En este tercer y último volumen de la trilogía, EL HÉROE DE LAS ERAS, se comprende el porqué de la niebla y las cenizas, se obtiene la justificación de las tenebrosas acciones del Lord Legislador y la naturaleza del Pozo de la Ascensión. Todo resulta atado y bien atado cuando Vin y el Rey Elend buscan los últimos escondites de recursos del Lord Legislador y descubren el peligro que acecha a la humanidad. ¿Podrán detener a tiempo ese nuevo y ominoso peligro?
Y ese esfuerzo por «cerrar» la historia de manera adecuada y sin dejar cabos sueltos ha maravillado a la mayoría de los críticos y comentaristas que no han escatimado elogios. Vean una pequeña muestra:
Publishers Weekly:
Un clímax dramático y sorprendente… La saga de Sanderson ofrece complejos personajes y una trama atractiva, hace preguntas difíciles acerca de la lealtad, la fe y la responsabilidad.
SFF World:
Una trilogía con tres libros excepcionales, cada uno contando una parte de una historia mucho mayor y Sanderson logra hacerlo jugando con sus propias reglas y las convenciones del género… Una historia extraordinaria, con grandes personajes y un mundo fascinante. Yo recomendaría este libro y toda la serie sin dudarlo.
Critical Mass:
Las trilogías de fantasía son tan comunes que a veces es difícil decidir cuáles recomendar por encima de los demás. No tengo ningún problema en recomendar ésta.
Me voy a permitir incluir de nuevo un texto del estudiante Sanderson en un trabajo académico sobre la fantasía que ya les extracté en la presentación de ELANTRIS. Un texto en el que el joven autor desarrolla su tesis en favor del cambio:
Muchos escritores contemporáneos, algunos de ellos muy buenos, se han restringido a sí mismos al estándar asumido de la fantasía. Escriben relatos sobre jóvenes héroes que son llamados a una búsqueda misteriosa, ambicionan el poder, y llegan a la madurez al superar sus tribulaciones. Siguen el Síndrome de Campbell paso a paso, e intentan estar seguros de que no dejan nada al margen.
El movimiento ha ganado tal impulso (en parte por Tolkien, cuya obra exhibe el Mito del Héroe pero no lo sigue) que se ha convertido en sinónimo de fantasía. Y, a causa de ello, el género está amenazado de estancamiento.
Esto, por supuesto, plantea un interrogante. La fantasía es todavía un género en su adolescencia —el movimiento contemporáneo no empezó hasta los años setenta—. Las historias que utilizan el mito del héroe siguen vendiéndose bien, en realidad se venden mejor ahora que antes. Y por lo tanto, ¿por qué cambiar?
Respondo que debemos cambiar porque la adolescencia pasa y los lectores de fantasía se hacen mayores. Los lectores de fantasía empiezan a estar cansados. Muchos de mis amigos, antes lectores ávidos de fantasía, han dejado de leer novelas del género a causa de su redundancia. Lo que antes sugería maravillas, ahora se ve como obsoleto y excesivamente trillado. Preveo serios problemas en el futuro si no reconocemos el Síndrome de Campbell y lo afrontamos.
Coincido al cien por cien con esa idea de Sanderson, y debo decir que bastantes novelas de fantasía actuales (esos epígonos de Tolkien tan abundantes) me aburren. Hay pocos títulos (demasiado pocos…) en mi lista de novelas imprescindibles de fantasía y, con toda seguridad, es por agotamiento de un cliché que, como a Sanderson y a sus amigos, hace tiempo que ya me cansa.
Es posible que la apuesta de Sanderson sea arriesgada. Existe un lector acomodaticio que se conforma con «más de lo mismo» (ese lector al que Julio Cortázar tuvo el desacierto de llamar «lector hembra» en un desliz machista imperdonable). Pero, y ésa ha sido siempre mi apuesta como editor, hay lectores inteligentes y amantes de la novedad. Y son (somos) muchos. Muchos más de lo que suele pensar una gran mayoría de editores.
Ésta es la situación y ésta es la apuesta, la de Sanderson como autor y la mía como editor. De nuevo, sólo me resta desearles que gocen leyendo esta novela tanto como yo lo he hecho.
Que ustedes lo disfruten.
MIQUEL BARCELÓ
Para
Jordan Sanderson
,
que puede explicar a todo el que pregunte
cómo es tener un hermano
que se pasa la mayor parte del tiempo soñando.
(Gracias por soportarlo conmigo.)
Como siempre, debo agradecer a mucha gente el haberme ayudado a hacer de este libro lo que es hoy. Ante todo, a mi editor y a mi agente, Moshe Feder y Joshua Bilmes, por su excepcional habilidad para ayudar a que un proyecto alcance su máximo potencial. También a mi maravillosa esposa, Emily, que ha sido un gran apoyo y me ha facilitado el proceso de escritura.
Como siempre, Isaac Stewart (
Nethermore.com
) hizo un magnífico trabajo con los mapas, los símbolos de los capítulos y el círculo de metales alománticos. También agradezco sinceramente el arte de Jon Foster; ésta ha resultado ser mi favorita de las tres portadas de Nacidos de la bruma. Gracias a Larry Yoder por ser asombroso, y a Dot Lin por el trabajo publicitario realizado para mí en Tor. A Denis Wong y Stacy Hague-Hill por la ayuda prestada a mi editor y a la siempre maravillosa Irene Gallo por su dirección artística.
