Por el montículo de porquería asomó un enorme grillo negro del tamaño de un sabueso. El monstruo se estremeció, agitando con furia las antenas a uno y otro lado mientras giraba sus ojos poliédricos y opacos para observar a los sucios viajeros. Las patas traseras, melladas como una tabla de lavar, se alzaron y se frotaron unas contra otras como si fuera el roce de un arco sobre un violín, y de nuevo el mortífero sonido se extendió por el claro. Las oleadas de dolor intenso parecían reducir a ceniza la voluntad de Danilo: le temblaban las rodillas y perdió contacto con la empuñadura de su espada, mientras a su alrededor los demás caían impotentes al suelo. El grillo gigantesco se deslizó para acercarse a su presa.
Elaith fue el primero en ponerse de pie. El elfo desenfundó su espada y embistió al monstruo. La estocada consiguió segarle una antena, pero la criatura prosiguió su avance. Elaith volvió a embestir una y otra vez, pero la dura coraza del grillo evitaba que los aguijonazos le alcanzaran el cuerpo. El elfo soltó un grito para que los demás lo ayudaran; los luchadores se situaron en círculo y empezaron a atacar al grillo por todos los flancos. El insecto giraba y atacaba con movimientos convulsivos, pero parecía salir ileso de los repetidos ataques.
Morgalla salió a la carga, con la lanza en posición horizontal, mientras soltaba un grito dedicado al dios enano de la guerra. La punta de la lanza encontró un punto vulnerable entre la coraza blindada de la cabeza del grillo y el tórax, y se hundió en profundidad. El grillo reculó y, con el impulso, levantó del suelo a la enana.
Morgalla se quedó agarrada a su arma y embistió con todas sus fuerzas hacia el monstruoso insecto, lo cual consiguió hundir todavía más la lanza. El grillo empezó a sacudirse y revolcarse, intentando apartar de sí aquel tormento enano, pero la mujer se mantuvo en posición y, aprovechando cada sacudida, seguía hurgando y girando la punta de la lanza en busca de algún punto vital. Danilo y los demás seguían dispuestos en círculo con las espadas desenfundadas, pero no se atrevían a embestir al grillo por miedo a dañar a Morgalla.
El monstruo cargó todo su peso en las cuatro patas delanteras e intentó usar su última defensa. Una vez más, se frotó las patas traseras y, una vez más también, el sonido desgarrador se extendió por el claro.
Morgalla se encogió, angustiada, e intentó taparse los oídos con las manos. Se dejó caer lo más lejos posible del grillo y rodó por el suelo varias veces intentando poner tanto espacio como fuera posible entre ella y aquel canto mortificante. El grillo se abalanzó tras ella y la agarró por la bota con la mandíbula en forma de tenaza. Luego, reculó hacia la pila de escombros arrastrando consigo a la enana. Morgalla se agarraba como podía a las ramas que cubrían el suelo e intentaba encontrar un punto de apoyo. Tanto Wyn como Danilo fueron a echar mano de forma instintiva a sus instrumentos, pero se encontraron con las manos vacías: el del elfo había sido arrastrado por el vendaval y dos cuerdas del laúd de Danilo se habían roto. Balindar se irguió y echó a correr detrás de la enana, gritando y atacando al monstruo, pero ni siquiera con su fuerza pudo detener la retirada del grillo.
De repente una imagen ya vivida parpadeó en la mente de Danilo mientras apartaba a un lado el laúd inútil y se ponía de pie: la imagen de Arilyn clavando en el cráneo de varios centímetros de espesor de un ogro su hoja de luna. Incluso aunque no poseyeran magia, las espadas forjadas por los elfos eran más fuertes que ningún otro acero. Sin pensar en las consecuencias, se volvió y tiró de la hoja de luna adormecida de Elaith antes de abalanzarse hacia delante y hundir la hoja en una de las mortíferas patas traseras del bicho. La hoja de luna elfa se incrustó en profundidad y segó el miembro por la articulación. El monstruo soltó a Morgalla y salió a toda prisa con el cuerpo ladeado como un barco que zozobrara.
