Read Canción Élfica Online

Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

Canción Élfica (27 page)

No hizo ademán alguno de ataque y se limitó a ladear la cabeza en gesto burlón mientras escuchaba el canto mágico. Una vez más se unió a él y empezó a hacer una imitación perfecta del agudo tono de tenor de Wyn. Mientras proseguía el extraño trío, Danilo se dio cuenta de que el pájaro parpadeaba cada vez con mayor frecuencia y que sus párpados se unían en el centro de su reluciente órbita negra. El parpadeo se hizo más lánguido a medida que la criatura se adormecía con su canto y, al final, el ojo permaneció cerrado mientras el canto del ave se convertía en un gorjeo regular y prolongado. Danilo comprendió aliviado que aquello debía de ser la versión avícola de un ronquido. Acabó la canción y se pasó los dedos temblorosos por el cabello.

—El poder del canto hechizador —comentó con énfasis mientras hacía un gesto de asentimiento hacia el monstruo adormecido—. Así puede utilizarse.

Wyn bajó el instrumento y suspiró, pero antes de que pudiera hablar, Elaith se acercó al enorme pájaro cantor y, tras desenfundar la espada, le cortó la cabeza a la criatura durmiente.

Una oleada de indignación cruzó por el rostro del juglar.

—¡Eso ha sido cruel e innecesario! La criatura no era peligrosa, y ningún elfo mata voluntariamente a un ave cantora.

—Soy elfo, el pájaro cantaba y está muerto —señaló Elaith con voz fría—. Quizá deberías revisar los hechos y reconsiderar tu conclusión. Ahora, si vosotros dos queréis quedaros en este osario, es problema vuestro, pero yo me voy a encontrarme con los demás en el arroyo. —Dicho esto, el elfo saltó ágilmente un muro de piedra medio derruido y echó a correr rumbo al sur.

Los ojos verdes de Wyn hervían de cólera y parecía incapaz de esbozar palabra.

—En este asunto, yo no sería demasiado duro con nuestro amigo hebras de plata —intervino Danilo—. He aprendido suficientes cosas sobre vuestras tradiciones elfas para saber lo que sentís respecto a la destrucción de árboles vivos y criaturas inofensivas, pero también tienes que admitir que ésta no era un ave corriente. Tal vez la reacción de Elaith haya sido exagerada, pero no carecía por completo de sentido.

—No es sólo eso. Elaith Craulnober viola las costumbres y las tradiciones elfas a cada paso que da. No cumple la ley y es amoral.

—¡Cierto! Pero ¿somos nosotros mejores?

—¡Pero él es elfo! —La protesta salió de labios de Wyn con mucha fuerza.

Danilo soltó un profundo suspiro.

—Dejaste Siempre Unidos cuando eras muy joven, ¿verdad? Y desde entonces has estado viajando exclusivamente entre humanos.

—Sí, así es.

—Los ojos de la juventud perciben sólo soles y sombras. Una cosa es correcta y está bien, o simplemente no existe. —El Arpista sonrió con tristeza—. Yo también solía pensar así, por eso no te juzgo, pero como yo aprendo más rápido, sé que a veces uno debe hacer simplemente lo que es mejor bajo ciertas circunstancias. Si hay algo que los humanos poseemos y que nos hace diferentes a los elfos es ese conocimiento. Por supuesto, es también nuestra debilidad —añadió en tono irónico—. Haces bien en no confiar en el elfo plateado, pero quizá deberías comprender por qué es como es.

A continuación, Danilo le resumió la historia de la hoja de luna que tenía Elaith adormecida y el exilio de Siempre Unidos que se había impuesto a sí mismo.

—Qué objetivo persigue ahora, no lo sé, pero estoy convencido de una cosa: en el fondo de su corazón, Elaith Craulnober es tan profunda y completamente elfo como tú. Nadie que lo haya visto bailar la danza mágica que une las estrellas con el acero podría dudar de ello. Por desgracia, ser elfo y ser buena persona no son virtudes que vayan necesariamente unidas. Mucha gente tiende a olvidarlo y ésa es una de las razones que han dado tanto éxito a la carrera de Elaith.

