Ya había discusiones sobre metodología y doctrina, y cada ciudad del Nuevo Imperio desarrollaba su propia variante mutada de la religión.
En el pasado, Sazed había enseñado religiones sin sentir la necesidad de creer en cada una de ellas. Las había aceptado como algo especial por derecho propio, y las ofrecía como un camarero puede ofrecer un aperitivo que a él mismo no le gusta comer.
Hacerlo ahora le parecía hipócrita. Si este pueblo necesitaba fe, no sería él quien se la ofreciera. No enseñaría más mentiras.
Sazed se enjugó la cara con la fría agua de la palangana, disfrutando del placentero sobresalto. El agua le corrió por las mejillas y la barbilla, y se llevó consigo manchas de ceniza. Se secó la cara con una toalla limpia, y luego sacó su cuchilla y su espejo para poder afeitarse la cabeza de forma adecuada.
—¿Por qué sigues haciendo eso? —preguntó una voz inesperada.
Sazed se dio media vuelta. Su tienda del campamento estaba vacía unos momentos antes. Ahora, sin embargo, había alguien detrás de él. Sazed sonrió.
—Lady Vin.
Ella se cruzó de brazos y arqueó una ceja. Siempre se había movido sigilosamente, pero se estaba volviendo tan buena en eso que lo sorprendía incluso a él. Apenas había agitado la puerta de lona de la tienda al entrar. Vestía su habitual camisa y pantalones, al modo masculino, aunque durante los dos últimos años se había dejado crecer sus negros cabellos hasta los hombros. Hubo una época en que Vin parecía agazaparse allá donde fuera, siempre tratando de esconderse, casi sin mirar a nadie a los ojos. Eso había cambiado. Seguía siendo fácil de pasar por alto, con sus modales silenciosos, su fina figura y su pequeña estatura. Sin embargo, ahora siempre miraba a la gente a los ojos.
Y eso marcaba una gran diferencia.
—El general Demoux dijo que estabas descansando, Lady Vin —advirtió Sazed.
—Demoux sabe que no debe dejarme dormir con tu llegada.
Sazed sonrió para sí, y luego señaló una silla para que ella pudiera sentarse.
—Puedes seguir afeitándote —dijo ella—. No pasa nada.
—Por favor —dijo él, señalando de nuevo.
Vin suspiró, y tomó asiento.
—No has contestado a mi pregunta, Saze —dijo—. ¿Por qué sigues llevando ese atuendo de mayordomo? ¿Por qué sigues afeitándote la cabeza como los servidores de Terris? ¿Por qué te preocupa que afeitarte delante de mí pueda parecer una falta de respeto? Ya no eres un sirviente.
Sazed suspiró, y se sentó lentamente frente a Vin.
—No estoy muy seguro de lo que soy, Lady Vin.
Las paredes de la tienda se agitaban con la suave brisa, y un poco de ceniza se filtraba por la puerta que Vin no había atado al entrar. Frunció el ceño ante el comentario del terrisano.
—Eres Sazed.
—El embajador jefe del emperador Venture.
—No —repuso Vin—. Puede que eso sea lo que haces, pero no es lo que eres.
—¿Y qué soy, entonces?
—Sazed —repitió ella—. Guardador de Terris.
—¿Un guardador que ya no lleva sus mentecobres?
Vin miró hacia un rincón, hacia el arcón donde las guardaba. Sus mentecobres, los almacenes feruquímicos que contenían las religiones, historias, narraciones y leyendas de pueblos muertos hacía mucho tiempo. Todo estaba allí esperando ser contado, esperando ser ampliado.
—Me temo que me he convertido en un hombre muy egoísta, Lady Vin —confesó Sazed en voz baja.
—No digas tonterías —rebatió ella—. Te has pasado toda la vida sirviendo a los demás. No conozco a nadie más desprendido que tú.
—Agradezco ese sentimiento. Pero me temo que he de discrepar. El dolor no es algo nuevo para nuestro pueblo, Lady Vin. Tú conoces mejor que nadie, creo, las penalidades de la vida en el Imperio Final. Todos hemos perdido a seres queridos. Y, sin embargo, parece que soy el único incapaz de superar mi pérdida. Me siento infantil. Sí, Tindwyl está muerta. Sinceramente, no pasé mucho tiempo con ella antes de que falleciera. Así que no tengo motivos para sentirme como me siento.
»Sin embargo, no puedo despertarme por la mañana y no ver oscuridad ante mí. Cuando coloco las mentes de metal en mis brazos, siento frío en la piel y recuerdo el tiempo que pasé con ella. La vida carece de toda esperanza. Debería poder seguir adelante, pero me resulta imposible. Creo que soy débil de voluntad.
—Eso no es cierto, Sazed.
—Discrepo.
—¿Ah, sí? —preguntó Vin—. Si en verdad fueras débil de voluntad, ¿discreparías de mí?
Sazed vaciló, luego sonrió.
