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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Héroe de las Eras (17 page)

—Nos traicionaste a todos con tu imprudencia —dijo otro.

¡Ah!
, pensó TenSoon.
Así que éste es su plan. Me establecen como traidor primero, para que lo que yo diga carezca de credibilidad más adelante
. Sonrió. Era miembro de la Tercera Generación: ya era hora de empezar a actuar como tal.

—¿Nos traicioné con mi imprudencia? —preguntó TenSoon—. ¿Y vosotros, gloriosos Segundos? ¿Quién permitió que se asignara un Contrato al mismísimo Kelsier? ¡Asignasteis un servidor kandra al hombre que planeaba matar al Padre!

KanPaar se envaró, como si lo hubieran abofeteado, el rostro transparente lleno de ira a la luz azulina de las lámparas.

—¡No te corresponde lanzar acusaciones, Tercero!

—Parece que ya no me corresponde nada —replicó TenSoon—. Ni a ninguno de nosotros, ahora que el Padre está muerto. No tenemos ningún derecho a quejarnos, pues ayudamos a que sucediera.

—¿Cómo íbamos a saber que ese hombre tendría éxito donde otros no lo tuvieron? —farfulló un Segundo—. Pagó tan bien que…

KanPaar cortó al otro con una brusca gesticulación. No estaba bien que los miembros de la Segunda Generación se defendieran. Sin embargo, HunFoor, el kandra que había hablado, nunca había encajado del todo con los demás miembros de su generación. Era un poco más… denso.

—No hablarás más de esto, Tercero —dijo KanPaar, señalando a TenSoon.

—¿Cómo puedo defenderme, si no puedo…?

—No estás aquí para defenderte. Esto no es una vista: ya has admitido tu culpa. Esto es un juicio. ¡Explica tus acciones, y deja que la Primera Generación decida tu destino!

TenSoon guardó silencio. No era el momento de insistir. Todavía no.

—Lo que hiciste al ocupar el lugar de uno de tus propios hermanos ya es bastante malo de por sí —dijo KanPaar—. ¿Es necesario seguir hablando, o aceptarías ya tu juicio?

—Ambos sabemos que la muerte de OreSeur tiene poco que ver con mi presencia aquí —respondió TenSoon.

—Muy bien. Continuemos pues. ¿Por qué no explicas a la Primera Generación por qué, si eres un kandra tan fiel a los Contratos, rompiste el Contrato con tu amo, desobedeciendo sus intereses para ayudar en cambio a su enemigo?

La acusación de KanPaar resonó en la sala. TenSoon cerró los ojos y recordó aquel día de hacía más de un año. Recordó estar sentado tranquilamente en el suelo de la Fortaleza Venture, viendo cómo combatían Zane y Vin.

No. No fue un combate. Zane estaba quemando atium, que lo hacía casi invencible. Había jugado con Vin, manipulándola y burlándose de ella.

Vin no era el ama de TenSoon: TenSoon había matado a su kandra y ocupado su lugar, la espiaba siguiendo órdenes de Zane. Y Zane era su amo. Él era quien tenía su Contrato.

Pero, en contra de toda su formación, TenSoon ayudó a Vin. Y, al hacerlo, le reveló el gran Secreto de los kandra. Su debilidad: que un alomántico podía usar sus poderes para asumir el control absoluto del cuerpo de un kandra. Los kandra servían a sus Contratos para mantener oculto este Secreto: se convertían en sirvientes para no acabar siendo esclavos. TenSoon abrió los ojos y contempló la silenciosa cámara. Era el momento que estaba esperando.

—No rompí mi Contrato —anunció.

KanPaar bufó:

—¡Dijiste lo contrario cuando viniste a vernos hace un año, Tercero!

—Os conté lo que había sucedido —dijo TenSoon, irguiéndose—. Lo que dije no era mentira. Ayudé a Vin en vez de a Zane. Debido en parte a mis acciones, mi amo acabó muerto a los pies de Vin. Pero yo no rompí mi Contrato.

—¿Estás dando a entender que Zane quería que ayudaras a su enemigo? —dijo KanPaar.

—No —contestó TenSoon—. No rompí mi Contrato porque decidí servir a un Contrato superior. ¡El Primer Contrato!

—¡El Padre está muerto! —exclamó uno de los Segundos—. ¿Cómo ibas a poder cerrar un Contrato con él?

—Está muerto —dijo TenSoon—. Eso es cierto. ¡Pero el Primer Contrato no murió con él! Vin, la Heredera del Superviviente, fue quien mató al Lord Legislador. Ella es nuestra Madre ahora. ¡Nuestro Primer Contrato es para con ella!

TenSoon había esperado oír gritos de blasfemia y condena. En cambio, recibió un silencio de asombro. KanPaar permaneció de pie, aturdido, tras su atril de piedra. Los miembros de la Primera Generación guardaron silencio, como de costumbre, sentados en sus huecos en penumbra.

Bien
, pensó TenSoon.
Supongo que eso significa que debo continuar.