—Lo comprendo. —Wyn estudió al Arpista con detenimiento—. Pareces conocer y comprender mucho sobre los elfos.

—Es mi deber. Durante dos años he estado viajando con una mujer semielfa nacida en Evereska y criada según las costumbres de los elfos. Se considera más elfa que humana, aunque en mi opinión, reúne en su cuerpo los mejores rasgos de ambas razas.

—Ya veo. —Wyn esbozó una fugaz sonrisa—. Debe de ser difícil amar a alguien tan diferente a uno mismo.

—Espera un momento. ¿He hablado yo de amor?

—Salta a la vista. Tu pérdida es reciente y profunda, y asoma a tus ojos cada vez que entonas una canción. Quizá eso contribuya también a tu sabiduría.

—Si fuera sabio, no estaría en un lugar como éste diciendo tonterías como un loco —replicó Danilo, cuya incomodidad por el cariz que estaba tomando la conversación era patente—. Regresemos con los demás. Ven con nosotros, amigo elfo —gritó, y al oírlo asomó enseguida el ermitaño de detrás de su escondite.

Los tres se pusieron a andar en silencio durante un rato, cada uno sumido en sus pensamientos. En la cima de una colina, vieron a lo lejos el campamento, levantado en un calvero bordeado por el oste por el río Ganstar y por el este por una espesa arboleda. Aparentemente, Elaith tenía prisa por emprender la marcha porque los caballos estaban ensillados y el equipo a punto. El fuego había sido apagado pero el aroma de madera quemada y pescado asado impregnaba el aire.

Wyn hizo una pausa en lo alto de la colina y puso una mano en el hombro del Arpista.

—Elaith Craulnober tenía razón en una cosa: va siendo hora de que reflexione sobre lo que opino de elfos y humanos. Tú podrías manejar la Alondra Matutina con mas honor que el propio Elaith o el elfo que la tiene ahora en su poder, y haré todo lo que esté en mi mano para ayudarte a recuperar el artilugio. Si además deseas aprender el canto elfo, Danilo Thann, será un honor para mí enseñártelo.

Antes de que el sorprendido Arpista pudiese responder, el rostro de Wyn se tornó ceniciento mientras el elfo señalaba hacia el cielo.

—¡El
asperii
! ¡Ahí está!

Danilo entornó los ojos para observar el punto donde señalaba Wyn, pero su vista no era tan aguda como la del elfo y le pareció ver que el diminuto punto que se movía podía ser un pájaro.

—¿Estás seguro?

—Está seguro —intervino el ermitaño elfo, oteando el cielo—. Caballo que vuela sin alas. ¡Hasta la vista! —exclamó, antes de escabullirse entre unos árboles cercanos.

El rostro dorado de Wyn se ensombreció.

—El campamento de ahí delante está rodeado de árboles. Desde aquí podemos ver mucho más que los demás…, ¡si se produce un ataque, no podrán ver de dónde viene!

—Quizá la hechicera sólo vaya de paso de camino a Aguas Profundas.

Wyn sacudió la cabeza y se mesó los cabellos color ébano con un gesto de nerviosismo que era poco habitual en él.

—Mira, el
asperii
vuela en círculos.

Muy por encima del río Ganstar, Granate ordenó a su exhausto asperii que sobrevolara en círculos el campamento. Desde su atalaya en el cielo, los aventureros parecían hormigas que se movían sin cesar por el claro. Los ojos azules de la semielfa se entrecerraron mientras examinaba el campamento. Estaba rodeado de un bosque de espesa vegetación. Sonrió lentamente y, en silencio, ordenó a su montura que empezara a descender en espiral.

El bardo cogió el arpa Alondra Matutina entre sus manos y empezó a tocar la misma melodía que había sembrado la devastación en los viñedos de las Moonshaes y las granjas que circundaban Aguas Profundas. En respuesta a su canción, los árboles que rodeaban el campamento se marchitaron y murieron, como si el otoño hubiese llegado en un suspiro, y un centenar de árboles se viesen obligados a soltar sus hojas.

