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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Héroe de las Eras (8 page)

Pero, por el momento, se sentía incómodo leyendo delante de Brisa. Por tanto, Sazed se obligó a permanecer sentado y esperar pacientemente.

La habitación donde se hallaban estaba decorada al estilo de la antigua nobleza imperial. Sazed no estaba acostumbrado a estas elegancias, ya no. Elend, por su parte, había vendido o quemado la mayor parte de sus lujosos muebles: su pueblo había necesitado comida y calefacción durante el invierno. Daba la impresión de que el rey Lekal no había hecho lo mismo, aunque tal vez se debiera a que aquí en el sur los inviernos eran menos duros.

Sazed miró por la ventana que había junto a su silla. La ciudad de Lekal no tenía un auténtico palacio: hasta hacía dos años, sólo había sido un estado campestre. La mansión, sin embargo, sí gozaba de una bella vista sobre la emergente ciudad, más un gran barrio de chabolas que una verdadera ciudad.

Con todo, ese barrio de chabolas controlaba tierras que estaban peligrosamente dentro del perímetro defensivo de Elend. Necesitaban la seguridad de la fidelidad del rey Lekal. Por eso Elend había enviado un contingente (incluido Sazed, que era su embajador jefe) a asegurar la lealtad del rey. Ese hombre deliberaba con sus ayudantes en la habitación contigua, tratando de decidir si aceptar o no el tratado, que los convertiría en súbditos de Elend Venture.

Embajador jefe del Nuevo Imperio…

A Sazed no le hacía mucha gracia ese título, pues implicaba que en efecto era ciudadano del imperio. Su pueblo, el pueblo de Terris, había jurado no volver a llamar amo a ningún hombre. Habían pasado mil años de opresión, criados como animales y convertidos en sirvientes perfectos y dóciles. Sólo con la caída del Imperio Final habían conseguido los terrisanos ser libres para gobernarse solos.

Hasta ahora, el pueblo de Terris no lo había hecho muy bien. Desde luego, no ayudaba el que los Inquisidores del Acero hubieran aniquilado a todo el consejo gobernante de Terris y dejaran al pueblo de Sazed sin dirección ni liderazgo.

En cierto modo, somos unos hipócritas
, pensó.
El Lord Legislador era terrisano en secreto. Uno de los nuestros nos hizo esas horribles cosas. ¿Qué derecho tenemos a insistir en no llamar amo a ningún extranjero? No fue un extranjero el que destruyó nuestro pueblo, nuestra cultura, y nuestra religión.

Y así, Sazed servía como embajador jefe de Elend Venture. Elend era un amigo, un hombre a quien Sazed respetaba como a pocos. En su opinión, ni siquiera el propio Superviviente poseía la fuerza de carácter de Elend Venture. El emperador no había intentado asumir la autoridad sobre el pueblo de Terris, ni siquiera después de haber aceptado a los refugiados en sus tierras. Sazed no estaba seguro de que su pueblo fuera libre, pero tenían una gran deuda con Elend Venture. Sazed serviría con gusto como embajador de ese hombre.

Aunque había otras cosas que Sazed consideraba que debería estar haciendo. Como liderar a su propio pueblo.

No
, pensó Sazed, mirando su cartapacio.
Un hombre sin fe no puede liderarlos. Antes debo hallar la verdad. Si es que existe tal cosa.

—Desde luego, están tardando bastante —dijo Brisa, mientras comía una uva—. Después de todo lo que hemos hablado para llegar a este punto, ya tendrían que saber si pretenden firmar el acuerdo o no.

Sazed se volvió hacia la puerta de elaborada talla que había al otro lado de la habitación. ¿Qué decidiría el rey Lekal? ¿Tenía realmente elección?

—¿Crees que hemos hecho lo adecuado, Lord Brisa? —preguntó Sazed.

Brisa hizo una mueca:

—Que hayamos hecho lo adecuado o no es lo de menos. Si no hubiéramos venido a presionar al rey Lekal, otros lo habrían hecho. Todo se reduce a una necesidad estratégica básica. O así es como yo lo veo: tal vez soy más calculador que otros.

Sazed miró al hombretón. Brisa era un aplacador; en realidad, era el aplacador más descarado y atrevido que Sazed había conocido jamás. La mayoría de los aplacadores usaban sus poderes con discriminación y sutileza, empujando las emociones sólo en los momentos más oportunos. Sin embargo, Brisa jugaba con las emociones de todo el mundo. De hecho, Sazed podía sentir el contacto del hombre en sus propios sentimientos ahora mismo, aunque sólo porque sabía qué buscar.

—Si me disculpas la observación, Lord Brisa, no me engañas tan fácilmente como crees.

Brisa alzó una ceja.

—Sé que eres un buen hombre —dijo Sazed—. Te esfuerzas mucho por ocultarlo. Haces grandes aspavientos por parecer cruel y egoísta. Sin embargo, para quienes observan lo que haces y no lo que dices, te vuelves cada vez más transparente.