—¿Desde cuándo eres tan buena con la lógica?
—Es lo que tiene vivir con Elend —dijo Vin con un suspiro—. Si prefieres las discusiones irracionales, no te cases con un erudito.
Casi lo hice
. El pensamiento llegó a Sazed libremente, pero éste apagó su sonrisa de todas formas. Vin debió de darse cuenta, pues dio un leve respingo.
—Lo siento —dijo, apartando la mirada.
—No importa, Lady Vin —contestó Sazed—. Es que… me siento tan débil. No puedo ser el hombre que mi pueblo espera que sea. Tal vez sea el último de los guardadores. Ha pasado un año desde que los inquisidores atacaron mi patria y mataron incluso a los feruquímicos niños. Desde entonces, no hemos visto ninguna prueba de que sobrevivieran otros miembros de mi secta. Seguramente existían otros fuera de la ciudad, pero o bien los inquisidores los encontraron o bien lo hizo alguna otra tragedia. De eso creo que no ha faltado últimamente.
Vin permaneció sentada con las manos en el regazo, con aspecto extrañamente débil a la escasa luz. Sazed frunció el ceño al ver la expresión afligida de su rostro.
—¿Lady Vin?
—Lo siento —dijo ella—. Es que… siempre has sido el que da consejo, Sazed. Pero ahora lo que necesito es consejo sobre ti.
—Me temo que no hay ningún consejo que dar.
Permanecieron en silencio unos instantes.
—Encontramos el alijo —dijo Vin—. La penúltima caverna. Te hice una copia de las palabras que encontramos; las grabamos en una fina placa de acero para que se conservaran.
—Gracias.
Vin parecía insegura:
—No vas a mirarla, ¿verdad?
Sazed vaciló, luego sacudió la cabeza:
—No lo sé.
—No puedo hacer esto sola, Sazed —susurró Vin—. No puedo luchar yo sola. Te necesito.
Se hizo el silencio en la tienda.
—Yo… hago lo que puedo, Lady Vin —dijo por fin Sazed—. A mi manera. He de encontrar respuestas para mí mismo antes de poder proporcionárselas a nadie más. No obstante, haz que envíen el boceto a mi tienda. Prometo que al menos le echaré un vistazo.
Ella asintió, y luego se puso en pie.
—Elend va a celebrar una reunión esta noche. Para planear nuestros próximos movimientos. Quiere que asistas.
Vin dejó en el aire un leve rastro de perfume cuando se disponía a marcharse. Se detuvo junto a la silla de Sazed.
—Hubo una época, tras haber asumido el poder en el Pozo de la Ascensión, en que pensé que Elend iba a morir.
—Pero no lo hizo —respondió Sazed—. Sigue con vida.
—No importa —dijo Vin—. El caso es que creí que había muerto. Supe que se estaba muriendo… Tuve ese poder, Sazed, un poder que no puedes imaginar. Un poder que jamás podrás imaginar. El poder de destruir y rehacer mundos. El poder de ver y comprender. Vi a Elend, y supe que iba a morir. Supe que tenía en mi mano el poder para salvarlo.
Sazed alzó la cabeza.
—Pero no lo hice —dijo Vin—. Dejé que se desangrara, y liberé en cambio el poder. Lo consigné a la muerte.
—¿Cómo? —preguntó Sazed—. ¿Cómo pudiste hacer algo así?
—Porque lo miré a los ojos, y supe que era lo que él quería que hiciese. Tú me diste eso, Sazed. Me enseñaste a amarlo lo suficiente para dejarlo morir.
Lo dejó solo en la tienda. Momentos después, cuando se disponía a seguir afeitándose, encontró algo junto a la palangana. Un papelito doblado.
Contenía el ajado y borroso dibujo de una extraña planta. Una flor. La imagen perteneció en su día a Mare. Había pasado de ella a Kelsier, y luego a Vin.
Sazed cogió el papel, preguntándose qué querría decir Vin con aquel dibujo. Finalmente, lo dobló y se lo guardó en la manga, luego continuó afeitándose.
El Primer Contrato, a menudo mencionado por los kandra, fue en un principio sólo una serie de promesas hechas al Lord Legislador por la Primera Generación. Anotaron estas promesas, y al hacerlo codificaron las primeras leyes kandra. Les preocupaba gobernarse solos, independientemente del Lord Legislador y de su imperio. Por eso, tomaron lo que le habían escrito y le pidieron su aprobación.
Él les ordenó que lo grabaran en acero, y luego firmó personalmente al pie. Este código fue lo primero que aprendieron los kandra al despertar de su vida como espectros de la bruma. Contenía órdenes para reverenciar a las generaciones anteriores, sencillos derechos legales garantizados a cada uno, instrucciones para crear nuevos kandra y una exigencia de dedicación total al Lord Legislador.
Lo más preocupante: el Primer Contrato contenía una orden que, invocada, requería el suicidio en masa de todo el pueblo kandra.