Entre los lectores alfa de este libro se encuentran Paris Elliott, Emily Sanderson, Krista Olsen, Ethan Skarstedt, Eric J. Ehlers, Eric
Más estirado
James Stone, Jillena O'Brien, C. Lee Player, Bryce Cundick/Moore, Janci Patterson, Heather Kirby, Sally Taylor, Bradley Reneer, Steve
Ya no soy el chico de la librería
Diamond, el general Micah Demoux, Zachary
Fantasma
J. Kavaney, Alan Layton, Janette Layton, Kaylynn ZoBell, Nate Hatfield, Matthew Chambers, Kristina Kugler, Daniel A. Wells,
el Indivisible
Peter Ahlstrom, Marianne Pease, Nicole Westenskow, Nathan Wood, John David Payne, Tom Gregory, Rebecca Dorff, Michelle Crowley, Emily Nelson, Natalia Judd, Chelise Fox, Nathan Crenshaw, Madison VanDenBerghe, Rachel Dunn y Ben OleSoon.
Doy asimismo las gracias a Jordan Sanderson, a quien está dedicado este libro, por su incansable trabajo en la página web. Jeff Creer también hizo un trabajo magnífico con el arte para
BrandonSanderson.com
. ¡Pásense a comprobarlo!
Marsh se esforzó por matarse.
Su mano tembló mientras trataba de hacer acopio de fuerzas para obligarse a sacar el clavo de la espalda y poner fin a su monstruosa vida. Había renunciado a intentar liberarse. Tres años. Tres años como inquisidor, tres años prisionero de sus propios pensamientos. Estos años habían demostrado que no había escapatoria. Incluso ahora, su mente se nublaba.
Y entonces Aquello tomó el control. El mundo pareció vibrar a su alrededor; de pronto, podía ver con claridad. ¿Por qué había pugnado? ¿Por qué se había preocupado? Todo era como debería ser.
Dio un paso adelante. Aunque ya no veía como lo hacían los hombres normales (después de todo, grandes clavos de acero le atravesaban los ojos), sentía la sala a su alrededor. Los clavos le salían por la nuca: si la palpaba, podía notar las afiladas puntas. No había sangre.
Los clavos le daban poder. Todo quedaba contorneado con finas líneas azules alománticas, que iluminaban el mundo. La sala era de tamaño modesto, y varios compañeros (también recortados en azul, las líneas alománticas apuntando a los metales contenidos en su misma sangre) se encontraban junto a Marsh. Cada uno de ellos tenía clavos en los ojos.
Cada uno excepto el hombre atado a la mesa ante él. Marsh sonrió, cogió un clavo de la mesa que tenía al lado y lo sopesó. Su prisionero no llevaba mordaza alguna. Eso habría impedido los gritos.
—Por favor —susurró el prisionero, temblando. Incluso un mayordomo terrisano podía desmoronarse cuando se enfrentaba a su propia muerte violenta.
El hombre se debatió débilmente. Se hallaba en una postura muy incómoda, ya que había sido atado a la mesa encima de otra persona. La mesa había sido diseñada así, con huecos para que cupiera el cuerpo de debajo.
—¿Qué es lo que queréis? —preguntó el terrisano—. ¡No puedo deciros nada más sobre el Sínodo!
Marsh acarició el clavo de metal, palpando la punta. Había trabajo que hacer, pero vaciló, saboreando el dolor y el terror en la voz del hombre. Vaciló tanto que pudo…
Marsh se hizo con el control de su propia mente. Los olores de la sala perdieron su dulzor; apestaban a sangre y a muerte. La alegría se convirtió en horror. Su prisionero era un guardador de Terris, un hombre que había trabajado toda su vida por el bien de los demás. Matarlo sería no sólo un crimen, sino una tragedia. Marsh trató de hacerse cargo de la situación, trató de forzar el brazo hacia arriba para agarrar el clavo de su espalda: si se lo quitaba, moriría.
Sin embargo, Aquello era demasiado fuerte. La fuerza. De algún modo, tenía el control sobre Marsh… y necesitaba que los otros inquisidores y él fueran sus manos. Era libre (Marsh todavía podía sentir que se regocijaba con ello), pero algo le impedía afectar demasiado al mundo por sí mismo. Una oposición. Una fuerza que se extendía sobre la tierra como un escudo.
Aquello no estaba completo. Necesitaba más. Algo más… algo oculto. Y Marsh encontraría ese algo, se lo llevaría a su amo. El amo al que Vin había liberado. La entidad prisionera dentro del Pozo de la Ascensión.
Se llamaba a sí mismo Ruina.
Marsh sonrió cuando su prisionero se puso a llorar; entonces dio un paso al frente, alzando el clavo en su mano. Lo colocó contra el pecho del hombre sollozante. El clavo tendría que perforar el cuerpo del hombre, atravesarle el corazón, para luego entrar en el cuerpo del inquisidor atado debajo. La hemalurgia era un arte sangriento.
Por eso era tan divertida. Marsh cogió una maza y empezó a golpear.
Soy, por desgracia, el Héroe de las Eras.