Authors: Brandon Mull
Antes de que Seth pudiese reaccionar, la criatura se escabulló por el desagüe. Del oscuro agujero salió un último puñado de improperios; acto seguido, la criatura desapareció. Seth vertió lo que quedaba del chocolate por el desagüe, por si pudiera serle útil al hada deforme.
Miró de nuevo en dirección al tarro, vacío ahora salvo por unos cuantos pétalos marchitos. No estaba seguro de qué era lo que había hecho mal, pero dudaba que Maddox fuera a sentirse orgulloso.
***
Esa misma mañana, Seth subió a la casa del árbol y se dispuso a buscar piezas del puzle que encajasen entre sí. Ahora que el perímetro estaba formado, añadir otras piezas representaba todo un desafío. Parecían todas iguales.
Había evitado a Kendra durante toda la mañana. No tenía ganas de hablar con nadie. No conseguía olvidarse del aspecto horripilante que había adquirido el hada. No estaba seguro de lo que había hecho, pero sabía que de alguna manera era culpa suya, una consecuencia accidental de haberla atrapado. Por eso la noche anterior el hada estaba tan asustada. Sabía que la había condenado a transformarse en un horrendo monstruito.
Las piezas del puzle empezaron a vibrar. Pronto la casa entera temblaba también. ¿Era un terremoto? Era la primera vez en su vida que experimentaba un terremoto.
Seth corrió a la ventana. Había hadas revoloteando por todas partes, aglomeradas alrededor de la casa del árbol. Tenían los brazos en alto y parecían estar entonando un cántico.
Una de las hadas señaló a Seth. Varias se deslizaron por el aire hasta quedar un poco más cerca de la ventana. Una de ellas dirigió la palma de la mano en dirección a Seth y, con un resplandor de luz, el cristal de la ventana se hizo añicos. Seth se apartó de un brinco, al tiempo que unas cuantas hadas entraban en la casita.
Corrió hacia la trampilla, pero la casa del árbol se agitó con tal fuerza que se cayó al suelo. El temblor era cada vez más fuerte. El suelo ya no estaba horizontal. Una silla volcó. La puerta de la trampilla se había cerrado de golpe. Se dirigió a ella gateando. Algo caliente le pinchó en la nuca. Empezaron a parpadear unas luces multicolores.
Seth agarró la puerta de la trampilla, pero no se abría. Tiró con fuerza. Algo le quemó el dorso de la mano.
Presa del pánico, regresó a la ventana, luchando por mantener el equilibrio mientras el suelo temblaba bajo sus pies. La bandada de hadas seguía entonando el mismo cántico. Podía oír sus vocéenlas.
De repente, emitiendo un fuerte chasquido, la casa del árbol se ladeó. La vista desde la ventana pasó de las hadas al suelo, que se acercaba a toda velocidad.
Seth experimentó una sensación de ingravidez momentánea. Todos los objetos de la casa del árbol flotaban en el aire, conforme el conjunto caía en picado. El aire se llenó de piezas del puzle. Y entonces la casa del árbol se vino abajo.
***
Kendra se embadurnó los brazos de crema solar. Le desagradaba la sensación grasienta que le dejaba la loción en la piel. Estaba más morena que cuando llegaron, pero hoy el sol calentaba con fuerza y no quería arriesgarse.
Su sombra formaba un pequeño charco a sus pies. Era casi mediodía. No quedaba mucho para el almuerzo; entonces, el abuelo Sorenson los llevaría al granero. Kendra albergaba la esperanza de ver un unicornio.
De pronto oyó un porrazo tremendo proveniente de un rincón del jardín. Y luego oyó gritar a Seth.
¿Qué podía haber hecho semejante ruido? No le hizo falta correr mucho para ver la montaña de escombros al pie del árbol.
