nos metemos menos me gusta nuestra misión.

— Pero estuviste de acuerdo en acompañarnos, y tenemos que seguir adelante no sólo por nosotros, sino también por Hamílcar.

— Hamílcar sólo quiere asegurarse sus beneficios.

— Pues considera que ha sacrificado sus ganancias aseguradas por no venderle armas al Dominio, Ravenna. Eres demasiado dura con él, en especial teniendo en cuenta que te salvó la vida.

— Por lo cual le estoy más agradecida de lo que estoy dispuesta a admitir. Pero él aún posee sus propios negocios, y ¿quién sabe qué haría si el Dominio lo descubriese todo? Si hay algo que un tanethano no puede tolerar es la idea de ver su preciosa piel en peligro. Le duele tanto como la idea de perder dinero.

— Si crees que puede ser de ayuda, podemos parar en Ilthys y buscar a Persea. No hay duda de que tiene contacto con los disidentes, y conocemos el nombre de su familia. Además, está al tanto de lo que sucede.

— Supongo que eso estaría bien —reconoció Ravenna quitándose del rostro un mechón de pelo— , pero ya sabes cómo acaban los traidores en todos los sitios que ocupa el Dominio, y si sus sacerdotes tienen la más mínima sospecha de que estoy en Ilthys, podrían cerrar las fronteras del país.

— ¡Eso es imposible! —protestó Palatina, desechando la idea con un violento ademán— Suponiendo incluso, aunque lo dudo, que pudiesen cercar una nación entera, siempre existen aldeas de pescadores y contrabandistas a mano. Además, el Dominio no puede excederse en acciones de ese tipo sin que todo el mundo se dé cuenta.

— El exarca es tan insensible a las críticas que resulta casi imposible alejarlo de sus eventuales obsesiones. Pero una vez que estemos allí me pondré al cargo —afirmó Ravenna dedicándonos sucesivamente a ambos una firme mirada con sus ojos marrones— Sé cuál es mi misión, y, por otra parte, ninguno de vosotros ha estado allí. Nosotros hacemos las cosas de manera diferente.

— Lo he notado. ¿Al menos aceptáis un consejo de tanto en tanto?

— Con tanta frecuencia como sea preciso —respondió Ravenna mientras volvía a condimentar su comida. Sin embargo, su modo de comportarse empezaba a preocuparme. Parecía resentida porque Palatina asumiera el liderazgo con tanta frecuencia, sobre todo teniendo en cuenta que ella había estado en la Ciudadela mucho antes que cualquiera de nosotros dos. A veces Ravenna me resultaba una completa desconocida.

Después de comer volvimos a descender en dirección a los muelles. Había en Ral´Tumar una enorme estación oceanográfica, y yo tenía conmigo los documentos que me acreditaban como miembro del instituto. Con ellos podría entrar en su biblioteca, y si bien no habría allí ninguna referencia al Aeón, o al menos ninguna que yo pudiese hallar sin una referencia previa, esperaba dar con algo interesante. Todo cuanto pudiese leer sobre las características del fondo marino podría ayudarme a concretar mi búsqueda, en especial si conocía el límite máximo de profundidad al que podían navegar las mantas y las rayas. El Aeón había sido capaz de descender a profundidades nunca antes conocidas y, para evitar que alguien se topase de casualidad con su titánica nave, sus tripulantes podrían haber hecho algo mucho peor que ocultarla lo más hondo posible.

— ¿Los oceanógrafos de Qalathar tienen alguna gran estación? —Le pregunté a Ravenna, que se encontraba un poco menos susceptible ahora que habíamos dejado de lado la discusión de nuestros planes.

— Ninguna demasiado importante. No lo recuerdo con exactitud, pero creo que sus instalaciones centrales están en Saetu, sobre la costa sur. Nunca sustituyeron la estación perdida cuando se quemó el Poseidonis. Tienen poca infraestructura.

— Saetu no está ni remotamente cerca del lugar al que nos dirigimos. Echaré un vistazo en Calatos cuando pasemos por allí.

Era irritante, ya que así no podría proseguir la búsqueda mientras estuviésemos en Qalathar. Pero, por otra parte, implicaba un riesgo menos, que podría haber llamado la atención del Dominio.

— También puedes consultar en Mare Alastre si nos da tiempo —sugirió Palatina de forma inesperada— Suelen tener las estaciones oceanográficas más grandes de Thetia, dado el gran número de personas que desean ingresar en el instituto.

— Pensaba que querías estar de incógnito en Mare Alastre.

— Yo sí, pero no es necesario que tú lo estés. Tu aspecto no te delata tanto como un Tar' Conantur, al menos no como para que todos lo distingan. La gente pensará que eres thetiano.

— Eso me reconforta.

