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Authors: Maj Sjöwall,Per Wahlöö

El policía que ríe (5 page)

— Yo no —se apresuró a decir Kollberg.

— ¿No va a emitir un comunicado Hammar, o el director general de la policía, o el ministro de Justicia o algún otro capitoste? —preguntó Gunvald Larsson.

— No creo que esté redactado aún —repuso Martin Beck—. Ek tiene razón. Alguien debería hablar con ellos.

— Yo, no —repitió Kollberg.

Y luego se dio la vuelta con un gesto casi de triunfo, como si se le hubiera ocurrido una idea liberadora:

— Gunvald —dijo—. Tú fuiste el primero en llegar. Podrías dar una rueda de prensa.

Gunvald Larsson clavó la mirada en el interior de la habitación y se retiró de la frente un mechón de pelo mojado con el dorso de su enorme diestra velluda. Martin Beck no dijo nada, ni siquiera se tomó la molestia de mirar en dirección a la puerta.

— De acuerdo —dijo Gunvald Larsson—. Encargaos de que los metan en algún sitio. Yo hablaré con ellos. Pero hay una cosa que tengo que saber antes…

— ¿Qué? —le preguntó Martin Beck.

— ¿Ha hablado alguien con la vieja de Stenström?

Un silencio sepulcral se apoderó del despacho, como si la pregunta hubiera hecho enmudecer a todos los presentes, incluido el propio Gunvald Larsson, que desde el umbral los iba mirando sucesivamente.

Finalmente, Melander movió la cabeza y dijo:

— Sí. Está avisada.

— Bien —replicó Gunvald Larsson y dio un portazo.

— Bien —dijo para sí Martin Beck, tamborileando con sus dedos sobre la superficie del escritorio.

— Me pregunto si habrá sido buena idea —dijo Kollberg.

— ¿Qué?

— Dejar que Gunvald… En la prensa nos iban a poner verdes de todos modos, aunque no les mandásemos a Gunvald. ¿No te parece?

Martin Beck lo miró sin responder. Kollberg se encogió de hombros.

— Bueno —dijo—. Da igual.

Melander regresó a la mesa, tomó su pipa y la encendió.

— Es verdad —asintió—. No tiene la menor importancia.

Él y Kollberg tenían ya colgado el croquis, que contenía un perfil quebrado de la planta baja del autobús. En él aparecían bosquejadas toda una serie de figuras, numeradas de uno a nueve.

— ¿Qué está haciendo Rönn con la lista? —murmuró Martin Beck.

— Volviendo al autobús —dijo Ek porfiadamente.

Y los teléfonos sonaban.

CAPÍTULO VIII

La sala en que tuvo lugar el primer careo improvisado con la prensa no era, desde luego, adecuada para tal fin. Sólo tenía una mesa, unos cuantos armarios y cuatro sillas. Cuando entró Gunvald Larsson el aire estaba ya viciado por el humo del tabaco y el olor de los abrigos mojados.

Se paró justo delante de la puerta, miró a los periodistas y fotógrafos allí congregados y dijo con voz inexpresiva:

— Bueno, ¿qué quieren saber?

Enseguida todos empezaron a hablar a la vez, atropellándose unos a otros. Gunvald Larsson alzó la palma de la mano derecha y dijo:

— ¡De uno en uno, por favor! Empiece usted allí, al fondo. Y luego seguiremos de izquierda a derecha.

Dio así comienzo la rueda de prensa, que transcurrió en los siguientes términos:

Pregunta: ¿Cuándo se descubrió el autobús?

Respuesta: Ayer por la noche, a eso de las once y diez.

P.: ¿Quién lo encontró?

R.: Un ciudadano, que alertó a un coche radiopatrulla.

P.: ¿Cuántas personas había en el autobús?

R.: Ocho.

P.: ¿Todos muertos?

R.: Sí.

P.: ¿De qué manera fallecieron estas personas?

R.: Sería prematuro expresarse al respecto.

P.: ¿Su muerte fue causada por violencia externa?

R.: Probablemente.

P.: ¿Qué quiere usted decir con «probablemente»?

R.: Justamente eso.

P.: ¿Se han hallado indicios de tiroteo?

R.: Sí.

P.: Entonces, ¿todas estas personas murieron como consecuencia de disparos de bala?

R.: Probablemente.

P.: ¿Se trata, pues, realmente de una matanza?

R.: Sí.

P.: ¿Han encontrado el arma con la que se cometieron los crímenes?

R.: No.

P.: ¿Ha practicado la policía alguna detención?

R.: No.

P.: ¿Hay huellas o indicios que apunten a alguna persona concreta?

R.: No.

P.: ¿Han sido cometidos los crímenes por una sola persona?

R.: No sabemos.

P.: ¿Hay algún indicio de que en estos ocho asesinatos haya podido intervenir más de una persona?

R.: No.

P.: ¿Cómo es posible que una sola persona mate a ocho pasajeros de un autobús sin que nadie ofrezca resistencia?

R.: No se sabe.

P.: Quien efectuó los disparos, ¿estaba dentro o fuera del autobús?

