Fatren frunció el ceño. Nunca había pedido ayuda a este hombre, ni a ningún señor. Abrió la boca para objetar, pero se detuvo.
Me dejará fingir que lo mandé llamar
, pensó Fatren.
Actuar como si esto fuera parte del plan. Yo podría dejar de mandar aquí sin parecer un fracasado.
Vamos a morir. Pero al mirar a los ojos de este hombre, casi creo que tenemos una posibilidad.
—Yo… no esperaba que vinieras, mi señor —se oyó decir Fatren—. Me ha sorprendido verte.
Venture asintió:
—Es comprensible. Ven, hablemos de tácticas mientras tus soldados se reúnen.
—Muy bien —dijo Fatren. Sin embargo, cuando avanzaba, Druffel lo agarró por el brazo.
—¿Qué estás haciendo? —susurró su hermano—. ¿Mandaste llamar a este hombre? No me lo creo.
—Reúne a los soldados, Druff —dijo Fatren.
Druffel vaciló un instante, luego maldijo en voz baja y se dio media vuelta. No parecía tener la menor intención de reunir a los soldados, así que Fatren indicó a dos de los capitanes que lo hicieran. Hecho esto, se reunió con Venture, y los dos caminaron hacia las puertas. Venture ordenó a unos cuantos soldados que se adelantaran a ellos y mantuvieran a la gente apartada para que Fatren y él pudieran hablar en privado. Seguía cayendo ceniza del cielo, una ceniza que cubría las calles de negro y se acumulaba en los inclinados edificios de una sola planta de la ciudad.
—¿Quién eres? —preguntó Fatren en voz baja.
—Quien he dicho que soy —respondió Venture.
—No te creo.
—Pero confías en mí.
—No. Es que no quiero discutir con un alomántico.
—Con eso me basta, por ahora —dijo Venture—. Mira, amigo, tienes a diez mil koloss marchando contra tu ciudad. Necesitas toda la ayuda que puedas conseguir.
¿Diez mil?
, pensó Fatren, anonadado.
—Estás al mando de esta ciudad, supongo —preguntó Venture.
Fatren se sacudió de su estupor:
—Sí. Me llamo Fatren.
—Muy bien, Lord Fatren, vamos a…
—No soy ningún lord —dijo Fatren.
—Bueno, acabas de convertirte en uno —respondió Venture—. Podrás elegir un apellido más tarde. Ahora, antes de que continuemos, tienes que saber mis condiciones para ayudarte.
—¿Qué clase de condiciones?
—De las no negociables —dijo Venture—. Si vencemos, me jurarás fidelidad.
Fatren frunció el ceño y se detuvo. La ceniza cayó a su alrededor.
—¿Eso es todo? ¿Apareces antes de una batalla y dices ser un alto señor para poder llevarte el crédito de nuestra victoria? ¿Por qué iba yo a jurar fidelidad a un hombre a quien acabo de conocer hace unos minutos?
—Porque, si no lo haces —contestó Venture tranquilamente—, tomaré el mando de todas formas.
Continuó caminando. Fatren vaciló un momento, luego se apresuró y alcanzó a Venture.
—¡Oh!, ya veo. Aunque sobrevivamos a esta batalla, acabaremos siendo gobernados por un tirano.
—Sí —repuso Venture.
Fatren frunció el ceño. No esperaba que el hombre fuera tan brusco.
Venture sacudió la cabeza y contempló la ciudad a través de la ceniza que caía.
—Antes pensaba que podría hacer las cosas de otro modo. Y sigo creyendo que podré hacerlo, algún día. Pero, por ahora, no me queda otra opción. Necesito tus soldados y necesito tu ciudad.
—¿Mi ciudad? —preguntó Fatren, frunciendo el ceño—. ¿Por qué?
Venture alzó un dedo.
—Primero tenemos que sobrevivir a la batalla —dijo—. Trataremos las otras cuestiones más tarde.
Fatren vaciló, y se sorprendió al darse cuenta de que confiaba en el desconocido. No podría haber explicado exactamente por qué se sentía así. Se trataba de un hombre al que había que seguir, un líder como Fatren había querido ser siempre así.
Venture no esperó a que Fatren aceptara sus «condiciones». No era un ofrecimiento, sino un ultimátum. Fatren corrió a alcanzarlo de nuevo, mientras Venture entraba en la plazoleta situada ante las puertas de la ciudad. Los soldados se habían congregado allí. Ninguno de ellos llevaba uniforme: su único método de distinguir a un capitán de un soldado corriente era una banda roja atada en el brazo. Venture no les había dado mucho tiempo para reunirse, pero todos sabían que la ciudad estaba a punto de ser atacada. De todas formas, se habían reunido ya.
