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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Inquisición (66 page)

— ¿Cómo llegaba tu gente a la costa de la Perdición antigua—

mente? —le murmuré a Ravenna poco más tarde. Debían de haber unos dieciséis kilómetros desde el frente del valle Matrodo hasta la boca de la ensenada, así que todavía nos quedaba un buen rato a bordo. ¿O acaso nos esperaba otro buque? Si Tamanes había hablado con buen juicio, el piloto debía de ser genial conduciendo un buque inmenso, pues cuanto más pequeño, más vulnerable resultaba. La hipotética manta del emperador estaría esperando en algún lugar fuera de la ensenada.

— Buenos pilotos —respondió Ravenna sin pretender conocer el motivo de mi pregunta— Y además había un canal seguro, que todos los demás creían bloqueado. Ignoraba cómo había descubierto el emperador ese secreto, pero sospeché que habría obligado a Ravenna a contárselo antes de mi llegada, o quizá se lo dijera Alidrisi.

Conversamos en calma durante un rato, un gesto de desafío y distracción que sin duda Orosius esperaba que sucediese. Luego nos amenazó y nos mantuvimos en silencio. No tenía sentido seguir provocándolo. Esa noche parecía muy nervioso, mucho más de lo que lo había visto en nuestros encuentros previos, y tenía todo el aspecto de estar a punto de perder la paciencia. Si él no hubiese creído que estábamos totalmente en su poder, toda su calma se habría desvanecido de inmediato. —El Valdur está a la vista, su majestad.— Era la voz de un navegante tras largos minutos de silencio. Nadie salvo nosotros dos había dicho palabra, y tampoco había nadie con quien el emperador pudiese hablar salvo con sus prisioneros, que, por el momento, estábamos por debajo de su dignidad— Y el Horno. Seguramente el segundo sería el buque de Sarhaddon. —Bien, comprueba su situación.

— En seguida, su majestad. El capitán envía un mensaje urgente. Dice que han perdido contacto con las escoltas del exterior.

Orosius se puso de pie y avanzó hacia el intercomunicador. —¿Qué es eso?— preguntó, y se oyó otra débil voz desde una invisible pantalla— ¿Que el tiempo ha empeorado? Ordené que mantuvieran la posición, sin importar lo que... Ya sé que esta costa es peligrosa... Bien, pues seguid intentándolo. ¡Idiotas! —añadió. Regresó a su asiento sin mirarnos a ninguno, y sentí pena por el capitán. ¿Había ordenado dejar escoltas fuera, en la costa de la Perdición? ¿Tan desalmado era? No pude ver el Valdur hasta que estuvimos justo encima de él, una enorme masa con luces en los costados, que se materializó de pronto desde las tinieblas. ¿Tendría una, dos... cuatro cubiertas? ¡Por todos los Elementos, era gigantesco! Y cuando descendimos, a la claridad de sus luces de éter, me pareció que su longitud era infinita. Había pensado que el Estrella Sombría, con sus tres cubiertas, era grandioso, pero esta nave era más grande de lo que hubiese creído posible. Nos detuvimos y comenzamos a subir a la superficie. Vi primero el extremo del muelle y luego los lados a medida que el buque se aproximaba con cuidado para atracar. También el embarcadero era muy grande, pensé mientras miraba las luces brillantes e inmaculadas y los muros pintados con la aleta del delfín imperial. La raya se estremeció cuando hicimos contacto, y oí un siseo proveniente del exterior, el golpeteo de las grúas de conexión y el ruido de una puerta que se cerraba de forma más silenciosa de lo habitual. Dos marinos con pulcros uniformes negros aparecieron desde el puente y abrieron la escotilla. Estábamos demasiado arriba para ver si había una comitiva de bienvenida, pero dudé mucho que la hubiese.

— Traedlos —ordenó Orosius poniéndose de pie— Como antes.

Luego desapareció por la escotilla y oí las estridentes notas de la llamada de abordaje.

