Authors: Brandon Mull
—Eh —dijo Seth, al caer en la cuenta de quién se trataba—. ¡Eres el hada que cacé!
El diablillo se echó al chico al hombro y corrió con él hacia donde estaba Muriel. Otro diablillo cogió a la abuela para llevársela también a la bruja.
Kendra permanecía inmóvil, paralizada de espanto. Los diablillos la rodearon. Era imposible escapar. Hugo había quedado reducido a un montón de escombros. La abuela había errado el tiro con la ballesta: había herido a Muriel, no la había matado. Seth había hecho todo lo que había podido, pero al final él y la abuela habían sido capturados. Se habían agotado las defensas. Ya no había más trucos. Nada se interponía entre Kendra y los horrores que Muriel y sus diablillos deseasen infligirle.
Sólo que los diablillos no se lanzaban a por ella. Permanecían a su alrededor, pero parecía que no podían alargar los brazos para asirla. Levantaban los brazos hasta media altura y ahí se quedaban, como si las extremidades se negasen a obedecer.
—Mendigo, tráeme a la chica —le ordenó Muriel.
Mendigo se abrió paso entre el apretado grupo de diablillos. Estiró el brazo para coger a la niña, pero entonces se detuvo. Sus dedos de madera sufrían espasmos y los ganchos le tintineaban suavemente.
—A ti no pueden tocarte, Kendra —dijo el abuelo desde donde se hallaba, colgado de la pared mediante los grilletes—. Tú no has causado daños, ni has utilizado instrumentos mágicos ni has provocado perjuicios a nadie. ¡Corre, Kendra, a ti no pueden detenerte!
Kendra apartó a dos diablillos para poder pasar y se dirigió a la puerta. Entonces, se detuvo en seco. —¿No puedo ayudaros?
—Las leyes que constriñen a sus adláteres no obligan a Muriel —gritó el abuelo—. Corre sin parar hasta casa, directamente por la carretera por la que vinisteis. ¡No causes daños por el camino! ¡No te salgas de la senda! ¡Y luego sal de la finca! ¡Apuntala la verja con mi furgoneta! ¡Fablehaven caerá! ¡Uno de nosotros debe sobrevivir!
Muriel se había lanzado ya en su persecución, agarrándose el hombro herido. Kendra subió las escaleras a toda prisa y cruzó la capilla como una exhalación en dirección a la puerta de entrada.
—¡Niña, aguarda! —la llamó la bruja.
Kendra se detuvo un instante en el umbral de la iglesia y miró atrás. Muriel se había apoyado en el vano que daba acceso al sótano. Estaba pálida. Tenía la manga del vestido empapada de sangre.
—¿Qué quieres? —dijo Kendra, tratando de sonar valiente.
—¿Por qué sales corriendo con tanta prisa? Quédate, podemos solucionarlo hablando.
—No tienes buen aspecto.
—¿Esta bobada? Lo arreglaré simplemente soplando un nudo. —Entonces, ¿por qué no lo has hecho ya? —Quería hablar contigo antes de que huyeras —respondió la bruja en tono dulce y tranquilizador.
—¿De qué quieres que hablemos? ¡Suelta a mi familia! —le exigió Kendra.
—Puede que lo haga, a su debido tiempo. Niña, no te conviene correr por este bosque a estas horas de la noche. ¿Quién sabe qué horrores te esperan ahí fuera?
—No mayores que los que hay aquí dentro. ¿Por qué tratas de liberar a ese demonio?
—No podrías entenderlo nunca —dijo Muriel.
—¿Tú crees que será amigo tuyo? Vas a terminar encadenada a la pared junto con los demás.
—No me sueltes discursos sobre asuntos que quedan totalmente fuera de tu comprensión —le espetó Muriel—. He firmado una alianza que me otorgará un poder inconmensurable. Después de aguardar mi momento durante interminables años, siento que tengo al alcance de la mano mi hora de triunfo. El lucero de la noche está saliendo.
—¿El lucero de la noche? —repitió Kendra.
Muriel se sonrió.
—Mis ambiciones van más allá de secuestrar una sola reserva. Formo parte de un movimiento que acaricia objetivos mucho más amplios.
—La Sociedad del Lucero de la Noche.
—Jamás imaginarías los designios que hay ya en marcha. He pasado años cautiva, sí, pero no me han faltado los medios para comunicarme con el mundo exterior.
—Los diablillos.
—Y otros colaboradores. Desde que lo capturaron, Bahumat ha estado organizando lo que, por fin, tendrá lugar hoy. El tiempo se ha comportado como nuestro aliado. Observando y esperando, hemos perfeccionado en secreto infinidad de situaciones que han ido poco a poco garantizándonos la liberación. No hay prisión que dure eternamente. A veces nuestros esfuerzos han dado escasos frutos. En ocasiones mejores, hemos derribado dominós enteros de un solo empujoncito. Cuando Efira se las ingenió para convenceros de que abrieseis la ventana la noche del solsticio de verano, teníamos la esperanza de que los acontecimientos se desarrollasen como han venido desarrollándose hasta ahora. —¿Éfira?