R.: Los disparos no provenían del exterior.

P.: ¿Cómo lo saben?

R.: Las ventanillas que resultaron rotas recibieron los disparos desde el interior.

P.: ¿Qué tipo de arma utilizó el asesino?

R.: No se sabe.

P.: Pero lo razonable es que se trate de una metralleta o de una ametralladora, ¿no es cierto?

R.: Sin comentarios.

P.: En el momento de producirse los asesinatos, ¿el autobús estaba parado o en marcha?

R.: No se sabe.

P.: Pero la posición en la que apareció el autobús, ¿no induce a pensar que el tiroteo tuvo lugar mientras el autobús se hallaba en movimiento y que luego se salió de la calzada?

R.: Sí.

P.: ¿Los perros policía han encontrado pistas?

R.: Estaba lloviendo.

P.: El autobús era de dos pisos, ¿no es cierto?

R.: Sí.

P.: ¿Dónde se han encontrado los cuerpos, en el piso superior o en el inferior?

R.: En el inferior.

P.: ¿Los ocho?

R.:Sí.

P.: ¿Han sido identificadas las víctimas?

R.: No.

P.: ¿Se ha identificado a alguien?

R.: Sí.

P.: ¿A quién? ¿Al conductor?

R.: No. A un agente de policía.

P.: ¿Un policía? ¿Nos puede decir su nombre?

R.: Sí, se trata del subinspector primero Åke Stenström.

P.: ¿Stenström? ¿De la Brigada Nacional de Homicidios?

R.: Sí.

Un par de periodistas intentaron abrirse camino hacia la puerta, pero Gunvald Larsson volvió a levantar la mano.

— Hagan el favor de no moverse de acá para allá. ¿Más preguntas?

P.: ¿El subinspector primero Stenström era uno de los pasajeros del autobús?

R.: En cualquier caso, no era el conductor.

P.: ¿Considera usted que su presencia allí era puramente casual?

R.: No se sabe.

P.: La pregunta iba dirigida a usted a título personal. ¿Considera usted fortuito que uno de los asesinados sea un subinspector de la policía criminal?

R.: No he venido aquí a responder preguntas a título personal.

P.: En el momento de producirse los hechos, ¿realizaba el subinspector primero Stenström algún tipo de investigación especial?

R.: No se sabe.

P.: ¿Estaba de servicio ayer por la noche?

R.: No.

P.: ¿Por lo tanto, libraba?

R.: Sí.

P.: En consecuencia, su presencia allí era puramente casual. ¿Pueden ustedes dar los nombres de otras víctimas?

R.: No.

P.: Es la primera vez que en Suecia se produce un asesinato en masa propiamente dicho. Por el contrario, en el extranjero han ocurrido últimamente varios sucesos semejantes. ¿Cree usted que un hecho demencial como éste puede estar inspirado por casos parecidos, como los acontecidos en América?

R.: No se sabe.

P.: ¿Considera la policía que el asesino es un enfermo mental que ha querido causar una conmoción para provocar expectación en torno a su persona?

R.: Eso es una hipótesis.

P.: Sí, pero eso no responde a mi pregunta. ¿Trabaja la policía con esta teoría?

R.: Se están teniendo en cuenta todas las posibilidades.

P.: ¿Cuántas mujeres hay entre las víctimas?

R.: Dos.

P.: ¿Seis de los asesinados son, por tanto, hombres?

R.: Sí.

P.: ¿Incluyendo al conductor y al subinspector primero Stenström?

R.: Sí.

P.: Escuche un momento. Hemos oído declaraciones conforme a las cuales una de las personas que viajaban en el autobús habría sobrevivido, siendo trasladada por una de las ambulancias que llegaron al lugar de los hechos antes de que la policía tuviera tiempo de acordonar la zona.

R.: ¿Ah, sí?

P.: ¿Es esto cierto?

R.: Siguiente pregunta.

P.: Según lo que se nos ha dicho, fue usted uno de los primeros policías que se personaron en el lugar de los hechos. ¿Es así?

R.: Sí.

P.: ¿A qué hora llegó usted?

R.: A las once y veinticinco.

P.: ¿Y qué vio en el autobús entonces?

R.: ¿Usted qué cree?

P.: ¿Diría usted que se trataba del espectáculo más espantoso que haya visto en toda su vida?

Gunvald Larsson observó con mirada inexpresiva al periodista que le había planteado tal pregunta, y que era extremadamente joven, con gafas redondas con montura de acero y una barba roja bastante descuidada. Finalmente, le dijo:

— No, no lo diría.

La respuesta pareció causar cierto estupor. Una de las mujeres periodistas frunció las cejas y preguntó despacio, con incredulidad:

— ¿Qué quiere usted decir?

— Exactamente lo que he dicho.