—El tiempo es oro —repitió Venture en voz alta—. Sólo puedo enseñaros unas pocas cosas, pero marcarán la diferencia.
»Los koloss oscilan en tamaño entre pequeños, de metro y medio, y enormes, de dos metros y medio. Sin embargo, incluso los pequeños serán más fuertes que vosotros. Contad con ello. Por fortuna, las criaturas lucharán sin coordinación entre los individuos. Si el camarada de un koloss tiene problemas, éste no se molestará en ayudarlo.
»Atacan directamente, sin resquemor, y tratan de usar la fuerza bruta para abrumar. ¡No se lo permitáis! Decid a vuestros hombres que se centren en koloss individuales: dos hombres para los pequeños, tres o cuatro para los grandes. No podremos mantener un frente muy grande, pero eso nos permitirá vivir más tiempo.
»No os preocupéis por las criaturas que rebasen nuestras líneas y entren en la ciudad: haremos que los civiles se escondan en lo más recóndito, así los koloss que atraviesen nuestra línea podrían acabar dedicándose al saqueo y dejando luchar solos a los demás. ¡Eso es lo que queremos! No los persigáis hasta la ciudad. Vuestras familias estarán a salvo.
»Si lucháis contra un koloss grande, atacad a las piernas, derribadlo antes de matarlo. Contra uno pequeño, aseguraos de que vuestra espada o vuestra lanza no se queda enganchada en su piel fofa. Tenéis que comprender que los koloss no son estúpidos: sólo carecen de sofisticación. Son predecibles. Vendrán a vosotros de la forma más fácil posible, y atacarán sólo de la manera más directa.
»Lo más importante es que comprendáis que pueden ser derrotados. Lo haremos hoy. ¡No os dejéis intimidar! Luchad con coordinación, mantened la cabeza fría, y os prometo que sobreviviremos.
Los capitanes de los soldados permanecían agrupados, mirando a Venture. No aplaudieron la arenga, pero parecieron algo más confiados. Se dispusieron a transmitir a sus hombres las instrucciones de Venture.
Fatren se acercó al emperador:
—Si tus cálculos son correctos, nos superan cinco a uno.
Venture asintió.
—Son más grandes, más fuertes, y están mejor entrenados que nosotros —añadió Fatren.
Venture volvió a asentir.
—Entonces estamos condenados.
Por fin Venture miró a Fatren, el ceño fruncido, la ceniza negra cubriéndole los hombros:
—No estáis condenados. Tenéis algo que ellos no tienen, algo muy importante.
—¿Qué?
Venture lo miró a los ojos.
—Me tenéis a mí.
—¡Milord emperador! —exclamó una voz desde lo alto del muro—. ¡Koloss a la vista!
Ya se dirigen a él primero
, pensó Fatren. No estaba seguro de si sentirse insultado o impresionado.
Venture saltó inmediatamente a lo alto del muro, usando su alomancia para cruzar la distancia de un rápido brinco. La mayoría de los soldados se agacharon o escondieron tras la fortificación, prefiriendo no dejarse ver a pesar de la distancia que los separaba de sus enemigos. Venture, sin embargo, se alzó orgulloso con su capa blanca y su uniforme, se protegió los ojos del sol y miró al horizonte.
—Están acampando —dijo, sonriendo—. Bien. ¡Lord Fatren, prepara a los hombres para el ataque!
—¿Un ataque? —preguntó Fatren, subiendo detrás de Venture.
El emperador asintió.
—Los koloss estarán cansados tras la marcha, y preparar el campamento los mantendrá distraídos. Nunca tendremos mejor oportunidad para atacarlos.
—¡Pero estamos a la defensiva!
Venture negó con la cabeza:
—Si esperamos, acabarán sintiendo un deseo frenético de sangre, y vendrán a por nosotros. Tenemos que atacar, no esperar a ser masacrados.
—¿Y abandonar el muro defensivo?
—La fortificación es impresionante, Lord Fatren, pero inútil. No disponéis de las fuerzas necesarias para defender el perímetro completo, y los koloss son en general más altos y más estables que los hombres. Se harán con el muro, y luego mantendrán la altura mientras abaten la ciudad.
—Pero…
Venture lo miró. Sus ojos eran tranquilos, pero tenían una mirada firme y expectante. El mensaje era sencillo.
Ahora estoy yo al mando
. Y no había más que hablar.
—Sí, mi señor —dijo Fatren, llamando a los mensajeros para que transmitieran las órdenes.
Venture se quedó mirando mientras los mensajeros partían. Pareció haber cierta confusión entre los hombres: no esperaban atacar. Más y más ojos se volvieron hacia Venture, allá en lo alto del muro.
