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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Inquisición (70 page)

Cuando llegamos a la base de la escalera, Ravenna señaló con dedos temblorosos un cuerpo caído. Por un instante no comprendí el motivo. Luego levanté la túnica negra sin señales de rango y distinguí los largos cabellos y la forma del cuerpo. Lo miré un instante, paralizado. Luego ambos nos tambaleamos y acabamos de rodillas a su lado. Los ojos de Telesta miraban sin ver hacia el hueco de la escalera. Un hilo de sangre recorría una de sus mejillas.

— Todo esto no le ha servido de nada —afirmé con tristeza— El emperador y Sarhaddon son culpables. Telesta no se lo merecía.— «No todos los augurios son buenos, Mauriz. Es difícil saber ahora adonde nos conducirán» —repitió Ravenna— Eso dijo ella en Ral´Tumar cuando la conocimos. Yo no estaba de acuerdo con su modo de pensar, pero, tienes razón, tampoco merecía este final.

Acerqué la mano derecha y cerré los ojos de Telesta. Luego percibí un movimiento en una esquina. Un guardia se movía débilmente. Tenía dislocado un brazo. Me aproximé a él. Era la primera persona que veíamos con vida.— Imperatore mei— dijo en medio de una tos que casi se volvió un espasmo. Algo le había golpeado en el pecho, hundiéndole la armadura en el cuerpo. Ravenna negó con la cabeza, con la desesperanza y la frustración escritas en el rostro. Parecía a punto de llorar otra vez.

— Te no adiuvi —gimió él con los ojos fijos en mí, pero era evidente que no podía verme con claridad— Cuite?

Un instante después lo veía lanzar un último y desesperado suspiro, tras lo cual sus ojos se desvanecieron en la nada.

— Requiescete en Rantaso —dije en voz baja deseando que lo hubiese oído. Ravenna cerró por mí los ojos del guardia mientras yo permanecía absorto, con los míos anegados en lágrimas. Eso no debía haber sucedido. Un moribundo confundiéndome con mi hermano en una nave de los muertos, una nave que avanzaba rumbo al olvido a causa de la traición del Dominio. Comprendí que también el Peleus, el buque escolta, debía de haber sido destruido, y quizá incluso el Gato Salvaje. Todo a causa de algún perverso plan de Sarhaddon. ¿Cuántas personas más habrían muerto por él y por mi hermano?

— Imperatore —repitió Ravenna contemplando el lento crepitar de las llamas frente a nosotros, incapaces de expandirse a causa del líquido refrigerante que lo había inundado todo— Ese guardia lamentaba no poder ayudarte.

Apenas oí sus palabras por encima del ruido del fuego y de otro potente rugido que venía de la popa. Vi llamas más grandes a lo largo del pasillo, en dirección a la sala de máquinas, pero por delante oí un leve gemido, de alguien que lloraba no de dolor, sino de desesperación.

— Hay alguien vivo en el puente —dije.

— No oigo nada.

— Yo sí, acabo de oírlo. —Allí estaba el emperador. ¿No estará todavía...? Lo estaba. Por eso podía oírlos, porque era el llanto de mi hermano. ¿Cómo? ¿Cómo había conseguido sobrevivir mientras tantos otros no lo habían logrado? No merecía vivir. Me correspondía acabar el trabajo que había empezado Sarhaddon. Sentí que Ravenna me tiraba de la manga mientras yo señalaba con la mano herida. Al poco dejó de hacerlo. Entramos en el pasaje, cubierto de cadáveres, hasta llegar a una pequeña bajada que conducía a la cavernosa oscuridad del puente de mando. Una única lámpara de éter, torcida pero de algún modo intacta, dotaba a todo de un ambiente parecido al de un cuento de hadas. El resto de la iluminación procedía de las llamas de la popa reflejadas en las ventanas.

