La noble se recostó en la pared. Sus peores pesadillas se estaban convirtiendo en realidad. Las exigencias de Granate la habían colocado en una situación imposible. No podía declarar públicamente que era un Señor de Aguas Profundas porque el hecho de fingir ser uno de los Señores se castigaba con la muerte, pero si rehusaba estaba segura de que Granate se encargaría de que los Caballeros de la Espada se dieran cuenta de que Lucía los había decepcionado. Lo mejor que podía hacer era esperar un tiempo para que apareciese una solución. Hasta ese momento Lucía siempre había conseguido desenredar los nudos gordianos que su vida de intrigas le presentaba, pero esta vez parecía imposible que pudiera salir airosa.
—¿Lady Thione, se encuentra mal?
La pregunta la hizo regresar bruscamente al presente. Reconoció la voz encantadora y profunda de Bergand, un noble mercader de la lejana isla de Nimbral. A Lucía se le acababa de presentar una solución posible. Nimbral estaba situada al sudoeste de las selvas de Chulk, lejos del alcance de los Caballeros del Escudo. La tierra era fértil, y el comercio, floreciente y variado. El propio Bergand tenía vastas propiedades y un boyante negocio, y no era inmune a sus encantos.
Lucía se volvió hacia su cliente y le dedicó su sonrisa más embrujadora.
—Si hubiese sabido que tu amigo llegaría tan tarde, me habría bebido otra jarra de cerveza —comentó Morgalla.
Danilo sonrió, sin tomar en serio las palabras de la enana. Habían estado esperando a Caladorn en el campo del Triunfo durante más de una hora, y Danilo se había dado cuenta de que Morgalla contemplaba los entrenamientos matutinos con mirada interesada y crítica. Como en el fondo era una guerrera, se lo estaba pasando bien apreciando los estilos y las habilidades que se exhibían en los campos de entrenamiento.
El Arpista también había aprovechado el tiempo. Se había dado cuenta de la poca concurrencia, del aspecto abatido de los contrincantes y del gran número de clérigos que se dedicaba a curar heridas. Los caballos alojados en los establos de la arena, que se suponía que eran las mejores monturas de todas las Tierras del Norte, parecían deslustrados y aletargados. Muchos de ellos habían sufrido heridas y, con ayuda de una moneda de plata, uno de los mozos confesó que varios caballos habían recibido heridas de tanta consideración que habían sido sacrificados.
Danilo también se había enterado de que luchadores de renombre que se esperaba que acudieran al certamen habían sufrido heridas o se habían topado con problemas de uno u otro tipo. La mayoría de los participantes que se entrenaban aquella mañana eran jóvenes y estaban de visita, ansiosos por la fama que una victoria en los juegos del Solsticio de Verano podía aportarles y dispuestos a asumir los riesgos que a todas luces ello entrañaba.
—Si éstos son los mejores guerreros que tenéis en Aguas Profundas, no me explicó cómo antes la ciudad no ha sido invadida por trolls —comentó Morgalla mientras señalaba con el bufón de trapo de su lanza hacia dos hombres jóvenes que se estaban batiendo también con lanzas. Incluso a los ojos de Danilo, parecía que el enfrentamiento era torpe y poco entusiasta.
—Jarun se dislocó el hombro ayer —explicó una voz profunda a su espalda—. Le está dando mucha ventaja a su contrincante.
—Nos haría a todos un favor si dejara la lanza y se dedicara a la tapicería —replicó Morgalla, sin molestarse siquiera en mirar atrás.
Danilo se volvió al escuchar la carcajada sincera y familiar que el comentario de la enana provocó. Detrás de ellos estaba Caladorn, vestido para practicar en el campo con polainas y una camisa de lino desabrochada hasta casi la cintura. Los rizos rojizos de sus cabellos y de su pecho musculoso relucían a la brillante luz del mediodía.
—¡Bendita Sune! —exclamó Danilo, al ver, incrédulo, que Caladorn iba a medio vestir—. Dime, ¿qué tipo de juegos estás preparando y dónde puedo apuntarme?
Caladorn volvió a soltar una carcajada mientras daba unas palmadas a la espada que llevaba colgada del cinto.
—Es trabajo duro, Dan, blandir casi tres kilos de acero a pleno sol del mediodía.
Al ver que Danilo respondía con un ligero encogimiento de hombros, el espadachín chasqueó la lengua y le palmeó el hombro.
—¡No me vas a engañar, muchacho! Si no recuerdo mal, tuviste el mismo profesor de esgrima que tu hermano Randor, y él tiene buena mano con la espada. ¿Quieres probar un combate? Sería todo un desafío.
—Si por un momento me consideras un desafío, veo que las cosas deben estar fatal —respondió Danilo.
El rostro de Caladorn se ensombreció y alzó la mano con el gesto típico de un espadachín que acaba de encajar un golpe.
—Algún día te lo contaré todo mientras nos tomamos varios tanques de cerveza.
—¿Y por qué no ahora?
