Y la pobre Athaclena parecía incluso ser peor, tan seria y reservada.
Admitió libremente que en parte era culpa suya. Ésa fue la razón por la que se había traído consigo la gran colección de historietas terrestres de la época previa al Contacto. La de los Tres Espías lo había inspirado en especial. Pero ¡qué lástima!, Athaclena parecía incapaz de comprender la sutil e irónica brillantez de esos antiguos genios terráqueos de la comedia.
Mediante
Sylíh
, ese enlace con los muertos-pero-recordados, su mujer, fallecida mucho tiempo atrás, todavía le regañaba, viniendo desde el más allá para decirle que su hija debería estar en casa, donde sus alegres compañeros podrían sacarla de su aislamiento.
Tal vez
, pensó. Pero Mathicluanna ya había tenido su oportunidad y Uthacalthing confiaba en sus propios remedios para enderezar a su hija.
Una pequeña y uniformada neochimpancé, una chima, se detuvo frente a Uthacalthing y le hizo una reverencia, con las manos juntas sobre el pecho en señal de respeto.
—¿Sí, señorita? —Uthacalthing habló primero tal como exigía el protocolo. Aunque era un tutor que hablaba a un pupilo, utilizó el honorífico y arcaico término.
—S… su excelencia… —la voz rasposa de la chima temblaba ligeramente. A buen seguro era la primera vez que hablaba con uno no-terráqueo—. Su excelencia, la Coordinadora Planetaria Oneagle nos ha hecho llegar el mensaje de que los preparativos ya están completos. Las armas están a punto de ser instaladas. Pregunta si a usted le gustaría presenciar su… este, su programa en funcionamiento.
Los ojos de Uthacalthing se separaron, divertidos, mientras la arrugada piel de sus cejas se estiraba unos instantes. Su «programa» apenas merecía tal nombre. Hubiera sido mejor llamarlo tortuosa y práctica broma para los invasores. Como mucho, una empresa aventurada.
Ni siquiera Oneagle sabía lo que él deseaba realmente. Esa ignorancia era una lástima, desde luego, ya que si fracasaba su plan, cosa más que probable, seguiría mereciéndose una o dos buenas carcajadas. Reírse podría ser una gran ayuda para su amiga ante los difíciles tiempos que tenía por delante.
—Gracias, cabo —asintió—. Por favor, indíqueme el camino.
Mientras seguía al pequeño pupilo, Uthalcalthing sintió una leve insatisfacción por dejar tantas cosas sin resolver. Una buena broma requería mucha preparación, y no le quedaba demasiado tiempo.
¡Si al menos yo tuviera un aceptable sentido del humor!
Oh, bueno, cuando la sutileza nos abandona, debemos simplemente tomárnoslo con tartas de crema.
Dos horas más tarde salía de la residencia del gobierno para regresar a casa. La reunión había sido breve, con flotas de batalla que se aproximaban y expectativas de aterrizajes inminentes. Megan Oneagle había trasladado ya la mayor parte del gobierno y las escasas fuerzas restantes a territorios más seguros.
Uthacalthing pensaba que en realidad disponían de algo más de tiempo. No habría aterrizajes hasta que los invasores hubiesen transmitido su manifiesto. Las normas del Instituto de la Guerra Civilizada así lo requerían.
Pero con la confusión que reinaba entre las Cinco Galaxias, muchos clanes de viajeros del espacio se estaban saltando la tradición a la torera. Pero en este caso, observar las normas no le costaría nada al enemigo. Ya habían vencido. Ahora se trataba sólo de ocupar un territorio.
Además, la batalla en el espacio había demostrado una cosa: estaba claro que el enemigo eran los
gubru
.
A los humanos y chimps de este planeta no les esperaban buenos tiempos. Desde la época del Contacto, los
gubru
habían sido los peores atormentadores de la Tierra. No obstante, los galácticos pajariles eran muy rigurosos con las normas. Al menos, con su propia interpretación de ellas.
Megan se sintió decepcionada cuando él rechazó su oferta de transportarlo al refugio, pero Uthacalthing tenía su propia nave. Y, además, todavía le quedaban asuntos por resolver en la ciudad. Se despidió de la Coordinadora con la promesa de verla muy pronto.
«Pronto» era una palabra maravillosamente ambigua. Una de las muchas razones por las que valoraba el ánglico era por la magnífica imprecisión de la lengua de los lobeznos.
Bajo la luz de la luna, Puerto Helenia se veía incluso más pequeño y desolado que la diminuta y amenazada ciudad que parecía de día. El invierno había casi terminado pero aún soplaba una fría brisa procedente del este, que hacía revolotear las hojas en las calles casi desiertas de la ciudad mientras su chófer lo llevaba de regreso al recinto de la cancillería. El viento transportaba un olor húmedo y Uthacalthing imaginó que podía oler las montañas donde su hija y Robert Oneagle se habían refugiado.
Fue una decisión por la que los padres no habían recibido demasiadas muestras de agradecimiento.
