Después de un año en este pozo que lo aprisionaba, sentía como si hubiera olvidado cómo usar un cuerpo. ¿Cómo era tocar el mundo con dedos rígidos, en vez de con un cuerpo que fluía contra los confines de la piedra? ¿Cómo era saborear y oler sólo con la lengua y la nariz, en vez de con cada trozo de piel expuesto al aire? ¿Cómo era…?
Ver. Abrió los ojos y jadeó, inhalando el primer aliento en los pulmones rehechos y plenos. El mundo era un compuesto de maravilla y de… luz. Había olvidado eso, durante los meses de cercanía a la locura. Se puso de rodillas, se miró los brazos. Entonces los alzó y se palpó la cara con una mano vacilante.
Su cuerpo no era el de ninguna persona en concreto: habría necesitado un modelo para crear la réplica. Había cubierto los huesos con músculos y piel lo mejor que pudo. Era lo bastante viejo para saber que había creado una aproximación razonable de un humano. Los rasgos no serían atractivos; puede que incluso fueran un poco grotescos. Sin embargo, eso bastaba por el momento. Se sentía… otra vez real.
Todavía apoyado en manos y rodillas, alzó la mirada hacia su captor. La caverna estaba solamente iluminada por una piedra brillante: una roca grande y porosa colocada sobre una gruesa columna. Los hongos azulinos que crecían en la roca ofrecían brillo suficiente para poder ver, sobre todo si uno había desarrollado ojos específicos para ver bien con aquella tenue luz azul.
TenSoon conocía a su captor. Conocía a la mayoría de los kandra, al menos hasta la Sexta y Séptima Generaciones. El nombre de este kandra era VarSell. En su tierra natal, VarSell no llevaba los huesos de ningún animal o humano, sino que usaba un Cuerpo Verdadero: un conjunto de huesos falsos con forma humana, creado por artesanos kandra. El Cuerpo Verdadero de VarSell era de cuarzo, y su piel, transparente, lo que permitía que la piedra chispeara levemente a la luz de los hongos mientras examinaba a TenSoon.
Hice mi cuerpo opaco
, advirtió TenSoon.
Como el de un humano, con piel morena para oscurecer los músculos de debajo
. ¿Por qué estas cosas le salían de manera tan natural? Antes maldecía los años pasados entre humanos, usando sus huesos en vez de un Cuerpo Verdadero. Tal vez hubiera cometido ese mismo fallo de siempre porque sus captores no le habían proporcionado un Cuerpo Verdadero. Huesos humanos. Prácticamente, un insulto.
TenSoon se levantó.
—¿Qué? —preguntó al observar la mirada inquisidora en los ojos de VarSell.
—Elegí al azar un conjunto de huesos del almacén —dijo VarSell—. Resulta irónico que te diera un conjunto de huesos al que tú habías contribuido originalmente.
TenSoon frunció el ceño.
¿Qué?
Y entonces estableció la conexión. El cuerpo que TenSoon había creado alrededor de los huesos debía de parecer convincente… como el original al que éstos habían pertenecido. VarSell asumía que TenSoon había sido capaz de crear una aproximación tan realista porque había digerido antes el cadáver del humano, y por tanto sabía crear su cuerpo con acierto alrededor de los huesos.
TenSoon sonrió:
—Nunca he llevado estos huesos.
VarSell lo miró detenidamente. Pertenecía a la Quinta Generación: dos siglos más joven que TenSoon. De hecho, incluso entre los de la Tercera Generación, pocos kandra tenían tanta experiencia con el mundo exterior como TenSoon.
—Entiendo —dijo VarSell finalmente.
TenSoon se dio la vuelta y examinó la pequeña cámara. Había tres miembros más de la Quinta Generación observándolo desde la puerta. Como VarSell, pocos llevaban ropa, y quienes lo hacían usaban sólo túnicas abiertas por delante. Los kandra solían llevar poca ropa cuando estaban en la tierra natal, ya que eso les permitía mostrar mejor sus Cuerpos Verdaderos.
TenSoon vio dos brillantes varas de metal introducidas en los claros músculos de cada uno de los Quintos; los tres tenían la Bendición de la Potencia. La Segunda Generación no quería correr el riesgo de que él huyera. Naturalmente, ése era otro insulto. TenSoon había venido voluntariamente a su destino.
—¿Y bien? —preguntó TenSoon, volviéndose hacia VarSell—. ¿Nos vamos?
VarSell miró a uno de sus compañeros:
—Esperábamos que formar el cuerpo te llevaría más tiempo.
TenSoon hizo una mueca:
—La Segunda Generación carece de práctica. Asumen que, como ellos tardan muchas horas en crear un cuerpo, los demás necesitamos la misma cantidad de tiempo.
