Se acordó de una vez que acompañó a su madre a las Montañas septentrionales de Tymbrimi, ascendiendo a lomos de un
gurvalback
por un sendero apenas un poco más ancho que éste, para asistir a la Ceremonia de Elevación de los
tytlal
.
Uthacalthing estaba entonces fuera en misión diplomática y nadie sabía aún qué tipo de transporte iba a usar para el regreso. Era una cuestión de máxima importancia ya que si podía hacer todo el camino de vuelta a través del nivel-A del hiperespacio y los puntos de transferencia, podría llegar a casa en cien días o menos. Si se veía obligado a viajar por el nivel-D, o aún peor, por el espacio normal, Uthacalthing podía no regresar en el tiempo que les quedaba de vida natural.
El servicio diplomático intentaba avisar a los familiares de sus agentes tan pronto como el asunto se aclaraba, pero en esa ocasión tardaron demasiado. Athaclena y su madre empezaron a convertirse en un estorbo público, contagiando su molesta ansiedad a todos sus vecinos. En tales circunstancias, se les insinuó educadamente que debían alejarse de la ciudad por un tiempo. El servicio les proporcionó billetes para que asistieran a ver cómo los representantes de los
tytlal
ejecutaban otro rito de avance en el largo camino de la Elevación.
El resbaladizo escudo mental de Robert le recordó el dolor de Mathicluanna secretamente guardado durante ese largo trayecto entre heladas colinas color púrpura. Madre e hija apenas hablaron entre sí mientras pasaban por amplios terrenos sin cultivar y por fin llegaban a una fértil llanura en la caldera de un antiguo volcán.
Allí, en lo alto de una simétrica cima, se habían congregado miles de
tymbrimi
, bajo un grupo de toldos de brillantes colores, para presenciar la Aceptación y Elección de los
tytlal
.
Habían llegado observadores de muchos clanes distinguidos de viajeros del espacio:
synthianos, kanten, mrgh'4luargi
y, por supuesto, un tropel de humanos vocingleros. Los terrestres se mezclaban con sus aliados
tymbrimi
junto a las mesas de refrigerio armando un gran alboroto. Recordó su actitud de entonces al ver juntas a tantas criaturas
atríquicas
y
bromopneanas. ¿Era yo tan snob?
, se preguntó Athaclena.
Había arrugado la nariz con desdén ante el ruido que hacían los humanos con sus fuertes y graves carcajadas.
Sus extrañas miradas se posaban en todas partes al tiempo que hacían alarde de sus prominentes músculos.
Incluso las hembras parecían caricaturas de los levantadores de pesas
tymbrimi
.
De hecho, por aquel entonces Athaclena apenas si había entrado en la adolescencia. Ahora, reflexionando sobre ello, recordó que sus congéneres eran tan entusiastas y ostentosos como los humanos, moviendo las manos de modo intrincado y animando el cielo con breves y destellantes glifos. Aquél fue un gran día, después de todo, ya que los
tytlal
tenían que «elegir» a sus tutores y a sus nuevos auspiciadores de Elevación.
Varios dignatarios permanecían bajo los brillantes pabellones. Obviamente los
caltmour
, inmediatos tutores de los
tymbrimi
, no pudieron asistir ya que se habían extinguido trágicamente. Pero estaban presentes su sello y sus colores, en honor a los que habían dado a los
tymbrimi
el don de la sapiencia.
Sin embargo, la presencia de todos se veía honrada por una delegación de charlatanes
brma
, de andares majestuosos, los cuales habían elevado a los
caltmour
hacía mucho, mucho tiempo.
Athaclena recordó con un suspiro cómo su corona chisporroteó de sorpresa al ver surgir otra sombra con una cobertura marrón en lo alto del monte ceremonial. ¡Era un
Krallnith!
¡La raza más antigua en su linaje de tutores había enviado un representante! Por aquel entonces, los
krallnith
estaban casi aletargados, habiendo abandonado su entusiasmo cada vez más pobre para dedicarse a extrañas formas de meditación. La opinión generalizada era de que no seguirían existiendo muchas épocas más. Era un honor que uno de ellos asistiera al acto y ofreciera sus bendiciones a los miembros más nuevos del clan.
Como era natural, el centro de atención eran los propios
tytlal
. Vestían túnicas plateadas que los hacían parecer mucho a esas criaturas terráqueas conocidas con el nombre de nutrias. Los legatarios tytlal irradiaban un justificado orgullo mientras se preparaban para el último rito de Elevación.
—Mira —indicó la madre de Athaclena—, los
tytlal
han elegido a Sustruk, su poeta-inspirador, para que los represente. ¿Recuerdas cuando lo conociste, Athaclena?
Claro que se acordaba. Había sido sólo el año anterior, cuando Sustruk les hizo una visita en su casa de la ciudad. Uthacalthing había querido presentar al genio tytlal a su esposa e hija antes de partir a su última misión.
