Authors: Brandon Mull
—Tendrás tu recompensa, mocoso impertinente. Mi memoria es excelente.
—Pagarás por tus actos —le advirtió la abuela.
Muriel había echado a andar de nuevo a zancadas.
—Hablas a unos oídos que no te escuchan.
—Dijiste que nos ayudarías a encontrar a nuestro abuelo —le recordó Kendra a voces.
Muriel se rió sin mirar atrás.
—Guardad silencio, niños —dijo la abuela—. Muriel, te he ordenado que te marches de aquí. Tu desafío es un acto de guerra.
—Emites desahucios con el fin de tener argumentos contra mí por incumplimiento y, de este modo, justificar unas represalias —dijo Muriel—. No temo una guerra contra ti.
La abuela se dio la vuelta.
—Kendra, ven aquí —dijo, y se acercó a Seth para darle un fuerte abrazo. Cuando Kendra estuvo cerca, la abrazó a ella también—. Siento haberos inducido a error, niños. No debí guiaros hasta Muriel. No me di cuenta de que se trataba del último nudo que le quedaba.
—¿Qué quieres decir? —replicó Kendra—. Tú escuchaste lo que decíamos.
La abuela sonrió con tristeza.
—Cuando eres una gallina, pensar con claridad se convierte en un reto agotador. Tenía la mente nublada. Relacionarme con vosotros como una persona, aunque sólo fuera por un instante, me exigía una concentración tremenda.
Seth indicó en dirección a Muriel con el mentón.
—¿Deberíamos detenerla? Apuesto a que entre los tres podríamos con ella.
—Si atacamos nosotros, ella podrá defenderse recurriendo a la magia —explicó la abuela—. Nos quedaríamos sin la protección que otorgan los estatutos fundacionales del tratado.
—¿Lo hemos complicado todo? —preguntó Seth—. Al liberarla, quiero decir.
—Las cosas estaban ya patas arriba —respondió la abuela—. Que la bruja ande suelta viene a complicar, sin duda, la situación. Falta por ver si mi ayuda puede contrarrestar su posible interferencia. —La abuela parecía sofocada y se abanicó la cara con la mano—. Vuestro abuelo nos ha dejado metidos en un buen apuro.
—No fue culpa suya —dijo Seth.
La abuela se dobló hacia delante y apoyó las manos en las rodillas. Kendra la sujetó.
—Estoy bien, Kendra. Sólo un poco atontada. —Se irguió con cuidado—. Contadme lo que ha pasado. Sé que unos seres indeseables entraron en la casa y se llevaron a Stan.
—Y a Lena también, y creo que convirtieron a Dale en una estatua —informó Kendra—. Le encontramos en el jardín.
La abuela asintió.
—Como responsable de la reserva, Stan es un valioso trofeo. Igual que una ninfa caída. Por el contrario, Dale fue considerado un personaje poco importante y le dejaron atrás. ¿Alguna pista sobre quién pudo llevárselos?
—Encontramos unas huellas cerca de Dale —dijo Seth.
—¿Os llevaron a alguna parte?
—No —respondió Seth.
—¿Tenéis alguna idea sobre dónde pueden tener al abuelo y a Lena? —No.
—Muriel probablemente lo sepa —dijo la abuela—. Mantiene una alianza con los diablillos.
—Hablando de Muriel —intervino Kendra—, ¿adonde ha ido?
Los tres miraron a su alrededor. A Muriel no se la veía por ninguna parte. La abuela frunció el entrecejo.
—Debe de disponer de medios especiales para ocultarse o para viajar. Da igual. Por ahora, no estamos preparados para enfrentarnos a ella.
—¿Qué hacemos? —preguntó Seth.
—Nuestro primer punto en el orden del día es encontrar a vuestro abuelo. Averiguar su paradero debería indicarnos el mejor modo de proceder.
—¿Cómo lo hacemos?
La abuela suspiró.
—Nuestra opción más cercana sería Ñero. —¿Quién? —preguntó Kendra.
—Un trol del precipicio. Tiene una piedra mágica con la que puede verse todo. Si conseguimos cambiársela por algo, deberíamos ser capaces de descubrir el paradero de Stan.
—¿Le conoces bien? —preguntó Seth.
—Nunca le he visto. Vuestro abuelo tuvo tratos con él en su día. Será peligroso, pero en estos momentos probablemente sea nuestra mejor alternativa. Deberíamos darnos prisa. Os contaré más detalles por el camino.
Alguna vez habéis oído una conversación cuando estáis a punto de quedaros dormidos? —les preguntó la abuela— Las palabras os llegan desde lejos y os cuesta entender el significado.
—Eso me pasó a mí en un motel una vez que fuimos de viaje —explicó Kendra—. Mamá y papá estaban hablando. Yo me quedé dormida y su conversación se transformó en un sueño.
—Entonces, hasta cierto punto podéis haceros una idea de mi estado mental cuando era una gallina. Decís que estamos en junio, pero mis últimos recuerdos nítidos son de febrero, cuando actuó el embrujo. Durante los primeros días me mantuve bastante alerta. Con el tiempo, caí en un estado de conciencia crepuscular y era incapaz de pensar racionalmente, incapaz de interpretar mi entorno como lo haría un ser humano.
