Authors: Brandon Mull
Ahora le tocaba a Kendra llevar la carretilla. La gallina parecía apaciguada. Probablemente disfrutaba del aire fresco. Hacía buen tiempo: sol y temperatura agradable, sin llegar a hacer calor.
Kendra se preguntó cómo irían las negociaciones con Muriel. Al final habían decidido que no les haría ningún daño ver qué trato podían alcanzar con la bruja. Podrían tomar su decisión final basándose en lo que Muriel estuviera dispuesta a hacer por ellos en lugar de basarse en conjeturas.
Habían cargado la carretilla con comida, ropa, herramientas y utensilios, por si era posible llegar a un acuerdo intercambiando el favor por objetos que le hicieran la vida más cómoda en lugar de por su libertad. Casi toda la ropa había quedado destrozada durante la noche del solsticio, pero encontraron unas cuantas prendas intactas para que la abuela se vistiese si al final conseguían devolverla a su estado original. Se habían cerciorado de que la gallina tomase leche por la mañana, así como de tomar un poco ellos también.
No les costó mucho recordar las veredas que conducían a la choza. Y acababan de ubicar la frondosa construcción en la que moraba la bruja. Seth dejó la carretilla y cogió a la gallina, mientras Kendra reunía todos los artículos de trueque que pudo llevar con los brazos. Kendra le había recordado a Seth que mantuviera la calma y que fuese cortés, pasase lo que pasase, pero ahora repitió de nuevo la advertencia.
Mientras se acercaban a la choza, oyeron una música extraña, como si alguien estuviera pulsando una goma elástica mientras tocaba unas castañuelas. Tras rodear la choza para llegar a la puerta de entrada, se encontraron a la mugrienta y andrajosa vieja tocando un birimbao con una mano, mientras hacía bailar la marioneta de madera con la otra.
—No esperaba volver a tener visita tan pronto —se rió la bruja cuando terminó su canción—. Lástima lo de Stanley.
—¿Qué sabes sobre nuestro abuelo? —preguntó Seth.
—El bosque entero bulle con la noticia de su secuestro —dijo Muriel—. Y el de la nayádica ama de llaves, si hay que dar crédito a los rumores. El escándalo del momento.
—¿Sabes dónde están? —tanteó Seth.
—Pero mirad cuántos obsequios preciosos me habéis traído —dijo efusivamente la bruja, al tiempo que juntaba las venosas manos—. Esa colcha es una maravilla, pero se estropearía en mi humilde morada. No permitiré que malgastéis vuestra dadivosidad conmigo, no sabría qué hacer con semejantes primores.
—Hemos traído todas estas cosas para comerciar contigo —dijo Kendra.
—¿Comerciar? —preguntó histriónicamente la bruja, y chasqueó los labios—. ¡Por el té que os ofrecí! Bobadas, cielo, ni en sueños querría cobraros por mi hospitalidad. Pasad, pasad, y beberemos los tres en compañía.
—No queremos comerciar por el té —aclaró Seth, sosteniendo en alto a
Ricitos de Oro
—. Queremos que transformes a nuestra abuela en quien era.
—¿A cambio de una gallina?
—Ella es la gallina —le explicó Kendra.
La bruja sonrió y se acarició el mentón.
—Ya me parecía haberla reconocido —caviló—. Pobrecitos míos, un guardián secuestrado en mitad de la noche y el otro reducido a ave de corral.
—Podemos ofrecerte este edredón estampado, un albornoz, un cepillo de dientes y mucha comida casera —dijo Kendra.
—Por encantador que todo eso pueda ser —replicó Muriel—, necesitaría la energía de un nudo al desatarse para obrar un conjuro capaz de devolver a vuestra abuela a su antiguo estado.
—No podemos desatarte el último nudo —dijo Seth—. El abuelo se pondría hecho una furia.
La bruja se encogió de hombros.
—Mi apuro es fácil de entender: cautiva en esta choza, tengo mermadas mis capacidades. El problema no tiene nada que ver con mi voluntad de llegar a un arreglo con vosotros; el dilema reside en que la única manera que tengo de cumplir vuestra petición pasa por utilizar el poder que guarda el último nudo. La decisión está en vuestras manos. Yo no tengo otra elección.
—Si deshacemos el último nudo, ¿nos dirás también adonde han llevado a nuestro abuelo? —preguntó Kendra.
—Niña, nada me gustaría más que poder reuniros con vuestro abuelo perdido. Pero lo cierto es que no tengo ni la más remota idea de adonde se lo han llevado. Nuevamente, haría falta desatar el nudo para que pudiera recabar el poder necesario para averiguar su paradero.
—¿Con el poder de un solo nudo podrías encontrar al abuelo y transformar a la abuela? —preguntó Kendra.
—Lamentablemente, sólo tendría la oportunidad de ejecutar una u otra hazaña. Lograr las dos me sería imposible.
—Pues a no ser que busques la manera de hacerlo, no dispondrás de la oportunidad de hacer ni la una ni la otra —repuso Seth.