—La mujer a cuyos ojos miraste.
Kendra se estremeció. No le hacía ninguna gracia rememorar a la traslúcida mujer de los vaporosos ropajes negros. Muriel asintió.
—Ella y otros están a punto de heredar esta reserva, un paso fundamental en el camino hacia nuestros fines últimos. Después de décadas de persistencia, nada puede detenerme.
—Entonces, ¿por qué no dejas libre a mi familia y listo? —le suplicó Kendra.
—Intentarían interferir. No es que a estas alturas pudieran hacer algo ya. Tuvieron su oportunidad y fracasaron. Pero no pienso correr ningún riesgo. Vamos, enfréntate al final junto a tus seres queridos, en vez de quedarte a solas en mitad de la noche.
Kendra negó con la cabeza.
Muriel extendió el brazo herido. Los dedos, rojos de su propia sangre, estaban retorcidos de manera antinatural. Entonces dijo algo en un idioma incomprensible que hizo pensar a Kendra en susurros de hombres enojados. Kendra salió corriendo de la iglesia, bajó los escalones y se dirigió a la carreta. Se detuvo para mirar atrás. Muriel no apareció en el umbral de la entrada. Fuera cual fuera el conjuro que la bruja había intentado echarle, al parecer no había surtido efecto.
Kendra corrió por la carretera. El atardecer desprendía aún algo de luminosidad. Llevaban solamente unos minutos dentro de la iglesia. Las lágrimas le impedían ver, pero no por ello dejó de correr, sin estar muy segura de si alguien la perseguía o no.
¡Había perdido a toda su familia! ¡Todo había sucedido tan deprisa! En un momento, la abuela estaba dándoles ánimos y tranquilizándolos, y en el siguiente Hugo había sido destruido y habían capturado a Seth y a la abuela. Kendra debería haber sido capturada también, pero como había sido tan extremadamente cautelosa desde su llegada a Fablehaven, al parecer seguía protegida por el poder íntegro del tratado. Los diablillos no habían podido tocarle ni un pelo, y Muriel había salido tan malherida de la reyerta que no pudo perseguirla debidamente.
Kendra miró hacia atrás, a solas en medio de la carretera vacía. La bruja debía tener curada la herida ya, pero probablemente no iría a por ella hasta haber librado a Bahumat, teniendo en cuenta que Kendra le había sacado tanta delantera.
Pero, en fin, Muriel podría recurrir a la magia para acortar la distancia con ella. Sin embargo, Kendra sospechaba que la urgencia por liberar al demonio impediría a la bruja salir en su busca de momento.
¿Debía dar la vuelta y regresar a la iglesia? ¿Intentar rescatar a su familia? ¿Cómo? ¿Tirando rocas? Si se decidía a volver allí, Kendra no podía imaginar otro resultado que verse también ella capturada con toda certeza.
Pero ¡algo tenía que hacer! Cuando el demonio fuese liberado, destruiría el tratado y ¡Seth moriría, juntamente con el abuelo, la abuela y Lena!
La única posibilidad que se le ocurría era volver a la casa y tratar de encontrar un arma en el desván. ¿Sería capaz de recordar la combinación que abría la puerta acorazada? Hacía sólo una hora que había visto a la abuela abrirla, y la había oído decir los números en voz alta. No era capaz de recordarlos pero tenía la sensación de que quizá pudiera una vez allí.
Kendra sabía que se había quedado sin esperanzas. La casa quedaba a kilómetros de allí. ¿A cuántos? ¿A trece? ¿Dieciséis? ¿Veinte? Tendría suerte si lograba llegar antes de que Bahumat quedase libre, y más aún estando ella sola.
Por lo menos, buscar un arma en la casa representaba un objetivo. Por muy en contra que lo tuviera todo, aquello le proporcionó una dirección en la que encaminar sus pasos y un motivo para ir a la casa. ¿Quién sabe de qué arma podría tratarse, o cómo la utilizaría, o si podría siquiera acceder al desván? Pero al menos era un plan. Al menos podía decirse a sí misma que tenía un motivo valeroso por el cual debía huir.
Temer el anochecer no sirvió para impedir que se hiciera de noche. El crepúsculo fue apagándose hasta desaparecer del todo, y Kendra se quedó con el reflejo de una media luna por única guía. Refrescó, aunque no llegó a hacer frío. El bosque estaba envuelto en una espectral sombra. De vez en cuando, oía sonidos desasosegantes, pero en ningún momento vislumbró lo que los producía. Pese a mirar atrás con frecuencia, a su espalda la carretera estaba tan desierta como hacia el frente.
Unas veces corría ligeramente y otras andaba. Sin puntos de referencia, le costaba discernir cuánta distancia llevaba recorrida. La pista de tierra parecía no tener fin.
Se inquietó por lo que pudiera ocurrirle a la abuela Sorenson. Al haber disparado contra Muriel y haber recurrido a Hugo para lisiar a los diablillos, probablemente nada protegería a la abuela de padecer una tortura semejante. Kendra empezó a desear haber aceptado la invitación de Muriel a quedarse en la iglesia junto a su familia. El sentimiento de culpa por ser la única que había podido salir de allí le resultaba casi demasiado intenso para sobrellevarlo.