KanPaar se inclinó hacia delante en su atril, los huesos rojo cristalino chispearon a la luz de las lámparas.
—Muy bien, pues, TenSoon, traidor al pueblo kandra. Has exigido este juicio. Haz tu alegato.
TenSoon inspiró profundamente (¡qué bueno era poder hacerlo de nuevo!) y abrió la boca para hablar.
—Diles —continuó KanPaar, con una mueca indescifrable—, explica, si puedes, por qué mataste a uno de los nuestros. A un compañero kandra.
TenSoon vaciló. El Cubil de la Confianza permaneció en silencio: las generaciones de kandra estaban demasiado bien educadas para agitarse y hacer ruido como una muchedumbre de humanos. Permanecieron sentados con sus cuerpos de roca, madera e incluso metal, esperando la respuesta de TenSoon.
La pregunta de KanPaar no era la que TenSoon esperaba.
—Sí, maté a un kandra —dijo TenSoon, desnudo y helado en la plataforma—. Eso no está prohibido.
—¿Tiene que estar prohibido? —acusó KanPaar, señalando—. Los humanos se matan unos a otros. Los koloss se matan unos a otros. Pero ambos pertenecen a Ruina. Nosotros pertenecemos a Conservación, el elegido del Padre. ¡No nos matamos unos a otros!
TenSoon frunció el ceño. Era una línea de interrogatorio muy extraña.
¿Por qué pregunta esto?
, pensó.
Mi traición a todo nuestro pueblo es, sin duda, más grande que el asesinato de uno de sus miembros.
—Me sentí obligado por mi Contrato —dijo TenSoon sinceramente—. Debes saberlo, KanPaar. Fuiste tú quien me asignó al humano Straff Venture. Todos sabemos qué clase de persona era.
—No muy distinta de cualquier otro
hombre
—escupió uno de los Segundos.
En otro tiempo, TenSoon habría estado de acuerdo. Pero sabía que algunos humanos eran distintos. Había traicionado a Vin, y sin embargo ella nunca lo odió por ello; muy al contrario, lo comprendió y se apiadó de él. Aunque no se habían hecho aún amigos, aunque él no había llegado a respetarla demasiado, ese momento le había ganado su devota lealtad.
Vin contaba con él sin saberlo. TenSoon se irguió un poco y miró a KanPaar a los ojos.
—Fui asignado al humano Straff Venture por Contrato pagado —dijo—. Me entregó a los caprichos de su retorcido hijo, Zane. Fue Zane quien me ordenó que matara al kandra OreSeur y ocupara su lugar, para poder espiar a la mujer Vin.
Hubo unos cuantos susurros apagados ante la mención de ese nombre.
Sí, habéis oído hablar de ella. La que mató al Padre.
—¿Y por eso hiciste lo que ordenó ese tal Zane? —preguntó KanPaar en voz alta—. Mataste a otro kandra. ¡Asesinaste a un miembro de tu propia generación!
—¿Crees que me gustó? —replicó TenSoon—. OreSeur era mi hermano de generación… ¡Un kandra al que conocía desde hacía setecientos años! Pero… el Contrato…
—Prohíbe matar.
—Prohíbe matar hombres.
—¿Y no es la vida de un kandra más valiosa que la vida de un hombre?
—Las palabras son específicas, KanPaar —replicó TenSoon—. Las conozco bien. ¡Yo ayudé a escribirlas! ¡Ambos estábamos allí cuando se crearon estos contratos de servicio usando el Primer Contrato como modelo! Nos prohíben matar humanos, pero no matarnos entre nosotros.
KanPaar se inclinó de nuevo hacia delante.
—¿Discutiste esto con Zane? ¿Sugeriste quizá que se encargara él mismo del asesinato? ¿Trataste siquiera de no matar a uno de los nuestros?
—No discuto con mis amos —dijo TenSoon—. Y, desde luego, no quería decirle al humano Zane cómo matar a un kandra. Su inestabilidad era bien conocida.
—Así que no discutiste. Simplemente mataste a OreSeur. Y luego ocupaste su lugar, fingiendo ser él.
—Eso es lo que hacemos —dijo TenSoon, con frustración—. Ocupamos el lugar de otros, actuando como espías. ¡De eso trata el Contrato!
—¡Les hacemos estas cosas a los humanos! —exclamó otro Segundo—. Éste es el primer caso en que se ha empleado a un kandra para imitar a otro kandra. Sientas un precedente preocupante.
Fue brillante
, pensó TenSoon.
Odio a Zane por obligarme a hacerlo, pero puedo ver la genialidad inherente. Vin ni siquiera sospechó de mí. ¿Quién iba a hacerlo?
—Tendrías que haberte negado —dijo KanPaar—. Tendrías que haber pedido que clarificara tu Contrato. ¡Si empiezan a usarnos de esta forma, para que nos matemos los unos a los otros, podríamos ser exterminados en cuestión de años!