¡Había sido una nave tan magnífica apenas una hora atrás! A su lado, cualquier otro puente que hubiese parecía diminuto; era además, todo un modelo de arquitectura naval. Ahora estaba destrozado e irreparable, con el techo derrumbado en varias partes, todas las consolas sin vida y un caos de metales torcidos, trozos de madera rota y sillas dispersas por doquier.

La mayor parte de la tripulación yacía bajo las ventanas o atrapada en su lugar de trabajo. Por primera vez noté que el aire estaba desagradablemente cálido. También lo estaba fuera del puente, pero aquí se mezclaba con vapores que lo hacían soporífero y opresivo. Ravenna hizo un sonido entre siseo y gruñido, y ambos vimos a Orosius, sepultado bajo los escombros de la silla del capitán. La sangre empapaba su túnica blanca, aunque no podía afirmar si era o no la suya.

Su cara se retorcía en una mueca de desesperación y pesar. Su lamento era interrumpido por sollozos y chillidos que sonaban como los de un fantasma. Era un espectáculo aterrador, el interior de un manicomio en el que quedaba un único paciente.

— ¿Está muriéndose? —preguntó Ravenna con intensidad.— Le falta poco —respondí y señalé una pequeña y parpadeante luz roja a un lado de la ventana, que de algún modo había resistido la devastación. La luz indicaba la sobrecarga de un reactor, aunque carecía del anillo circundante que implicaba una inminente fusión.

— Entonces ¿por qué perdemos el tiempo?

— No lo Sé.

Y era verdad. No estaba seguro, pero resultaba difícil creer que esa figura retorcida, que sollozaba de forma inhumana, fuese el emperador que nos había tenido cautivos, el torturador de Ravenna. Sin embargo, lo era. Nunca hubiese podido confundir sus rasgos.

Noté que Orosius intentaba huir del sonido de nuestras voces. Nos miraba fijamente con sus ojos salvajes muy abiertos. Ojos que, según pude comprobar incluso en esa penumbra, eran de color gris y no azul mar.

— ¡No! —gritó— ¡No os acerquéis a mí! ¡Estoy impuro!

— Estás más que impuro, monstruo. Eres una abominación —dijo Ravenna mientras nos aproximábamos a él. Ravenna tenía los puños cerrados y por un momento pensé que se abalanzaría sobre él, por muy patético e indefenso que estuviese.

— Lo sé —admitió Orosius con una voz que pareció más la de un niño que la de un adulto— ¡No, Ranthas! ¡Vosotros! —Intentó incorporarse pero tosió con fuerza y volvió a derrumbarse— No...

Su grito se volvió un gemido y alejé la mirada, evitando contemplar la agonía de su rostro.

— ¿Qué se siente? —preguntó Ravenna con una agria sonrisa— Creías que yo te había hecho daño, pero esto ha de ser diez, cien veces peor. Peor de lo que te hayas sentido nunca.— Entonces no fue una pesadilla..:Yo esperaba... ¿Qué es esto? —Se agitó moviendo los brazos y las piernas en medio de temblores y se cubrió la cabeza con una mano como para protegerse de nosotros— ¡Mamá! ¿Dónde estás? ¡Te necesito!

— Desvaría por completo —comentó Ravenna con una mezcla de disgusto y algo más; quizá satisfacción— Ahora no sólo es perverso, sino que está demente.

— ¿Dónde estás? ¿Por qué está tan oscuro? Odio la oscuridad... pero ellos vienen y me acosan, dicen que la luz hiere. No es cierto, mamá, ¡por favor, ven y ábreme las persianas! —prosiguió el emperador inmerso en su delirio.

— ¿Mamá? —repitió Ravenna— ¿Mamá?

— El la desterró —afirmé con calma— Tras caer enfermo, hace unos siete u ocho años.

Mi padre había dicho que la enfermedad lo había cambiado. La había padecido poco después de la muerte de Reinhardt Canteni y había marcado el fin del Renacimiento Canteni que parecía tan evidente durante los escasos años de Perseus en el trono. ¿Acaso Orosius volvía a eso en sus alucinaciones?

