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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

Canción Élfica (24 page)

—Bien hecho —admitió Vartain a regañadientes.

—Y aún hay más —añadió Danilo—. Empecé esta búsqueda con la única intención de anular la maldición sobre los bardos, pero es evidente que eso es sólo parte del problema. Ahora dudo de que esas calamidades hayan sido elegidas al azar, con toda probabilidad contribuyen a un objetivo final. Eso es lo que debemos descubrir, para encontrar y detener al hechicero antes de que cumpla su propósito. Es imperativo que resuelvas los acertijos lo antes posible para que sepamos qué forma adoptarán los hechizos siguientes.

El maestro de acertijos pareció sorprendido por el tono categórico de Danilo.

—Estoy al servicio de Elaith Craulnober —le recordó al Arpista.

—Parece que Elaith y yo somos socios en este empeño —replicó Danilo—. Trabajas para los dos. Piensa en esto antes de poner límites a tu lealtad: Elaith desea poseer el artefacto, pero yo quiero atrapar a la persona que se oculta detrás de todo esto. ¿Puedes decirme con honestidad que perderías la oportunidad de medirte con el autor de este pergamino hechizado?

El pensamiento hizo parpadear una llama en los grandes ojos negros del maestro de acertijos y, al ver el brillo que asomaba en ellos, Danilo se sintió satisfecho. Se puso de pie y se afanó en despertar al campamento, mientras dejaba tiempo a Vartain para que hiciera suyo el objetivo del Arpista.

La expedición de Música y Caos estaba de nuevo en camino al amanecer. Por insistencia de Danilo —y con ayuda de otra de las gemas del botín del dragón—, Balindar se ocupó de guiar las riendas del caballo de Vartain para dejar que el maestro de acertijos pudiera dedicarse a estudiar el pergamino.

Wyn y Morgalla cabalgaban uno junto al otro, como de costumbre. Era evidente para Danilo que la enana había encontrado en Wyn el mentor musical que buscaba pero, aunque odiaba interrumpir su camaradería, necesitaba tiempo para convencer a Wyn de que compartiera con él el mágico canto elfo. Después de su conversación con Vartain, el hecho de ahondar en el tema hacía sentirse a Danilo como si fuera un malabarista jugando a mantener demasiadas bolas en el aire.

—Ven un rato a mi lado —pidió al elfo. Morgalla captó la indirecta y situó a su robusto poni junto a Balindar. El mercenario puso cara compungida al ver que se aproximaba la enana, pero ella soltó algún comentario jocoso que hizo reír al hombre y pareció aligerar su conciencia.

Danilo rebuscó en la bolsa mágica que pendía de su cinto y extrajo el libro de hechizos que Khelben le había preparado.

—Éste es el encantamiento que utilicé con Grimnosh. Procura no mirar las runas porque puede ser peligroso para alguien no preparado. Es un hechizo de embrujo, muy parecido al que usaste tú en la marisma, y sugiere que la magia hechicera y el canto hechizador elfo pueden ser compatibles.

—Después de lo ocurrido en el Bosque Elevado, no puedo negarlo —admitió el elfo a su pesar—. Morgalla me contó lo sucedido y, cuando me cantó la melodía que usaste, vi que era idéntica al poderoso hechizo de encantamiento elfo. Es eso lo que intentabas decirme la otra noche, un canto hechizador elfo podía escribirse con notaciones arcanas.

—De hecho, no. Yo no tenía ni idea de que era un canto hechizador elfo. Nunca había visto nada parecido, y no tenía ni idea de lo que era ni, en realidad, de si serviría. Khelben me había dado el libro, pero nunca oí que él lanzara un hechizo de este tipo. —Danilo hizo una pausa y frunció el entrecejo—. Claro que, si pienso en ello, ya sé por qué: la voz de tío Khelben recuerda al maullido de un gato callejero y enamorado.

«Pero desde ese instante le estoy dando vueltas al tema —prosiguió tras sacudir ligeramente la cabeza—. Como el buen archimago suele reprenderme a menudo, no debo dejar que mi mente divague, porque es demasiado pequeña para moverse sola.

—¿Qué decías? —lo instó Wyn en tono cortés.

—Divagaba. Pero el caso es que no soy un elfo pero soy capaz de invocar magia a través de la música. ¡Imagínate todas las posibilidades! —Danilo esperó a que el elfo respondiera, pero Wyn mantuvo los ojos fijos en el camino que se abría ante ellos—. ¿Ves lo que puede significar eso para los Arpistas? Después de que acabara la Época de Tumultos y los dioses regresaran a sus propias esferas, la magia sufrió cambios importantes y la de los bardos fue robada a los humanos. ¡Piensa lo que podría ocurrir si los bardos pudiesen aprender la magia del canto hechizador elfo!

—Ya he considerado esa posibilidad.

—¿Y?

El juglar elfo siguió avanzando en silencio durante unos instantes antes de volverse para observar al Arpista.

—Por favor, escucha mi explicación antes de ponerla en tela de juicio. Ten presente, sobre todo, que no pretendo ofender a nadie y que mi reticencia nada tiene que ver con tu persona.

—Me parece que he oído ese discurso una docena de veces en boca de doncellas de Aguas Profundas —comentó Danilo con sorna.

La sonrisa de Wyn fue breve.

—El canto elfo, que tan acertadamente llamas magia del canto hechizador, es un poder al que es fácil acceder una vez se aprende. Sin embargo, medita sobre esto: el poder se adquiere con más facilidad que la sabiduría. La esperanza de vida elfa comprende muchas vidas humanas, y eso nos proporciona una perspectiva diferente, así como una paciencia de la que los humanos, por lo general, carecen. Nosotros nos guiamos por tradiciones complejas y antiguas, y se nos insta a considerar muchas soluciones antes de recurrir al uso de la magia. Si los humanos pudiesen resolver sus dificultades cantando una canción, la tentación para abusar de ello, seguramente sería imposible de resistir.

—Ese mismo argumento sirve para cualquier tipo de magia —repuso Danilo—, y sin embargo muchos humanos manejan la magia con honra.

—Y hay otros muchos que no. Al menos la magia de un hechicero requiere tiempo de estudio y de memorización del hechizo antes de cada invocación, lo cual garantiza cierto tiempo para reflexionar e impide que muchos magos actúen con precipitación. Sin embargo, el canto elfo no tiene esa protección: en cuanto se aprende una canción hechizadora, puede invocarse a voluntad. —Wyn sacudió la cabeza—. Lo siento, pero he pasado muchos años entre músicos humanos y no existe ninguno a quien me atreviera a confiar dicho poder. Vuestra forma de ser y la elfa son demasiado distintas.

—¡Tengo las dos estrofas siguientes! —anunció Vartain.

La interrupción del maestro de acertijos ahogó la protesta que Danilo tenía en la punta de los labios.

—¿Podemos seguir discutiendo esto más tarde? —preguntó al elfo.

—No nos hará bien —respondió Wyn, conciso pero tranquilo.

Aunque se sentía profundamente decepcionado, a Danilo no le quedaba otra opción que aceptar la decisión del elfo, así que inclinó la cabeza para hacer una ligera reverencia y luego guió su caballo hasta colocarse al lado de Vartain.

—Tenías razón —comentó el maestro de acertijos con un tono de voz menos petulante de lo normal—. El tercer y el cuarto lugar son también colegios de bardos. El pergamino nombra el de Doss, en Berdusk, y Canaith, situado cerca de Zazasspur, en tierras de Tethyr.

—Yo vine hace poco de Tethyr —comentó Danilo pensativo, recordando la balada que lo había conducido al norte. Había intentado apartar de su mente el recuerdo de aquella noche, pero ahora se dispuso a evocar lo sucedido en busca de algo que pudiese servir como clave. Deseó haber preguntado a Arilyn más detalles sobre el bardo que había difundido aquella balada porque tal vez aquella información les habría sido de utilidad en esos momentos—. ¿Qué poderes adquirió el hechicero? —inquirió para regresar al tema que tenían entre manos.

—En Berdusk, la habilidad para invocar o controlar monstruos que utilicen la música como arma. Eso tal vez serviría de explicación para los tubos anfibios que encontramos en las marismas cerca del Bosque Elevado. Es interesante resaltar que recientemente se han incrementado en gran medida los ataques de monstruos sobre viajeros y granjeros del sur de Aguas Profundas. En muchos casos, las víctimas fueron asesinadas antes de poder desenfundar las armas. Los incidentes parecían suceder en un tramo entre Berdusk y Aguas Profundas. —El maestro se detuvo para meditar—. Al respecto, el fracaso de muchos cultivos alrededor de Aguas Profundas ha sido estrepitoso este año, pero no ha sucedido en ningún otro lugar del Norland, salvo esa zona de las Moonshae.

—Maravilloso —musitó Danilo—. ¿Y qué sucedió en Canaith?

—El hechicero obtuvo el poder de influir en las multitudes a través de la canción. En su día había sido un tipo de magia propia de los bardos, pero que quedó en desuso durante la Época de Tumultos.

Danilo se mantuvo en silencio mientras movía en la mente las piezas de ese extraño rompecabezas para ver dónde encajaban. Tras un instante, abandonó.

—¿Qué va a suceder en Sundabar? El antiguo colegio Anstruth estaba allí.

—No he llegado tan lejos.

El Arpista se rascó la barbilla, pensativo.

—Es posible que el hechicero tampoco haya llegado tan lejos. Es evidente que nuestro oponente viaja muy rápido, pero quizá podamos adelantarlo.

Danilo espoleó a su caballo para situarse a la cabeza de la expedición. El elfo de la luna cabalgaba sin bajar la guardia, como de costumbre, y sus cabellos de plata relucían bajo la brillante luz de la mañana.

—Tendrás que vivir sin mí durante una breve temporada —anunció el Arpista—. Me voy de inmediato a Sundabar, pero prometo por mi honor que regresaré antes del amanecer.

—Por la vida de la enana que te creo —replicó Elaith con intención, y luego esbozó una sonrisa—. Intentaré contener las lágrimas durante tu ausencia. ¿A qué dios benévolo debo agradecer este giro en los acontecimientos?

—A Khelben Arunsun, pero no lo llames así. En lo que a deidades se refiere, no es muy amigo de las ceremonias. Ahora, bromas aparte, el archimago me dio un anillo de teletransporte que puede conducir hasta tres personas al lugar que yo elija. Me voy a Sundabar, porque existe la posibilidad de que allí pueda pillar a nuestro hechicero.

—Entonces, partamos de inmediato.

—¿Nosotros? ¿Tú y yo?

—Por supuesto. —El elfo sonrió mientras extraía un aro de plata de una bolsa que llevaba atada en el cinto—. Tu anillo mágico, supongo.

Danilo se quedó mirándolo de hito en hito, y luego se contempló las manos. Era evidente que le faltaba uno de los anillos.

—¿Cómo…?

—Dediquémonos a cosas más importantes —lo interrumpió el elfo mientras devolvía el anillo a su dueño—. Si te hace sentir mejor, podemos llevar a alguien más con nosotros.

El Arpista asintió con desgana mientras volvía a colocarse el anillo en el dedo.

—O Wyn o Morgalla. Los demás están a tu servicio, y no me fío de ninguno de ellos. —Alzó la voz para llamar a la enana—. Morgalla, ¿te gustaría teletransportarte conmigo a Sundabar?

—¿Te gustaría darle un beso a un orco? —respondió la enana con buen humor. La reticencia de los enanos a los viajes mágicos era notoria, y Morgalla no constituía una excepción.

—Wyn nos servirá —repuso Danilo en tono despreocupado—. Sólo hay un problema: no puedo usar el anillo más que una vez al día, así que no podremos regresar antes del crepúsculo. Además, sólo puedo ir a lugares donde haya estado antes. Como estamos a un día de viaje de Taskerleigh, propongo que nos encontremos con los demás allí mañana por la mañana.

Elaith accedió e hizo detener a toda la expedición para explicar el plan a los demás. Dejó a Balindar al cargo y les dio instrucciones concisas para montar el campamento junto a un riachuelo cercano, lejos tanto de las ruinas de Taskerleigh como de las colinas infestadas de arpías.

Cuando todo estuvo listo, Danilo hizo girar el anillo y cuando el remolino blanco del hechizo de teletransporte empezó a envolverlo cogió a los dos elfos por las muñecas para que viajaran con él. Tras un prolongado instante en que no sintieron otra cosa que viento arremolinado, envueltos en una luz blanca, se encontraron de repente en Sundabar.

Y se encontraron también hasta los tobillos hundidos en hielo. Danilo se quedó mirando boquiabierto el paisaje devastado que los rodeaba. Aunque el aire era cálido, el hielo derretido rezumaba por las calles y el agua formaba riachuelos en las cunetas. Se inclinó para coger un pedazo de hielo del fango que, aunque medio derretido, tenía el tamaño de un huevo de gallina. Debía de haber habido una tormenta de granizo de consideración, pensó mientras contemplaba cómo los ciudadanos empezaban a poner manos a la obra para reparar los daños. Un pequeño ejército de trabajadores se disponía a sustituir los cristales destrozados, médicos y curanderos se apresuraban a repartir pociones de hierbas y amuletos mientras que los trabajadores de la ciudad se afanaban por retirar los animales muertos y moribundos. Sólo los chiquillos parecían complacidos por la novedad, y corrían de aquí para allá jugueteando con las bolas de nieve.

Durante un instante, Danilo se preguntó si no habría fallado el hechizo de teletransporte y les había llevado a una ciudad situada más hacia el norte, quizá Sossal, o alguna otra gélida ciudad.

Elaith aparentemente albergaba el mismo pensamiento.

—Por los Nueve Infiernos, ¿dónde estamos?

El Arpista se volvió al edificio que tenían detrás y echó una ojeada al pesado rótulo de madera: La Pícara Doncella. Sí, era el nombre de la taberna a la que había acudido en más de una ocasión y era el lugar que había elegido como destino del viaje.

—Seguro que estamos en Sundabar.

—En ese caso —repuso Elaith—, será mejor que nos hagamos a la idea de que hemos llegado un poco tarde.

Cuando Granate se levantó aquella mañana, el sol lucía alto en el cielo sobre Sundabar. Exhausta por el prolongado vuelo y agotada también por la invocación del hechizo, había alquilado una habitación en una posada situada cerca del almacén. Su
asperii
necesitaba también reposo porque el regreso a Aguas Profundas les llevaría al menos dos días enteros de vuelo ininterrumpido.

La hechicera se apoyó en el alféizar de la ventana y echó un vistazo a la calle. Había pasado casi un día desde que cayera la tormenta de granizo, pero las calles seguían cubiertas de hielo. Granate soltó un profundo suspiro mientras observaba el arpa elfa, pues controlarla le estaba resultando más difícil de lo esperado.

Se vistió a toda prisa y bajó al comedor. Mientras desayunaba fruta y tortas de avena, comprobó distraída que los demás clientes no podían hablar de otra cosa que de la tormenta, y que todos la veían como un presagio de grandes desgracias, porque había ocurrido muy cerca del solsticio de verano. Granate lo observaba todo con suma satisfacción. ¡Al menos su hechizo había conseguido el objetivo que pretendía!

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