Brisa frunció el ceño, y Sazed sintió un pellizco de placer por haber sorprendido al aplacador. Obviamente, no esperaba que Sazed fuera tan directo.

—Mi querido amigo —dijo Brisa, sorbiendo su vino—. Me decepcionas. ¿No hablabas de amabilidad? Pues no es nada amable revelar el oscuro e íntimo secreto de un viejo pesimista encallecido.

—¿Qué oscuro e íntimo secreto? —preguntó Sazed—. ¿Que eres buena persona?

—Es un atributo en mí que me he esforzado mucho por rechazar —confesó Brisa restándole importancia—. Por desgracia, soy demasiado débil. Para cambiar por completo de tema, un tema que me resulta de lo más incómodo, volveré a tu anterior pregunta: ¿me preguntabas si habíamos hecho lo adecuado? ¿Lo adecuado en qué sentido? ¿Obligando al rey Lekal a convertirse en vasallo de Elend?

Sazed asintió.

—Bueno, entonces tendría que decir que sí, que hemos hecho lo adecuado. Nuestro tratado proporcionará a Lekal la protección de los ejércitos de Elend.

—A costa de su propia libertad para gobernar.

—¡Bah! —exclamó Brisa, agitando una mano—. Los dos sabemos que Elend es mucho mejor gobernante de lo que Lekal podría esperar jamás. ¡La mayoría de su gente vive en chabolas a medio terminar, por el amor del Lord Legislador!

—Sí, pero debes admitir que lo hemos presionado.

Brisa frunció el ceño:

—Así es la política. ¡Sazed, el sobrino de este hombre envió un ejército de koloss para destruir Luthadel! Tiene suerte de que Elend no viniera y arrasara toda la ciudad como desquite. Tenemos ejércitos más grandes, más recursos y mejores alománticos. Este pueblo estará mucho mejor cuando Lekal firme el tratado. ¿Qué pasa contigo, mi querido amigo? Discutiste todos estos puntos hace dos días en la mesa de negociación.

—Pido disculpas, Lord Brisa —dijo Sazed—. Yo… parece que últimamente le llevo la contraria a todo el mundo.

Brisa no contestó de inmediato.

—Aún duele, ¿verdad? —preguntó después.

Este hombre es demasiado bueno comprendiendo las emociones de los demás
, pensó Sazed.

—Sí —susurró por fin.

—Se acabará —dijo Brisa—. Tarde o temprano.

¿De verdad?
, pensó Sazed, apartando la mirada. Había pasado un año. Y parecía… como si nada volviera a estar bien jamás. A veces, se preguntaba si su inmersión en las religiones era simplemente una forma de ocultar su dolor.

Si así era, había elegido una mala manera de lidiar con el dolor, pues siempre estaba esperándolo ahí. Había fallado. No, su fe le había fallado. Ya no le quedaba nada.

Todo. Todo perdido.

—Mira —dijo Brisa, atrayendo su atención—, es evidente que permanecer aquí sentados esperando a que Lekal se decida nos está poniendo nerviosos. ¿Por qué no charlamos de otra cosa? ¿Y si me hablas de una de esas religiones que has memorizado? ¡Hace meses que no intentas convertirme!

—Dejé de llevar mis mentecobres hace casi un año, Brisa.

—Pero seguro que recuerdas un poquito —dijo Brisa—. ¿Por qué no intentas convertirme? Ya sabes, por los viejos tiempos y todo eso.

—No lo creo, Brisa.

Aquello parecía una traición. Como guardador, como feruquímico de Terris, podía almacenar recuerdos dentro de piezas de cobre, y recuperarlos más tarde. Durante el Imperio Final, la raza de Sazed había sufrido mucho para recopilar sus enormes almacenes de información… y no sólo sobre religiones. Habían reunido todos los fragmentos de información que pudieron encontrar sobre la época anterior al Lord Legislador. Lo habían memorizado todo y se lo habían transmitido a otros, confiando en que su feruquimia les ayudaría a conservar la exactitud de los hechos.

Sin embargo, nunca habían encontrado lo que buscaban con más urgencia, lo que había iniciado su misión: la religión del pueblo de Terris. Había sido erradicada por el Lord Legislador durante el primer siglo de su reinado.

Pero fueron muchos los que murieron, trabajaron y dieron la vida para que llegaran a Sazed las memorias por él heredadas. Así que las rescató. Tras recuperar sus notas sobre todas las religiones y anotarlas en las páginas que ahora llevaba en su cartapacio, había cogido todas y cada una de sus mentes de metal y las había guardado.