— Mátame —pidió él recuperando la lucidez. Su cuerpo se tensó y fijó la mirada en Ravenna— Por favor. ¿No lo harías? Mereces esa satisfacción después de lo que te hice... Gritando, estabas gritando y yo seguí adelante. Y seguí y seguí y... seguí. Te colgué por los pies... No, no fue a ti. Fue a otra persona, de cabellos rojos. Oh, Ranthas, ¿qué he hecho? ¿Cómo he podido?

Me arrodillé a su lado, le cogí la mano con la que se cubría la cabeza y me concentré enviando a través de ella mi conciencia. Cerré los ojos y el puente de mando se desvaneció. Floté entonces en la oscuridad de mi propia mente, observando cómo yacía allí el cuerpo de Orosius. Una de sus piernas estaba destrozada, con los huesos fracturados hasta el pie. Además sangraba internamente y había una oscura magulladura en un lado de su cabeza, así como decenas de otras heridas, cortes y quemaduras de la cintura hacia arriba.

Y, como a Palatina, una extraña capa de magia lo envolvía entero, varias generaciones de magia concentradas en cada una de las células de su cuerpo. Pero en este caso parecía decaer, como algo que había sido mucho más potente pero ahora se desvanecía para no regresar jamás. Me interné una capa más, procurando no involucrarme mientras leía su mente. La furia y la amargura me golpearon como una ola, pero también había allí mucha tristeza. Era una mente caótica, retorcida, aterrorizada.

Igual que con Palatina, encontré allí un muro. Exactamente en el mismo sitio, con idéntica forma, pero mucho más antiguo y resistente. Con todo, ahora se había derrumbado y sólo quedaban sus ruinas, un remolino de emociones. Me invadió un profundo sentimiento de culpa y me salí de él, separando mi mano de la suya.

— ¿Estás bien? me preguntó Ravenna con preocupación. Se arrodilló a mi lado y me tocó la cara como un médico en busca de síntomas. Luego se acercó para coger la mano del emperador como había hecho yo. Orosius intentó retirarla pero ella lo agarró de la manga y se la volvió a coger, rasgando sin querer la túnica de él. Me pareció que tardaba una eternidad en romper el vínculo. Finalmente lo hizo, permitiendo que él se alejase un poco.

— Es la mente de un loco, Cathan —dijo Ravenna con la mirada otra vez encendida— No hay nada que puedas hacer.

— Ha perdido su magia, ¿verdad?— Sí. Por eso sus ojos han recobrado el color que tenían en principio. Morirá sin poderes, como toda la gente a la que hizo daño. Es horripilante. Apenas lo he visto de forma superficial. Las cosas que permitió que ocurriesen... Si todo eso no hubiese pasado...

Ravenna cerró los ojos y se apoyó en mi brazo para no perder el equilibrio mientras yo me preguntaba cómo conseguía mantener esa apariencia de calma. Pero ya no podía sentirme furioso. Ni siquiera contemplado al hombre que hasta una hora atrás había sido el emperador de Thetia y ahora deliraba moribundo en el puente de mando de una nave destrozada.

— Por favor, matadme antes de marcharos —imploró Orosius— Estoy seguro de que podrás hacerme ese favor, hermano, incluso si ella se niega.

Sacudí la cabeza en silencio, sin saber el motivo.

— ¿Por qué? ¿Por que después de todo lo que os he hecho no podéis matarme? Cathan, no merezco vivir. Soy un monstruo, tú mismo lo has dicho. Mamá lo dijo. Todos lo dicen. Todo el mundo sabe lo que he hecho.

— Los que no saben vivir dicen que la vida es una maldición peor que la muerte.

— ¡Cathan, no! —gritó Ravenna— Recuerda quién eres, quién es él.