Balindar puso a Morgalla de pie. La tozuda enana apartó de un empujón al hombre y echó a correr en persecución del grillo. Agarró la lanza y, después de arrancarla del cuerpo del monstruo, trazó un ágil movimiento y la hundió en el ojo. Luego, usando la lanza a modo de palanca, embistió hacia adelante y, bajo la fuerza de su asalto, la dura coraza acabó quebrándose con un fuerte crujido. Morgalla dio un brinco hacia atrás mientras se limpiaba una salpicadura de sangre del rostro para ver cómo el grillo se tambaleaba y, tras varias sacudidas, se quedaba por fin inmóvil en el suelo.
En cuanto hubo pasado el peligro inmediato, Danilo soltó la hoja de luna y se volvió hacia Elaith, con las manos alzadas a modo de disculpa, pero el elfo de la luna no se dio cuenta porque tenía el rostro contraído de rabia y se abalanzaba ya en silencio sobre el Arpista.
Danilo se precipitó al suelo y rodó hacia la izquierda, mientras oía cómo el siseo de una daga rozaba peligrosamente su oreja derecha. Se puso de pie de un brinco y desenfundó su propia espada. Elaith ya se había levantado, con una daga en una mano y un largo puñal de plata en la otra.
Wyn Bosque Ceniciento se interpuso entre los contrincantes. A pesar de que era casi un palmo más bajo que Dan o Elaith, el menudo elfo tenía una determinación en la mirada que ninguno de ellos podía pasar por alto. Los luchadores bajaron involuntariamente las armas.
—Dime de qué manera ha deshonrado este humano la espada elfa, lord Craulnober —preguntó, con los fríos ojos verdes fijos en el enojado elfo de la luna—. ¿Acaso no han sido forjadas las hojas de luna para llevar a cabo grandes gestas? El Arpista salvó una vida, quizá todas nuestras vidas. Si su empeño no hubiese valido la pena, una hoja de luna, aunque adormecida, lo habría atacado. No juzgues aquello que la hoja de luna no ha juzgado porque al hacerlo deshonras a la espada. —Las palabras no pronunciadas «más de lo que ya lo has hecho» quedaron en el aire.
Elaith enfundó sus armas y recogió la vieja hoja de luna. Sin mediar palabra, se dio la vuelta y echó a andar rumbo al devastado bosque.
—Todavía tendrás que luchar con ése —comentó Morgalla. Arrancó su lanza del monstruo y se situó junto a Danilo—. Estoy en deuda contigo, bardo.
—Pues págame la deuda dejándome que luche con él cuando llegue el momento.
El tono de voz del Arpista era tranquilo e inusualmente severo, y la enana asintió. Con un profundo suspiro, Danilo se volvió a mirar la pila de escombros.
Estuvieron excavando hasta recuperar a todos los hombres. Orcoxidado no fue hallado a tiempo, y se encontraron varios mercenarios más, de cuyos nombres Danilo apenas se acordaba, con los cuerpos destrozados y medio devorados por el grillo gigante. Después de que los supervivientes enterraran a los muertos en tumbas profundas, Wyn salió en busca del ermitaño que había huido mientras los demás se daban un baño en las aguas frías y profundas del arroyo.
Tras darse un chapuzón superficial en el río, Vartain sacó el pergamino de su bolsa de cuero y prosiguió con su estudio. Danilo salió del arroyo, helado y chorreando agua. Desechó la túnica mojada que llevaba y empezó a sacar ropa seca de su bolsa mágica. Los demás se quedaron boquiabiertos al ver que extraía una blusa de hilo fino, una capa verde oscuro, pantalones, una muda, medias y hasta un par de botas. El Arpista alzó la vista y vio que tenía audiencia.
—Llevo mis pertenencias —comentó, mientras proseguía revolviéndolo todo—. Aquí hay de todo. No os creeríais cuánto cabe aquí. Tengo algo que puede serte útil, Morgalla, al menos hasta que Wyn regrese con tu poni y tu bolsa de viaje. Por fortuna, teníais ya los caballos preparados y el equipaje a punto cuando os atacó la hechicera. Ajá…, aquí está.
