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Authors: Alberto Bermúdez Ortiz

Tags: #Terror

Zoombie (24 page)

—Julieta: Has mejorado desde la última vez que nos vimos…, de eso no hay duda.

Su comentario me hizo pensar que se encontraría a gusto en él en un futuro no muy lejano.

—Trancos: ¿Cómo puede ser que tengas luz? Seguro que también agua, ¿no?

Trancos hizo hincapié en los aspectos logísticos que pasaron desapercibidos al resto del grupo.

—Correcto, hace tiempo que algunos de nosotros, los integrantes del Núcleo Precognitivo, esperábamos una circunstancia como la que estamos viviendo, y tomé precauciones. Este lugar está diseñado para soportar casi cualquier cosa; además, cuento con grupos electrógenos autónomos y un tanque de agua con sistema de potabilización y aprovechamiento de las aguas fluviales.

—Trancos: ¿Qué Núcleo Precognitivo?

A estas alturas, y era la primera vez que alguien inquiría acerca del término.

—Julieta: Es mejor que no preguntes. Pero si tanto te interesa, son un grupo de… personas que especulaban sobre la posibilidad de que esto pasase. Veo que al final tenías razón.

La respuesta de Julieta había sido precisa; era evidente que algo había calado durante nuestra intensa relación.

—Agustina: Por favor, necesito beber agua.

—Julieta: Yo daría lo que fuera por una ducha de agua caliente.

Tengo que reconocer que la idea de Julieta me pareció de lo más sugerente, y disparó mi imaginación con pensamientos libidinosos. Todos aprovechamos la petición de Agustina para saciar nuestra sed y, retrayendo mis más íntimos deseos, establecimos turnos para ducharnos. Seguíamos sin noticias de los Zs que nos perseguían, lo que significaba que les habíamos dado esquinazo. Como medida de ahorro de agua se estableció que nos duchásemos por parejas, aunque a Donovan no le pareció buena idea, pues acusaba a su amigo de ciertas licencias sexuales que se tomó durante el periodo en el que compartieron penitenciaría, lo que provocó la mofa y el escarnio de todos sobre Serpiente, quien, ruborizado como un pimiento morrón, se defendía de las imputaciones de su compañero. No me faltaron ganas de proponer a Julieta como pareja, pero hasta a mí me pareció inoportuna la idea, aunque no así a Donovan, quien bromeando se autopropuso como beneficiario de tan agradable experiencia. Al final El Cid y Agustina entrarían en el primer turno brindándose a preparar la cena. Donovan y Serpiente, en el segundo, y Trancos y yo en el último, lo que nos daría tiempo para sopesar y revisar los últimos datos de que disponíamos. Julieta se ducharía sola, lo que a la postre no me pareció tan mala idea. Mientras esperábamos nuestro turno, y Donovan y Serpiente disfrutaban de una partida matando zombis, esta vez en una pantalla de cincuenta pulgadas y con un mando de consola, Trancos y yo mantuvimos la conversación sobre la que se fundamentarían la mayoría de las acciones del día siguiente. Accioné de nuevo el botón de la grabadora, y esto fue lo que registró:

—Trancos: Esto empeora. Si no llega a ser por ti… no lo contamos. Y mañana será peor. No se dan cuenta… pero tarde o temprano habrá que contárselo.

—Sí, aunque de momento lo considero precipitado. No cambiará nada, y terminará perjudicándonos. Es mejor mantener la moral de la tropa alta y aprovechar la inercia. Tenemos que planificar el día de mañana, será crucial para sobrevivir, al menos, un día más.

—Trancos: ¿Qué propones?

Expuse algunas de las ideas que se me ocurrieron durante la noche de insomnio y de las que no había dado cuenta hasta ese preciso instante.

—Todo pasa por aprovechar al máximo nuestros efectivos. La operación de limpieza ha sido un éxito, y eso permitirá que por la mañana, si luce el sol, podamos movernos con soltura por casi todo el pueblo, a excepción de C6, aunque esto no es preocupante. Tenemos que prepararnos para la Batalla de las Batallas. Las armas con las que contamos no son suficientes…

—Trancos: Eso está claro… así que hay que fabricar otras, además de los cócteles, te refieres.

—Sí.

—Trancos: ¿Pero cuáles?…

—Bueno, una alternativa es hacer cócteles… tamaño industrial —ésta era una de esas ideas.

—Trancos: ¿De dónde vamos a sacar recipientes tan grandes?, ¿y cómo los lanzaremos? —Pausa de mi compañero que evidenciaba que otra vez había captado el mensaje—. ¿Te estás refiriendo a los coches?

Al menos constataba que Trancos conservaba su avispada intuición.

—Correcto. Colocaremos todos los que podamos alrededor de diferentes perímetros, en lugares estratégicos, y los iremos detonando a medida que sea necesario. Tendrán un poder de destrucción considerable y reducirán la fuerza de ataque del enemigo.

—Trancos: Pero probablemente sean cientos… o miles de ellos.

La apreciación era a todas luces bastante aproximada a la realidad.

—Seguramente, de ahí que tengamos que detonarlos de forma precisa.