Seth corría hacia ella como alma que lleva el diablo. Llevaba la camisa rota. Tenía sangre en la cara. Había cientos de hadas que parecían estar persiguiéndole. Lo primero que pensó Kendra fue en hacer un chiste sobre la posibilidad de que las hadas quisieran vengarse por haber intentado cazarlas, hasta que se dio cuenta de que seguramente así era. ¿Las hadas habían tirado abajo la casa del árbol?
—¡Vienen por mí! —chilló Seth.
—¡Tírate a la piscina! —le dijo Kendra a voces.
Seth viró en dirección a la piscina y empezó a quitarse la camisa. A la funesta nube de hadas no le estaba costando darle alcance. Volaban a toda velocidad, mientras lanzaban destellos como lenguas luminosas. Tras echar a un lado la camisa, Seth saltó al agua.
—¡Las hadas están persiguiendo a Seth! —gritó Kendra, que observaba la escena horrorizada.
Las hadas se quedaron suspendidas en el aire encima de la piscina. Al cabo de unos instantes, Seth sacó la cabeza del agua. Con una sincronización impecable, la nube de hadas se lanzó en picado a por él. Seth chilló, al tiempo que a su alrededor empezaron a caer unos cegadores rayos de luz, y volvió a esconderse debajo del agua. Las hadas se zambulleron tras él.
Seth sacó la cabeza de nuevo, boqueando para recuperar el aliento. El agua se agitaba. El se mantenía a flote en medio de un despliegue pirotécnico subacuático. Kendra corrió al borde de la piscina.
—¡Socorro! —gritó Seth, sacando una mano del agua.
Tenía los dedos fusionados como una aleta. Kendra chilló.
—¡Están atacando a Seth! ¡Socorro! ¡Que venga alguien! ¡Están atacando a Seth!
Seth nadó hacia un lateral de la piscina, agitando los brazos como loco. La turbamulta de hadas volvió a aglomerarse encima de Seth y, entre espeluznantes explosiones de luz, tiraron de él hacia el fondo de la piscina. Kendra fue corriendo a por el instrumento de recoger hierbas y empezó a blandido contra la implacable horda de hadas, pero aunque el enjambre parecía compacto, no alcanzó a ninguna.
Seth reapareció en el bordillo de la piscina y echó los brazos fuera para asirse a las losas y auparse fuera del agua. Kendra se agachó para ayudarle, pero en vez de eso profirió un alarido. Uno de los brazos era ancho, plano y gomoso. No había codo, ni mano. Una aleta envuelta en pellejo humano. El otro era largo y sin huesos, un tentáculo carnoso con unos dedos nacidos en la punta.
Kendra le miró la cara. Unos largos colmillos le asomaban, enroscados hacia abajo, por una boca sin labios. Le faltaban trozos de cuero cabelludo. Tenía los ojos glaseados de espanto.
Las enloquecidas hadas volvieron a la carga contra él, y Seth no pudo seguir agarrándose al bordillo y se hundió en el agua en medio de otra palpitante sucesión de resplandores de diversos colores. Del agua bullente manaron un chisporroteo y un vapor.
—¿Qué significa todo esto? —aulló el abuelo Sorenson, corriendo con todas sus fuerzas hacia el borde de la piscina.
Lena le siguió. El agua de la piscina tembló unas cuantas veces más. Muchas de las hadas se fueron de allí disparadas. Unas cuantas volaron en dirección al abuelo.
Un hada en concreto dijo algo muy enojada con su vocecilla. Tenía el pelo azul, corto, y las alas plateadas.
—¿Que hizo qué? —dijo el abuelo.
Una monstruosidad irreconocible salió con gran impulso del agua y se quedó jadeando en el suelo enlosado. La deforme criatura no llevaba ninguna prenda de vestir. Lena se acuclilló a su lado y le puso una mano en el costado.
—Él no sabía que ocurriría eso —se quejó el abuelo—. ¡Fue algo involuntario!