Danilo sacó una blusa holgada de seda de color verde pálido.
—Yo no habría escogido este atuendo para ti, pero te servirá de momento. También hay un pañuelo, y un broche de oro con un racimo de joyas…
—Esos abalorios no van bien para el viaje —señaló Morgalla, pero cogió las ropas lujosas y se ocultó tras un puñado de rocas.
El Arpista se vistió con rapidez y fue dando a los demás aquellas piezas de ropa que consideraba que podían irles bien. Sarna parecía casi un caballero vestido con una camisa de lujo y polainas, con el cráneo cubierto de mechones de pelo envuelto con un pañuelo de rayas. Balindar se mofó despiadadamente de su amigo, y la sonrisa de autocomplacencia de Sarna proporcionó un curioso contraste a su rostro fustigado y cubierto de cicatrices. Sin embargo el maestro de acertijos hizo un gesto distraído cuando Danilo le ofreció una túnica de recambio.
—El siguiente colegio de bardos está en Aguas Profundas. No conozco ese lugar —comentó Vartain, alzando por fin la vista.
—La escuela se llama Ollamn. Ahora no funciona como colegio de bardos, pero como ya sabes, la mayoría de gente implicada en las artes de los trovadores se inscriben en la tienda de laúdes de Halambar. Es el dueño de la Cofradía de Músicos, y gracias a su experiencia proporciona a los bardos locales y los que van de visita un servicio que antaño proporcionaba el colegio. ¿Qué sucederá en Aguas Profundas?
—Según el acertijo, un señor caerá en el campo del triunfo un día que no será día.
Morgalla asomó por detrás de las rocas, envuelta en ropajes de seda verde. La blusa le cubría hasta las rodillas, y se había atado a la cintura el pañuelo adornado con el broche de oro y joyas. Con sus cabellos rojizos húmedos y sueltos alrededor de su rostro y los pies desnudos, parecía una versión corpulenta de una ninfa de los bosques.
—Estás estupenda, querida —alabó Danilo en tono solemne, y el círculo de mercenarios asintió con admiración.
—Tengo una pregunta —intervino Vartain, que no prestaba atención a lo que estaba sucediendo—. Aguas Profundas es una ciudad muy grande.
—¿Es eso una pregunta?
—¡Por supuesto, lord Thann! —le espetó el maestro de acertijos—. No soy un hombre que aprecie las jocosidades. Durante la Fiesta del Solsticio de Verano, todos los intérpretes del Norland se congregan en la ciudad. Suponiendo que no aparezca a lomos de su
asperii
, como casi todos los cantantes de Aguas Profundas tienen algún tipo de arpa, ¿cómo vamos a reconocerla?
—La Fiesta del Solsticio de Verano —repitió Danilo en tono distraído—. El señor cae en un campo de triunfo en un día que no es día… —El Arpista se dio un palmetazo en la frente con la mano—. El día del Escudo. ¡Eso es!
Vartain asintió y sus ojos relucieron a medida que seguía el razonamiento del Arpista.
—Tu deducción parece correcta. El día del Escudo no forma parte de ningún ciclo lunar, ni cuenta como día en los calendarios. Es un día que no es día.
—¿Me estoy perdiendo algo importante? —inquirió Morgalla.
—El día del Escudo es un día adicional que tiene lugar cada cuatro años, justo en mitad del verano. Después de los torneos de la Fiesta del Solsticio de Verano, se renuevan contratos, se anuncian esponsales y se juramentan alianzas. Hasta los Señores de Aguas Profundas son ratificados cada cuatro años —explicó Vartain.
—Quizá sí, quizá no —añadió Danilo—. Te habrás dado cuenta de que todas estas maldiciones tienen como último objetivo Aguas Profundas. Entre las cosechas devastadas y los ataques de monstruos a las caravanas de mercaderes, la Fiesta del Solsticio de Verano será un acontecimiento decepcionante. Una tormenta ese día provocaría miedo y supersticiones entre la gente y un bardo que es capaz de influir en las multitudes sería capaz de convencerlos de que los Señores de Aguas Profundas no tienen ya capacidad para gobernar. ¡Bien ejecutado, sería un golpe casi incruento!