Acto seguido, Granate pulsó una única cuerda del arpa mientras señalaba con un dedo el campamento, y una ráfaga de aire se arremolinó sobre el calvero.

—Maldita sea —maldijo Danilo en voz baja mientras él y Wyn contemplaban el
asperii
que volaba en círculos—. Si conoces una canción elfa adecuada para la ocasión, ¡te sugiero que la cantes!

Wyn parecía dudar. Levantó la lira, pero la primera ráfaga de aire le arrancó el instrumento mágico de las manos y lo hizo caer al suelo. Danilo se tiró de bruces y agarró al elfo por el tobillo, pero apenas tuvo tiempo de entrelazar con sus propias piernas el tallo de un abedul antes de que la tempestad empezara en toda su plenitud.

Lanzando alaridos como en plena agonía, el viento zarandeaba los árboles y aumentaba de intensidad y velocidad hasta que pareció a punto de aspirar al ligero elfo en su vórtice. Danilo cerró los ojos para protegérselos del torbellino de polvo y broza mientras sujetaba con todas sus fuerzas al juglar que flotaba por los aires.

—Mielikki es testigo de que espero que este elfo lleve calzado de calidad —musitó Danilo mientras sujetaba con ambas manos la bota de Wyn.

Volando muy por encima del viento, Granate observaba cómo el tornado gigantesco engullía el claro. Las diminutas figuras se apiñaron en el ojo de la tormenta mágica mientras la tormenta de aire a su alrededor devoraba hojas y ramas de árboles rotas. La hechicera esperó hasta que la acumulación de broza y ramas formó un muro compacto y luego, con un rápido ademán, alargó una mano extendida. De inmediato el viento cesó y la pila de desechos de vegetación cayó para enterrar al peligroso maestro de acertijos y a sus compañeros de aventuras.

Granate ordenó al
asperii
que se acercara un poco más e hizo un gesto de asentimiento al ver el tamaño de la pila. Nadie sería capaz de sobrevivir allí abajo más de unos minutos. Acto seguido, espoleó al caballo para que se alejara del claro y, mientras volaban, entonó una canción que convertía a los seres vivos en monstruos dominados por la música. Un grillo del tamaño de un perro salió del devastado bosque de alrededor para sumergirse en la enorme pila de desechos en busca de comida.

No satisfecha todavía, Granate voló rumbo al noroeste, hacia las colinas donde anidaban las arpías pues podía dar órdenes a los monstruos de música aparte de crearlos. Por si alguien conseguía salir a gatas de la pila, no le iría mal disponer de una partida de vengativas arpías vigilando el perímetro. Cuando Danilo Thann y sus compañeros elfos llegaran, se encontrarían con más de una sorpresa. Confortada con aquel pensamiento, la hechicera retomó el rumbo hacia Aguas Profundas.

El vendaval finalizó con la misma brusquedad con que se había iniciado y tanto Wyn como Danilo cayeron de bruces sobre la ladera de la montaña. El Arpista soltó un bufido y escupió polvo. Le dolían todas las articulaciones y los músculos por el forcejeo que había mantenido contra el viento huracanado, pero aun así se puso de pie, despacio y tambaleante, mientras flexionaba los dedos entumecidos. Palmeó el abedul que le había servido de ancla en señal de agradecimiento y luego ofreció una mano al elfo dorado, que lucía un aspecto tan maltrecho y polvoriento como el de Dan.

—¡Por todos los mares y estrellas! —juró Wyn en voz baja mientas Dan lo estiraba para incorporarlo.

Danilo siguió la mirada del elfo.

—¡Por la montaña de Moander! —maldijo a su vez porque el montón de vegetación podrido y humeante que cubría el calvero parecía obra del antiguo dios de la corrupción.

El instante de estupor pasó con rapidez.

—Morgalla está ahí —musitó Wyn con voz sorda, y salió disparado detrás de Danilo, que se precipitaba ya ladera abajo, medio corriendo, medio deslizándose.