—Trancos: Entiendo… Luego podríamos refugiarnos aquí —refiriéndose a mi casa— y así sucesivamente.

Había un fleco que quedaba suelto al que no había prestado la suficiente atención: sentí remordimientos por haber quitado la carta que hacía que su castillo de naipes se desmoronase irremisiblemente.

—Ése es el problema. Si nos refugiamos aquí, no habrá forma de accionar las bombas y, tarde o temprano, conseguirán entrar, o nos quedaremos sin provisiones o cualquier otra circunstancia.

—Trancos: Y entonces…

—Pues no había terminado de confeccionar el plan, sinceramente.

—Trancos: Y si nos apostamos en una azotea, donde nuestro campo de visibilidad sea de 365 grados, con cócteles suficientes y nuestras armas, quizá podamos reducirlos en número y aguantar un día más de asedio. Tal vez para entonces hayan encontrado un arma; si no, todo dará igual, pero merece la pena intentarlo. En todo caso, siempre podemos utilizar este lugar si la cosa se pone fea.

Habían quedado sentadas las bases de nuestro plan de acción para el día siguiente: confección de las bombas coche y del mayor número posible de cócteles molotov. Para cuando quisimos darnos cuenta, nos había llegado el turno de la ducha.

Disfrutamos de una agradable cena y, por primera vez, compartí espacio con Julieta, quien después de la ducha se mostró de los más simpática y jovial. Supongo que todos aprovechamos para olvidarnos de cuanto habíamos vivido aquel día y disfrutar como si de un día normal se tratara. Dimos buena cuenta de todo lo que fuimos capaces de engullir: terminamos las morcillas y chorizos de Burgos, que tan malos presagios me trajeron en forma onírica, y dejamos el jamón cinco jotas «tiritando», según una descriptiva expresión de Serpiente. Bebimos vino con el pensamiento de que esta vez sí: aquélla iba a ser posiblemente… la última cena. Durante la sobremesa, en los postres, informamos a los demás miembros de LR de los planes para el día siguiente, en realidad dentro de unas horas.

Pasaron un par de horas hasta que cada uno de nosotros buscó algo con lo que entretenerse: evidentemente he aprovechado para empezar el relato tantas veces interrumpido por los continuos ataques Zs. No llevaba más de una hora entregado a mi trabajo cuando Julieta puso el grito en el cielo al divisar a través de las pantallas de seguridad cómo un grupo de Zs se reunía frente a la casa, justo en el lugar donde XY-Z devoraba a
García
noches atrás.

—Donovan: ¿Pero qué carajo pasa?

—Julieta: ¡Están ahí! ¡Nos han encontrado!

Nuestra seguridad en la casa estaba comprometida, por lo que el planteamiento de quedarse en ella era ya inviable.

—Serpiente: Claro, si es que armáis mucho jaleo, así no me extraña… Mira que os lo estaba diciendo, ¡coño! Bajad la voz, que nos van a encontrar.

Tuve que sacar de dudas al respecto.

—Eso es imposible, ya os he dicho que este lugar está diseñado muy a conciencia, y entre sus virtudes destaca la de estar insonorizado completamente. No pueden oír ni ver nada desde fuera.

—Donovan: Pues me parece que llaman a la puerta… —momento que coincide con la utilización de uno de ellos a modo de ariete contra la puerta y al que ya se hizo alusión párrafos atrás.

—No hay peligro, tendrán que utilizar un sistema bastante más avanzado que eso para hacerle un rasguño a la puerta. Tranquilizaos y volved a lo que estuvierais haciendo.

—Agustina: ¿Quién es ése? ¿Y por qué señala hacia nosotros?

Los monitores de seguridad revelaban cómo, efectivamente, uno de los Z apuntaba con el dedo hacia la cámara. Al principio no supe reconocerlo, pero la bata que llevaba puesta terminó por delatarlo.

—Es mi vecino… el que casi acaba conmigo.

El inesperado descubrimiento ha terminado por irritarme, así que he vuelto a retomar el relato pese a las protestas de todos los demás y no me he vuelto a levantar ni siquiera cuando hemos sido víctimas del segundo de los ataques con el coche.

Ya he comentado que han tardado en comprender que con los efectivos con los que cuentan y con las tácticas bélicas que utilizan no había peligro alguno, pero al final han acabado asumiéndolo y se han vuelto a relajar. Tanto Trancos como yo sabemos que posiblemente no volvamos a poder utilizar este lugar como escondrijo: la cruda realidad era que habíamos sido descubiertos por un chivatazo de mi vecino a sus nuevos amigos y congéneres. Eso hacía inviable volver a utilizar el refugio con garantías. Ahora sé que no debo nunca dejar cabos sueltos.

Amanece y los ataques han cesado por hoy. Los Zs se han retirado buscando refugio en la oscuridad: se dirigen al bosque. Los demás hace rato que descansan. Se ha establecido un periodo de asueto de dos horas antes de poner en marcha el plan. Aprovecharé para descansar, hoy será un duro día.

Informe-Diario de a bordo: día 7, 6.00 p.m., domingo.

«Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana el día sexto.»