—La poesía de Sustruk es chabacana y trivial —murmuró Athaclena.
Su madre la miró con severidad. Entonces su corona ondeó. El glifo que formaba era
sh'cha'kuon
, el oscuro espejo que sólo tu propia madre sabe cómo ponerte delante. El enojo de Athaclena se reflejó en él, y pudo ver con toda facilidad a qué era debido. Miró hacia otro lado, avergonzada.
Después de todo, era injusto culpar al pobre
tytlal
por recordarle la ausencia de su padre.
La ceremonia fue en realidad muy hermosa. Un glifocoro
tymbrimi
del mundo colonial de
Juthtath
interpretó «La apoteosis de
Lerensini
», y hasta los ineptos humanos se quedaron maravillados y boquiabiertos captando, de manera patente, algunas de las intrincadas y flotantes armonías. Sólo los fanfarrones e impenetrables embajadores
thenanios
permanecían insensibles y ni siquiera parecía importarles sentirse excluidos.
A continuación, el cantante
brma
Kuff-Kuff't entonó un antiguo y átono himno en honor de los Progenitores.
Athaclena pasó un mal rato mientras la silenciosa audiencia escuchaba una composición, creada especialmente para aquel acto por uno de los doce Grandes Soñadores de la Tierra, la ballena llamada Cinco Espirales de Burbujas. El que las ballenas no se consideraran oficialmente criaturas sensitivas no fue óbice para que se la admirase, pero el hecho de vivir en la Tierra, bajo el cuidado de los humanos «lobeznos», era una causa adicional de enojo para los clanes galácticos más conservadores.
Athaclena recordó haber permanecido sentada, tapándose los oídos, mientras todo el mundo se balanceaba al son de la música cetácea. Para ella era peor que el ruido de una casa derrumbándose. La mirada de Mathicluanna denotaba su preocupación.
Eres tan extraña, hija mía, que no sé qué vamos a hacer contigo.
Al menos la madre de Athaclena no le regañó en voz alta o con un glifo, avergonzándola en público.
Al fin, para alivio de Athaclena, el tiempo de los entretenimientos terminó. Ahora le tocaba el turno a la delegación
tytlal
: era el momento de la Aceptación y la Elección.
La delegación, con el gran poeta Sustruk a la cabeza, se acercó al supremo dignatario
krallnith
y se inclinó ante él. Después rindieron homenaje a los representantes
brma
y a continuación expresaron una cortés obediencia a los humanos y a las otras razas alienígenas de tutores visitantes.
El Maestro de Elevación
tymbrimi
fue el último en recibir la reverencia. Sustruk y su esposa, una científica llamada Kihimik, se adelantaron un paso con respecto al resto de la delegación ya que eran la pareja elegida entre todos para ser los «representantes de la raza». Contestaron por turno a una lista de preguntas formales que leía el Maestro de Elevación, quien anotaba con solemnidad las respuestas.
Luego, la pareja fue examinada minuciosamente por los Críticos del Instituto de Elevación Galáctica.
Hasta aquí había sido una versión rutinaria del test de sapiencia del Cuarto Nivel. Pero ahora los
tytlal
tenían una nueva posibilidad de fracaso. Una
soro
enfocaba a Sustruk y Kihimik con complejos instrumentos. Una
soro…
que no estaba en buenas relaciones con el clan de Athaclena. Tal vez ella buscara una excusa, cualquier excusa, para avergonzar a los
tymbrimi
rechazando a sus pupilos.
Discretamente oculto en el interior de la caldera se encontraba un equipo que había supuesto un gasto considerable para la raza de Athaclena. En aquel preciso instante, el examen de los
tytlal
se estaba emitiendo para las Cinco Galaxias. Ese día había muchas cosas de las que sentirse orgullosos, pero también cabía la posibilidad de una humillación.
Pero Sustruk y Kihimik pasaron la prueba con facilidad. Se inclinaron ante cada uno de los examinadores alienígenas. Si la examinadora
soro
estaba decepcionada, no lo demostró.
La delegación de peludos
tytlal
de piernas cortas se dirigió hacia un círculo, en lo alto de la colina.
Empezaron a cantar y a moverse juntos, de ese desgarbado y peculiar modo tan común entre las criaturas de su planeta natal: el mundo en barbecho en el que habían evolucionado hacia la presensitividad, donde fueron encontrados por los
tymbrimi
y adoptados por éstos para el largo proceso de Elevación.
Los técnicos enfocaron el amplificador que iba a mostrar a todos los presentes y a miles de millones en otros mundos, la elección que habían hecho los
tytlal
. Un sordo ruido bajo tierra era la prueba de unos potentes motores en funcionamiento.