El líder de los guardias, con la aleta blanca en el casco, hizo un gesto con impaciencia y sus hombres nos hicieron levantar de los asientos. Me alegró incorporarme pues tenía la ropa todavía mojada y había humedecido la tapicería, haciéndola muy incómoda. Ravenna se puso de pie con seguridad y yo la seguí fuera de la cabina y luego descendiendo la escalerilla. Había allí unos cuatro oficiales y marineros todos vestidos de negro, no del azul de la armada real, y otros dos hablaban con Orosius, un capitán y un almirante, a juzgar por las estrellas de sus hombros.

— ¿Cómo es posible que todavía no haya comunicación? —preguntaba el emperador, aunque no con ira, todavía no. Sonaba más desconcertado que inquieto— Tendrían que haber podido mantenerse en su sitio con la protección que le di al casco de la nave.

— Existe sólo un estrecho espacio de aguas seguras —dijo el almirante— Si se marcharon por alguna razón, por ejemplo respondiendo a una petición de ayuda, les llevará tiempo regresar a contracorriente.

— Aquí no hay nadie que pueda pedir ayuda. Estaré en el puente de mando —anunció, y comenzó a caminar en dirección a la puerta, pero luego se detuvo para dirigirse al jefe de los guardias— Tribuno, asegúrese de que la brigada custodie a los prisioneros, a todos excepto a estos tres, que deben quedarse en mi cabina, aún tengo asuntos inconclusos que resolver con ellos. Mauriz y Telesta me acompañarán.

Frunció el ceño, me señaló con una mano y sentí un hormigueo en la piel. Entonces noté que salía vapor de mi ropa y, cuando cesó, estaba seco de nuevo —Sí, su majestad— contestó el tribuno mientras el emperador se marchaba— Decurión, coge a estos tres y cumple con lo que el emperador ha ordenado. Que todos los demás vuelvan a sus tareas habituales. Vosotros tres —dijo señalándonos a Palatina, a Ravenna y a mí— , seguidme.

No me gustó el tono de voz del emperador al decir «asuntos inconclusos», pero no podía hacer nada al respecto. Seguimos al tribuno hacia un amplio pasillo de techos altos. En una manta ordinaria, ésa habría sido la bodega de carga, pero aquí parecía usarse para almacenar los equipajes del emperador y guardar armamento extra. Es decir que el Valdur tenía cinco cubiertas y no cuatro. Las paredes estaban pintadas y el suelo cubierto de las mismas alfombras que el resto de las mantas (para facilitar el desplazamiento), que en este caso eran de color carmesí. De las paredes colgaban estandartes de seda, y supuse que por ahí se conducía a los huéspedes a bordo.

Al llegar al fondo ascendimos una escalerilla con barandilla que llevaba a una sala circular desagradablemente parecida a la del castillo, aunque en este caso decorada según el estilo thetiano. Seguimos subiendo, ahora rodeando los lados del círculo hasta que entramos en un espacio verdaderamente enorme. Me sorprendió la lujosa decoración, el detalle de las tallas de madera e incluso la imitación de mosaicos del suelo. Cuando pasamos por el puente de mando, le eché una mirada, sólo para percatarme de que existía otro espacio algo más pequeño, con camarotes, entre nosotros y el puente; las ventanas frontales que pude distinguir debían de medir unos veinte metros de largo. —Éste es el buque insignia imperial— informó el tribuno como si le hablase a un grupo de atemorizados jefes de tribu— La manta más grande del mundo. ¿Qué esperabais?

Aunque él no lo supiese, el Aeón era mucho más grande que el Valdur. Pero eso no impidió que yo admirase el interior del buque, que, sin embargo, era para mí una prisión.

Atravesamos más salas espléndidas subiendo una nueva planta, donde quizá atendían a los huéspedes. Las dependencias del emperador se encontraban en la cubierta superior, en la que un candelabro firmemente ajustado colgaba de un techo de cristal transparente.