Antes de hacerse policía, Gunvald Larsson había sido militar profesional en la armada. En agosto de 1943 tuvo que participar en las tareas de salvamento del submarino Ulven, que tras chocar con una mina pasó tres meses en el fondo del mar. De los treinta y cinco fallecidos, varios eran compañeros suyos de promoción. Luego, tras la guerra, participó, entre otras cosas, en la evacuación forzosa de los colaboracionistas bálticos del campo de Ränneslätt, y también en la recepción de miles de víctimas repatriadas desde los campos de concentración alemanes. La mayor parte de ellos eran mujeres, y muchos no consiguieron sobrevivir.

Sin embargo, no vio la necesidad de explicarse al respecto ante un grupo formado mayoritariamente por personas jóvenes, de modo que se limitó a decir, lacónicamente:

— ¿Más preguntas?

— ¿Ha contactado la policía con algún testigo del suceso?

— No.

— Se ha cometido una matanza en pleno centro de Estocolmo, ocho personas han perdido la vida, ¿y esto es todo lo que la policía tiene que decir?

— Sí.

De esta manera concluyó la rueda de prensa.

CAPÍTULO IX

Tardaron un rato en advertir que Rönn había llegado con la lista. Martin Beck, Kollberg, Melander y Gunvald Larsson estaban inclinados sobre una de las mesas, repleta de fotografías del escenario del crimen, cuando Rönn apareció a su lado y dijo:

— Bueno. Ya está, la lista.

Había nacido y crecido en Arjeplog. Llevaba ya más de veinte años viviendo en Estocolmo, pero aún conservaba su dialecto del norte.

Dejó el papel en una esquina de la mesa, se acercó una silla y tomó asiento.

— Vaya susto —exclamó Kollberg.

Llevaban tanto tiempo en silencio que al oír la voz de Rönn se estremeció.

— Bueno, vamos a ver —dijo Gunvald Larsson impaciente, extendiendo la mano hacia la lista.

La miró durante un rato. Luego se la pasó de nuevo a Rönn.

— ¡Vaya galimatías! ¿De verdad puedes leer tu propia letra? ¿No has mandado hacer copias?

— Sí —repuso Rönn—. Lo he hecho. Dentro de un rato tendréis copias.

— Vale —dijo Kollberg—. Te escuchamos.

Rönn se puso las gafas y se aclaró la voz. Repasó sus anotaciones.

— De los ocho muertos, cuatro vivían cerca del final de trayecto —comenzó—. También el superviviente vive allí.

— Ve por orden, si puede ser —le rogó Martin Beck.

— Vale. El primero es el conductor. Recibió dos disparos en el cuello y otro en la parte posterior del cráneo. Debió de morir inmediatamente.

A Martin Beck no le hizo falta mirar la fotografía que Rönn extrajo del montón de la mesa. Demasiado bien recordaba la imagen del hombre sentado al volante.

— El conductor se llamaba Gustav Bengtsson, cuarenta y ocho años, casado, dos hijos, con domicilio en Inedalsgatan 5. La familia está informada. Era su último trayecto del día y, tras dejar a los pasajeros en la parada final, tendría que haber conducido el autobús a las cocheras de Hornberg, en Lindhagensgatan. La caja estaba intacta y en su cartera llevaba ciento veinte coronas.

Miró a los demás por encima de las gafas.

— De momento, es todo lo que se sabe de él.

— Continúa —dijo Melander.

— Voy a ir nombrándolos según el orden del plano. El siguiente es Åke Stenström. Recibió cinco tiros en la espalda y otro más en el hombro derecho, que penetró de lado y puede haber sido de rebote. Tenía veintinueve años y vivía…

Gunvald Larsson lo interrumpió.

— Todo eso puedes saltártelo. Sabemos dónde vivía.

— Yo no lo sabía —dijo Rönn.

— Continúa —intervino Melander.

Rönn se aclaró la voz.

— Vivía en Tjärhovsgatan, con su novia…

Gunvald Larsson volvió a interrumpirle.

— No estaban prometidos. Le pregunté hace poco.

Martin Beck dirigió a Gunvald Larsson una mirada irritada e hizo señas a Rönn para que siguiera.

— Con Åsa Torell, veinticuatro años, empleada en una agencia de viajes.

Miró de soslayo a Gunvald Larsson y dijo:

— En pecado. No sé si ha sido informada.

Melander se sacó la pipa de la boca y dijo:

— Ha sido informada.

Ninguno de los cinco hombres sentados en torno a la mesa quiso mirar las fotografías del cuerpo destrozado de Stenström. Ya lo habían hecho antes y preferían no volver a verlas. En la mano derecha empuñaba su arma reglamentaria. El seguro estaba retirado pero Stenström no había efectuado disparo alguno. En los bolsillos llevaba su cartera, con treinta y siete coronas, su carné de identificación, una foto de Åsa Torell, una carta de su madre y algunos recibos. Además del carné de conducir, una libreta, bolígrafos y un llavero.

— Cuando terminen los del laboratorio, nos enviarán todo eso. ¿Puedo seguir?

— Sí, por favor —dijo Kollberg.

— La chica que ocupaba el asiento contiguo al de Stenström se llamaba Britt Danielsson. Tenía veintiocho años, estaba soltera y trabajaba en el hospital de Sabbatsberg. Era enfermera diplomada.

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