Doblamos la esquina y pasamos frente a una tienda que vendía café en grano. El fuerte aroma del café al tostarse inundaba el aire. Pasamos a una corta y ancha avenida con mansiones a cada lado, un poco alejadas de las aceras. Dominaba la amplia calle un enorme edificio con al menos diez torres y más de una docena de minaretes, cuyo centro estaba coronado por una cúpula de color turquesa, que parecía brillar incluso bajo el cielo gris. El aroma del café y el sonido de los molinillos fue reemplazado por el olor de las plantas y el ruido de las tijeras que las podaban.

Avanzamos por la avenida, manteniéndonos a una prudente distancia del elefante que se aproximaba en dirección contraria por una calle que, por lo demás, estaba vacía. Casi habíamos llegado frente al gran edificio cuando se abrieron sus puertas de hierro.

— Pues vaya... —dijo Palatina cuando el elefante se detuvo allí exactamente. Un pequeño grupo de personas emergió del interior y permaneció conversando hasta que el guía puso al elefante de rodillas. Dos centinelas colocaron una escalerilla para que los pasajeros pudiesen subir al howdah.

— Se trata de la Alta Comisión de Thetia —informó Ravenna— Me acusas de eludir mis responsabilidades y tú no puedes siquiera pasar frente a un edificio thetiano.

— No soy tan estúpido. Mira el elefante: sólo alguien con mucho dinero podría permitirse esas guarniciones. Y rojo y plateado son los colores de Scartaris. Alguna de esas personas podría reconocerme.

— Entonces sigue andando.

Nada más alejarnos y pretendiendo no tener nada que ver con el otro grupo, elevé la mirada hacia los que estaban sobre el elefante. Un hombre alto y distinguido, vestido con una túnica blanca, conversaba con un sujeto llamativamente más pequeño que llevaba una funcional túnica roja y una capa clara. Había otros tres sujetos, dos de los cuales me parecía que vestían los uniformes color azul real de la Armada imperial, mientras que el otro podía ser un asistente. De hecho, éste no parecía siquiera thetiano: su piel era de un color semejante al del cobre y sus ojos eran ligeramente oblicuos.

El ayudante no parecía concentrado en la conversación, y unos segundos más tarde nuestras miradas se cruzaron. Sucedió demasiado de prisa para permitirme girar la cabeza. Había entre nosotros unos escasos diez metros, y alcancé a notar una breve expresión de desconcierto en sus impasibles facciones antes de que se volviese de nuevo para seguir la conversación. Mi corazón comenzó a palpitar con fuerza, y tres o cuatro pasos más adelante el elefante obstaculizaba la vista. No me atreví a mirar hacia atrás, ni siquiera después de haber doblado la siguiente esquina.

— ¿Qué has hecho, Cathan? ¡Cómo puedes ser tan torpe! —dijo Palatina furiosa— ¿Querías saludarlo?

— ¿Por qué? ¿Es que había alguna manera de que no se percatase de nuestra presencia? ¿Era amigo tuyo?

— No lo había visto en mi vida. Pero quizá él sí me haya visto, porque es evidente que reconoció a alguno de nosotros. Así que quizá se lo comente al hombre de blanco, que podría resultar ser el virrey. O quizá fuese Mauriz Scartaris, que es el Scartaris designado como comisionado principal en el Archipiélago. O incluso el almirante Charidemus, con su uniforme azul, estaba allí.

— ¿Y qué les dirá?, ¿que ha visto a una revolucionaria muerta andando por la calle? —acotó Ravenna con ferocidad— Dices que me creo muy importante y luego estallas ante la mirada del más sencillo funcionario. Nadie te verá si no espera verte, y deja de culpar a Cathan.

Mi sorpresa frente al hecho de ser defendido por Ravenna eclipsó el desconcierto que sentía al ser culpado por Palatina.

— Incluso si te hubiese visto y lo contase, ¿cuántas personas creerían sus palabras? —preguntó Ravenna.

— Para empezar, Mauriz. Y luego la gente del emperador que quiso matarme primero...

— ¡Palatina, lo que dices no tiene el menor sentido! —la interrumpió Ravenna— Todos en Thetia han oído hablar de tu funeral, y todos los líderes de clanes habrán visto un cadáver que creyeron que era el tuyo. Podrías ser alguien que se parece a Palatina Canteni, pero nada más que eso. ¿Es que tienes ahora aspecto de la hija de un presidente de clan? No, ni en lo más mínimo. Así que detén tanta paranoia y vayamos a ver a los oceanógrafos.

Palatina la miró absorta por un momento.

— ¡No sabes en absoluto de lo que estás hablando! Esto no es Qalathar, donde el Dominio controla a base de terror y donde todos debéis manteneros en fila. Thetia es un mar de secretos. Aquel asistente podría ser espía de alguien, quizá de su propio clan, quizá de la Armada, o incluso del emperador. Cualquiera podría enterarse y entonces comprenderías lo que digo. Ya no estamos entrenándonos en el Archipiélago, ¿o acaso has olvidado tan pronto las cadenas y la hoguera?

— He estado toda mi vida ocultándome del Dominio, y sus seguidores son mucho más insidiosos de lo que pueda llegar a serlo un thetiano.

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