Authors: Brandon Mull
—Vale, y luego yo me piro. No quiero que se enfríe el rastro.
Después de mirar por todo el jardín durante media hora, Kendra y Seth habían encontrado varias piezas de mobiliario procedentes de la vivienda o del porche, en los sitios más insospechados. Pero no hallaron más estatuas policromadas de tamaño natural. Llegaron junto a la piscina.
—¿Te has fijado en las mariposas? —preguntó Kendra.
—Sí.
—¿No notas nada especial en ellas?
Seth se dio una palmada en la frente con el talón de la mano. —¡Hoy no hemos tomado leche! —Exacto. Nada de hadas, sólo bichos. —Si esas hadas son listas, no asomarán las narices por aquí —gruñó Seth.
—Eso, así aprenderán. ¿Qué quieres ser esta vez? ¿Una jirafa?
—Nada de todo esto habría pasado si hubiesen seguido protegiendo la ventana.
—Tú torturaste a un hada —le recordó Kendra.
—¡Ellas me torturaron a mí a cambio! Estamos en paz.
—Hagamos lo que hagamos, antes deberíamos tomar algo de leche.
Entraron en la casa. El frigorífico estaba tumbado sobre un costado. Entre los dos consiguieron abrir la puerta. Parte de las botellas de leche se habían roto, pero quedaban algunas intactas. Kendra agarró una, le quitó el tapón y dio un sorbo. Seth bebió después de ella.
—Necesito mis cosas —dijo, y salió disparado en dirección a las escaleras.
Kendra se puso a buscar pistas. ¿No habría intentado el abuelo dejarles algún mensaje? Tal vez no le había dado tiempo. Recorrió las habitaciones, pero no encontró ninguna pista que aclarase el destino que habían corrido Lena o el abuelo.
Seth apareció con su camisa preferida de camuflaje y la caja de cereales.
—Estaba intentando encontrar la escopeta. ¿No la has visto?
—Qué va. En la puerta de la casa hay una flecha clavada.
Podrías lanzársela al monstruo.
—Creo que me limitaré a usar la sal.
—No hemos mirado en el sótano —observó Kendra.
—Merece la pena intentarlo.
Abrieron la puerta que había al lado de la cocina y escudriñaron la penumbra. Kendra se fijó en que era prácticamente la única puerta que no presentaba desperfectos de toda la casa. Unos peldaños de piedra descendían hacia las tinieblas.
—¿Dónde tienes la linterna? —dijo Kendra.
—¿No hay un interruptor? —preguntó Seth.
No encontraron ninguno. Seth rebuscó en la caja de cereales y sacó la linterna.
Con un puñado de sal del bolsillo en una mano y la linterna en la otra, Seth encabezó la marcha. El tramo de escaleras era más largo de lo que cabría esperar en una escalera que bajaba a un sótano: tenía más de veinte escalones. Al pie de la escalera, el foco de la linterna iluminó un pasillito desnudo que terminaba en una puerta de hierro.
Avanzaron hasta la puerta. Debajo del picaporte había una cerradura. Seth trató de girar el picaporte, pero la puerta estaba cerrada con llave. En la parte inferior había una pequeña trampilla.
—¿Qué es esto? —preguntó.
—Es para los duendecillos, para que puedan entrar a arreglar cosas.
Seth empujó la trampilla. —¡Abuelo! ¡Lena! ¿Hay alguien ahí?
Esperaron en vano una respuesta. Seth repitió la llamada una vez más, antes de ponerse de pie y alumbrar con la linterna el hueco de la trampilla.
—¿Ninguna de tus llaves valdría para abrir esta cerradura? —preguntó.
—Son demasiado pequeñas.
—Puede que haya una llave escondida en algún rincón del dormitorio del abuelo.
—Si estuvieran aquí abajo, supongo que nos responderían.
Kendra y Seth empezaron a subir las escaleras. Una vez arriba oyeron un gemido fuerte y profundo que se prolongó durante al menos diez segundos. El penetrante sonido procedía del exterior. Era demasiado fuerte como para que lo hubiera emitido un ser humano. Fueron corriendo al porche trasero. El gemido había cesado. Era difícil saber de dónde procedía.
Aguardaron, mirando a su alrededor, esperando que aquel insólito sonido volviera a oírse. Al cabo de un par de tensos minutos, Kendra rompió el silencio.
—¿Qué ha sido eso?
—Apuesto a que era lo que tiene apresados al abuelo y a Lena —dijo Seth—. Y no ha sonado muy lejos de aquí. —Sonaba a algo de gran tamaño. —Sí.
—Tamaño ballena.
—Llevamos la sal —le recordó Seth—. Tenemos que seguir el rastro.
—¿Estás seguro de que es una buena idea? —¿Tienes otra mejor?
—No sé. ¿Esperar a ver si aparecen por su propio pie? A lo mejor se escapan.
—Si eso no ha ocurrido ya, no va a ocurrir. Iremos con cuidado, y nos aseguraremos de regresar antes de que se haga de noche. No nos pasará nada. Llevamos la sal. Actúa como si fuera un ácido.