—Tuve que ayudar a la mujer, Vin —dijo—. No pude dejar que Zane la matara, pues tenía un deber para con ella… un deber que comenzó en el momento en que ella ocupó el lugar del Padre.

KanPaar al fin encontró la voz.

—¿Ella? ¿Nuestra Madre? ¡Mató al Lord Legislador!

—Y ocupó su lugar —dijo TenSoon—. En cierto modo, es una de nosotros.

—¡Tonterías! —exclamó KanPaar—. Esperaba racionalizaciones, TenSoon… quizás incluso mentiras. Pero ¿estas fantasías? ¿Estas blasfemias?

—¿Has estado fuera recientemente, KanPaar? —preguntó TenSoon—. ¿Has dejado la Tierra Natal en el último siglo? ¿Comprendes lo que está sucediendo? El Padre está muerto. La tierra es un clamor. A mi regreso hace un año, vi los cambios en las brumas. Ya no se comportan como solían. Nosotros no podemos seguir como hasta ahora. ¡La Segunda Generación puede que no lo advierta, pero ha llegado Ruina! La vida terminará. ¡El tiempo del que hablaron los forjadores de mundos, quizás el tiempo de la Resolución, está aquí!

—Deliras, TenSoon. Has pasado demasiado tiempo entre los humanos…

—Cuéntales a todos de qué trata esto realmente, KanPaar —interrumpió TenSoon, alzando la voz—. ¿No quieres que se sepa mi verdadero pecado? ¿No quieres que los otros se enteren?

—No fuerces esto, TenSoon —dijo KanPaar, señalando de nuevo—. Lo que has hecho es ya bastante malo. No lo empeores…

—Se lo dije a ella —interrumpió TenSoon de nuevo—. Le conté nuestro Secreto. Al final, me utilizó. Como los alománticos de antaño. ¡Asumió el control de mi cuerpo, usando el Defecto, y me hizo luchar contra Zane! Esto es lo que he hecho. Nos he traicionado a todos. Ella lo sabe… y estoy seguro de que se lo ha contado a otros. Pronto todos sabrán cómo controlarnos. ¿Y sabéis por qué lo hice? ¿No pretende este juicio dejarme expresar mi propósito?

Siguió hablando, pese al hecho de que KanPaar trataba de hablar más alto.

—Lo hice porque ella tiene derecho a conocer nuestro Secreto —gritó TenSoon—. ¡Es la Madre! Heredó todo lo que tenía el Lord Legislador. Sin ella, no somos nada. ¡No podemos crear nuevas Bendiciones, o nuevos kandra, por nuestra cuenta! ¡Ahora la Confianza es suya! Deberíamos acudir a ella. Si esto es realmente el final de todas las cosas, entonces vendrá la Resolución. Ella…

—¡Basta! —chilló KanPaar.

La sala volvió a quedar en silencio.

TenSoon permaneció en pie, respirando entrecortadamente. Durante un año, atrapado en su pozo, había planeado cómo proclamar esa información. Su pueblo había pasado mil años, diez generaciones, siguiendo los dictados del Primer Contrato. Merecían oír lo que le había sucedido.

Y, sin embargo, parecía tan… inadecuado gritarlo como un humano loco. ¿Lo creería alguien? ¿Cambiaría algo?

—Tú mismo reconoces que nos has traicionado —dijo KanPaar—. Has roto el Contrato, has asesinado a un miembro de tu propia generación, y has contado a una humana cómo dominarnos. Exiges ser juzgado. Así sea.

TenSoon se volvió en silencio, y miró hacia los nichos desde donde observaban los miembros de la Primera Generación.

Tal vez… tal vez ellos vean que lo que digo es verdad. Tal vez mis palabras los despierten, y caigan en la cuenta de que debemos ofrecer nuestro servicio a Vin, en vez de seguir sentados en estas cuevas esperando a que el mundo termine a nuestro alrededor.

Pero no sucedió nada. Ningún movimiento, ningún sonido. En ocasiones, TenSoon se preguntaba si aún vivía alguien allá arriba. No había hablado con ningún miembro de la Primera Generación desde hacía siglos: limitaban su comunicación estrictamente a los Segundos.

Si aún vivían, ninguno aprovechó la oportunidad de ofrecer clemencia a TenSoon. KanPaar sonrió.

—La Primera Generación ha ignorado tu alegato, Tercero —dijo—. Por tanto, como servidores suyos, nosotros, la Segunda Generación, juzgamos por su cuenta. Tu sentencia tendrá lugar dentro de un mes.

TenSoon frunció el ceño.
¿Un mes? ¿Por qué esperar?

Sea como fuere, ya todo había terminado. Inclinó la cabeza, suspirando. Había dicho lo que tenía que decir. Ahora los kandra sabían que su Secreto se había filtrado: los Segundos no podrían seguir ocultando ese hecho. Tal vez sus palabras llevarían a su pueblo a la acción.