Dos guardias situados ante unas puertas dobles se pusieron firmes al oír los pasos del tribuno y procedieron a abrirlas. —¿No se priva de nada, verdad?— comentó Palatina contemplando las alfombras azules, los murales thetianos y el techo abovedado del interior. —Es el emperador— respondió el tribuno. Un hombre que parecía nervioso, vestido totalmente de negro apareció al otro lado de la puerta.

— Tribuno.

— Estos tres prisioneros deben esperar en la sala de recepción y permanecer solos.

— Bien. Al emperador no le gustará ver barro en sus finas alfombras.

Como una prevención extraordinaria, supuse, se nos condujo descalzos a una enorme habitación rodeada de ventanas, cuyo suelo estaba cubierto de gruesas alfombras tejidas a mano. Parecía más un palacio que un buque, pensé mirando las sillas y los sofás, el pequeño mueble bar y la mesa recubierta de marfil al fondo. El tribuno hizo que nos arrodillásemos.

— No os mováis —nos dijo, deteniéndose junto a la puerta antes de salir— El emperador pronto se ocupará de vosotros. —Y se marchó cerrando tras él.

CAPITULO XXXIII

Se produjo un momento de pesado silencio, como si todos contuviésemos la respiración cuando oímos alejarse los pasos del tribuno. Entonces nos llegó el débil sonido de las puertas exteriores cerrándose y la tensión se relajó un poco.

— Orosius destruye todo lo que toca —dijo Palatina con voz acongojada— Y sabe bien dónde tocar. Todo lo que hacemos está siempre varios pasos por detrás de él. Nos hemos ofrecido en bandeja; habría dado lo mismo rendirnos. — ¿Es Palatina la que habla? —preguntó Ravenna.

— Palatina era amiga de Mauriz —respondió ella— Palatina podía idear un plan sin que fallase.

— ¿Hubieses preferido entonces el otro camino? —¿Más que estar al servicio de este monstruo?— En los ojos de Palatina se veía resignación— Nunca tuve ocasión de escoger. Porque ellos anticipaban todo lo que pensábamos hacer; cada vez que pretendimos golpearlos, resultaron vencedores. Después de lo ocurrido en Lepidor, nos prometimos mutuamente no permitir jamás que se repitiese algo semejante. Pero ha sucedido, y esta vez no debido a un insignificante y soberbio haletita.

— No, es un perverso demente que no sería nadie sin su trono y su magia, y que en pocos años quizá se destruya a sí mismo.

— Pero no tenemos esos años. Cathan sabe lo que Orosius me hizo, y eso fue cuando se comportaba de manera sutil e imaginativa. Recuerdo la desaparición de un puñado de personas, un par de ellas amigas mías, que reaparecieron unos meses después convertidas en criaturas serviles del emperador. Así consigue a la mayoría de sus agentes. La sentencia de muerte implica carecer de protección en cualquier lugar de Aquasilva.

— Ésa es su propia sentencia de muerte —añadió Ravenna con

calma— Orosius desea hacerle a Thetia lo que el Dominio le hizo al Archipiélago.

— Pero no queda nadie que pueda matarlo.

— Si persiste en ese camino, alguien lo hará. No tiene tanto poder como tú crees.

— ¿Ni siquiera aliado a Sarhaddon?

— Sarhaddon es como él. —Ravenna bajó la mirada y movió los brazos con una mueca de dolor.

— ¿Quieres que te afloje un poco las cuerdas? —le pregunté. Resultaba tan extraño estar prisioneros en un ambiente tan magnífico, pensé mirando a mi alrededor las lujosas sillas, la delicada pintura de los murales y la alfombra sobre la que estábamos de rodillas. Una sala realmente digna de un emperador, pero no de ése.— No. Ya están bien como están; si las aflojas, se dará cuenta y me mantendrá atada más tiempo. Aun así supongo que no me desatará hasta que pasen unas horas, pero no importa. Me recuerda que conseguí lastimarlo, no tanto como hubiese deseado, pero un poco al menos.

