— Entonces ¿por qué no tú mismo?
— ¡Porque no soy un emperador! —grité, y la vi estremecerse— ¡No lo soy y jamás lo seré! La corona le pertenece a otra persona. ¿Quieres que repita lo que hizo Valdur, asumiendo el trono tras haber asesinado a su hermano? Yo soy el jerarca. Nací jerarca y ése es mi título, si es que me corresponde tener alguno. Aunque lo mejor es no tenerlos. Permite que Orosius cargue con sus propios errores. Castígalo si lo deseas, Ravenna. ¡Pero piensa, por el amor de Thetis! El se vengó de ti desmedidamente. Tú harás lo mismo si lo abandonamos.
— ¿Por qué quieres salvarlo? —preguntó ella, que ahora también gritaba— ¿Por qué? Cuando lo creías muerto te sentías tan feliz como el resto de nosotros.
— ¡Tú también has perdido a un hermano! —respondí, y ella se derrumbó hacia atrás, quedando en cuclillas como si la hubiese golpeado— ¡Ellos son los que se cobran sin piedad la vida de los demás! ¡No nosotros!
— Mi hermano era un niño inocente de siete años. Este... ser no es inocente en absoluto. Piensa en toda la gente que ha asesinado, en todas las vidas que quebró.
— Piensa en el niño que jugaba con Palatina en el palacio imperial mientras el emperador aún vivía. Mi padre lo adoraba y también mi madre, mientras que ninguno de los dos llegó a conocerme. Mi padre ni siquiera supo de mi existencia. Para él, Orosius era su único hijo. Mi hermano enloqueció, lo admito, pero ha de existir un modo de remediarlo. También yo enfermé al mismo tiempo que él, Ravenna. El conde Courtières le proporcionó a mi padre, Elníbal, los mejores médicos de todos los continentes para que me salvasen. Tuvieron éxito allí donde los médicos imperiales fallaron. Una jugarreta del destino, eso es lo que fue. ¿Acaso no lo entiendes? Si los sacerdotes no se hubiesen hecho cargo de Orosius cuando enfermó, él nunca se habría convertido en esto. Mauriz se equivocaba en Ral´Tumar. Orosius es mucho más cercano a mi de lo que piensas.
— ¿Eres capaz de justificar lo que ha hecho atribuyéndolo a una enfermedad? Desde entonces ha tenido todas las posibilidades de cambiar, pero ¿aprovechó alguna?
— ¿Tiene una ahora?
— ¡No lo sé, Cathan! ¿Por qué debería sobrevivir cuando han muerto todos los demás ocupantes de este buque? La persona que nombren emperador destruirá Thetia utilizando el edicto de Orosius, un edicto que él dio al Dominio. El precio que pagaron fue vendernos como si fuésemos esclavos. De hecho, podríamos haber acabado como esclavos.
— ¡Eso era lo que yo quería! —dijo el emperador mientras una serie de ensordecedores estallidos resonaban en el puente desde la popa y oía una voz llamándome— Todos vosotros esclavos. Mi propio hermano, la prima que fue una vez mi amiga, una chica a la que torturé durante horas porque había intentado evitar que la capturase. ¿Puedo llamarme a mí mismo humano después de eso? Y hay muchas cosas más mucho peores.
— Vivirá —afirmé intentando con desesperación convencer a Ravenna— Recuerda lo que dijo antes Palatina. ¡Si lo dejamos aquí no seremos mejores que él! ¿Quiénes somos nosotros para colocarnos a la vez en el papel de jueces y acusadores?— ¿Y quiénes somos para negarle su derecho a morir si lo desea? —argumentó Ravenna con las lágrimas cayéndole por las mejillas— Él se ha juzgado a sí mismo.— Entonces es racional y merece salvarse. Después de todo el lujo y comodidad que ha conocido, se convertirá en un exiliado miserable en medio de un grupo de andrajosos fugitivos. ¡Te lo ruego, Ravenna! ¡Ayúdame! No pienses que por esto te quiero ni un poco menos, pero no puedo abandonarlo.No podía mover a Orosius por mi propia cuenta y yo mismo apenas podía estar de pie sin ayuda. Esperé en suspenso. Sabía que mi rostro era tan expresivo como las palabras que acababa de pronunciar. Ravenna paseaba la mirada de Orosius a mí, tambaleándose con cada nuevo estruendo que sacudía la nave. Finalmente se encendió el anillo alrededor de la luz roja, una parpadeante advertencia roja, en medio de la oscuridad. El fin del Valdur era cuestión de pocos minutos.