De camino a la embajada
tymbrimi
, el coche tenía que pasar de nuevo frente a la sección de la Biblioteca. El chófer tuvo que reducir velocidad para ser adelantado por otro vehículo. Por esta razón, Uthacalthing fue obsequiado con una extraña visión: un
thenanio
de la casta más alta que caminaba furioso bajo las luces de la calle.
Detente aquí, por favor —dijo de repente.
Frente al edificio de piedra de la Biblioteca zumbaba un gran vehículo flotador. De su cúpula elevada emanaba luz, creando un oscuro ramillete de sombras en las amplias escalinatas. Cinco de ellas pertenecían sin lugar a dudas a cinco neochimpancés con sus largos brazos extendidos. Dos sombras en penumbra, aún más largas, procedían de unas delgadas figuras que permanecían junto al flotador. Un par de estoicos y disciplinados
ynnin
estaban tan inmóviles que parecían altos canguros guerreros, allí quietos como estatuas.
Su jefe y tutor, el que poseía la sombra más grande, se destacaba entre los pequeños terráqueos. Macizos y fuertes, los hombros de esas criaturas parecían fusionarse con sus cabezas en forma de proyectil. El segundo de ellos tenía una alta y rizada cresta como la de los cascos de los guerreros griegos.
Al salir del coche, Uthacalthing oyó una voz muy fuerte, rica en sibilantes guturales.
—
¿Natha'kl ghoom'ph? ¡Veraich'sch hooman'vlech! ¡Nittaro K'Anglee!
Los chimpancés sacudieron la cabeza, confundidos y claramente intimidados. Era obvio que ninguno de ellos hablaba galáctico Seis. Y, sin embargo, cuando el enorme
thenanio
avanzó, los pequeños terrestres se movieron para intervenir, inclinándose ante él pero mostrándose reacios a dejarlo pasar.
Eso sólo consiguió que el
thenanio
se pusiera más nervioso.
—
¡Idatess! Nittaril kollunta…
El inmenso galáctico se detuvo de repente al ver a Uthacalthing. Su boca plumífera y pajaril permaneció cerrada al cambiar a galáctico-Siete, hablando a través de sus ranuras respiratorias.
—¡Oh, Uthacalthing!, ab-Caltmour ab-Brma ab-Krallnith ul-Tytlal! ¡Yo te saludo!
Uthacalthing hubiera reconocido a Kault en una ciudad atestada de
thenanios
. El gran y pomposo macho de la casta alta sabía que el protocolo no exigía el uso completo de los nombres de la especie en los encuentros casuales. Pero a Uthacalthing no le quedaba otra opción que saludarlo del mismo modo.
—Kault, ab-Wortl ab-Kosh ab-Rosh ab-Tothtoon ul-Paimin ul-Rammin ul-Ynnin ul-Olumimim. Yo también te saludo. Cada «ab» del largo patronímico se refería al nombre de las razas de las que descendía el clan thenanio, hasta la más antigua de las que todavía existían. «Ul» precedía al nombre de las especies a las que los
thenanios
habían elevado a la ciencia de los viajes espaciales. Los congéneres de Kault habían estado muy atareados el último megaaño. Se jactaban sin cesar de su largo nombre de especie.
Los
thenanios
eran idiotas.
—Uthacalthing, tú eres un experto en esa porquería de lengua que usan los terrestres. Por favor, explica a estas criaturas ignorantes y semielevadas que quiero entrar. Necesito utilizar la sección de la Biblioteca y si no se hacen a un lado me veré obligado a pedir que sus tutores los castiguen.
Uthacalthing se encogió de hombros, ese gesto estándar que denotaba la penosa imposibilidad de obedecer.
—Sólo están cumpliendo con su deber, enviado Kault. Cuando la Biblioteca está totalmente dedicada a asuntos de defensa planetaria, se puede restringir el paso durante un breve período de tiempo sólo a los inquilinos.
Kault miró a Uthacalthing sin pestañear. Sus ranuras respiratorias se hincharon.
—Niños —murmuró por lo bajo en un oscuro dialecto del galáctico-Doce, sin darse cuenta quizá de que Uthacalthing lo entendía—. ¡Infantes, dirigidos por niños indisciplinados, cuyos tutores son unos delincuentes juveniles!
Los ojos de Uthacalthing se separaron y sus zarcillos vibraron de ironía. Formaron el
fsu'usturatu
, un glifo de hilaridad y diversión.
Es maravilloso que los thenanios tengan la sensibilidad de una piedra para los asuntos de empatía
, pensó Uthacalthing al tiempo que se apresuraba a borrar el glifo. De entre los clanes galácticos implicados en la corriente actual de fanatismo, los
thenanios
eran menos odiosos que la mayoría. Algunos de ellos en realidad pensaban que estaban actuando por el bien de aquellos a quienes conquistaban.
Era evidente a quién se refería Kault cuando habló de «delincuentes» que con su liderazgo descarriaban a los terrestres. Uthacalthing no se sintió ofendido en lo más mínimo.
—Estos niños pilotan naves espaciales, Kault —le respondió en el mismo dialecto, para sorpresa del
thenanio
—. Los neochimpancés pueden llegar a ser los mejores pupilos que surjan en medio megaaño, con la posible excepción de sus primos, los neodelfines. ¿No tenemos que respetar, pues, su auténtico deseo de cumplir con su deber?