—Qué extraño —comentó Seth.
—Os reconocí cuando llegasteis, pero fue como si estuviera viéndoos a través de unas lentes empañadas. Mi mente no volvió a espabilarse hasta que dejasteis entrar por la ventana a aquellas criaturas. El impacto me sacó de golpe del estupor. Me costó Dios y ayuda aferrarme a mi estado de conciencia. No os puedo describir el grado de concentración que me hizo falta para poder escribiros aquel mensaje. Mi mente quería desconectar, relajarse. Deseaba comerme aquellos deliciosos granos, no formar con ellos unos extraños trazos.
Iban por un camino de tierra bastante ancho. En lugar de regresar a la casa, habían proseguido por el sendero que continuaba desde detrás de la choza de hiedra, adentrándose cada vez más en el bosque. En un momento dado, el sendero se bifurcó y luego se cruzó con la pista por la que avanzaban ahora. El sol brillaba con fuerza en el cielo, el aire estaba espeso de humedad y a su alrededor el bosque permanecía sumido en un silencio antinatural.
Kendra y Seth le habían traído a la abuela unos vaqueros, pero resultaron pertenecer a los tiempos en que estuvo más delgada y no pudo ni intentar abrochárselos. Las zapatillas deportivas eran del abuelo y le quedaban varias tallas más grandes. Así pues, la abuela iba ahora con un bañador debajo del albornoz, y los pies todavía metidos en las zapatillas de estar por casa.
La abuela levantó las manos y las contempló mientras las abría y cerraba un par de veces.
—Qué raro es tener otra vez manos de verdad —murmuró.
—¿Cómo te convertiste en una gallina, para empezar? —preguntó Seth.
—El orgullo me hizo ser descuidada —respondió la abuela—. Así nunca más se me olvidará que ninguno de nosotros somos inmunes a los peligros de este lugar, aun cuando nos creamos que tenemos la sartén por el mango. Me ahorraré los detalles para otra ocasión.
—¿Por qué el abuelo no pudo devolverte a tu ser? —preguntó Kendra.
La abuela enarcó las cejas de repente.
—Seguramente porque todas las mañanas le ponía huevos. Me gusta pensar que si me hubiese llevado a ver a Muriel de entrada, podría haber evitado que ocurriese todo este disparate. Pero supongo que estaba buscando una cura alternativa para mi mal.
—Que no pasara por preguntarle a Muriel —dijo Seth. —Exacto.
—Entonces, ¿por qué permitió que Muriel me curara a mí? —Estoy segura de que era consciente de que vuestros padres volverían pronto y que no dispondría de tiempo suficiente para descubrir otro remedio.
—¿No sabías que Seth se había convertido en una morsa mutante y que Muriel rompió el hechizo? —preguntó Kendra.
—Todo eso me lo perdí —dijo la abuela—. Cuando era una gallina, se me escapaban casi todos los detalles. Cuando os insté a que me llevaseis a ver a Muriel, di por hecho que todavía le quedaban dos nudos. Sólo cuando levanté la vista y observé el único nudo de la soga, empecé a comprender la situación. Para entonces ya era demasiado tarde. Por cierto, ¿cómo acabaste convertido en morsa?
Seth y Kendra le contaron con todo detalle la peripecia por la cual el hada se transformó en un diablillo, y el castigo subsiguiente. La abuela los escuchó atentamente y les hizo unas pocas preguntas para terminar de entenderlo todo.
El sendero dibujó un recodo alrededor de un alto matorral y entonces apareció ante su vista un puente cubierto hecho con madera negra, que se extendía sobre una quebrada. Aunque era viejo y se veía algo maltrecho, parecía hallarse en un estado razonablemente bueno.
—Nuestro destino ya queda cerca —anunció la abuela.
—¿Cruzado el puente? —preguntó Kendra.
—Bajando la quebrada. —La abuela se detuvo y observó con cuidado la vegetación de uno y otro lado del sendero—. No me gusta nada la quietud de este bosque. Hoy se respira mucha tensión sobre Fablehaven —añadió, y reanudó la marcha.
—¿A causa del abuelo? —preguntó Seth.
—Sí, y por tu reciente enemistad con las hadas. Pero me preocupa que pueda tratarse de algo más. Estoy deseando llegar para hablar con Ñero.
—¿Él nos ayudará? —preguntó Kendra.
—Si por él fuera, nos haría daño. Los troles pueden ser violentos e impredecibles. No acudiría a él en busca de información si nuestra situación fuese menos apurada.
—¿Cuál es el plan? —preguntó Seth.
—Nuestra única opción es negociar con inteligencia. Los troles de precipicio son astutos y despiadados, pero su avaricia puede implicar su debilidad. —¿Avaricia? —preguntó Seth.
—Codicia. Los troles de precipicio son unas criaturas mezquinas. Acaparadoras de tesoros. Astutos negociadores. Les chifla notar el escalofrío que sienten al imponerse a un contrincante. Sea cual sea el acuerdo al que lleguemos, Ñero tendrá que sentirse como el vencedor indiscutible. Sólo espero que seamos capaces de dar con algo que él valore y de lo que nosotros estemos dispuestos a prescindir.