— Que caiga sobre tu conciencia —dijo ella, pero en ese mismo momento el emperador emitió una serie de interminables toses ahogadas y convulsiones. Su rostro se torció en una mueca de dolor y le salió sangre de la boca. Ravenna volvió a cogerle la mano y la sostuvo por un instante.
— Está muriéndose. Por favor, dejémoslo aquí. Nunca seremos capaces de curarlo y quizá muramos nosotros.
Ravenna tenía razón. Deberíamos arrastrarlo durante todo el recorrido y quién sabe si sobreviviría a eso, e incluso si seríamos capaces de cargar con él. Pero debía intentarlo.
— ¿Quién podría salvarlo? —le pregunté a Ravenna cuando acudió a mi mente una audaz idea— Sugiéreme a alguien, en algún sitio, que pudiera ser capaz de hacerlo. Entonces ya no estará en nuestras manos y será su responsabilidad.
— Tu hospital —afirmó ella, confusa— Mi gente, el pueblo de tu madre. Pero ¡están muy lejos de aquí!
— ¿Cómo haces para producir una grieta en el espacio? —pregunté entonces a Orosius— ¡Dímelo!
— ¡No! No merezco vivir. Ellos tienen otros pacientes que sí lo merecen.
— ¿Los tiene tu madre? Dime cómo y volverás a verla. —Renegará de mí, yo mismo la desterré... Ella sabe en qué me he convertido.
— Si ella reniega de ti, será el fin —repliqué— Dímelo o si no, intentaremos salvarte nosotros, lo que será mucho peor.
— He causado mucho dolor. Morir... es lo único bueno... que puedo recibir a cambio —afirmó boqueando para respirar y con el rostro bañado en sudor.
Comprendí entonces que de verdad se estaba muriendo, que había estado agonizando todo ese tiempo y que no resistiría que intentásemos moverlo. Pero quizá las artes de otros, los poderes de esas personas influyentes podrían marcar la diferencia.
— ¡Ahora tu destino está en mis manos! Ya no tienes poder sobre tu propia vida y algún día podrás responder ante los que deban juzgarte. Si lo que realmente deseas es penitencia, te la darán. Pero todavía no.
Durante un largo momento Orosius me miró fijamente. A mí, su hermano, su captor, su enemigo. Observé su cuerpo, del que seguía manando sangre sobre el montón de escombros. Noté que se ponía muy pálido. Se llevó entonces con debilidad una mano al pecho y se señaló debajo de la túnica, donde podía percibirse la silueta de un medallón.
— Sácamelo...— ordenó— ¡De prisa!
Me pregunté si eso respondía a mis deseos pero hice lo que me pedía y cogí el colgante de plata en forma de delfín con un único y dañado zafiro azul. Se lo puse en la mano. Sus dedos se cerraron sobre él y vi cómo resplandecía tenuemente cuando se lo colocaba con dificultad sobre el pecho.
— Cathan, toda mi vida ha sido un fracaso, una parodia —susurró luchando por respirar— Ahora es demasiado tarde, la Inquisición me ha matado... ¿Vive Palatina todavía?
Ravenna asintió, respondiendo por mí.
— Entonces ella es mi sucesora. Por favor, obligadla a aceptar, hacedle comprender que ella será mejor que... que cualquier otro que intenten designar para sucederme. Ella será la emperatriz y tú serás el jerarca. Expulsad al Dominio de Thetia, del Archipiélago, con mi bendición. Haced que Thetia vuelva a ser grande como pude haberlo conseguido yo pero no lo hice. Permitid... que quien ha merecido algo, logre todo lo que no he podido yo.