Cuando llegaron al campamento, empezaron a apartar frenéticamente las ramas que cubrían el montón, y luego comenzaron a escarbar entre las hojas podridas. La mano de Danilo rozó algo suave y alzó con gesto de triunfo el bufón de tela de Morgalla. Con ayuda de Wyn, hurgaron en la masa lodosa con ambas manos y al cabo de unos segundos dejaron al descubierto un par de botas pequeñas, con la puntera de acero. Agarraron por el talón y tiraron hasta que apareció Morgalla, amordazada y medio ahogada pero con la mano agarrotada alrededor de la madera de su lanza. Se apartó el lodo de la cara mientras indicaba con un gesto a Wyn que la dejara y siguiera escarbando. En cuanto pudo ponerse de pie, empezó a ayudarlos en la tarea.

Una risilla aguda distrajo momentáneamente a los que trabajaban. De pie junto a la pila estaba el ermitaño elfo de Taskerleigh, que observaba lo que estaban haciendo con una ancha sonrisa de mofa en su rostro demacrado, y las huesudas manos en jarras.

—No es manera —insistía el loco. Se abalanzó hacia adelante para quitarle de un tirón la lanza a la enana y, antes de que ella pudiese protestar, se subió en el cúmulo de desechos y empezó a hurgar con gesto experto entre la porquería.

—Usa la punta roma, estúpido espantapájaros hijo de orco —le gritó la enana.

—¡Uuppa! —El ermitaño soltó otra risotada mientras movía la lanza alrededor. Dio unos cuantos golpecitos más y luego asintió con gesto satisfecho—. Suave —anunció—. ¡Revuelto! Escarbad ahí.

Hizo falta el esfuerzo de los cuatro para extraer a Balindar del barro.

—Elaith está ahí, muy cerca —balbució el corpulento mercenario mientras se quitaba resto de vegetación podrida de la barba.

Morgalla soltó un sonoro bufido y cruzó los brazos sobre el pecho.

—¿Fingimos no haber oído eso, bardo?

—¡No me tientes y escarba!

Encontraron al elfo de la luna, que empezó a proferir maldiciones en lenguaje elfo en cuanto pudo abrir la boca. Wyn se mordió los labios para no pensar en la cólera que había sentido contra él antes y siguió escarbando junto al ermitaño. Recuperaron a Sarna, y luego a Vartain. Él maestro de acertijos fue desenterrado inconsciente de la pila. Mientras los demás seguían excavando, Danilo se inclinó sobre Vartain y apoyó un oído en la túnica inmunda del maestro hasta que oyó el débil latido de su corazón.

—Utiliza esto —sugirió Sarna mientras le tendía un frasco lleno de whisky barato a Danilo—. Lo hará ponerse de pie enseguida. Al menos siempre ha funcionado con él.

El Arpista abrió el tapón y olfateó el contenido.

—O lo cura o lo mata —musitó mientras vertía parte del líquido en la reseca boca de Vartain. Con una mano mantuvo la boca del maestro cerrada mientras con la otra hacía un masaje en la garganta del hombre hasta que finalmente tragó el líquido. Transcurridos unos segundos de tensa expectación, el maestro empezó a toser.

El alivio de Danilo duró poco porque de repente retumbó en el devastado calvero un sonido desgarrador que sacudió los árboles muertos y provocó una oleada de agonía hasta lo más profundo del cuerpo del Arpista. Incongruentemente, Dan pensó en aquel truco de salón consistente en hacer estallar una copa de cristal por efecto de una nota aguda de gran intensidad. El dolor atroz que sentía en los dientes y en lo más profundo de sus huesos le hacía pensar que ese sonido, con el tiempo, podía provocar resultados similares. Intentó sobreponerse al dolor y desenfundó la espada antes de darse la vuelta para enfrentarse a su último atacante.

Other books

Because You Loved Me by M. William Phelps
The Oracle's Message by Alex Archer
Our Kind of Love by Shane Morgan
Coyotes & Curves by Pamela Masterson
Wedding-Night Baby by Kim Lawrence
Courted by the Vampire by Sandra Sookoo
Betrayal at Falador by T. S. Church
The Texan's Christmas by Linda Warren


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024