—¿Y si no lo conseguimos? —preguntó Kendra.
—Tenemos que conseguirlo. Si no logramos llegar a un acuerdo, Ñero no nos dejará marchar ilesos.
Llegaron al borde de la quebrada. Kendra apoyó una mano en el puente y se inclinó hacia delante para echar un vistazo a la pendiente. La quebrada era asombrosamente profunda, con plantas tenaces aferradas a sus empinadas paredes. Por el desfiladero discurría un estrecho arroyo.
—¿Cómo vamos a bajar hasta allí?
—Con mucho cuidado —respondió la abuela, y se sentó al borde del precipicio.
Entonces, se dio la vuelta para quedar tumbada boca abajo y empezó a reptar retrocediendo pendiente abajo, con los pies por delante. Ofrecía una imagen ridicula, con su albornoz y las zapatillas. La pared no era del todo vertical, pero prácticamente todo el descenso presentaba una inclinación muy pronunciada.
—Si nos caemos, rodaremos sin parar hasta el fondo —observó Kendra.
—Una buena razón para no caernos —coincidió la abuela, que seguía desplazándose cuidadosamente hacia abajo—. Adelante, parece peor de lo que es. Simplemente, buscad asideros firmes e id bajando paso a paso.
Seth siguió a la abuela y a continuación Kendra empezó a bajar; se abrazó desesperadamente a la pared de la quebrada y tanteaba antes de descender un paso, buscando a ciegas el siguiente punto en el que apoyar el pie. Pero la abuela tenía razón. En cuanto empezó a bajar, la tarea resultó menos complicada de lo que parecía. Había muchos asideros, como arbustos escuálidos provistos de tallos perfectamente arraigados. Aunque al principio se movía con cautela, poco a poco fue ganando seguridad e incrementando la velocidad con la que descendía.
Cuando Kendra llegó al final, Seth estaba agachado junto a un macizo de flores que crecía a la orilla del arroyo. La abuela Sorenson aguardaba cerca, de pie.
—Has tardado bastante —comentó Seth.
—Iba con cuidado.
—Nunca había visto antes a nadie desplazarse a centímetro por hora.
—No es momento para pelearse —interrumpió la abuela—. Seth, Kendra lo ha hecho estupendamente. Ahora debemos darnos prisa.
—Me encanta cómo huelen estas flores —comentó Seth.
—Apártate de ellas —le instó la abuela.
—¿Por qué? Huelen genial; huélelas.
—Esas flores son peligrosas. Y tenemos prisa.
La abuela agitó la mano indicándole que la siguiera, y empezó a andar mirando con cuidado por dónde pisaba al abrirse paso por el pedregoso fondo de la quebrada.
—¿Por qué son peligrosas? —preguntó Seth cuando se puso a su altura.
—Se trata de una clase especial de flor de loto. Su perfume es embriagador y su sabor, divino. Un mordisquito de un solo pétalo te sumerge en un trance letárgico plagado de vividas alucinaciones.
—¿Como una droga?
—Más adictivo que la mayoría de las drogas. Probar una flor de loto suscita un anhelo de tomar más que jamás podrá saciarse. Muchos son los que han desperdiciado su vida entera en la búsqueda y el consumo de los pétalos de esas flores hechizantes.
—Yo no iba a comerme una.
—¿No? Pues siéntate a olerías unos minutos, y acabarás con un pétalo en la boca antes de que te des cuenta de lo que estás haciendo.
Avanzaron en silencio durante varios cientos de metros. Las paredes de la quebrada se volvían cada vez más desnudas y rocosas a medida que progresaban. Repararon en unos cuantos macizos más de flores de loto.
—¿Dónde está Ñero? —preguntó Kendra.
La abuela repasó con la mirada la pared de la quebrada.
—Un poco más adelante. Vive en un saliente.
—¿Tendremos que escalar para llegar hasta él?
—Stan me dijo que Ñero lanzaba una escala de cuerda.
—¿Qué es eso? —preguntó Seth, señalando un punto delante de ellos.
—No estoy segura —dijo la abuela. Pasado un buen trecho de quebrada, unos veinte leños puestos de pie, cada uno más alto que el anterior, subían desde la orilla del arroyo hasta la pared de la quebrada. El leño más alto facilitaba el acceso a un saliente rocoso—. Eso podría ser nuestro destino. No es lo que Stan me describió.
Llegaron a los leños. El más bajo medía unos noventa centímetros, el segundo ciento ochenta, y cada leño subsiguiente venía a ser unos noventa centímetros más alto que el anterior, hasta llegar al último, que medía unos dieciocho metros de alto. Los leños estaban dispuestos con una separación de unos noventa centímetros entre uno y otro, y formaban una hilera escalonada. Ninguno de los leños presentaba rama alguna. Bajos o altos, eran todos similares en grosor, con unos cuarenta y cinco centímetros de sección, y todos tenían la parte superior cortada de plano.