Hemos librado la Batalla de todas las Batallas. Los resultados, dadas las circunstancias, pueden calificarse de positivos. Ha sido una masacre: he visto llover sangre y vísceras, saltar cabezas por los aires, miembros mutilados por doquier; he creído morir muchas veces a lo largo de esta noche, aunque ha resultado que sigo vivo.

Un agradable olor a café recién hecho me ha despertado los sentidos, lo que por otro lado significaba que había recuperado mi capacidad olfativa. Las persianas estaban abiertas y la luz del sol iluminaba la estancia. He dado gracias por contar con tan inestimable aliado. He visto a Julieta ocupada en los quehaceres domésticos y ha evocado en mi pensamiento una imagen familiar a la que hasta ahora había sido ajeno. El desayuno transcurrió con normalidad y nos proporcionó el tiempo suficiente para ultimar los detalles de nuestro postrero plan; además, he decretado el estado de alerta DEF CON 1.

—Donovan: Bueno, ¿qué hay que hacer, unos regalitos
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para esos Zetas, no? Eso es pan comío, quillo.

—Serpiente: Ya te digo, niño. Nos curramos unos carros
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y los dejamos listos para que metan un petardazo de los buenos.

—Trancos: Sí, bueno, pero no es tan sencillo como eso. Tenemos que colocarlos en puntos estratégicos, y para eso hemos de elegir con cuidado nuestra ubicación.

—Está claro que lo idóneo sería atrincherarnos en una azotea estratégicamente ubicada. He meditado esta cuestión y creo que C4 —cuadrante cuatro— cuenta con las mejores condiciones para ello. Deberíamos trasladarnos hasta allí y prepararlo todo.

Sin más dilación, nos dispusimos a salir de casa para trasladarnos al cuadrante designado y comenzar la búsqueda de la azotea que nos serviría de enclave para librar la batalla final. He comprobado que no había presencia de Zs detrás de la puerta y he desactivado el sistema de seguridad. He tenido que insistir para que los miembros de LR se tapasen los oídos evitando de esta manera que escuchasen la contraseña: cualquier distracción podría resultar fatal en un futuro. Después, a solas, he revelado el secreto a mi venerada. Todo parecía estar despejado: pero ha sido Donovan quien ha puesto de manifiesto, de nuevo, que la presencia de Zs no se limitaba exclusivamente a su avistamiento físico. Al abrir la puerta ha sido el primero en salir al rellano, con las mismas consecuencias que sufrí yo en días anteriores.

—Donovan: ¡Vaya por Dios
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! ¡He pisado un mojón de Zeta! ¡Qué asco! ¡Cómo me ha dejado las zapatillas nuevas!… ¡Me costaron una pasta gansa!…

Por primera vez desde hacía una semana comprobaba de forma inequívoca lo pestilente que era.

—Agustina: Por favor, qué peste. Vamos, límpiate rápido antes de que nos dé algo —dijo mientras se dirigía a la cocina.

—Serpiente: ¡Qué podio! Y parece de las fresquitas… Venga, que eso no es nada, hombre, que nos va a dar suerte —al menos uno de nosotros era capaz de verle la parte positiva al tema…

—Donovan: Ha sido el vecino macho cabrío
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, ese tuyo, ¿no? —preguntó, y yo asentí con la cabeza sacando de dudas al personal.

—Julieta: Desde luego que la tiene tomada contigo. Más te vale no encontrarte con él.

Inmediatamente apareció Agustina con un cubo y una fregona limpiando la zona afectada y dando por finalizado el drama.

Salimos a la calle, donde Donovan tuvo que dedicar tiempo y esfuerzo a restablecer el estado original de sus zapatillas deportivas mientras seguía profiriendo insultos. Nos trasladamos a C4, donde daría comienzo la búsqueda de la azotea desde la que deberíamos repeler el ataque Z y alrededor de la cual estableceríamos dos círculos concéntricos de coches bomba distribuidos estratégicamente. Dejábamos sin limpiar C6: no representaba un riesgo inasumible y sí un ahorro de tiempo considerable; sinceramente, un cuadrante más o menos no representaba gran cosa.

La idea de parapetarnos en lo alto de una azotea había entusiasmado a los del Equipo de Intervención, sobre todo a uno, quien juró venganza por la ofensa sufrida. Después de inspeccionar la zona, se eligió una casa de tres plantas que nos proporcionaría seguridad suficiente: una vieja vivienda aislada de todas las demás, a modo de almena, que haría las veces de fortín y desde la cual presentaríamos una defensa espartana. Sólo quedaba, pues, determinar los puntos donde ubicaríamos los coches trampa.

–Serpiente: Bueno, ya tenemos la azotea, ahora vamos a currarnos unos bugas para darles la bienvenida a los Zetas, ¿no?

—Sí, ése es el plan. Pero es de vital importancia que ubiquemos los coches en los lugares adecuados para provocar el mayor número de bajas en el enemigo. Según mis cálculos, éstas son las calles en las que tendrán un efecto más devastador —dije, proporcionando a los encargados de la misión el nombre de las calles y ubicaciones donde deberían aparcar los coches para adecuarlos a nuestras pretensiones.

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