Sí que parece un emperador
, pensó Fatren a su pesar.
Las órdenes fueron transmitidas a lo largo de la línea. Pasó el tiempo. Hasta que, por fin, todo el ejército permanecía alerta. Venture desenvainó su espada y la alzó al cielo cuajado de ceniza. Entonces, saltó del muro con un brinco inhumanamente rápido, y cargó hacia el campamento de koloss.
Por un momento, corrió solo. Luego, para sorpresa suya, Fatren apretó los dientes, controló el temblor de sus nervios y lo siguió.
El muro estalló de movimiento, los soldados cargaron con un grito colectivo, corriendo hacia la muerte con las espadas bien altas.
Ostentar el poder le hizo cosas extrañas a mi mente. En sólo unos instantes, me familiaricé con el poder en sí, con su historia y con las formas en que podía ser utilizado.
Sin embargo, este conocimiento era diferente de la experiencia, o incluso de la habilidad de usar el poder. Por ejemplo, sabía mover un planeta en el cielo; pero no sabía dónde colocarlo para que no estuviera demasiado cerca ni demasiado lejos del sol.
Como siempre, el día de TenSoon comenzó en la oscuridad. Sin duda, en parte se debía al hecho de que no tenía ojos. Podría haberlos creado: pertenecía a la Tercera Generación, lo cual significaba que era viejo incluso para un kandra. Había digerido suficientes cadáveres para saber ya cómo crear órganos sensoriales de manera intuitiva, sin un modelo que copiar.
Por desgracia, los ojos le habrían servido de poco. No tenía cráneo, y había descubierto que la mayoría de los órganos no funcionaban bien sin un cuerpo completo y un esqueleto que los sostuviera. Su propia masa aplastaría los ojos si se movía de forma equivocada, y resultaría muy difícil volverlos para ver.
No es que hubiera nada que mirar. TenSoon movió ligeramente su masa, agitándose dentro de su prisión. Su cuerpo era poco más que un grupo de músculos transparentes, como una masa de grandes caracoles o babosas, todos conectados entre sí, algo más maleables que el cuerpo de un molusco. Con concentración, podía disolver uno de los músculos y mezclarlo con otro, o hacer algo nuevo. No obstante, sin un esqueleto que utilizar, estaba impotente.
Volvió a agitarse en su celda. Su piel tenía sentido propio, una especie de gusto. Ahora mismo, notaba el hedor de su propio excremento en los lados de la cámara, pero no se atrevía a desconectar este sentido. Era una de sus escasas conexiones con el mundo que lo rodeaba.
En realidad, la «celda» no era más que un pozo cubierto con una reja. Apenas lo bastante grande para contener su masa. Sus captores le arrojaban comida desde arriba, y periódicamente vertían agua para hidratarlo y hacer que sus excrementos se vaciaran por un pequeño agujero de drenaje al fondo. Tanto este agujero como los de la reja cerrada de arriba eran demasiado pequeños para que pudiera deslizarse a través de ellos: el cuerpo de un kandra era flexible, pero incluso una pila de músculos podía contraerse hasta cierto punto.
La mayoría de la gente se habría vuelto loca por la tensión de estar confinada durante… ni siquiera sabía cuánto tiempo había sido. ¿Meses? Pero TenSoon tenía la Bendición de la Presencia. Su mente no cedería fácilmente.
A veces maldecía a la Bendición por impedirle el bendito alivio de la locura.
Concéntrate
, se dijo. No tenía cerebro, no como los humanos, pero podía pensar. No lo comprendía. No estaba seguro de que ningún kandra lo hiciera. Tal vez los pertenecientes a la Primera Generación supieran más, pero si así fuera, no informaban a nadie.
No pueden mantenerte aquí eternamente
, se dijo.
El Primer Contrato dice…
Empezaba a dudar del Primer Contrato… o más bien que prestaran ninguna atención al Primer Contrato. Pero ¿podía echarles la culpa? TenSoon había roto el Contrato. Él mismo reconocía que había contravenido la voluntad de su amo y ayudado a otro en su lugar. Esta traición había terminado con la muerte de su amo.
Sin embargo, incluso ese acto vergonzoso era el menor de sus delitos. El castigo por romper un contrato era la muerte, y si los delitos cometidos por TenSoon se hubieran quedado ahí, los otros lo habrían matado y habrían acabado con todo. Por desgracia, había mucho más en juego. El testimonio de TenSoon (dado ante la Segunda Generación a puerta cerrada) había revelado un desliz mucho más peligroso, mucho más importante.
TenSoon había traicionado el secreto de su pueblo.
No pueden ejecutarme
, pensó, usando la idea para mantenerse concentrado.
No mientras no descubran a quién se lo confié.