—Pero ¿por qué implicar a Arpistas y dragones? ¿Qué relación tienen los Señores de Aguas Profundas con un puñado de bardos?
—Bastante —replicó Danilo con brevedad—. Los dos grupos trabajan juntos. El arte musical y la política son dos cosas intrínsecamente ligadas. ¡Debemos poner de inmediato rumbo a Aguas Profundas! ¿Dónde está Wyn?
—Aquí —respondió el juglar, que descendía en ese momento desde la cima de la ladera llevando por las riendas a tres caballos. El ermitaño elfo le seguía a pocos pasos—. Hemos recuperado sólo tres caballos, pero, a cambio, he encontrado mi lira.
En ese momento, Elaith llegó corriendo a espaldas de Wyn por la cima de la colina.
—¡Pues utilízala! —gritó mientras se acercaba a la carrera a los demás—. ¡Una manada de arpías procedentes del norte!
Wyn se protegió los ojos del sol mientras escudriñaba el cielo. Como Elaith acababa de decir, por el norte se distinguían varias siluetas oscuras. El juglar contempló con gesto impotente a Danilo.
—No existen arpías en Siempre Unidos. ¡No he aprendido ningún canto hechizador que pueda combatirlas!
Danilo palmeó la espada que llevaba en el costado.
—No te preocupes. Llevo una espada cantora cuya música contrarresta el efecto de los cantos de las arpías. Será tan fácil como luchar contra cualquier otro monstruo volador. Dientes afilados, garras y todas esas cosas.
El alivio de los aventureros se palpaba en el aire, e incluso el rostro serio de Elaith se relajó en cierto modo. Al ver eso, una diablura empezó a tomar forma en la fértil mente de Danilo, quien se apresuró a desenfundar el arma mágica y tendérsela con gesto solemne al elfo.
—Si me matan o me desarman durante la batalla, la música de la espada cesaría de inmediato, y todos estaríamos perdidos. Entre nosotros eres tú el mejor espadachín, así que será mejor que seas tú el encargado de blandirla.
Las cejas de Elaith se alzaron en un gesto de escepticismo, pero aceptó la espada mágica.
—Muy considerado por tu parte —comentó, con una mezcla de tono interrogativo y sarcasmo.
Danilo se encogió de hombros.
—Siempre hay una primera vez. —El delgado filo externo de las penetrantes ondas de sonido empezaba a alcanzarlos—. La espada empezará a cantar en cuanto des el primer sablazo, pero procura no soltarla una vez haya empezado porque es un poco quisquillosa y quizá no vuelva a hacerlo.
El elfo dio unos pasos a modo de ensayo para probar el equilibrio de la espada y activar la canción. De inmediato empezó a entonar una alegre voz de barítono:
Érase una vez un rey que quería disfrutar
de una lanza más impresionante
para usar en el combate
y de ayuda en sus romances
Elaith alargó el brazo al máximo y examinó la espada como si fuera una mascota mimada que acabase de mancharle sus mejores botas. Pero como no le quedaba otra opción que seguir manejando el arma, se abalanzó con saña sobre la primera arpía que estuvo a su alcance. La embestida provocó un corte profundo en el brazo de la criatura y a punto estuvo de segar el miembro gris inmundo. Chillando de dolor y rabia, la arpía se apartó de un aletazo y dio una vuelta para iniciar un segundo ataque. Se lanzó sobre el elfo con la dentadura al descubierto y chillando. Elaith sacó un cuchillo de la manga del brazo que sostenía la espada y lo lanzó contra el monstruo. Dio a la arpía en la garganta, y de inmediato cesaron sus gritos. La criatura cayó de bruces contra su asesino, pero Elaith esquivó el cuerpo echándose a un lado y rodó por el suelo procurando no perder el contacto con la espada mágica.