Yo ya me había cuestionado eso unos meses antes, cuando esperaba mi propia muerte en Lepidor. Pero esa noche yo no moriría, ni tampoco el emperador. Lo odiaba por lo que le había hecho a Ravenna, pero aun así persistía en mi mente la imagen de un chico de trece años en cama en una habitación a oscuras, temblando de fiebre llamando a su madre. Yo había estado enfermo cuando tenía trece años (desesperadamente enfermo. También él, pero en mi caso mis padres adoptivos habían estado junto a mí, mientras que sus auténticos padres no habían acompañado a Orosius. Para entonces Perseus ya estaba muerto y su madre había sido alejada... alejada por los sacerdotes. Comprendí que estaba viendo escenas de su memoria. Éramos gemelos idénticos.

Parecía una genuina estupidez intentar salvar a alguien que era mi enemigo. Un acto que sin duda caería sobre mi conciencia, pues si sanaba, podía volver a ser quien había sido y yo habría perdido la oportunidad de lograr lo que minutos atrás me hacía tan feliz: librar al mundo de Orosius. Pero lo mismo deseaba Sarhaddon. Orosius había servido a sus propósitos y, sin embargo, lo habían traicionado incluso los que compartían sus espantosas opiniones. El Dominio lo quería muerto. Pretendía designar un nuevo emperador. Y aunque yo nunca sería el salvador de nadie, Thetia había mirado a Orosius alguna vez con renovada esperanza, y quizá pudiese ahora cumplir dichas expectativas.

— Es mi hermano —subrayé— Y un enemigo del Dominio, ya que Sarhaddon se ha vuelto en su contra.

— ¡También es nuestro enemigo! —objetó Ravenna, luego desató las cintas que cerraban su túnica y, en un gesto dramático, desnudó sus hombros sin importarle la presencia del emperador— ¿Puedes ver mis heridas en la penumbra? Esto es lo que hizo. ¿Y tú pretendes curarlo? Las salvajes marcas que había visto reflejadas en mi imagen mental, blanquecinas y crudas, sobresalían en su piel en forma de quemaduras y líneas sanguinolentas que le cubrían los hombros, brazos y pechos, e incluso el cuello, que hasta entonces había ocultado con la túnica.

¡Por los Elementos! ¡Cuánto debió de sufrir durante las horas anteriores a nuestra captura! ¿Y cómo podía salvar ahora al responsable de eso? Las heridas recorrían el cuerpo de Ravenna. ¿Sanarían sin dejar cicatrices? Seguramente no, si no la atendía un médico. ¿Y dónde encontraría uno cuando volviésemos a tierra firme? Sería imposible en una ciudad (los sacri estarían allí) y no me pareció que un sanador de pueblo pudiese ser suficiente.

— Ella tiene razón, Cathan —dijo el emperador— Yo le hice eso, ignoré sus súplicas, no tuve piedad, así que deberías entender que el mundo necesita deshacerse de mí. Le he hecho eso a muchas personas en los últimos años, las he torturado, las reduje a meros cuerpos... cadáveres andantes carentes de espíritu y de vida. Soy culpable...

Su voz volvió a apagarse en medio de una nueva y frenética sucesión de lágrimas y quejidos.

Ravenna volvió a cubrirse los hombros con la túnica y se anudó otra vez las cintas.

— Por una vez en su miserable existencia estoy de acuerdo con él —afirmó Ravenna— Permitamos que muera aquí junto a la nave y toda la gente que condenó con sus actos.

En aquella cuestión, ella había perdido toda posibilidad de razonar. Estaba tan empecinada como sólo ella podía estarlo, y no podía culparla en absoluto. Pero si me marchaba y dejaba a Orosius esperando el colapso del Valdur, la situación me atormentaría durante el resto de mi vida. Quizá luego me arrepintiese de haberlo llevado conmigo, pero sabía con seguridad que nunca me perdonaría abandonarlo.

— Ravenna, quiere morir. Tú deseas hacerle daño. Si lo haces, que sea manteniéndolo vivo y sabiendo lo que ha hecho. Su magia lo ha abandonado y ha perdido el trono. Se supone que estamos todos muertos y pasada esta noche habrá un nuevo emperador, sea quien sea.

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