Y es que ya no parecían importar. En ocasiones, nada importaba. Trataba de no pensar mucho en ello. Pero la idea acechaba en su mente, terrible e imposible de ignorar. Se sentía manchado, indigno. Por lo que Sazed sabía, era el último feruquímico vivo. Ahora no tenían recursos para investigar, pero en un año ningún guardador refugiado había llegado al dominio de Elend. Sazed era el único. Y, como todos los mayordomos de Terris, había sido castrado de niño. El poder hereditario de la feruquimia bien podría morir con él. Habría pequeños indicios del mismo en el pueblo de Terris, pero dados los esfuerzos del Lord Legislador por borrarlos y las muertes del Sínodo… las cosas no pintaban bien.

Las mentes de metal seguían guardadas, lo acompañaban allá adonde él iba, pero nunca eran usadas. De hecho, dudaba que algún día volviera a recurrir a ellas.

—¿Y bien? —preguntó Brisa, levantándose y acercándose a la ventana, donde se apoyó—. ¿No vas a hablarme de ninguna religión? ¿Cuál va a ser? ¿La religión en que la gente hacía mapas, tal vez? ¿La que veneraba las plantas? Seguro que tienes una que adoraba el vino. Ésa podría venirme bien.

—Por favor, Lord Brisa —rogó Sazed, contemplando la ciudad. Caía ceniza. Últimamente, siempre lo hacía—. No deseo hablar de estas cosas.

—¿Qué? ¿Cómo es posible?

—Si hubiera un Dios, Brisa —dijo Sazed—, ¿crees que habría permitido que el Lord Legislador matara a tanta gente? ¿Crees que habría permitido que el mundo fuera lo que es hoy? No te enseñaré, ni a ti ni a nadie, una religión que no pueda responder a mis preguntas. Nunca más.

Brisa guardó silencio.

Sazed se palpó el estómago. Los comentarios de Brisa le dolían. Le hacían recordar aquel terrible momento del año pasado, el momento en que Tindwyl murió. Cuando Sazed luchó contra Marsh en el Pozo de la Ascensión, y casi había muerto también él. Incluso a través de sus ropas, podía notar las cicatrices en el abdomen, donde Marsh le había golpeado con un puñado de anillas de metal, hasta perforarle la piel y casi acabar con su vida.

Había recurrido al poder feruquímico de aquellos mismos anillos para salvar la vida y sanar su cuerpo, absorbiéndolos. Sin embargo, poco después, cuando ya había recuperado algo de fuerza, hizo que un cirujano le extrajera los anillos del cuerpo. Pese a las protestas de Vin de que tenerlos dentro sería una ventaja, a Sazed le preocupaba que fuera malo para la salud llevarlos incrustados en su propia carne. Además, quería librarse de ellos.

Brisa se volvió para mirar por la ventana.

—Siempre fuiste el mejor de nosotros, Sazed —dijo en voz baja—. Porque creías en algo.

—Lo siento, Lord Brisa. No pretendía decepcionarte.

—¡Oh!, no me decepcionas. Porque no me creo lo que acabas de decir. No has nacido para ser ateo, Sazed. Tengo la sensación de que no sirves para eso: no te cuadra. Tarde o temprano, te recuperarás.

Sazed se volvió desde la ventana. Era desenvuelto para ser terrisano, pero no deseaba seguir discutiendo.

—Nunca te he dado las gracias —dijo Brisa.

—¿Por qué, Lord Brisa?

—Por ayudarme a recuperarme. Por obligarme a levantarme, hace ahora un año, y seguir adelante. Si no me hubieras ayudado, no sé qué habría sido de mí.

Sazed asintió. Por dentro, sin embargo, sus pensamientos fueron más amargos.
Sí, viste destrucción y muerte, amigo mío. Pero la mujer a la que amas sigue viva. Yo podría recuperarme también, si no la hubiera perdido. Podría haberme recuperado, como tú hiciste.

La puerta se abrió.

Sazed y Brisa se dieron la vuelta. Entró un asistente, con una elaborada hoja de pergamino. El rey Lekal había firmado el tratado al pie. Su firma se veía pequeña, casi apretada, en el gran espacio permitido. Sabía que estaba derrotado.

El asistente depositó el tratado sobre la mesa, y luego se retiró.

Capítulo 5

Cada vez que Rashek trataba de arreglar las cosas, las empeoraba. Tuvo que cambiar las plantas del mundo para que pudieran sobrevivir en el nuevo y endurecido entorno. Sin embargo, ese cambio hizo que las plantas fueran menos nutritivas para la humanidad. De hecho, la ceniza que caía habría hecho enfermar a los hombres, haciéndoles toser como quienes pasaban demasiado tiempo en las minas bajo tierra. Por eso Rashek cambió también a la humanidad, alterándolos para que pudieran sobrevivir.

Elend se arrodilló junto al inquisidor caído, tratando de ignorar el estropicio que quedaba de la cabeza de la criatura. Vin se acercó, y él advirtió la herida en su antebrazo. Como de costumbre, ella la ignoraba.

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