El centro de la estrecha callejuela estaba cubierta por enormes tablones de madera que permitían el paso de todos aquellos locos, borrachos o intrépidos que caminaban por entre la basura y las aguas residuales que se tiraban al callejón desde las sórdidas tabernas que se alineaban a uno y otro lado.
Las botas del elfo no hacían ruido alguno al pisar los tablones, y por debajo de sus pies se escabullían y se enredaban a sus anchas ratas ansiosas por rebuscar entre los desechos antes de que la apertura diaria de la esclusa arrastrara la mayor parte de los desperdicios, y de ratas, hasta las rejas del alcantarillado que había a ambos lados de la callejuela. No había alumbrado de gas ni tampoco antorchas que disiparan las tinieblas de la calle y el elfo se abrió paso con rapidez hasta la entrada trasera de la infame taberna El Marinero Sediento, sumida en la oscuridad. Los clientes de esta tétrica taberna eran amantes de las tinieblas y tendían a esfumarse con las primeras luces del alba como si fueran vampiros.
El Marinero Sediento era una taberna frecuentada por pendencieros y borrachines, y los tratos que se cerraban y la información que se intercambiaba en sus miserables estancias del piso superior eran a todas luces insignificantes, acuerdos entre personajes de baja escoria de Aguas Profundas. Sin embargo, para Elaith Craulnober, el propietario de la taberna era una fuente excelente de información turbia. El elfo plateado se había pasado el día recorriendo todas las tabernas y puntos de reunión que conocía, recopilando información a través de su extensa red de informadores. Había aprendido mucho, pero todavía tenía que encajar las piezas. Se apresuró a pasar por delante del último edificio del callejón, un almacén de aleros bajos en el que se apilaban barriles de whisky y cerveza.
El elfo estaba a pocos pasos de la entrada trasera cuando sonó un golpe sordo a su espalda, amortiguado por las planchas de madera que servían de pavimento al callejón, y por el rabillo del ojo alcanzó a ver el destello del acero.
Con gran agilidad y experiencia, giró en redondo y agarró a su atacante por la muñeca, que sostenía en alto. Acto seguido, rodó sobre sí y, aprovechando el impulso que llevaba su oponente, lo hizo caer también, aunque era más corpulento. Mientras se precipitaban sobre el pavimento, Elaith plantó ambos pies en el pecho del ladrón y, en el momento preciso, le dio una fuerte patada. El hombre salió disparado por encima de Elaith, giró en el aire y acabó aterrizando pesadamente de espaldas.
Antes de que acabara de soltar un «¡uff!» de sorpresa, el elfo estaba de nuevo de pie con un cuchillo en cada mano y, acto seguido, lanzó los dos puñales, que dejaron inmovilizado al ladrón al clavarse en la madera del suelo tras atravesar el basto lino de los puños de su camisa.
Elaith sacó de su bota un cuchillo más largo y se acercó despacio hasta quedarse de pie frente al hombre. Era la técnica favorita del elfo, porque había aprendido que los hombres estaban más dispuestos a compartir información si se les intimidaba.
—Para ser una emboscada, me ha parecido bastante torpe —comentó el elfo, apaciblemente.
El sudor empapaba el rostro del hombre atrapado, quien no intentó moverse ni gritar.
—¡Juro por la Madre de la Máscara, Elaith Craulnober, que no sabía que eras tú! Era un robo rutinario, no era nada personal.
El ladrón aficionado tenía una voz que le resultaba familiar, pero la memoria del elfo relacionaba el tono quejumbroso y apático con un hombre pesado y barbudo que llevaba el largo cabello castaño recogido en tres espesas trenzas. Sin embargo, el hombre que tenía delante llevaba el pelo corto e iba bien afeitado. Elaith se acercó para escudriñarle el rostro.
—¿Eres tú, Kornith? Por todos los dioses, qué perilla más horrorosa. Yo, de ti, me dejaría crecer la barba de inmediato. ¿Qué te indujo a afeitarte?
—Las normas de la cofradía —musitó—. Destaca entre una multitud. —El ladrón echó una significativa mirada a uno de los cuchillos que lo mantenían inmóvil, pero su torturador elfo no le prestó atención.
—¿Reglas de la cofradía? —Elaith Craulnober entrecerró los ojos color ámbar. ¿Acaso hay reglas en ese negocio?—. ¿Desde cuándo existe una Orden Real de Hurtos en esta ciudad?
—Pronto llegará —aseguró el ladrón—. Y una Cofradía de Asesinos, también. Corre el rumor.
—¿Quién? —El elfo dio un paso adelante y acarició el filo de su cuchillo.
—No lo sé. —Kornith se lamió los labios presa del nerviosismo—. Te lo diría, si lo supiera. Corre ese rumor, eso es todo.
Lo que Winnifer Dedos Ligeros le había revelado sobre los Caballeros del Escudo empezaba a ganar credibilidad por momentos, y eso preocupaba a Elaith. A pesar de todas las intrigas que existían, Aguas Profundas no tenía una única red de crimen organizado, y favorecía a los intereses del criminal elfo que las cosas siguieran así.