—Entonces hemos alcanzado un punto muerto —señaló la bruja en tono de disculpa—. Si me decís que no hay trato a no ser que pueda cumplir algo que es imposible, entonces no hay trato. Yo podría ejecutar una de vuestras dos peticiones, pero no las dos.
—Si te pedimos que transformes a la abuela —preguntó Kendra—, ¿podrías ayudarnos a encontrar al abuelo cuando estés liberada?
—Tal vez —reflexionó la bruja—. Sí, sin garantías, una vez libre seguramente podría emplear mis capacidades para arrojar algo de luz sobre el misterio de la desaparición de vuestro abuelo.
—¿Cómo sabemos que no nos atacarás si te dejamos suelta? —preguntó Seth.
—Una pregunta justa —concedió Muriel—. Los largos años de cautiverio podrían haberme amargado hasta el punto de estar ansiosa por obrar maldades en cuanto me viese libre. Sin embargo, os doy mi palabra de practicante de las ancestrales artes de que no infligiré daño alguno a vuestra abuela en el momento de mi liberación de este confinamiento. De albergar malevolencia, sería contra quienes iniciaron mi cautiverio, enemigos que abandonaron esta vida hace decenios; no contra quienes me liberen. En todo caso, me consideraría en deuda con vosotros.
—¿Y te comprometerías a ayudarnos a encontrar al abuelo Sorenson? —preguntó Kendra.
—Puede que vuestra abuela rechace mi ayuda. Ella y vuestro abuelo nunca me han tenido en mucha estima. Pero si ella aceptase mi colaboración para localizar a Stan, os la brindaría.
—Tenemos que hablar de todo esto en privado —dijo Kendra.
—¡Por supuesto! —respondió Muriel.
Kendra y Seth regresaron al camino. La chica echó todos los objetos de trueque en la carretilla.
—No me gusta tanta amabilidad de su parte —dijo Seth—. Casi da más miedo que antes. Creo que está deseando de verdad salir de ahí.
—Lo sé. Pero creo que nosotros estamos igual de deseosos de romper el hechizo de la abuela y de, tal vez, encontrar al abuelo.
—Es una embustera —le advirtió Seth—. No creo que podamos tomarnos en serio ninguna de sus promesas.
—Seguramente.
—Deberíamos contar con que nos atacará en cuanto se vea libre. Si no, genial. Pero he traído sal, por si pudiera servirnos de algo.
—No olvides que tendríamos a la abuela para ayudarnos a manejarla —le recordó Kendra.
—Puede que la abuela no sepa nada sobre combatir a brujas. —Estoy segura de que habrá aprendido un par de trucos. Vamos a intentar preguntárselo.
Seth sostuvo la gallina en alto. Kendra le acarició la cabeza delicadamente.
—Abuela Sorenson —la llamó Kendra—. Ruth. Necesito que me escuches. Si puedes oírme, necesitamos que respondas. Esto es muy importante. —Pareció que la gallina escuchaba—. ¿Deberíamos desatar el último nudo para que Muriel Taggert te devuelva a tu forma original?
La cabecita subió y bajó.
—¿Eso ha sido un sí?
La cabecita volvió a subir y bajar.
—¿Puedes decir también que no?
La gallina no respondió.
—Abuela. Ruth. ¿Puedes menear la cabeza para que podamos estar seguros de que nos oyes?
De nuevo,
Ricitos de oro
no hizo señal alguna de haber entendido.
—A lo mejor ha agotado todos sus poderes para responder a tu primera pregunta —conjeturó Seth.
—Pareció realmente que decía que sí —dijo Kendra—. Y no sé qué más podemos hacer. Liberar a la bruja supone pagar un alto precio, pero ¿es peor que no tener esperanzas de encontrar al abuelo y que tener a la abuela atrapada en el cuerpo de una gallina toda su vida?
—Deberíamos soltarla.
Kendra guardó silencio unos segundos, analizando sus propios sentimientos. ¿De verdad era su única opción? Eso parecía. —Volvamos a la choza —accedió. Regresaron a la puerta de entrada.
—Queremos que rompas el hechizo de la abuela —le anunció Kendra.
—¿Vosotros desharéis voluntariamente mi último nudo, el último obstáculo para mi independencia, si yo le devuelvo a vuestra abuela su forma humana?
—Sí. ¿Cómo lo hacemos?
—Simplemente, decid: «Por propia y libre voluntad, yo secciono este nudo», y a continuación sopláis sobre él. Deberíais buscar algo para que vuestra abuela pueda vestirse. No llevará nada puesto.
Kendra corrió a la carretilla y volvió con el albornoz y un par de zapatillas. Muriel aguardaba en el umbral de la puerta, sujetando la cuerda.
—Depositad a vuestra abuela en el umbral —les indicó.
—Quiero soplar yo sobre el nudo —dijo Seth.
—Encantada —respondió Kendra.
—Saca tú a la abuela del saco.
Kendra se agachó y abrió del todo la boca de la bolsa de tela de saco. Muriel tendió la soga hacia Seth. La gallina alzó la vista, ahuecando las plumas y aleteando. Kendra intentó que se estuviera quieta y le desagradó enormemente la sensación de aquellos huesillos finos que se movían bajo sus manos.