—Si algo sale mal, ¿quién nos salvará? —preguntó Kendra.
—No tienes que venir si no quieres. Pero yo sí voy.
Seth bajó a toda prisa los escalones del porche y empezó a atravesar el jardín. Kendra le siguió a regañadientes. No estaba segura de cómo iban a organizar un rescate si achicharrar al monstruo con la sal no daba resultado. Pero Seth tenía razón en una cosa: no podían abandonar al abuelo.
Kendra dio alcance a su hermano en el arriate donde habían encontrado la primera huella. Examinando la hierba, siguieron una sucesión de agujeros del tamaño de una moneda de cinco centavos que discurría por el césped. Los orificios se sucedían separados entre sí por una distancia de unos metros y seguían una línea generalmente recta que rebasaba el granero y abandonaba finalmente el jardín por un angosto sendero que se perdía en el bosque.
Al no estar ya medio oculto entre la hierba, seguir el rastro se volvió aún más fácil. Dejaron atrás un par de intersecciones, pero el camino resultaba siempre evidente. Las huellas de la criatura que había dejado aquellos agujeros en la tierra eran inconfundibles. Progresaban rápidamente. Kendra se mantenía alerta, observando bien los árboles por si hubiera alguna bestia mítica, pero no encontró nada más extraordinario que un jilguero y varias ardillas.
—Me muero de hambre —dijo Seth.
—Yo estoy bien. Pero me está entrando sueño.
—No lo pienses.
—Empieza a dolerme la garganta —añadió Kendra—. Ya sabes, llevamos despiertos casi treinta horas.
—Yo no estoy tan cansado —dijo Seth—. Sólo hambriento. Deberíamos haber buscado comida en la despensa. No puede estar todo destrozado.
—No tendremos tanta hambre si no pensamos en ello todo el rato.
De repente, Seth se detuvo en seco.
—Oh, oh.
—¿Qué?
Seth dio varios pasos hacia delante. Se inclinó hacia el suelo y retrocedió de espaldas hasta más allá de donde se encontraba su hermana. Luego volvió a avanzar hacia delante, más despacio esta vez, apartando con la punta del pie cualquier hoja o ramita que hubiera en el camino. Kendra entendió cuál era el problema antes de que Seth le pusiera palabras.
—No hay más agujeros.
Kendra le ayudó a repasar el terreno. Entre los dos, analizaron el mismo segmento de sendero varias veces. A continuación, Seth empezó a buscar fuera del camino.
—Esto podría ser chungo —dijo.
—Hay mucha maleza —coincidió Kendra.
—Si pudiéramos encontrar aunque sólo fuera un agujero, sabríamos en qué dirección fue.
—Si abandonó el camino, nunca podremos seguir el rastro.
Seth gateó a cuatro patas por el borde del camino, rebuscando bajo el mantillo de debajo de la maleza. Kendra cogió un palo y lo usó para apartar obstáculos y buscar el rastro.
—No hagas agujeros —le avisó Seth.
—Sólo estoy apartando hojas.
—Podrías hacerlo con las manos.
—Si quisiera acabar con picaduras y un sarpullido.
—Eh, aquí está. —Mostró a Kendra un agujero a una distancia de aproximadamente metro y medio desde el último que habían encontrado en el camino—. Giró a la izquierda.
—En diagonal.
Kendra dibujó una línea con la mano que conectaba los dos puntos y continuaba bosque adentro.
—Pero podría haber vuelto a girar —apuntó Seth—. Deberíamos encontrar el siguiente.
Encontrar el siguiente agujero les llevó casi quince minutos. Aquello demostraba que la criatura había girado ciertamente casi del todo a la izquierda, colocándose en perpendicular al camino.
—¿Y si giró más veces? —preguntó Kendra.
—Estaría volviendo sobre sus propios pasos.
—A lo mejor quería despistar a quien lo siguiese.
Seth avanzó metro y medio más y encontró el siguiente agujero casi al instante. El hallazgo confirmó que el nuevo curso era perpendicular al sendero.
—Por esta zona la maleza no es tan tupida —observó Seth.
—Seth, vamos a tardar todo el día en dar con veinte zancadas.
—No pretendo seguir sus huellas exactamente. Sólo avanzar un rato en la misma dirección que tomó. A lo mejor nos cruzamos con un sendero y podemos seguir otra vez el rastro. O a lo mejor vive por aquí cerca.
Kendra se metió una mano en el bolsillo para tocar la sal.
—No me hace gracia dejar el sendero.
—A mí tampoco. No iremos muy lejos. Pero parece que a esta cosa le gustan los senderos. Todo este rato vino por uno. Puede que estemos a punto de hacer un descubrimiento. Merece la pena seguir un poco más sólo para comprobarlo.
Kendra miró a su hermano fijamente.
—Vale, pero ¿y si lo que nos encontramos es una cueva?
—Echamos un vistazo.
—¿Y si oímos respiraciones procedentes de la cueva? —No hace falta que entres. Ya miraré yo. Se trata de encontrar al abuelo.
Kendra se mordió la lengua. Estuvo a punto de decir que si le encontraban allí, seguramente estaría hecho pedazos. —Vale, sólo un poco más.