— Nos movemos —advirtió Palatina de repente— ¿Cómo conseguiste golpearlo?

— Se me acercó demasiado. Disfruta haciendo daño; es peor que los inquisidores. Ellos lo hacen porque creen cumplir el designio de Ranthas, por muy malo que sea. Con Orosius es diferente. Cuando lo golpeé estalló de ira. Yo estaba aterrorizada, igual que cuando en una pesadilla nos persiguen animales salvajes o estamos encerrados en una habitación llena de serpientes.

— Atarte no fue lo único que te hizo, ¿verdad?

— Ya estaba atada. Orosius mató a Alidrisi y a sus hombres sin que yo lo oyese siquiera y luego subió. Pensé que eras tú, Cathan, y esa confusión le dio tiempo suficiente para bloquear mi magia. Tienes razón, eso no fue todo, pero lo otro se curará tarde o temprano.

El resentimiento que había estado formándose en mi interior se encendió hasta convertirse en furia, pero no había nada que yo pudiese hacer, no había nadie presente a quien golpear, por muy inútil que fuese eso. Era preciso que yo... que nosotros se lo hiciésemos pagar de alguna manera, pero para eso todavía teníamos .. que esperar. Pero la rabia siguió acumulándose en mi interior. No me importaba lo que hiciese para desquitarse: iba a hacerle daño, como fuese.

— Y gracias a ambos por intentar rescatarme —añadió Ravenna con seriedad— No digas nada, Cathan. Ya hablaremos en otra ocasión, pero no ahora. Me incliné para hablarle al oído, sin saber si el guardia nos estaba oyendo, y susurré:

— ¿Te has enterado de algo del Aeón? No sabía si ésa sería la última vez que hablásemos en mucho tiempo. No creía que Orosius nos fuese a dejar juntos, planease lo que planease para después. Era diez veces peor saber que Ravenna y Palatina estaban también a su merced, que su crueldad no se limitaría a mí.

— Me temo que muy poca cosa —respondió ella también en un susurro, y yo me volví hacia ella para que continuara— Unos oficiales imperiales quisieron encontrar el cuerpo del almirante para erigirle un monumento. Entonces Tanais dijo algo como: «El almirante ya tiene su propio monumento y el mar lo protege de cualquiera que intente hacerle daño». Eso es parte de la historia de la Marina. Alidrisi sacó de algún sitio muchos libros para mantenerme entretenida.

— El mar lo protege —repetí, fascinado. Luego le resumí las ideas que me habían venido a la mente y volví a echarme hacia atrás para dejarla que pensase. Ravenna se mordió el labio inferior, un gesto inconsciente que acompañaba sus reflexiones.

— Algún sitio donde sólo tú pudieses llegar a la nave —comentó— Tiene sentido. Carausius se llamaba a sí mismo «hijo del mar» y tú también lo eres, entiendes el mar como pocos. Pretendes desvelar sus secretos, mientras otros intentarían emplear la fuerza o la magia. Ésa es la diferencia entre tú y tu... entre tú y Orosius: él es mucho más poderoso que tú pero jamás comprenderá el cómo ni el porqué.

— No debería tener ningún poder.

— Entonces algo salió mal. Pero si tú y yo estamos en lo cierto, el Aeón tendría que estar en algún lugar al que sólo tú puedas acceder, que impida que otra persona llegue. Como esas cuevas de Thetia que mencionaste. Quizá debajo de alguna isla. ¿Recuerdas una de las batallas que tuvieron lugar durante la guerra? La flota de un bando se ocultó en esas cuevas y emboscó al enemigo. —Te refieres a la batalla de Immuron— añadió Palatina con suavidad— Nuestra flota era comandada por el almirante Cidelis; lo he leído en la Historia.

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