—Son la generación de tus mayores —dijo VarSell—. Deberías mostrarles respeto.
—La Segunda Generación lleva siglos recluida en estas cavernas —respondió TenSoon—, enviando al resto de nosotros a cumplir Contratos mientras ellos dan rienda suelta a su pereza. Los superé en esta habilidad hace mucho tiempo.
VarSell siseó, y por un instante TenSoon pensó que el otro kandra iba a golpearlo. VarSell se contuvo, a duras penas, para diversión de TenSoon. Después de todo, como miembro de la Tercera Generación, TenSoon estaba por encima de él, igual que los Segundos lo estaban de TenSoon.
Sin embargo, los Terceros eran un caso especial. Siempre lo habían sido. Por eso los Segundos los mantenían tan apartados de los Contratos: no interesaba tener a sus subordinados inmediatos presentes en todo momento, molestando su perfecta utopía kandra.
—¡Vamos, pues! —decidió VarSell por fin, e hizo un gesto con la cabeza a dos de sus guardias para que abrieran paso. El otro se unió a VarSell, caminando detrás de TenSoon. Como VarSell, los tres tenían Cuerpos Verdaderos formados con piedra, tan populares entre la Quinta Generación, que disponía de poco tiempo para encargar y usar lujosos Cuerpos Verdaderos. Eran los cachorritos mimados de los Segundos, y tendían a pasar más tiempo que la mayoría en la Tierra Natal.
A TenSoon no le habían dado ropa. Por eso, mientras caminaban, disolvió sus genitales y reformó una entrepierna lisa, común entre los kandra. Trató de caminar con orgullo y confianza, pero sabía que su cuerpo no parecería muy intimidatorio. Estaba demacrado: había perdido mucha masa durante su encarcelamiento y, debido al ácido, no había podido formar músculos muy grandes.
El liso túnel de roca probablemente fuera en tiempos una formación natural; pero, con el paso de los siglos, las generaciones más jóvenes habían sido usadas durante la infancia para alisar la piedra con sus jugos digestivos. TenSoon no vio a muchos otros kandra. VarSell se mantuvo en pasadizos secundarios, pues obviamente no quería llamar demasiado la atención.
He estado fuera mucho tiempo
, pensó TenSoon.
La Undécima Generación ya debe de haber sido elegida. Sigo sin conocer a la mayor parte de la Octava, no digamos ya a la Novena o la Décima.
Empezaba a sospechar que no habría una Duodécima Generación. Y, aunque la hubiera, las cosas no continuarían como hasta ahora. El Padre estaba muerto. ¿Qué sería, entonces, del Primer Contrato? Su pueblo había pasado diez siglos esclavizado por la humanidad, cumpliendo los Contratos con la intención de mantenerse a salvo. La mayoría de los kandra odiaban a los hombres por su situación. Hasta hacía poco, TenSoon era uno de ellos.
Es irónico
, pensó.
Aunque llevamos Cuerpos Verdaderos, los llevamos al modo de los humanos. Dos brazos, dos piernas, incluso rostros formados al estilo humanoide.
A veces, se preguntaba si los nonacidos (las criaturas que los humanos llamaban «espectros de la bruma») eran más sinceros que sus hermanos los kandra. Los espectros de la bruma formaban cuerpos a sus anchas, conectando cuerpos de formas extrañas, haciendo diseños casi artísticos a partir de huesos humanos y animales. En cambio, los kandra creaban cuerpos que parecían humanos. Aunque maldecían a la humanidad por esclavizarlos.
¡Qué pueblo más extraño! Pero era su pueblo, y lo había traicionado.
Ahora debo convencer a la Primera Generación de que hice bien traicionándolos. No por mí. Por ellos. Por todos nosotros.
Atravesaron pasillos y cámaras, hasta llegar a secciones de la Tierra Natal que a TenSoon le resultaron más familiares. Pronto se dio cuenta de que su destino era el Cubil de la Confianza. Expondría su defensa en el lugar más sagrado de su pueblo. Tendría que habérselo imaginado.
Un año de tortuosa prisión le había ganado un juicio ante la Primera Generación. Había tenido un año para pensar lo que iba a decir. Y si fracasaba, tendría una eternidad para pensar en lo que había hecho mal.
Es demasiado fácil caracterizar a Ruina simplemente como una fuerza destructiva. Considerémosla mejor una decadencia inteligente. No sólo caos, sino una fuerza que buscó de forma racional (y peligrosa) reducirlo todo a su forma más básica.
Ruina lo planeaba todo con cuidado, sabiendo que, si construía una cosa, podría usarla para derribar otras dos. La naturaleza del mundo es tal que, cuando creamos algo, a menudo destruimos otra cosa en el proceso.