—Me gustaría, pero no puedo ir a palacio con esta ropa ni puedo permitirme perder más tiempo de los entrenamientos. Los juegos son mañana y quedan todavía muchas cosas por hacer. Tengo que poner a punto a todos estos chicos y chicas —se excusó Caladorn echando una ojeada de resignación al campo.
El tono de firmeza de Caladorn, por no mencionar la evidencia de los espadachines que tenía, daba pocas esperanzas a Danilo de hacerle cambiar de opinión. Estaba a punto de marcharse cuando Caladorn volvió a intervenir.
—El mozo de los establos me ha dicho que habéis estado esperándome más de una hora. Lo siento, Dan, pero pasé por casa de Khelben de camino al campo y me tuvo conversando un buen rato. Ya sabes lo prolijo que puede resultar el archimago cuando se pone a hablar.
—Demasiado bien lo sé —respondió Danilo con una sonrisa triste. De hecho, el comentario de Caladorn le parecía un tanto extraño porque tío Khelben no era muy aficionado a las chácharas sociales e intrascendentes. El Arpista intentó sacarle más información—. No me digas, Caladorn, que has intentado que el archimago te dé una poción amorosa para disolver en el vino de lady Thione.
El espadachín se encogió de hombros ante la pulla de Danilo.
—Lo sabía —cacareó Danilo—. Me preguntaba cómo un espécimen tan lamentable como tú podía mantener el interés de la encantadora dama.
Una expresión melancólica cruzó por el rostro de Caladorn.
—A decir verdad, poco podría hacer para ganarme el corazón de la dama, aparte de eso —comentó, con voz súbitamente seria—. Le he pedido la mano a Lucía, pero dice que no está lista para casarse. Cuando llegue el momento, estoy resuelto a merecer ese honor.
Hablaba con sencillez, pero con una dignidad y un porte anticuados que recordaron a Danilo a los caballeros de antaño. El amor y la reverencia que había visto reflejado en los ojos de Caladorn cuando hablaba de su dama hicieron que Danilo se sintiera un poco avergonzado de su chanza anterior. Tras prometer a Caladorn que se verían en otra ocasión, él y Morgalla salieron del campo del Triunfo.
—¿Y ahora? —preguntó la enana.
—Nos encontraremos con los demás en La Lanza Partida, una taberna cercana —respondió Danilo mientras se introducía en una calle lateral—. ¡Esperemos que ellos hayan tenido más suerte que nosotros!
Mientras su inquieta huésped echaba una cabezada a mediodía, Lucía Thione salió a hurtadillas de su mansión y se dirigió corriendo a casa de Caladorn en el distrito del Castillo, pero para su desesperación, encontró todos los armarios cerrados. Su joven amante no estaba en casa y su sirviente, aunque no tenía las llaves, le informó de que Caladorn había salido temprano porque tenía asuntos que tratar con el archimago.
Aunque según las normas de sociedad aquélla era una hora demasiado temprana, la noble dama acudió de inmediato a la Torre de Báculo Oscuro, en cuya puerta la recibió lady Arunsun y la invitó a entrar cortésmente. Lucía se sintió incómoda ante la presencia de la hermosa maga, pues la dama tenía a menudo la sensación de que aquellos ojos plateados y mordaces veían a través de ella, pero aun así entró en la torre con Laeral y aceptó el vaso de néctar de manzana helada. Tras el intercambio usual de intrascendencias sociales, Lucía preguntó por el archimago.
—Me temo que no está —respondió Laeral, y sus hombros desnudos, ¡a aquella hora del día!, se alzaron en un grácil gesto de disculpa.
A pesar de la cortesía con que la maga respondía, Lucía tenía la certeza de que a Laeral aquella situación la complacía. La noble mujer alzó la barbilla con gesto de determinación.
—¿Seríais tan amable de decirme dónde puedo encontrarlo? ¿A él o a Caladorn?
Los plateados ojos parpadearon y se formaron brevemente dos hoyuelos en las mejillas de la maga.
—Lamento que semejante amabilidad está más allá de mis posibilidades —murmuró—. Khelben salió a primera hora sin mencionar adónde se dirigía.
Antes de que la frustrada dama pudiese responder, un joven elfo dorado se introdujo en el vestíbulo, con una lira plateada en las manos. Se detuvo al ver a lady Thione y se inclinó en una profunda reverencia. La voluble Laeral sonrió y guiñó un ojo al recién llegado.
—Lady Thione, os presento a Wyn Bosque Ceniciento. Es juglar, y huésped nuestro en la torre. Wyn, lady Thione pertenece a la vieja familia real de Tethyr. Quizá puedas honrarla con una canción de su tierra natal…
El elfo aceptó y, de inmediato se sentó y empezó a tocar una conocida melodía con la lira de plata. Tenía una voz fuerte y dulce, y su habilidad era notable, pero Lucía Thione tenía dificultades para apreciar la bienintencionada actuación del elfo. Por un lado, últimamente estaba harta de tratar con bardos; pero por otro, lo que más le exasperaba era el destello de hilaridad que reflejaban los ojos plateados de Laeral. La maga había captado de inmediato la ansiedad de la dama por salir, y deliberadamente entretenía a su huésped de un modo que la noble mujer no podía rehusar sin demostrar una falta absoluta de buenos modales. Enojada porque jugasen con ella de aquel modo, Lucía Thione resistió presa de la cólera la canción del elfo. A pesar del poder de que disfrutaba Laeral, de su belleza, encanto y posición social como dama de Khelben Arunsun, la maga seguía siendo en cierto modo una delincuente. Y con ese truco, pensó Lucía con un deje de malicia, Laeral acababa de demostrar lo bruja que era.