Volvió entonces su febril mirada hacia Ravenna, al parecer incapacitado ya para mover la cabeza. Supe que mis esfuerzos por salvarlo habían llegado demasiado tarde, que habían sido en vano. —Ravenna, eres la faraona de Qalathar y lo serán todos tus descendientes mientras dure tu estirpe. Tu autoridad sólo es inferior a la del emperador. Deshaced todo lo malo que yo he hecho si podéis, os lo ruego, y salvad a tantas víctimas mías como podáis... Orosius se detuvo, sucumbiendo a un nuevo y violento ataque de tos. Alzó los dedos pidiendo mi mano. Se la di y me la cogió con fuerza.
— Dile a nuestra madre que lo lamento —prosiguió— , que lo lamento mucho, y que la quiero... que he comprendido el alcance de mis actos demasiado tarde. Está oscuro, Cathan. Adiós.
Exhaló un último suspiro y quedó inerte. El medallón brilló entonces de repente sobre su pecho, dolorosamente luminoso, y pronto volvió a apagarse, aunque ahora el zafiro poseía un lustre que antes no tenía.
No me moví. Permanecí con la vista fija en su cuerpo, cargando con todas las cosas que podría haber dicho en la garganta. Durante un instante había conseguido hacerme una idea de su pasado: un niño jugando en los jardines del palacio de Selerian Alastre en una época feliz muchos años atrás. Antes de que su mente fuese envenenada por la enfermedad y por los sacerdotes. Y luego... la traición de éstos había estado a punto de ofrecerle una segunda oportunidad, la oportunidad de vivir de nuevo y revertir el mal que había hecho.
Me acerqué y cerré sus ojos marrones.
— Requiena el'la pace ii Thete atqui di inmortae, nate'ine mare aeternale'elibri orbe —murmuré. Era la oración thetiana de los muertos que no recordaba haber aprendido jamás: Descansa en paz con Thetis y los dioses inmortales, nada en las aguas del océano, libre por siempre del mundo.— Haré lo que me has pedido. Aquasilva vengará tu muerte.
La Inquisición no tenía ninguna defensa contra lo que las tormentas podían hacer en nuestras manos. El planeta mismo podía volverse en su contra, vengarse de ellos, destruirlos, arrojarlos más allá de los confines de la tierra.
Entonces olvidé todo lo demás, la inminente explosión del Valdur, a Palatina y los demás, y rompí a llorar sobre el cadáver de Orosius. El mundo quedó reducido a una niebla indefinida a través de mis ojos llenos de lágrimas. No vi cómo Ravenna cogía con delicadeza el medallón y lo colocaba en el bolsillo de mi túnica, apenas la sentí abrazándome para que llorase sobre su hombro. Ni siquiera distinguí esa única lágrima que ella derramó por la desaparición del emperador.
Apenas había podido conocer a mi hermano. Ahora estaba muerto.
En seguida sentí que Ravenna me sacudía con suavidad, llamándose con urgencia. Sus dedos secaban suavemente mis ojos.
— Cathan, no queda tiempo. Debemos marcharnos. Acabé de enjugarme las lágrimas con el reverso de la mano sana y la miré con los ojos irritados y parpadeantes.
— Por supuesto —asentí mientras espantosos crujidos que venían de la popa me devolvían a la realidad— Tienes razón.
Nos pusimos de pie, y no le quité la vista de encima al emperador hasta que nuestros pasos me obligaron a ello. Las llamas eran ahora más grandes y se podía distinguir al final de los pasillos, avanzando a saltos en todas direcciones. ¿Cuánto tiempo habíamos perdido? Se suponía que debíamos estar buscando una nave para huir, no intentando salvar a un moribundo.