Era difícil tener una noción clara del paso del tiempo. La noche avanzaba, tan interminable como la carretera. La luna migró paulatinamente por la bóveda celeste. ¿O era más bien que la carretera cambiaba de dirección?
Kendra tenía la certeza de llevar horas en la carretera cuando llegó a una zona despejada. La luz de la luna iluminaba una vereda medio desdibujada que salía de la propia carretera. Discurría en dirección a un seto alto y oscuro.
¡El estanque de los cenadores! Por fin, una referencia conocida. No podía quedarle más de media hora hasta la casa, y aún no se veía el menor atisbo del amanecer.
¿Cuánto tiempo pasaría hasta que Bahumat quedase libre? Tal vez el demonio andaba suelto ya. ¿Se enteraría cuando sucediese, o no lo sabría hasta verse rodeada de monstruos?
Kendra se frotó los ojos. Estaba agotada. Sus piernas se negaban a seguir andando. Reparó en que estaba hambrienta. Se detuvo y se desperezó durante unos minutos. Entonces, echó a correr a pasitos cortos. Podía hacer el resto del camino a la carrerilla, ¿verdad? No estaba demasiado lejos.
Mientras pasaba por delante del tenue sendero que salía de la carretera, se detuvo en seco. De pronto se le había ocurrido una nueva idea, inspirada por el seto de perfil irregular que se erguía a un lado de la carretera.
La reina de las hadas tenía un santuario en el islote que había en mitad del estanque. ¿No se suponía que era el ser más poderoso de todo el mundo de las hadas? A lo mejor Kendra podía intentar pedirle socorro.
Se cruzó de brazos. Sabía muy poco sobre la reina de las hadas. Aparte de haber oído que era un personaje poderoso, sólo sabía que poner el pie en su isla implicaba una muerte segura. Alguien lo había intentado y había quedado convertido en pelusa de diente de león.
¿Por qué lo había intentado aquel tipo? Kendra no recordaba haber escuchado el motivo concreto que le impulsó a hacerlo. Simplemente el hombre se había visto en una situación desesperada. Pero el hecho de que lo hubiese intentado quería decir que pensó que tal vez podría conseguirlo. Tal vez su fracaso se debió sólo a que no tenía una razón lo suficientemente poderosa.
Kendra sopesó su situación. Sus abuelos y su hermano estaban a punto de morir. Y Fablehaven se hallaba en un tris de ser destruida. Eso también resultaría nefasto para las hadas, ¿no? ¿O acaso no les importaría lo más mínimo? A lo mejor simplemente se marcharían a otro lugar.
Indecisa, Kendra clavó la mirada en el tenue sendero. ¿Qué arma esperaba encontrar en la casa? Probablemente no encontraría nada. Por tanto, lo más seguro es que terminase saliendo despavorida por la verja o trepándola para huir antes de que Bahumat y Muriel le dieran alcance y acabaran con ella. Y su familia perecería.
Pero quizás el plan de recurrir a la reina de las hadas diese resultado. Si tan poderosa era la reina, podría detener a Muriel y tal vez incluso a Bahumat. Kendra necesitaba un aliado. Pese a sus nobles intenciones, no podía imaginar la manera de conseguir ella sola sus propósitos.
Kendra había notado una nueva sensación en su fuero interno desde el instante mismo en que la idea le había brotado en la cabeza. Un sentimiento tan inesperado que le costó unos segundos identificarlo como una esperanza. No tendría que abrir ningún candado con combinación secreta. Sólo tenía que ponerse a merced de una criatura todopoderosa y suplicarle ayuda para rescatar a su familia.
¿Qué era lo peor que podía pasar? La muerte, pero conforme a sus propios términos. Nada de diablillos sedientos de sangre. Nada de brujas. Nada de demonios. Sólo una gran bola de pelusa de diente de león.
¿Cuál era la mejor de las posibilidades? La reina de las hadas podría convertir a Muriel en pelusa de diente de león y rescatar a la familia de Kendra.
Empezó a recorrer el senderillo. Se dio cuenta de que estaba nerviosa. Era un tipo de nerviosismo alentador, muy preferible al miedo a un fracaso seguro. Se puso a correr.
Esta vez no tuvo que colarse a gatas por debajo del seto. La vereda desembocaba en un arco. Kendra se metió por el arco y salió a la pradera perfectamente cuidada que había al otro lado.
A la luz de la luna, los blanquísimos pabellones y el paseo de tablones resultaban aún más pintorescos que durante el día.
Kendra podía verdaderamente imaginarse a la reina de las hadas viviendo en la isla, en medio del apacible estanque. Por supuesto, en realidad la reina no vivía allí. Sólo se trataba de un santuario. Kendra tendría que rezarle y cruzar los dedos para recibir respuesta de la reina.
El primer reto consistía en cruzar hasta la isla. El estanque estaba plagado de náyades a las que les chiflaba ahogar gente, lo cual significaba que iba a necesitar un bote sólido y resistente.