El primer día fuera de Vetitan, Vin y Elend asesinaron a cien aldeanos. Al menos, Vin tenía esa sensación.
Estaba sentada en un tocón podrido en el centro del campamento, contemplando cómo el sol se acercaba al lejano horizonte, sabiendo lo que iba a suceder. La ceniza caía en silencio a su alrededor. Y aparecieron las brumas.
Una vez, no hacía mucho tiempo, las brumas sólo venían de noche. Sin embargo, durante el año que siguió a la muerte del Lord Legislador, eso cambió. Como si mil años de confinamiento en la oscuridad hubieran alterado a las brumas.
Y así, habían empezado a venir durante el día. A veces, venían en grandes oleadas: salían de ninguna parte, y desaparecían con la misma rapidez. No obstante, lo más normal era que aparecieran en el aire como un millar de fantasmas, retorciéndose y creciendo juntas. Tentáculos de bruma brotaban, como enredaderas en el cielo. Cada día se retiraban un poco más tarde, y cada día aparecían un poco más temprano por la noche. Pronto, quizás antes de que terminara el año, cubrirían la tierra de manera permanente. Y esto suponía un problema, pues desde la noche en que Vin se hizo con el poder del Pozo de la Ascensión, las brumas mataban.
Elend no había querido dar crédito a las historias de Sazed dos años atrás, cuando el terrisano llegó a Luthadel con horribles informes de aldeanos aterrados y brumas que mataban. También Vin creía que Sazed se equivocaba. Una parte de ella deseaba seguir viviendo engañada mientras contemplaba a los aldeanos, que esperaban agrupados en la amplia llanura, rodeados de soldados y koloss.
Las brumas sembraron la muerte a su llegada. Aunque dejaron a la mayoría de la gente en paz, eligieron a algunos al azar y les provocaron temblores. Los elegidos cayeron al suelo, víctimas de un ataque, mientras sus amigos y familiares los observaban sorprendidos y horrorizados.
El horror seguía siendo la reacción de Vin. Horror y frustración. Kelsier le había prometido que las brumas eran un aliado, que la protegerían y le darían poder. Ella creyó que eso era cierto hasta que las brumas empezaron a parecerle extrañas, como si ocultaran espectros sombríos y aviesas intenciones.
—Os odio —susurró, mientras las brumas continuaban su horrible trabajo. Era como ver que un ser querido escoge a desconocidos entre una multitud y, uno a uno, les va abriendo la garganta. No había nada que ella pudiera hacer. Los estudiosos de Elend lo habían intentado todo: capuchas para impedir que se inspiraran, esperar a salir hasta que las brumas se hubieran asentado, meter a la gente a cubierto en el preciso instante en que empezara a temblar. Por algún motivo los animales eran inmunes, pero todos los humanos eran potencialmente vulnerables. Si uno salía cuando había bruma, se arriesgaba a morir, y nada podía impedirlo.
Aquello pronto terminó. Las brumas produjeron ataques a menos de una de cada seis personas, y sólo murió una pequeña fracción de éstas. Además, sólo había que arriesgarse a estas nuevas brumas una vez: un riesgo, y eras inmune. La mayoría de los que caían enfermos se recuperaban, pero eso no sirvió de mucho consuelo a las familias de los que morían.
Vin permaneció sentada en su tocón, contemplando las brumas todavía iluminadas por el sol poniente. Irónicamente, le resultaba más difícil ver que si hubiera oscurecido. No podía quemar mucho estaño, para que la luz del sol no la cegara… pero, sin él, no podía traspasar las brumas.
Esa escena le recordó por qué antes temía a las brumas. Su visibilidad se reducía apenas a tres metros, y podía ver poco más que sombras.
Figuras amorfas corrían a un lado y a otro, llamándola a gritos. Siluetas arrodilladas o de pie, aterrorizadas. El sonido era algo traicionero que resonaba contra objetos invisibles, y los gritos procedían de lugares espectrales.
Vin permaneció sentada entre ellos, la ceniza cayéndole alrededor como lágrimas quemadas, e inclinó la cabeza.
—¡Lord Fatren! —llamó la voz de Elend, haciendo que Vin alzara la cabeza. Antes, su voz no contenía tanta autoridad. Parecía que hubiera pasado mucho tiempo.
Elend surgió de las brumas enfundado en su segundo uniforme blanco, el que todavía estaba inmaculado, con el rostro endurecido contra las bajas. Vin notó su toque alomántico en quienes lo rodeaban mientras se acercaba: su poder aplacador hacía que el dolor de la gente fuera menos agudo, pero no presionaba tanto como podría haberlo hecho. Vin sabía que a Elend no le parecía bien eliminar todo el pesar de una persona por la muerte de un ser querido.