—Por propia y libre voluntad, yo secciono este nudo —declaró Seth mientras
Ricitos de Oro
cacareaba a voz en cuello.
Entonces, sopló sobre el nudo y éste se deshizo.
Muriel extendió ambas manos sobre la alborotada gallina y empezó a cantar en voz baja unas palabras indescifrables. El aire se onduló. Kendra apretó con fuerza a la gallina, que no paraba de revolverse. Al principio notó como si por la piel del ave empezasen a brotar burbujas; a continuación, los delicados huesecillos empezaron a agitarse. Kendra soltó a
Ricitos de Oro
y dio un paso atrás.
Kendra lo vio todo como si estuviera observando a través de unas lentes del túnel de los horrores. La figura de Muriel estaba distorsionada: primero se ensanchó muchísimo y a continuación se estiró a lo alto. Le pareció que adquiría forma de reloj de arena, con la cabeza enorme, cinturilla y pies de payaso. Kendra se frotó los ojos, pero aquello no menguó su visión ondulada. Cuando bajó la vista, el suelo se curvó en todas direcciones. Se inclinó hacia delante y abrió los brazos para mantener el equilibrio.
La Muriel del túnel de los horrores empezó a mutar, al igual que la asombrosa imagen de
Ricitos de Oro
, que iba perdiendo plumas conforme crecía de tamaño y se transformaba en una persona. El paisaje se ensombreció, como si unos nubarrones hubieran tapado el sol, y se formó un aura oscura que envolvió a Muriel y a la abuela.
La oscuridad se expandió, oscureciéndolo todo por un momento, y entonces ante ellos apareció la abuela, totalmente desnuda. Kendra le echó el albornoz por encima de los hombros.
Del interior de la choza salió un sonido similar al de un viento huracanado. El suelo retumbó.
—Agachaos —dijo la abuela al tiempo que empujaba a Kendra hacia el suelo.
Seth también se tumbó boca abajo.
Un furibundo vendaval hizo estallar las paredes de la choza y las convirtió en metralla. El tejado salió disparado por encima de las copas de los árboles, cual un geiser de confeti de madera. El tocón se partió por la mitad. Fragmentos de madera y de hiedra salieron pitando en todas direcciones; se oían sus crujidos al golpear contra los troncos de los árboles circundantes, y sus chasquidos al fustigar la maleza como látigos.
Kendra levantó la cabeza. Cubierta de harapos, Muriel lo miraba todo boquiabierta, patidifusa. Seguían cayendo del cielo astillas de madera y trozos de hiedra que daban vueltas, como una lluvia de granizo. Muriel sonrió de oreja a oreja, enseñando su colección de dientes deformados y encías hinchadas. Empezó a reírse entre dientes, al tiempo que los ojos se le llenaban de lágrimas. Entonces, abrió en cruz sus brazos arrugados y exclamó:
—¡Emancipación! ¡Al fin, justicia!
La abuela Sorenson se levantó del suelo. Era más baja y rechoncha que Muriel, y tenía el pelo color canela y azúcar.
—Debes abandonar inmediatamente esta propiedad.
Muriel clavó la mirada en la abuela. La dicha de su semblante había quedado eclipsada por el resentimiento. Se le escapó una lágrima, que resbaló por un surco de la cara hasta detenerse en la barbilla.
—¿Así me das las gracias por haber deshecho tu hechizo?
—Ya tienes tu recompensa por los servicios prestados. Has salido de tu confinamiento. La expulsión de esta reserva es la consecuencia de tus anteriores indiscreciones.
—Mis deudas están saldadas. Tú no eres la responsable de la reserva.
—Mi autoridad es la misma que la de mi marido. En su ausencia, yo soy en realidad la responsable. Te invito a marcharte y a no regresar jamás.
Muriel dio media vuelta y empezó a caminar dando grandes zancadas.
—Adonde me dirijo es asunto mío —dijo, sin mirar atrás. —No dentro de mi reserva.
—¿ «Tu» reserva, dices? Me opongo a que te arrogues la propiedad de este sitio.
Muriel seguía sin mirar hacia atrás.
La abuela empezó a andar detrás de ella (una vieja en albornoz, siguiendo a una vieja vestida con harapos).
—Cualquier nuevo delito entrañará nuevos castigos —le advirtió la abuela.
—Podrías llevarte una sorpresa cuando veas quién administra las sanciones.
—No provoques una nueva enemistad. Márchate en paz.
La abuela apuró el paso y cogió a Muriel por el antebrazo. Muriel se revolvió para soltarse y quedó de frente a la abuela.
—Ándate con ojo, Ruth. Si buscas problemas aquí y ahora, delante de los pequeños, te someteré. Este no es el mejor momento para aplicar un protocolo anticuado. Las cosas han cambiado más de lo que crees. Te sugiero que os marchéis de aquí antes de que recupere la autoridad sobre el lugar.
Seth corrió hacia ellas. La abuela dio un paso atrás. Seth lanzó un puñado de sal en dirección a la bruja, pero no surtió el menor efecto. Muriel le señaló con el dedo y dijo: