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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

Canción Élfica (23 page)

Danilo sonrió con simpatía.

—Y ahora que conoces la historia de mi vida, quizá me cuentes algo más sobre ese artilugio elfo que buscas. Me encantaría escuchar esa historia.

—¿Después del relato de tu vida? ¡No tendría interés! Dicen que hay personajes que nunca deben ser imitados. Los perros, los niños, los bufones, y cosas así. —Los ojos ambarinos del elfo de la luna no traducían más que un matiz de burlona diversión.

—No vas a admitir nada, ¿verdad? Bien, puedo entenderlo. Tienes que preservar la mística elfa, y todo eso. Lo que me intriga, sin embargo —añadió el joven, pensativo—, es qué lugar ocupa tu hoja de luna en todo esto.

La expresión de cordialidad de Elaith se esfumó.

—Eso no es asunto tuyo.

—Es por si vamos a ser socios.

—Somos socios. Necesito los servicios de un mago y de un bardo y tus credenciales no son malas. —Los labios de Elaith se curvaron para formar una fina sonrisa—. Como bardo, no eres una amenaza para Storm Manodeplata, pero sin embargo eres lo mejor que podemos encontrar dadas las circunstancias.

—La historia de mi vida —murmuró Danilo.

—Has demostrado ser capaz de manejar una magia considerable. Los dragones suelen tener una resistencia poderosa a los hechizos, pero pudiste controlarlo.

—El pergamino es en cierto modo un acertijo. Seguro que Vartain puede descifrarlo, pero tengo razones para pensar que un conocimiento de ambas cosas, de magia y de música, puede resultar útil para mi búsqueda. Voy a dejar bien claros los términos de nuestro acuerdo para que no haya malentendidos. Combinaremos nuestros recursos y talentos hasta que se descifre el pergamino y se encuentre a quien invocó el hechizo. Tú podrás hacer lo que sea necesario para deshacer el hechizo sobre los bardos, pero yo tomaré posesión del artefacto. Cuando todo haya acabado, nos separaremos. Me parece más que razonable.

No lo era, pero Danilo consideró las opciones. No veía otra manera de conseguir su propósito, pero aceptar significaría poner un artefacto muy poderoso en las maléficas manos del elfo. No tenía ni idea de lo que Elaith haría con ello, excepto tal vez…

La hoja de luna. ¡Seguro que el elfo había descubierto un modo para restablecer la magia latente de la espada élfica! Ésa tenía que ser la respuesta. No podía haber otra conexión, aunque la posibilidad era aterradora ya que él era consciente de que cada hoja de luna tenía poderes increíbles y singulares. Si ése era en verdad el motivo de Elaith, sólo quedaría por resolver un misterio: ¿por qué iba a implicarse tanto el elfo para recuperar una espada que nunca podría empuñar? Era el último de su clan y la espada simplemente recuperaría la inactividad en sus manos. ¿Qué beneficio podía obtener el elfo? Una cosa sabía Danilo con certeza: Elaith tenía ya mucho poder acumulado sin contar con la amenaza añadida de una hoja de luna restaurada o ese misterioso artilugio elfo.

—Por desgracia, tengo un compromiso previo. El archimago de Aguas Profundas me está esperando y no puedo darle largas. Así que, si me disculpas…

—No. Hicimos un pacto. —El ceño del elfo se arrugó—. Quiero que cumplas con tu palabra y con tu honor.

Danilo hizo una pausa, y en su rostro llevaba escrita la divergencia de compromisos que tenía en su interior.

—Te lo haré más fácil —ofreció Elaith antes de volverse hacia Balindar—. Ya que pareces disfrutar de la compañía de la enana, la dejaré a tu cargo. Si lord Thann nos traiciona, la matas. —El mercenario de oscura barba titubeó, pero al final hizo un tenso ademán de asentimiento.

—¿Así es como cumples con tus acuerdos? —protestó Danilo.

—Mi pacto fue contigo, no con ella. Si lo prefieres, haré una promesa solemne de que no levantaré una mano o un arma contra ti personalmente.

—Cosa que me llena de tranquilidad.

—Sea lo que fuere lo que cuenten de mí, mi palabra es todavía una cuestión de honor —manifestó el elfo de la luna con queda dignidad.

Danilo desvió la vista hacia Morgalla, que permanecía con los brazos cruzados contemplando al enorme mercenario que la custodiaba. Balindar lucía una expresión bastante acobardada en su barbudo rostro, pero apuntaba con una espada a la enana y probablemente no dudaría en utilizarla. El Arpista tenía pocas opciones.

—¿Y bien? —lo urgió el elfo mientras alzaba una de sus plateadas cejas en un gesto burlón—. ¿Hay trato?

—Qué remedio.

Elaith chasqueó la lengua.

—¡Vaya entusiasmo! ¿Acaso eres de esos que hacen caso de los rumores y temes compartir el mismo destino que se supone que tuvieron mis anteriores socios? —se mofó.

—¿Un bardo escuchando rumores? Vaya novedad… —se maravilló Dan—, pero ahora que lo mencionas, socio, ¿debería preocuparme?

El elfo meditó la respuesta.

—Probablemente —admitió con despreocupación.

Tras dar instrucciones a Danilo de que diera el pergamino a Vartain, Elaith ordenó a Balindar que se relajara y el mercenario enfundó la espada con un profundo suspiro de alivio mientras hacía un gesto de disculpa a Morgalla. Wyn Bosque Ceniciento, que había palidecido por la rabia y aquel atropello, condujo a la enana a salvo lejos de los guerreros, y luego se perdió entre las sombras. Danilo se dispuso a seguirlo, temeroso de que el rapsoda del hechizo pudiera tener algo en mente y con la esperanza de tranquilizarlo. Mientras, Morgalla se situó en el extremo más alejado del campamento y empezó a dibujar de forma frenética.

Una vez a solas con sus hombres, Elaith les indicó que se acercaran.

—No vamos a correr riesgos —les comentó con voz gélida—. Balindar, la orden sigue en pie. Si lord Thann intenta seguir por su camino, la enana morirá. El Arpista tiene eso muy claro; procura tenerlo tú también. Y tú —añadió dirigiéndose a otro de sus hombres—, a la menor ocasión, roba el anillo mágico de Thann y dámelo. No nos interesa que pueda coger a su querida enana y desaparecer en un parpadeo.

—¿Yo? —balbució el interpelado.

—No seas estúpido —le espetó Elaith—. Todos nosotros sabemos que eres un ladrón experto. Utiliza tus habilidades como te ordeno, y no habrá motivo para que los demás sepan de tus cualidades. No creo que fueras muy bien recibido en los salones de Aguas Profundas, ni alabado en las fiestas de lady Raventree, si se supiera que iniciaste tu carrera como golfillo callejero. ¿Me explico con claridad?

—Bastante —repuso la víctima con inusual laconismo.

—Perfecto. Sarna, tú y Tzadick os encargaréis de hacer la primera guardia. Balindar, ocúpate de vigilar a la enana. Vartain, tú y Thann empezad a trabajar en ese pergamino. Los demás podéis descansar lo que queráis. Me temo que nos espera un arduo camino.

En los aposentos privados de su mansión alquilada, lord Hhune de Tethyr disfrutaba de una cena tardía con unos cuantos agentes de alto nivel de los Caballeros del Escudo. Se sentía casi jovial aquella noche, encantado con el súbito cambio que había sufrido su viaje a Aguas Profundas. Había dejado a un lado su desagrado inicial por Granate porque el papel que le había asignado la hechicera semielfa casaba a las mil maravillas con sus propias ambiciones. Hhune era un jefe de cofradía en su propia localidad, y pensaba que aquella espléndida ciudad del norte tenía muchas posibilidades porque carecía de gremios de ladrones y asesinos, y él estaba trabajando en su creación. Aguas Profundas era una ciudad en cierto modo abandonada a su suerte. No había organizaciones poderosas de criminales que pudieran poner en peligro las actividades de Hhune.

Hasta la perspectiva inmediata de Hhune le resultaba halagüeña, porque disfrutaba de un suculento caldero de ostras mientras escuchaba el informe de sus mejores agentes. El delgado y furtivo amnita conocido sólo con el nombre de Chachim siempre parecía superar todas las expectativas.

—Tal como ordenó, maté con mis propias manos al mercader que lady Thione delató como miembro de los Señores de Aguas Profundas —anunció Chachim, como era de esperar—. Lo seguí al hogar de la bruja Maaril y lo asesiné en las cercanías. Nadie me vio porque pocos se aventuran a acercarse a la torre del Dragón. Dejé el cuerpo del mercader cerca del callejón Azul. Si alguna vez lo encuentran, creerán que fue víctima de una de las trampas mágicas que rodean la torre. —El agente se interrumpió y cogió un pedazo de papel doblado que llevaba en la manga—. Cogí esto del mercader. Pensé que lo encontrarías interesante.

Hhune desplegó el papel y se echó a reír.

—¡Esto no tiene precio! ¿Quién es el artista? ¡Me encantaría tener un centenar como éste!

Chachim hizo una reverencia.

—Me he anticipado a sus deseos, lord Hhune. Hay un estampador en la zona del mercado que sabe esculpir dibujos en un pedazo de madera por el módico precio de veinte piezas de oro. Una vez está esculpido el taco de madera, se pueden estampar tantas copias como se desee.

—¡Bien, bien! —asintió Hhune al sirviente, que contó la cantidad antes de pasársela a Chachim. Por añadidura, Hhune dio al agente una de sus monedas especiales recién acuñadas, que normalmente se daban como premio a quien había proporcionado un servicio notable. Chachim volvió a hacer una reverencia y salió de la estancia con el dibujo y el oro.

El jefe de cofradía chasqueó la lengua. Aunque la tarea que se le había asignado era hostigar a los Señores de Aguas Profundas incrementando la actividad criminal, vio que podía obtener un beneficio aún mayor contribuyendo al objetivo personal de Granate: deponer al archimago Khelben Arunsun. Hacer circular un dibujo que ridiculizara al archimago y abonara la controversia sólo podía proporcionarle el favor de la poderosa hechicera semielfa.

—Brindemos por Aguas Profundas, amigos míos —animó el jefe a su cohorte mientras alzaba su jarra—, y por el día en que esta ciudad nos pertenezca.

9

Era ya noche cerrada cuando Vartain y Danilo abrieron el pergamino en medio de un círculo de mercenarios dormidos. Wyn estaba sentado en silencio a poca distancia, y escuchaba todo lo que decían con una expresión de creciente preocupación en sus enormes ojos verdes.

—La primera estrofa está solucionada —expuso por fin Vartain—. Según nuestras suposiciones, se refiere al hechizo lanzado sobre los bardos en Luna Plateada.

—¿Por qué sigues refiriéndote a esos versos como la primera estrofa? —preguntó Danilo—. ¡No hay nada más en el pergamino!

—Todavía no. —El maestro de acertijos señaló una débil mancha en el papel que evocaba la silueta de palabras, y ante los incrédulos ojos del Arpista, una segunda estrofa empezó a tomar forma—. No es inusual en un hechizo de tanta complejidad como éste. El primer verso se refiere a una lista de siete y, a medida que se vayan resolviendo, irán apareciendo los siguientes. Es un sistema que impide que el acertijo se resuelva con demasiada facilidad.

—Como utilizar un dialecto remoto de sespechiano para ocultar la clave de la adivinanza —convino Danilo.

—Precisamente. Sin embargo, todos estos detalles oscuros nos revelan cosas sobre la persona que ha invocado el hechizo. Él, o ella, o ello, que también es posible, es alguien versado en el arte de los maestros de acertijos. Es posible que sea un estudioso del sespechiano o que sea su lengua nativa, en cuyo caso eso indica que nuestro enemigo tiene al menos trescientos años de edad.

—Lo que tendría sentido teniendo en cuenta su interés por el artefacto elfo. Trescientos años no es una edad avanzada para un elfo —comentó el Arpista mientras miraba de soslayo el texto que acababa de aparecer en la página—. ¿Qué puedes averiguar sobre esto?

Vartain inclinó el pergamino para buscar la oscilante luz de la hoguera.

—La respuesta a las dos primeras líneas es «madre». Muchos acertijos utilizan las relaciones familiares como base, aunque la mención de la asperilla me desconcierta —admitió.

—Puedo dar una explicación a eso —repuso Danilo con una tensa sonrisa—. Mi familia negocia con vinos y gran parte de nuestra riqueza la debemos a esa hierba. Crece en las islas Moonshae y se utiliza para destilar ese famoso vino de primavera que riega las festividades del verano.

—Fascinante. Entonces hemos de suponer que la madre a que hace referencia aquí es la madre Tierra, la diosa que es sinónimo de las propias islas Moonshaes. ¿Dónde crece esa hierba, en concreto?

—¿Dónde? En la tierra, supongo. Mira, no soy experto…

—No me refiero a eso —lo interrumpió Vartain, impaciente—. ¿Dónde se fabrica el vino aromático? ¡Podría ser importante!

Danilo meditó unos instantes.

—Ahora que lo mencionas, mi profesor de la escuela de MacFuirmidh me habló de las vastas extensiones de jardines y viñedos que rodeaban el colegio. Por supuesto, la escuela ha caído en el olvido, pero los viñedos son un negocio próspero. Al menos, lo eran hasta esta última estación —añadió Danilo—. Hace tres ciclos lunares, se malograron las cosechas y los jardines de hierbas aromáticas y viñedos quedaron prácticamente asolados. Yo estaba en Tethyr en aquel momento, trabajando con los mercaderes de vinos de la región, y, como puedes suponer, los comerciantes de vinos del sur estaban encantados con la situación.

—Sabes lo que eso significa, ¿no? —El tono de Vartain contradecía sus palabras, y esperó a que el joven Arpista reconociera su ignorancia.

—Lamento defraudarte —admitió Danilo sin alterarse—, pero sí que lo sé. —Las cejas del maestro de acertijos se enarcaron, cosa que hizo esbozar una media sonrisa al Arpista—. Cuando el arte de los bardos estaba en su apogeo, había siete colegios de aprendizaje dispuestos según un orden de honor e importancia. Un trovador que aspirara a perfeccionar el oficio debía acudir a todos ellos siguiendo un orden específico para llegar al nivel de maestro de bardos. Nuestro misterioso contrincante parece estar representando una extraña parodia con todo esto. El primero de estos colegios de bardos estaba situado en Foclucan, junto a Luna Plateada. Allí lanzó un hechizo sobre los bardos y sobre las baladas, aunque admito que no tengo ni idea de cómo lo hizo. Tú que estabas allí, Wyn, ¿tienes idea de cómo lo logró?

—Todavía no —respondió el elfo con tono tenso.

—Las cosechas se malograron de forma súbita y misteriosa, poco después de los sucesos de la Fiesta de la Primavera de Luna Plateada. El acontecimiento queda descrito en la segunda estrofa, que hace referencia a MacFuirmidh, el segundo de los colegios de bardos. —Danilo hizo una pausa para respirar hondo—. Dos puede ser coincidencia, tres forma ya un patrón definido. En la tercera estrofa —se detuvo para señalar el punto sobre la página en blanco donde aparecerían las palabras—, si menciona la ciudad de Berdusk y el colegio de bardos conocido con el nombre de Doss, sabremos qué esperar del total de los siete hechizos. También sabremos el rumbo que tomará nuestro oponente.

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