Según la tradición, los pupilos servían a sus tutores durante mil siglos o más, hasta que el contrato de aprendizaje terminaba y les permitía a su vez buscar nuevos pupilos. Pocos clanes galácticos creían o comprendían cuánta libertad les habían dado los humanos de la Tierra a los delfines y a los chimps. Era difícil saber lo que harían los neodelfines de la tripulación del Streaker si los humanos eran tomados como rehenes. Pero, al parecer, eso no iba a hacer desistir a los ETs de intentarlo. Los puestos de escucha distantes habían confirmado lo peor. Las flotas de guerra estaban acercándose a Garth en el mismo momento en que él y Athaclena estaban allí hablando.
—¿Qué tiene más valor, Robert —Athaclena preguntaba con suavidad—, esa colección de cascos espaciales antiguos que se supone que los delfines han encontrado, objetos que no tienen ningún significado para un clan joven como el vuestro, o vuestros mundos, con sus granjas, parques y ciudades-órbitas? No puedo comprender la lógica de vuestro Concejo de Terragens, al ordenar al Streaker que guarde su secreto, cuando vosotros y vuestros pupilos estáis tan indefensos.
Robert volvió a clavar los ojos en el suelo. No tenía ninguna respuesta para ella. Contemplado de ese modo, parecía ilógico. Pensó en sus condiscípulos y amigos, reuniéndose para ir a la guerra sin él, a pelear por unos intereses que ni siquiera comprendían. Era muy duro.
Para Athaclena resultaba igualmente difícil, alejada de su padre, atrapada en un mundo extraño cuyas disputas poco o nada tenían que ver con ella. Robert decidió concederle la última palabra. Por otro lado, había visto más que él del universo y además tenía la ventaja de proceder de un clan más antiguo y de un estatus más alto.
—Tal vez tengas razón —le dijo—. Tal vez tengas razón.
Pero tal vez
, se dijo mientras le ayudaba a levantar su mochila y se ponía la propia a la espalda para la siguiente etapa de su viaje,
tal vez una joven tymbrimi puede ser tan ignorante y testaruda como un humano joven, cuando está un poco asustada y lejos de su hogar.
—
Patrullera TAASF Bonobo llamando a patrullera Procónsul… Fiben, estás de nuevo fuera de sincronización. Vamos, viejo chimp, intenta arreglarlo, ¿quieres?
Fiben luchaba con los controles de su vieja nave espacial de fabricación alienígena. Sólo el micrófono abierto le impedía expresar su frustración de un modo irreverente. Finalmente, golpeó desesperado el panel de mandos provisional que los técnicos habían instalado en Garth.
¡Funcionó! Una luz roja se apagó al tiempo que los nonios de antigravedad se liberaron. Fiben suspiró.
¡Por fin!
Por supuesto, su placa de protección visual, con todo aquel esfuerzo, se había empañado.
—Después de todo ese tiempo, uno pensaría que podrían crear un traje de mono decente —gruñó mientras ponía en marcha el desempañador. No había pasado más de un minuto antes de que las estrellas reaparecieran.
—
¿Qué es eso, Fiben? ¿Qué has dicho?
—He dicho que tendré este trasto en línea a tiempo. Los ETs no se decepcionarán.
El argot popular para designar a los alienígenas galácticos tenía su raíz en la abreviación de la palabra «extraterrestres». Pero a Fiben también le hacía pensar en la comida.
[1]
Había subsistido con la pasta de la nave durante días. ¡Hubiera dado cualquier cosa por un buen pollo fresco y un bocadillo de hojas de palmito! Había subsistido con la pasta de la nave durante días. ¡Hubiera dado cualquier cosa por un buen pollo fresco y un bocadillo de hojas de palmito!
Los especialistas en nutrición estaban siempre pendientes de controlar el apetito de los chimps. Decían que comer demasiado era malo para la presión sanguínea. Fiben suspiró.
Heck, me conformaría con un bote de mostaza y la última edición del Times de Puerto Helenia
, pensó.
—
Dime, Fiben, tú estás siempre al día de los últimos rumores. ¿Hay alguien que sepa ya quién nos está invadiendo?
—Bueno, conozco una chima en la oficina de la Coordinadora que me ha dicho que tiene una amiga en el Servicio de Inteligencia que piensa que son los bastardos de los
soro
o tal vez los
tandu
.
—
¡Tandu! Espero que estés bromeando
. —Simón parecía estupefacto y Fiben tuvo que darle la razón. Hay cosas que no debían ni siquiera pensarse.
—Bueno, supongo que sólo se trata de un grupo de jardineros Unten que viene a visitarnos para ver si tratamos a las plantas adecuadamente.
Simón rió y Fiben se sintió contento. Tener un piloto de flanco alegre era mejor que cobrar la mitad de la paga de un oficial de la reserva.