Antes de dejar el puente de mando, no pude evitar detenerme un instante y volver la mirada una vez más hacia el cadáver del emperador, que progresivamente cobraba brillo, algo que le sucedía al morir a todos los que eran en parte humanos y en parte de los Elementos. Lo miré hasta que su imagen me resultó demasiado dolorosa y noté cómo una leve niebla ascendía desde su cuerpo y desaparecía por las ventanas. Luego el brillo cesó y sobre el punto en que había alcanzado su máxima altura descubrí al fondo el cadáver de Mauriz. No podíamos hacer nada por él.
— Se ha ido al mar —afirmó Ravenna, indicando que todo había terminado. Ya no volví la vista atrás cuando, entre cojeando y corriendo avanzamos por el estrecho pasillo en dirección a la escalera principal. Una pared de rugientes llamas se abría paso por el pasillo de estribor, y el fuego en el hueco de la escalerilla iba devorándola poco a poco. Era la única escalera por la que podíamos bajar que seguía en pie.
Nos apoyamos el uno en el otro, eludiendo cadáveres y restos de mobiliario, sintiendo que el calor de las llamas nos abrasaba. La barandilla ardía y en algunas partes se había derrumbado, y la alfombra, humeante aquí y allá, empezaba a quemarse por los bordes.
— Magia —dije, y me detuve para emplear la magia del agua para extinguir el fuego.
— No hay tiempo —repuso Ravenna— Todavía queda un espacio estrecho por el que podemos pasar. Chamuscarnos un poco no será peor que lo que ya hemos sufrido. —Cogiéndonos de los brazos a modo de apoyo descendimos los escalones. La ardiente alfombra quemaba dolorosamente nuestros pies descalzos. Podía sentir la piel de los tobillos aguijoneándome al pasar por las pequeñas llamas que quemaban la alfombra. Temeroso de que se me prendiese la ropa, me subí los pantalones tanto como pude al sortear el hueco de un escalón desprendido.
Sin embargo, de algún modo milagroso, no se me incendió la ropa y dejamos atrás el fuego al llegar al tramo de la escalera que llevaba a la cubierta más baja de la manta.
— ¡Palatina! —grité, preguntándome qué habría en ese nivel, pero no hubo respuesta. Por fortuna, la escalerilla de la cubierta inferior estaba intacta, pero había agua a la altura del tercer o cuarto escalón. Si provenía de fuera, sería agua helada. A tanta profundidad y sometido a semejante presión, un par de agujeros en el casco bastarían para inundar todo el buque. No había luz en absoluto.
Nadie respondió y sentí una puñalada de angustia. ¿Habría sido Palatina atrapada por las llamas de popa o no habría podido llegar al camarote de la guardia? Le podían haber sucedido tantas cosas mientras nosotros perdíamos el tiempo... Y yo había sido quien la había enviado sola, amparándome en que estaba en mejor forma que Ravenna y yo, ya que no le habían afectado ni el éter ni la magia del emperador.
— Debemos seguir adelante —dije señalando hacia abajo, a la oscuridad— Si se inunda demasiado no podremos abordar la raya. Suponiendo que alguna raya hubiese quedado a salvo protegida por su plataforma de lanzamiento.
— Magia de la Sombra —dijo Ravenna— Intentemos encontrar primero la nave salvavidas, que es más grande.
Estuve de acuerdo y descendimos los escalones. Metí un pie en el agua para comprobar su temperatura y lo retiré de inmediato como si alguien me hubiese clavado miles de agujas de hielo.
—Puedo mejorar un poco las cosas —afirmé, feliz de que mi magia fuese útil al fin— Hemos de ponernos en remojo.
— ¿Qué?
Armándome de valor, cogí a Ravenna de la mano y comencé a bajar la escalera poco a poco aunque en seguida deseé no haberlo hecho.
— No creo que sea la mejor manera —objetó Ravenna antes de dar el siguiente paso. Entonces me dio un empujón en la espalda y, en un momento, estaba en el agua helada, lo que me dolió tanto como la magia del emperador. Oí un chapuzón y Ravenna se sumergió a mi lado. Ambos sacamos la cabeza del agua temblando.— ¿Y ahora?