—Mi amigo
tymbrimi
… —La cresta de Kault se puso rígida al oír hablar de la otra raza pupila de la Tierra—. ¿Significa eso que sabe algo más sobre la nave de los delfines? ¿La han localizado ya?
Uthacalthing se sintió un poco culpable por estar tomándole el pelo a Kault. Después de todo, no era mal tipo. Procedía de una facción política minoritaria que incluso había hablado con los
tymbrimi
en favor de la paz. Sin embargo, Uthacalthing tenía sus motivos para excitar la curiosidad de su colega diplomático y se había preparado para un encuentro como ése.
—Tal vez he dicho más de lo que debiera. Por favor, no vuelva a pensar en ello. Y ahora lo siento mucho, pero tengo que marcharme o llegaré tarde a una reunión. Le deseo buena suerte y supervivencia en los días que se avecinan, Kault.
Hizo la reverencia informal de un tutor a otro y giró sobre sus talones. Pero por dentro, Uthacalthing se reía, porque sabía la verdadera razón por la que Kault estaba en la Biblioteca. El
thenanio
sólo había ido allí a buscarlo a él.
—¡Espere! —gritó Kault en ánglico.
—¿Sí, respetable colega? —Uthacalthing se volvió.
—Yo —Kault cambió a galSiete— tengo que hablar con usted respecto a la evacuación. Como ya debe saber, mi nave está en mal estado. En este momento, carezco de transporte. —La cresta del
thenanio
vibró de incomodidad. El protocolo y la diplomacia eran una cosa, pero era evidente que al tipo no le gustaba la idea de tener que quedarse en la ciudad cuando aterrizasen los
gubru
—. Debo pues preguntarle si hay alguna posibilidad de que podamos discutir acerca del apoyo mutuo. La enorme criatura dijo todas esas palabras a borbotones.
Uthacalthing fingió sopesar la idea con gravedad. Después de todo, su especie y la de Kault estaban oficialmente en guerra en aquel momento. Finalmente asintió:
—Esté en mi recinto mañana a medianoche; ni un
mictaar
más tarde, recuérdelo. Y por favor, traiga el equipaje mínimo. Mi nave es muy pequeña. Teniendo en cuenta todo esto, puedo ofrecerle amablemente un pasaje al refugio. Eso sería lo amable y correcto. ¿Verdad, cabo? —preguntó volviéndose hacia su chófer neochimpancé.
La pobre chima parpadeó confusa ante Uthacalthing. Había sido elegida para aquel trabajo por su dominio de galSiete, pero de ahí a comprender el misterio de lo que estaba ocurriendo allí, había un buen trecho.
—S… si sseñor. Parece lo más amable.
—En ésas estamos —asintió Uthacalthing mirando a Kault—. No sólo lo más correcto sino también lo más amable. Es una gran cosa que nosotros, los mayores, aprendamos de tal inteligente precocidad y añadamos esa cualidad a nuestras acciones.
Por primera vez vio que el
thenanio
pestañeaba. La criatura emanaba confusión. Al fin, no obstante, el alivio venció sobre el temor de que le hubieran estado tomando el pelo. Kault se inclinó ante Uthacalthing. Y entonces, por el hecho de haber éste incluido a la pequeña chima en la conversación, la saludó con un leve movimiento de cabeza.
—Por misss pupilosss y por mí misssmo, se lo agradezco —dijo torpemente en ánglico. Kault hizo chasquear los clavos de sus codos y los pupilos
ynnin
lo siguieron mientras andaba pesadamente hacia su flotador. La cúpula que lo cerraba apagó finalmente sus luces y los chimps en la Biblioteca miraron a Uthacalthing agradecidos.
El flotador se elevó sobre su cojín de gravedad y desapareció a toda prisa. La chófer de Uthacalthing mantenía abierta la puerta de su coche de ruedas, pero él extendió los brazos e inhaló profundamente.
—Creo que sería una buena idea dar un paseo —le dijo—. La embajada no está lejos de aquí. ¿Por qué no te tomas unas horas libres, cabo, y las disfrutas con tus familiares y amigos?
—Pe… pero, señor…
—No te preocupes por mí —insistió con firmeza. Se inclinó ante ella y notó que se ruborizaba ante aquella muestra de cortesía. Ella le devolvió una reverencia más acentuada.
Qué criaturas tan deliciosas
, pensó Uthacalthing mientras veía alejarse el coche.
He conocido a unos cuantos neochimpancés que parecen incluso tener indicios de verdadero sentido del humor.
Espero que la especie sobreviva.
Empezó a caminar. Pronto dejó atrás el clamor de la Biblioteca y cruzó un barrio residencial. La brisa hacía que la noche fuera clara y las suaves luces de la ciudad no ofuscaban el centelleo de las estrellas. En esa época la corona galáctica era un áspero espejo de diamantes que cruzaba el cielo. No se veían rastros de la batalla espacial: había sido una escaramuza demasiado pequeña como para dejar residuos visibles.