Encaminó su pequeño esquife espacial hacia la trayectoria asignada. La patrullera, que había sido adquirida a un chatarrero
xatinni
que estaba de paso, era en realidad algo más vieja que su propia raza sapiente. Mientras sus ancestros estaban todavía acosando mandriles en los árboles africanos, esta nave guerrera había contemplado acciones bajo distantes soles, pilotada por manos, garras o tentáculos de otras pobres criaturas igualmente predestinadas a las escaramuzas y muertas en inútiles batallas interestelares.
A Fiben se le habían concedido sólo dos semanas para estudiar los gráficos y recordar la suficiente escritura galáctica para leer los instrumentos. Por fortuna, los diseños habían cambiado lentamente en la eónica cultura galáctica y había elementos básicos que muchas naves espaciales tenían en común.
Una cosa era cierta, la tecnología galáctica era impresionante. Las mejores naves de la Humanidad todavía se compraban, no eran de fabricación terrestre. Y a pesar de que este viejo cacharro era defectuoso y decrépito, probablemente seguiría existiendo después de que él muriera.
Alrededor de Fiben centelleaban brillantes campos estelares, salvo en el punto en que la negrura de la nébula Spoon oscurecía la gruesa banda del disco galáctico. En esa dirección se encontraba la Tierra, el hogar que Fiben no había visto nunca y que ahora, probablemente, nunca vería.
En el otro lado, Garth era un brillante resplandor verde sólo a tres millones de kilómetros a sus espaldas. La pequeña flota de este planeta era demasiado diminuta para cubrir los distantes puntos de transferencia hiperespaciales, o incluso el sistema interno. Su grupo de patrulleras destartaladas, los minadores de meteoritos y sus cargueros, más tres modernas corbetas, difícilmente eran adecuados para cubrir el propio planeta.
Por suerte Fiben no estaba al mando de ella, de modo que no tenía que ocupar su mente en lo desesperanzado de sus expectativas. Lo único que debía hacer era cumplir su misión y esperar. No planeaba dedicar su tiempo a contemplar la aniquilación.
Intentó distraerse pensando en la familia Throop, el pequeño clan de participación de la isla Quintana que lo había invitado hacía poco a que se uniese a ellos en sus grupos de matrimonio. Para un chimp moderno, era una decisión muy seria, lo mismo que cuando dos o tres seres humanos decidían casarse y formar una familia. Había estado sopesando la posibilidad durante semanas.
El Clan Throop tenía una casa hermosa y cómoda, buenas costumbres en cuanto a limpieza y unas profesiones respetables. Los adultos eran unos chimps atractivos e interesantes, todos ellos con certificado genético de color verde. Socialmente, sería un buen avance.
Pero también tenía sus inconvenientes. Primero, tendría que dejar Puerto Helenia y regresar a las islas, en las que aún vivían la mayoría de colonos humanos y chimps. Fiben no estaba seguro de estar dispuesto a ello. Le gustaban los espacios abiertos del continente, la libertad de las montañas y la salvaje campiña de Garth.
Y había otra consideración importante. Fiben se preguntaba si los Throop lo querían de verdad o era porque el Cuadro de Elevación de Neochimpancés le había concedido el carnet azul, un certificado para poder reproducirse libremente.
Sólo el carnet blanco era superior. El estatus azul significaba que podía unirse a cualquier grupo de matrimonio y engendrar hijos con sólo un mínimo asesoramiento genético. Era algo que inevitablemente había influido en la decisión del Clan Throop.
—Oh, deja ya de divagar —murmuró para sí mismo. De todas formas, la cuestión era discutible. Y en aquellos momentos no apostaría demasiado a favor de sus posibilidades de volver de nuevo a casa sano y salvo.
—
Fiben. ¿Estás aún ahí, muchacho?
—Sí, Simón. ¿Qué sucede?
Hubo una pausa.
—
Acabo de recibir una llamada del mayor Forthness. Dice que esa abertura en el cuarto dodecanato lo llena de intranquilidad.
—Los humanos siempre están intranquilos. —Fiben bostezó—. Siempre preocupándose. Eso les pasa por ser tutores modelo.
Su compañero estalló en risas. En Garth estaban de moda, incluso entre los chimps bien educados, las tomaduras de pelo. La mayor parte de los mejores humanos se tomaban las burlas con buen humor, y los que no, hacían oídos sordos.
—Te diré una cosa —continuó—. Iré hacia el cuarto dodecanato y le echaré un vistazo para el mayor.
—
Se supone que no deberíamos separarnos.
—La voz protestó débilmente por los auriculares. Y sin embargo, ambos sabían que aquello apenas iba a marcar diferencia en el vuelo a que se iban a enfrentar.
—Volveré en un santiamén —aseguró Fiben a su amigo—. Guárdame algunos plátanos.
Ajustó el estasis y los campos de gravedad de un modo gradual como si la vieja máquina fuera una chima virgen en su primer encuentro amoroso. Suavemente, la patrullera fue adquiriendo aceleración.