Caminaron en línea recta, alejándose del sendero. Observaban el suelo todo el tiempo, pero no volvieron a encontrar más agujeros. No mucho rato después cruzaron el lecho seco y pedregoso de un arroyo. A pocos metros de allí atravesaron un pradito. Los arbustos y las flores silvestres les llegaban casi hasta la cintura.
—Yo no veo ningún otro rastro —dijo Kendra—. Ni ninguna guarida de monstruo.
—Echemos un buen vistazo por el prado —propuso Seth.
Realizó una búsqueda exhaustiva por el perímetro del prado pero tampoco encontró ni agujeros ni huellas.
—Aceptémoslo —dijo Kendra—. Si tratamos de seguir más allá, estaremos andando a ciegas.
—¿Y si subimos a esa colina? —sugirió Seth, señalando el punto más elevado que se divisaba desde el prado, a menos de un cuarto de kilómetro de distancia—. Si fuésemos a hacernos una casa por estos alrededores, elegiríamos aquel alto. Además, si conseguimos subir ahí, tendremos mejores vistas de toda el área. Con estos árboles, a duras penas distinguimos algo.
Kendra apretó los labios. La colina no era muy empinada; sería fácil subirla. Y no estaba demasiado lejos.
—Si no encontramos nada allí arriba, ¿damos la vuelta? —Trato hecho.
Marcharon en dirección a la colina, que estaba en una línea completamente diferente del curso que habían tomado inicial—mente desde el sendero. Conforme se abrían paso por entre una maleza cada vez más densa, oyeron de pronto el chasquido de una ramita a un lado. Se detuvieron a escuchar con atención.
—Me estoy poniendo bastante nerviosa —confesó Kendra en voz baja.
—Está todo bien. Seguramente habrá sido sólo una pina que se ha caído de un árbol.
Kendra trató de quitarse de la mente las imágenes que le venían de la pálida mujer del vestido negro y ondulante. Sólo de pensar en ella se quedó helada. Si la veía en el bosque, temía que simplemente se haría un ovillo en el suelo y dejaría que la apresase.
—Estoy perdiendo la pista de hacia dónde nos dirigimos —dijo. Al caminar de nuevo entre los árboles, habían dejado de ver tanto la colina como la pradera. —Llevo mi brújula.
—Así, si todo lo demás falla, siempre podremos encontrar el polo Norte.
—El sendero que seguimos antes discurría en dirección noroeste —la tranquilizó Seth—. Luego, lo abandonamos para ir en dirección suroeste. La colina está al oeste, y el prado al este.
—Eso está bastante bien.
—El truco consiste simplemente en fijarse.
Poco después, los árboles empezaron a escasear y se encontraron ascendiendo la colina. Con los árboles cada vez más distanciados entre sí, la maleza crecía más alta y los arbustos eran más grandes. Kendra y Seth subieron la moderada pendiente en dirección a la cumbre.
—¿Hueles eso? —preguntó Seth.
Kendra se detuvo.
—Como si alguien estuviera cocinando. El aroma era leve pero, una vez percibido, notorio. Kendra estudió la zona con repentina sensación de alarma.
—Oh, Dios mío —dijo, al tiempo que se agachaba en cuclillas.
—¿Qué?
—Agáchate.
Seth se arrodilló a su lado. Kendra señaló en dirección a la cumbre de la colina. A un lado se elevaba una tenue columna de humo, fina y temblorosa.
—Sí —susurró él— Puede que lo hayamos encontrado.
Una vez más, Kendra tuvo que morderse la lengua. Esperaba que nadie estuviera cocinando al abuelo.
—¿Qué hacemos?
—Quédate aquí —dijo Seth—. Iré a ver qué es. —No quiero quedarme sola.
—Pues entonces ven conmigo, pero mantente un poco retrasada. No queremos que nos cojan a los dos a la vez. Ten preparada la sal.
No hacía falta que se lo recordara. Su única preocupación sobre la sal era que el sudor de sus manos la convirtiera en una pasta.
Seth se alejó reptando, siempre agachado, usando los arbustos a modo de protección, y se abrió paso poco a poco en dirección a la delgada columna de humo. Kendra imitó sus movimientos, impresionada ante el fruto que finalmente daban tantas horas de jugar a los soldaditos. Incluso ahora que le seguía, tuvo que hacer esfuerzos para aceptar lo que estaban haciendo. Acercarse a hurtadillas a la guarida de un cuco monstruoso para pillarlo por sorpresa se contaba entre las actividades sin las cuales Kendra podía vivir. ¿No deberían estar escabullándose de allí, más bien?
La trémula hilaza de humo estaba cada vez más cerca. Seth hizo una señal a Kendra con el brazo para que se acercara. Ella se acurrucó a su lado, detrás de un arbusto ancho dos veces más alto que ella, y trató de mantener una respiración tranquila. Seth arrimó los labios al oído de su hermana.
—Podré ver lo que está pasando ahí cuando rodee este arbusto. Trataré de chillar si me capturan o me pasa algo parecido. Estate preparada.