Probablemente, TenSoon nunca lo sabría.

Capítulo 12

Rashek trasladó el Pozo de la Ascensión, obviamente.

Fue muy astuto por su parte: quizá lo más inteligente que hizo. Sabía que el poder regresaría un día al Pozo, pues un poder semejante (el poder fundamental sobre el que estaba formado el mundo) no se agota sin más. Puede ser usado, y por tanto difundido, pero siempre se renueva.

Así, sabiendo que los rumores e historias persistirían, Rashek cambió el paisaje mismo del mundo. Puso montañas en lo que sería el norte, y llamó Terris a ese lugar. Luego allanó su auténtica tierra natal, y construyó allí su capital.

Construyó su palacio alrededor de esa sala en su centro, la sala donde meditaba, la sala réplica de su antigua casa en Terris. Un refugio creado momentos antes de que su poder se agotara.

—Estoy preocupada por él, Elend —dijo Vin, sentada en su petate.

—¿Por quién? —preguntó Elend, apartando la mirada del espejo—. ¿Por Sazed?

Vin asintió. Cuando Elend despertó de su siesta, ella ya estaba levantada, bañada y vestida. A veces ella le preocupaba, de tanto como se esforzaba. Le preocupaba aún más ahora que él mismo era un nacido de la bruma, y comprendía las limitaciones del peltre. El metal reforzaba el cuerpo, permitía posponer la fatiga… pero a un precio. Cuando el peltre se agotaba o se apagaba, la fatiga regresaba, aplastándote como una pared que se te desploma encima.

Sin embargo, Vin continuaba. Elend también quemaba peltre, esforzándose, pero ella parecía dormir la mitad que él. Era más dura que Elend, fuerte de un modo que él jamás conocería.

—Sazed se ocupará de sus problemas —dijo Elend, volviéndose hacia el espejo—. Debe de haber perdido gente antes.

—Esto es distinto —respondió Vin.

Elend podía verla en el reflejo con sus sencillas ropas, sentada tras él de piernas cruzadas. El inmaculado uniforme blanco de Elend era justo lo contrario. Resplandecía con sus botones de madera pintados de dorado, hechos expresamente con muy poco metal para que no les afectara la alomancia. Las ropas habían sido confeccionadas con un tejido especial del que era más fácil limpiar la ceniza. A veces, Elend se sentía culpable por todo el trabajo que hacía falta para que pareciera regio. Sin embargo, era necesario. No por su vanidad, sino por su imagen. La imagen por la que sus hombres marchaban a la guerra. En una tierra negra, Elend vestía de blanco… y se convertía en un símbolo.

—¿Distinto? —preguntó Elend, abotonándose las mangas de su camisa—. ¿Qué hay de distinto en la muerte de Tindwyl? Cayó durante el ataque a Luthadel. Igual que Clubs y Dockson. Tú mataste a mi propio padre en esa batalla, y yo decapité a mi mejor amigo poco después. Todos perdimos gente.

—Él dijo algo parecido —contestó Vin—. Pero para él es más que sólo una muerte. Creo que ve una especie de traición en la muerte de Tindwyl: de nosotros, siempre fue el que tenía fe. De algún modo, la perdió cuando ella murió.

—¿El único de nosotros que tenía fe? —preguntó Elend, cogiendo un alfiler de madera pintado de plata de la mesa y colocándoselo en la casaca—. ¿Y eso?

—Tú perteneces a la Iglesia del Superviviente, Elend —dijo Vin—. Pero no tienes fe. No como la tenía Sazed. Fue como… si supiera que todo iba a salir bien. Confiaba en que algo vigilaba el mundo.

—Lo superará.

—No es sólo él, Elend. Brisa lo intenta con demasiada fuerza.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Elend, divertido.

—Empuja las emociones de todo el mundo —dijo Vin—. Empuja demasiado, tratando de hacer felices a los demás, y se ríe con demasiadas ganas. Está asustado, preocupado. Lo muestra exagerando.

Elend sonrió:

—Y tú te estás volviendo tan mala como él, leyendo las emociones de todo el mundo y diciéndoles cómo se sienten.

—Son mis amigos, Elend. Los conozco. Y, te lo digo… están cediendo. Uno a uno, empiezan a pensar que no podremos ganar esta batalla.

Elend abrochó el último botón, y luego se miró en el espejo. A veces, todavía se preguntaba si encajaba con el traje, con su blancura inmaculada y su realeza implícita. Se miró a los ojos, la barba corta, el cuerpo de guerrero, la piel cubierta de cicatrices. Miró aquellos ojos, buscando al rey tras ellos. Como siempre, no le acabó de impresionar lo que veía.

Siguió adelante de todas formas, pues era lo mejor que tenían. Tindwyl le había enseñado eso.

—Muy bien —dijo—. Confío en que tengas razón respecto a los otros… haré algo para remediarlo.

Después de todo, ése era su trabajo. El título de emperador llevaba consigo un solo deber.

Mejorarlo todo.

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