Kendra miraba boquiabierta la extraña figura de su hermano. Se le había caído casi todo el pelo, y había dejado al descubierto una cabeza llena de bultos salpicada de lunares. Su cara era más ancha y más chata, y tenía los ojos hundidos y unos colmillos grandes como plátanos que le salían de la boca. Rematando la espalda, lucía una joroba informe. Debajo de la joroba, en la espalda, cuatro orificios se abrían y cerraban para aspirar aire. Las piernas se le habían unido para formar una burda cola. Con el brazo convertido en aleta golpeaba el suelo. Y el tentáculo se retorcía como una serpiente.
—Una desafortunada coincidencia —dijo el abuelo en tono conciliador—. Terriblemente desafortunada. ¿No podéis apiadaros del muchacho?
El hada replicó con vehemencia.
—Lamento que os sintáis así. Siento muchísimo lo que ha pasado. Os aseguro que tal atrocidad no ha sido intencionada.
Tras un último torrente de quejas con voz agudísima, el hada se largó volando.
—¿Estás bien? —preguntó Kendra a Seth mientras se agachaba a su lado.
Él emitió un gemido indescifrable y luego otro, más angustiado, que sonó como si un burro hiciera gárgaras con un colutorio.
—Guarda silencio, Seth —le dijo el abuelo—. Has perdido la facultad de hablar.
—Voy de inmediato a buscar a Dale —anunció Lena, y se marchó a toda prisa.
—¿Qué le han hecho? —preguntó Kendra.
—Vengarse —explicó el abuelo en tono grave.
—¿Por haber intentado cazar hadas?
—Por haberlo conseguido.
—¿Capturó alguna?
—Sí.
—¿Y ellas le han convertido en una morsa deforme? ¡Pensé que no podían emplear la magia contra nosotros!
—Seth empleó una potente magia para transformar al hada cautiva y convertirla en un diablillo, con lo que, sin querer, abrió la puerta a las represalias del mundo mágico.
—¡Pero si Seth no sabe nada de magia!
—Estoy seguro de que fue un accidente —dijo el abuelo—. Seth, ¿me entiendes? Da tres golpes con la aleta en el suelo si captas lo que estoy diciendo.
La aleta chocó tres veces contra el suelo enlosado.
—Fue una soberana estupidez cazar un hada, Seth —dijo el abuelo—. Te advertí de que no eran inofensivas. Pero yo tengo parte de culpa. Estoy seguro de que Maddox te inspiró y quisiste iniciar una carrera como traficante de hadas.
Seth sacudió la cabeza en señal afirmativa, haciendo vibrar como la gelatina todo su cuerpo hinchado.
—Debí prohibíroslo específicamente. Se me olvida lo curiosos y osados que pueden ser los críos. Y lo ingeniosos. No podría habérseme ocurrido nunca que serías capaz de atrapar de verdad un hada.
—¿Qué magia empleó? —preguntó Kendra, al borde de un ataque de histeria.
—Cuando se tiene encerrada bajo techo a un hada cautiva desde la puesta del sol hasta el amanecer, se transforma en un diablillo.
—¿Qué es eso de un diablillo?
—Se trata de un hada caída. Son unas criaturillas desagradables. Los diablillos se desprecian tanto a sí mismos como se adoraban cuando eran hadas. E igual que las hadas se sienten atraídas por lo bello, los diablillos lo hacen por lo feo.
—¿Tan rápido cambia su personalidad?
—Su personalidad sigue siendo la misma —explicó el abuelo—. Superficial y narcisista. El cambio de aspecto pone de manifiesto la cara trágica de semejante mentalidad. La vanidad se convierte en desdicha. Las hadas se vuelven malvadas y celosas y se regodean en la desgracia.
—¿Y qué pasa con las hadas que atrapó Maddox? ¿Por qué ellas no cambian?
—Él evita dejar las jaulas dentro de casa por la noche. Sus hadas cautivas pasan al menos parte de la noche en el exterior.
—¿Sólo con dejar fuera la caja se impide que se transformen en diablillos?