Sin embargo, no iba a conseguir más información de Kornith, de eso estaba convencido. Elaith situó la punta de la bota por debajo de la empuñadura de uno de los puñales que mantenían inmovilizado al ladrón y, de un puntapié, lo soltó y lo agarró al vuelo. Kornith giró hacia un costado y desclavó la segunda hoja antes de ponerse de pie y recular, con una mezcla de alivio y aprehensión en el rostro.
—Pensé que era ya fiambre, Craulnober —comentó Kornith mientras seguía poniendo distancia entre él y el mortífero elfo plateado—. Nunca supuse que pudiera sentir piedad de un hombre, pero te lo agradezco y te debo un favor.
Elaith se quedó helado. La sinceridad que traducían las palabras del ladrón no hacía más que agitar la confusión que anidaba en su corazón. Kornith tenía motivos para sentir miedo de él, porque nadie que hubiese osado amenazar la vida de Elaith Craulnober vivía para contarlo. El elfo había invertido una fortuna en mantener su oscura reputación y sin embargo allí estaba, dispuesto a dejar escapar a un criminal. Además, un año antes no se habría contentado con clavar al hombre en el suelo por las mangas sino que no habría dudado en crucificarlo por las palmas de las manos. La cólera del elfo plateado se dirigió hacia su propio interior y se maldijo por haber tenido un lapsus tan inusual. En ese mismo instante, echó la mano atrás y, con un ágil y veloz movimiento, lanzó hacia adelante el cuchillo que sostenía.
La hoja se hundió profundamente justo por debajo de la caja torácica de Kornith.
El ladrón se desplomó contra la pared del almacén, sujetando la empuñadura con ambas manos. En la comisura de los labios se le formaron burbujas de sangre mientras se deslizaba despacio hacia la calzada inmunda. Sus labios se torcieron en una expresión de desprecio por sí mismo mientras buscaba con una mirada cada vez más vidriosa los ojos del elfo.
—Tendría que haber corrido. Olvidé quién… quién eras —balbució.
Elaith se acercó a él y, con una malévola patada, hundió todavía más el cuchillo. El último aliento de Kornith se convirtió en un gorgoteo sanguinolento.
El elfo se quedó de pie sobre el hombre caído, contemplando en silencio su obra.
—Por un momento, también yo lo olvidé.
A petición de Morgalla, Balindar, Sarna y Cory arrastraron un tronco al círculo de luz que ofrecía una hoguera crepitante. El soborno del fornido capitán mercenario había mermado considerablemente el suministro de joyas de Danilo, y el Arpista había aprendido que resultaba más económico canalizar sus peticiones a través de Morgalla. Balindar se había aficionado tanto a la enana —y se sentía tan responsable por cumplir la orden de Elaith de mantenerla como rehén para asegurarse la cooperación de Danilo—, que éste estaba convencido de que el mercenario sería capaz de sumergirse en el lago y pescar peces con los dientes si Morgalla hubiese manifestado su deseo de comer pescado.
Por su parte, la enana no se quedaba atrás con los tres espadachines que habían sobrevivido, y les compensaba el favor relatándoles la historia del combate que habían librado contra una horda de orcos invasores. Una vez a solas, Danilo y Wyn estudiaron la copia de la balada a la luz oscilante de la hoguera.
—La estrofa final nos da más pistas sobre la ejecución de la canción —comentó el elfo—. Aquí, por ejemplo. Primero, el arpa; después, el cantante hace dos círculos. ¿Tiene eso sentido para ti?
—Creo que sí —respondió Danilo, pensativo—. Eso parece indicar que la balada debería cantarse como un canon, iniciando la melodía con el arpa, y debe repetirse una vez.
—¿Qué es un canon? —intervino Morgalla mientras acudía a sentarse junto a Wyn.
—Es un tipo de melodía sencilla en el que empieza primero un cantante, y en un punto concreto se une otro iniciando la melodía, y así sucesivamente. Veo que la música de los enanos no es muy propensa a hacer este tipo de composiciones.
—¿Y cómo sabe el cantante cuándo intervenir?
—Eso puedo contestarlo yo —interrumpió Danilo—. Eso viene determinado por la melodía, pero por regla general el canon empieza después del primer verso de la estrofa. Por ejemplo… —Danilo se aclaró la voz y empezó a cantar:
Aquel que quiera mantener una taberna
debe tener tres cosas en reserva:
una alcoba con colchón de plumas,
una almohada y una… ei, tuna-tuna-tuna
tuna-tuna-tuna, tuna-tuna-tuna.
El Arpista se detuvo.
—La segunda vez que lo cante, vosotros tenéis que uniros a mí después de que haya cantado el primer verso. Ahora, vamos, ¡todos juntos!
La enana lo miró con expresión severa.
—Te estás ganando un bofetón, bardo.
Wyn asintió, completamente de acuerdo.
—Esta discusión no conduce a nada porque no conocemos la melodía donde poner las palabras.