En cuanto la última cuerda plateada dejó de sonar, Lucía Thione se puso de pie.
—Gracias por vuestra encantadora actuación, maestro Bosque Ceniciento —agradeció, utilizando su tono más cortés para ocultar lo nerviosa que se sentía en realidad—. Por favor, aceptad este pequeño tributo a vuestra habilidad. —Rebuscó en su bolsa de monedas y seleccionó una de las diminutas sacas que en ella había para tendérsela al elfo, que se puso de pie y la aceptó con una leve reverencia.
La noble mujer se despidió de la maga con tanta frialdad como le permitían los buenos modales. Aunque Laeral no parecía darse cuenta de que había demostrado su calaña, al menos tuvo la decencia de escoltar a lady Thione hasta la calle sin más burla.
Lucía se acomodó en el carruaje, muy alterada por los acontecimientos de la mañana. Bergand no iba a partir con destino a Nimbral hasta después de la Fiesta del Solsticio de Verano, y no podía engañar a Granate. No podía tampoco esperar para obtener un casco de Señor de Aguas profundas, y el único que Lucía tenía esperanza de obtener era el de Caladorn. A menos que lo consiguiera con rapidez, corría el riesgo de quedar al descubierto ante Granate y los Caballeros del Escudo. Tenía que conseguir aquel casco de inmediato, y a cualquier precio.
Con un profundo suspiro, decidió el camino que debía seguir, y tras dar unos golpecitos en el cristal del carruaje, dio instrucciones al cochero para que la condujera a casa del boticario Diloontier. La tienda de lujo, situada en el corazón del distrito del Castillo, suplía las necesidades de damas de gran riqueza y dandis en cuanto a bálsamos de hierbas y mágicos perfumes y pociones se refería, y poseía una reputación excelente y una clientela que incluía buena parte de aquellos nombres que aparecían en los primeros puestos de las listas de sociedad. Diloontier poseía también un sorprendente surtido de venenos y pociones especiales que vendía en secreto a aquellos que tuviesen las credenciales suficientes o sumas importantes de dinero. Por desgracia para Caladorn, Lucía poseía las dos cosas.
Cuando Danilo y Morgalla llegaron a La Lanza Partida, Wyn Bosque Ceniciento los estaba esperando, y su presencia parecía extraña en medio de los atletas y guerreros que frecuentaban la taberna. El elfo les hizo un ademán para que se le unieran.
—Khelben Arunsun no puede venir. Me ha pedido que le disculpe. ¿Tenéis noticias?
—Menos de las que quisiera —respondió Danilo mientras se sentaba en una silla junto a la enorme mesa circular. El Arpista pidió vino y lo estuvo saboreando con expresión ausente mientras Wyn le contaba los últimos acontecimientos de Aguas Profundas. El rumor de que estaban desapareciendo Señores de Aguas Profundas preocupaba en gran medida al Arpista, no sólo por la ciudad, sino porque su tío y mentor se encontraba en ese grupo. Aunque Khelben nunca había admitido esas desapariciones, Danilo no tenía duda de que los rumores, al menos en cuanto a ese tema, eran ciertos. Las noticias de Wyn también prestaban una luz siniestra a la profecía del pergamino del hechizo: lo más probable era que el noble que cayese en el campo del Triunfo fuese uno de los Señores de Aguas Profundas.
—¿Les tomo nota? —La camarera, una antigua campeona de torneos y esgrima, formuló la pregunta con una inflexión que sugería que o pedían de inmediato o se iban de la taberna o desenfundaban las armas.
—Otra ronda —sugirió Danilo—. Un poco de pan y queso, un cuenco de verduras amargas con hierbas estivales y tres raciones de pastel de anguila. Tenéis que probarlo; es una especialidad de la casa —informó, dirigiéndose a Morgalla y a Wyn.
—Que sean cuatro —corrigió Elaith Craulnober, que se acababa de aproximar a la mesa con tanto sigilo que los sorprendió a todos.
—¡Tú! —Danilo se puso de pie de un brinco—. ¡No creí que te atrevieras a venir! Tienes más temple que un ogro borracho.
El elfo de la luna dio un paso para atrás, sorprendido por la vehemencia del Arpista.
—¿Me he perdido algo? Quedamos que nos encontraríamos aquí a mediodía.
—Eso fue antes de que robaras el pergamino.
—Espera un minuto —exigió Elaith mientras daba un paso hacia el enojado Arpista—. ¿Ha desaparecido el pergamino?