—A veces se consiguen poderosos efectos mágicos con medios sencillos.
—¿Por qué atacaron a Seth las otras hadas? ¿Qué más les daba a ellas, ya que son tan egoístas?
—Les importa precisamente porque son egoístas. Cada hada se preocupa al pensar que ella puede ser la próxima. Me han explicado que Seth incluso dejó un espejo junto al hada, para que pudiera contemplarse después de haber caído. Para las hadas, fue un gesto especialmente cruel.
El abuelo respondió a todas las preguntas con una gran serenidad, por acusador o enojado que fuese el tono de Kendra al hacérselas. Su actitud serena sirvió para que ella misma se calmase un poco.
—Estoy segura de que fue un accidente —dijo Kendra.
Seth asintió vigorosamente y toda su grasa tembló.
—No sospecho que hubiera malicia por su parte. Fue un percance desafortunado. Pero a las hadas no les interesan sus motivos. Estaban en su derecho de exigir una compensación.
—Pero tú puedes devolverlo a su estado anterior.
—Devolver a Seth a su estado original no está ni mucho menos al alcance de mis posibilidades.
Seth emitió un mugido largo y quejumbroso. Kendra le dio unos golpecitos en la chepa.
—¡Tenemos que hacer algo!
—Sí —respondió el abuelo. Se tapó los ojos con una mano y a continuación la bajó por toda la cara—. Va a ser muy complicado explicarles esto a vuestros padres.
—¿Quién puede recomponerlo? ¿Maddox?
—Maddox no es ningún mago. Además, se marchó hace rato. Aunque tengo mis dudas, sólo se me ocurre una persona capaz de deshacer el encantamiento que ha caído sobre tu hermano.
—¿Quién? —Seth la conoció. —¿La bruja? El abuelo asintió.
—Dadas las circunstancias, la única esperanza es Muriel Taggert.
***
La carretilla se desequilibró al salvar el obstáculo de una raíz de árbol. Dale consiguió estabilizarla. Seth gimió. Iba desnudo, salvo por una toalla blanca envuelta alrededor del tronco.
—Perdona, Seth —se disculpó Dale—. El sendero se las trae...
—¿Hemos llegado? —preguntó Kendra.
—No falta mucho —respondió el abuelo.
Iban en fila india, con el abuelo a la cabeza, seguido de Dale, que empujaba la carretilla, y Kendra en la retaguardia. Lo que había empezado siendo un rastro apenas discernible en las cercanías del granero, había ido ensanchándose hasta convertirse en un camino perfectamente definido. Más adelante tomaron un sendero más angosto en una bifurcación. Desde entonces no se habían cruzado con ningún otro camino.
—Qué silencioso está el bosque —comentó Kendra.
—Cuando andas por alguno de los senderos es cuando más en silencio está todo —le explicó el abuelo.
—Me parece demasiado silencioso.
—Hay tensión en el aire. Tu hermano ha cometido una falta grave. La caída de un hada es una tragedia deplorable. La represalia de las hadas fue igual de cruel. Están todos pendientes de si habrá una escalada en el conflicto.
—No la habrá, ¿verdad?
—Espero que no. Si Muriel cura a tu hermano, las hadas podrían tomárselo como un insulto. —¿Le atacarían otra vez?
—Probablemente no. Al menos no de manera directa. Ya le han castigado.
—¿Podemos curar nosotros al hada?
El abuelo sacudió la cabeza. —No.
—¿Y la bruja podría?
—Seth ha sufrido una alteración por efecto de la magia que le han aplicado. Pero la posibilidad de caer y convertirse en un diablillo es un aspecto fundamental de la propia existencia de las hadas. El hada se transformó de acuerdo con una ley que existe desde que las hadas tienen alas. Muriel podría estar en disposición de deshacer el encantamiento que tiene atrapado a Seth. Pero deshacer la caída de un hada es algo totalmente fuera de su alcance.