—Creo que el acertijo también nos proporciona eso —aseguró Danilo, mientras volvía a coger el pergamino con reticencia—. Mira la línea final de la balada. Dice que la canción debe cantarse a los hombres armados de Canaith.
—¿Quién es ése? —preguntó Morgalla.
—No es quién, sino qué. Si no me equivoco, se refiere a una antigua canción,
L'homme armé
, el hombre armado, que se atribuye a Finder Espolón de Wyvern. Fue sentenciado por sus compañeros Arpistas a siglos de aislamiento en otro plano existencial, y su música fue borrada de la tierra por poderosos hechizos. Nuestro contrincante bardo utiliza esa melodía en particular por precaución.
—Lo cual concuerda con todo lo que sospechamos —convino Wyn—. Iriador Niebla Invernal viajó con Finder Espolón de Wyvern y debía de conocer su exilio. De hecho, ¡es bastante probable que esa sentencia sirviera de inspiración a nuestra amiga para lanzar su propio hechizo contra los bardos! Pero ¿cómo conoces tú esa canción, Danilo?
—Durante mis viajes conocí a Olive Ruskettle, una bardo halfling y miembro de los Arpistas, aunque a ella no se lo puedes decir a la cara porque tiene sentimientos contrapuestos respecto a los Arpistas. Cuando Finder regresó a Faerun, se hicieron amigos, y ahora que se ha abolido la sentencia contra él, se dedica a cantar su música por dondequiera que vaya.
—¿Y la referencia a Canaith?
—El colegio de bardos, por supuesto. La tonada era popular y a menudo se cogía prestada para hacer otras melodías. Supongo que el hechizo se hizo con la versión que era más popular en Canaith.
—¿Estás seguro de que la halfling cantaba esa versión en particular? —preguntó Wyn.
—¡Eso sería estupendo! Estaré seguro en cuanto haya intentado lanzar el hechizo —respondió Danilo con una ceñuda sonrisa. Examinó las palabras de la balada, y, mientras leía, iba canturreando. Al final asintió, satisfecho—. La métrica concuerda con la melodía, eso lo sabemos. En apariencia, tengo que tocar la primera línea de la canción con el arpa y luego empezar a cantar en armonía con el instrumento.
—Mmmm… suena como intentar excavar un túnel por el este y otro por el oeste con la esperanza de encontrarse en el medio.
—Más o menos, querida enana. Si me dejas tu lira mutante, Wyn, supongo que tendré que empezar las prácticas —comentó Danilo sin entusiasmo mientras se alzaba para abandonar el campamento.
—Espera, bardo. Pasearé un rato contigo —intervino Morgalla mientras descendía de su posición elevada junto a Wyn.
Danilo se volvió para declinar la oferta pero algo en la expresión de su rostro lo hizo contenerse y le indicó con un gesto que se uniera a él. Salieron los dos del campamento y caminaron en silencio durante unos minutos. Un diminuto sendero atravesaba una zona boscosa de camino a la ruta principal, y en el cruce Morgalla se detuvo.
—Tengo que contarte una historia —empezó la enana, con los ojos bajos—. Provengo de las montañas Tierra Rápida, una zona muy al este de aquí. Desde la época de mi abuelo, las guerras con los orcos han reducido a cenizas a mi clan. Mi madre era Thendara Rapsoda de la Espada, una capitana de la guardia de la tierra y más fiera que nadie como guerrera. En cuanto tuve edad suficiente para ponerme de pie, me puso un bastón en la mano y me enseñó a utilizarlo. Como pertenezco al clan de Chistlesmith, aprendí el oficio propio del clan de convertir pedazos de madera en utensilios útiles, y ésa era la historia de mi vida: luchaba y esculpía madera, como mis semejantes esperaban que hiciera, pero en mi interior buscaba algo más. Tenía ansia de aventura, y me encantaba aprender nuevos relatos y canciones. A los enanos nos encantan ese tipo de cosas, pero con los conflictos que afrontamos a diario, no nos queda mucho tiempo para dedicarnos a ellas.
»Los tiempos eran duros, pero por la noche la gente se reunía en la sala principal del clan para cantar canciones y escuchar relatos. Se me conocía en toda Tierra Rápida por mis cantos y mis historias… y mis bailes.
La enana miró de reojo a Danilo para ver si se atrevía a sonreír. El Arpista asintió con semblante severo, y ella respiró hondo antes de continuar:
—Debes saber que la princesa Alusair, la hija del rey Azoun, se quedó en Tierra Rápida para combatir orcos y también para ocultarse. Era muy aficionada a narrar relatos, y después de la guerra con los Señores de los Caballos, me llevó hasta Cormyr para que viese con mis propios ojos las maravillas del reino de su padre. Mi aprendizaje como artesana estaba a punto de terminar, y mi cincuenta cumpleaños a la vuelta de la esquina. Cuando eso suceda, tendré que elegir un compañero y establecer mi propio territorio así que se me acababa el tiempo para dedicarme a la música y a las aventuras. Pensé en ir a las ciudades de Cormyr y allí labrarme un nombre junto a un bardo que me enseñase todo aquello que no puedo aprender en Tierra Rápida.