El plan de defensa había sido trazado cuidadosamente teniendo en cuenta la psicología por lo general conservadora de los galácticos. Las fuerzas terrestres habían desplegado una red, dejando las naves más grandes en reserva. El plan consistía en que patrulleras como la suya reportasen el avance enemigo a tiempo para que las otras pudieran coordinar una respuesta.
El problema era que había demasiado pocas patrulleras para mantener en todas las proximidades una vigilancia completa.
Fiben sintió la potente vibración de los motores bajo su asiento. Pronto estuvo lanzado a través del campo estelar.
Tenemos que darles a los galácticos lo que se merecen
, pensó. Su cultura era indigesta e intolerable, a veces casi fascista, pero estaba bien desarrollada.
Fiben sintió picores dentro de su traje. No era la primera vez que deseaba que los pilotos humanos fueran lo bastante pequeños como para poder moverse en esas diminutas patrulleras
xatinni
. Eso los obligaría a tener que soportar su propio olor después de tres días en el espacio.
A menudo, cuando se sentía melancólico, Fiben se preguntaba si había sido una buena idea que los humanos se entrometieran, convirtiendo en ingenieros, poetas y guerreros espaciales a unos simios que hubieran sido igual de felices en el bosque. ¿Dónde estaría él ahora, si no lo hubieran hecho? Tal vez iría sucio y sería un ignorante, pero al menos tendría la libertad de poder rascarse cada vez que le viniese en gana.
Echaba de menos su Club Social. Oh, el placer de ser arrullado y frotado por un chimp o una chima verdaderamente sensitivos, holgazaneando a la sombra y contando rumores sin importancia.
En su depósito de detección apareció una luz rosa. Alargó una mano y palmoteo el visor pero la lectura de éste no desapareció. De hecho, a medida que se aproximaba a su destino, crecía, se separaba y se dividía de nuevo.
—La incontinencia de Ifni… —Fiben sintió frío, soltó una maldición y pulsó la tecla de emisiones en código—. Patrullera
Procónsul
llamando a todas las unidades. ¡Los tenemos detrás! Tres… no, cuatro escuadrones de cruceros de combate, surgiendo del nivel-B del hiperespacio en el cuarto dodecanato.
Parpadeó al tiempo que una quinta flotilla aparecía como si brotara de la nada, con sus indicadores centelleantes, mientras que las naves espaciales entraban en el tiempo-real y soltaban excedente de hiperprobabilidad en el vacío del espacio-real. Incluso a aquella distancia podía ver que las naves eran grandes.
Por los auriculares le llegó un sentimiento de consternación.
—
¡Por la virilidad dos veces demostrada de mi Tío Peludo! ¿Cómo han sabido que allí había un agujero en nuestra línea?
»
… Fiben ¿estás seguro? ¿Por qué han captado ese particular…?
»
… ¿Quién demonios son? ¿Puedes…?
La charla se interrumpió cuando el mayor Forthness se hizo oír en el canal de mando.
—
Mensaje recibido, Procónsul. Nos ponemos en camino. Por favor, Fiben, conecta tu repetidor.
Fiben se golpeó el casco con la palma de la mano. Habían pasado muchos años desde su preparación en el ejército y uno tendía a olvidarse de ciertas cosas. Conecto la telemetría para que los demás pudieran enterarse de lo que sus instrumentos captaran.
El emitir por radio todos esos datos lo convertía en un objetivo fácil, desde luego, pero eso no importaba demasiado. Era evidente que sus enemigos sabían dónde estaban los defensores, quizás incluso hasta la última nave. Ya había detectado misiles de búsqueda que se dirigían hacia él.
Al tiempo que avanzaba hacia el enemigo, cualquier demonio que éste fuera, Fiben advirtió que la armada de invasores estaba casi en línea recta entre él y el centelleo verde de Garth.
—Perfecto. —Soltó una risita burlona—. Al menos cuando me disparen iré a parar de cabeza a casa. Tal vez unos cuantos mechones de pelo llegarán allí antes incluso que los ETs. Si alguien pronuncia un deseo ante una estrella fugaz, mañana por la noche, espero que consiga lo que pida.
Aumentó la aceleración de su vieja patrullera y notó un retroceso brusco a pesar del forzamiento de los campos de estasis. El gemido de los motores se hizo más agudo. Y a medida que la pequeña nave saltaba hacia adelante, a Fiben le pareció que entonaba una canción de guerra que sonaba casi alegre.
Cuatro oficiales humanos avanzaron sobre el barnizado
parquet
del conservatorio, haciendo sonar sus lustradas botas rítmicamente a cada paso. Tres de ellos se detuvieron a una distancia respetuosa de la amplia ventana donde esperaban el embajador y la Coordinadora Planetaria. Pero el cuarto se aproximó a ellos y los saludó de modo desenvuelto.