En teoría, las criaturas podían incluso rechazar a sus tutores y abandonar la Elevación, aunque había tantas normas y cualificaciones que, en la práctica, casi nunca era posible. Y de todas formas, aquel día no se esperaba nada de ese tipo. Los
tymbrimi
mantenían unas relaciones excelentes con sus pupilos.
Sin embargo, un seco y ansioso susurro recorrió la multitud a medida que el Rito de Aceptación se acercaba a su consumación. Los
tytlal
seguían balanceándose y gimoteando cuando del amplificador surgió un grave zumbido. En el cielo se formó una imagen holográfica y la muchedumbre gritó y rió en señal de aprobación. Era el rostro de un
tymbrimi
, a quien todos reconocieron al instante. Oshoyoythuna, el Tramposo de la Ciudad de
Foyon
, que había tomado a algunos
tytlal
como ayudantes en sus bromas más exitosas.
Los
tytlal
habían reafirmado a los
tymbrimi
como sus tutores, pero elegir a Oshoyoythuna como su símbolo significaba mucho más que eso. Proclamaba el orgullo
tytlal
en cuanto a lo que significaba formar parte de ese clan.
Cuando cesaron las risas y los aplausos, sólo quedaba terminar una parte de la ceremonia: la selección de la Consorte de Etapa, la especie que hablaría en favor de los
tytlal
en la siguiente fase de su Elevación. Los humanos, en su extraña lengua, la llamaban Comadrona de la Elevación.
La Consorte de Etapa tenía que pertenecer a una raza ajena al propio clan
tymbrimi
. Y aunque la posición era principalmente ceremonial, la Consorte podía intervenir en favor de la especie pupila si el proceso de Elevación resultaba problemático. En el pasado, unas elecciones equivocadas habían creado terribles malentendidos. Nadie tenía ni idea de a quién habían elegido los
tytlal
. Era una de esas raras decisiones que incluso los tutores mas entrometidos como los
soro
tenían que respetar. Sustruk y Kihimik cantaron una vez más, y hasta Athaclena, que estaba detrás de toda la multitud, pudo notar un creciente sentimiento de expectación entre los pequeños y peludos pupilos. ¡Esos diablillos habían tramado algo, seguro!
El suelo vibró de nuevo, el amplificador zumbo otra vez y los proyectores holográficos formaron una neblina azul sobre la cima del monte. Unas sombras lóbregas parecían flotar en ella, como revoloteando sobre una iluminación de fondo.
Su corona no le ofrecía ninguna pista ya que se trataba de una imagen estrictamente visual. Envidió la agudeza visual de los humanos cuando un grito de sorpresa surgió de la zona donde estaban congregados la mayoría de los terrestres. En torno a ellos, los
tymbrimi
fijaban la vista y se ponían de pie. Ella parpadeó. Entonces Athaclena y su madre se unieron a los demás en su asombrada incredulidad.
Una de las figuras tenebrosas pasó flotando en primer plano. Entonces se detuvo y rió ante toda la audiencia, mostrando unos dientes blancos y afilados como agujas. Tenía un ojo que brillaba y de su frente grisácea surgían burbujas.
El silencio de asombro se prolongó. ¡Nadie en los campos estelares de Ifni habría esperado que los
tytlal
eligieran a los delfines!
Los visitantes galácticos se quedaron pasmados. Neodelfines. Pero si la segunda raza pupila de la Tierra comprendía a los sensitivos más jóvenes de todas las Cinco Galaxias, ¡más jóvenes incluso que los mismos
tytlal
!
Aquello no tenía precedente. Era asombroso.
Era…
¡Era divertido! Los
tymbrimi
aplaudieron. Sus carcajadas crecieron cada vez más fuertes y claras. Sus coronas, todas a la vez, como si sólo fueran una, se desplegaron formando un único glifo de aprobación, tan vivido que incluso el embajador thenanio pareció notarlo. Al ver que sus aliados no estaban ofendidos, los humanos se unieron a su alegría saltando y dando palmas con una energía amedrentadora.
Kihimik y la mayoría de
tytlal
reunidos hicieron una reverencia, aceptando los aplausos de sus tutores. Como buenos pupilos, parecía que habían trabajado duro para organizar una buena broma en ese día tan importante.
Sólo Sustruk permaneció un poco rezagado, rígido y tembloroso, todavía por la tensión.
En torno a Athaclena se encresparon olas de alegría y aprobación. Oyó la risa de su madre uniéndose a las demás. Pero la muchacha retrocedió, pasando entre la multitud hasta que tuvo espacio suficiente para poder salir de ella y alejarse. En un total flujo
gheer
, corrió y corrió, dejando atrás el borde de la caldera, hasta que pudo tomar el camino de descenso y no ser vista ni oída. Allí, contemplando la belleza del Valle de las Sombras Persistentes, cayó al suelo mientras la sacudían oleadas de reacción enzimática.