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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

La rebelión de los pupilos (3 page)

¡Dale más thenanio!
, pensó Fiben. Los compatriotas de Kault podían ser fanáticos. En aquellos momentos eran enemigos oficiales de la Tierra. Y, sin embargo, en todas partes eran conocidos por su coraje y estricto sentido del honor.

No, nunca puedes elegir a tus amigos o enemigos.

Swoio avanzó hasta llegar a Megan Oneagle. La reverencia de la
synthiana
fue menos pronunciada que la que había ofrecido a Kault. Después de todo, la categoría de los humanos entre las razas tutoras de la galaxia era bastante baja.

Y ya sabes lo que eso te ocasiona
, pensó Fiben.

—Siento mucho verla marchar —le dijo Megan a Swoio en un galSeis cargado de acento, devolviéndole la reverencia—. Por favor, transmita a su pueblo nuestra gratitud por sus buenos deseos.

—Claro —murmuró Fiben—, dales un montón de gracias a los otros mapaches. Adoptó una expresión de aburrimiento cuando el coronel Maiven, el comandante humano de la Guardia de Honor, lo miró con severidad.

La respuesta de Swoio estaba llena de perogrulladas. Había pedido paciencia.

—En este momento reina la confusión en las Cinco Galaxias —dijo—. De entre los grandes poderes, los fanáticos son los que causan más problemas porque creen que el Milenio, el fin de la gran era, está a la vuelta de la esquina. Son los primeros en actuar. Mientras tanto, los moderados y los Institutos Galácticos se deben mover lentamente, de un modo juicioso. Pero actuarán, a su debido tiempo. El pequeño Garth no será olvidado.

Seguro
, pensó Fiben con sarcasmo.
Sí, ¡puede que la ayuda no tarde más de uno o dos siglos en llegar!

Los demás chimps de la Guardia de Honor se miraron unos a otros, haciendo girar los ojos en señal de incredulidad. Los oficiales humanos mostraban más recato, pero Fiben vio cómo uno de ellos hacía girar con firmeza la lengua contra la parte interior de su mejilla.

Finalmente, Swoio se detuvo ante el miembro más antiguo del cuerpo diplomático, Uthacalthing Hombre-Amigo, el cónsul-embajador de Tymbrimi.

El alto ET llevaba una amplia túnica negra que acentuaba la palidez de su piel. La boca de Uthacalthing era muy pequeña y la extraña separación entre sus sombríos ojos parecía muy ancha. Sin embargo, la impresión de humanoide era muy fuerte. A Fiben siempre le había parecido que el representante del aliado principal de la Tierra estaba siempre a punto de reírse de algún chiste, gracioso o no. Uthacalthing, con su coronilla de pelo suave y oscuro, rodeada de zarcillos delicados y ondulantes, con sus manos largas y finas y su humor fácil, era el único ser en la meseta que parecía insensible a la tensión de la jornada. La sonrisa irónica del
tymbrimi
afectó a Fiben, mejorando momentáneamente su estado de ánimo.

¡Al fin!
Fiben suspiró aliviado. Parecía que Swoio ya había terminado de una vez. Se volvió y subió a grandes pasos la rampa de la lancha que la aguardaba. Con una severa orden, el coronel Maiven indicó a la Guardia que se cuadrase. Fiben empezó a contar mentalmente el número de pasos que lo separaban de una sombra y una bebida fría. Pero era demasiado pronto para relajarse. Fiben no fue el único que gruñó por lo bajo cuando la synthiana, al llegar a lo alto de la rampa, giró para dirigirse una vez más a los presentes.

Lo que ocurrió entonces, y el orden en que ocurrió, iba a dejar perplejo a Fiben mucho tiempo. Porque, justo en el instante en que los primeros tonos aflautados de galSeis surgían de la boca de Swoio, algo extraño se produjo al otro lado del campo de aterrizaje. Fiben sintió una comezón en la parte posterior de las órbitas de sus ojos y miró hacia la izquierda, a tiempo para ver un brillo de llamas junto a una de las patrulleras. Luego la pequeña nave pareció explotar.

No pensó siquiera en tirarse al suelo asfaltado, pero ahí es donde se encontró a continuación, intentando esconderse en la dura y pringosa superficie.
¿Qué es eso? ¿Un ataque enemigo tan pronto?

Oyó a Simón resoplar violentamente, seguido de un coro de estornudos. Parpadeando para apartar el polvo de sus ojos, Fiben miró y vio que la pequeña nave patrullera aún existía. ¡No había explotado, después de todo!

Pero sus campos estaban fuera de control Fulguraban en un ensordecedor y cegador espectáculo de luz y sonido. Unos ingenieros con trajes protectores corrían para apagar el generador de posibilidades averiado de la nave, pero no lo consiguieron antes de que el ruido hubiese sacudido los sentidos de todos los presentes, desde el tacto y el olfato hasta la vista, pasando por el gusto, el oído y el sentido psi.

—Fiuuuu —silbó la chima que Fiben tenía a la izquierda, apretándose inútilmente la nariz—. ¿Quién ha tirado una bomba fétida?

Al instante, Fiben supo, con una misteriosa certeza, que ella había acertado. Rodó por el suelo mientras veía cómo la embajadora synthiana arrugaba la nariz con asco y se le doblaban los bigotes de vergüenza, mientras se metía a toda prisa en su nave, abandonando toda dignidad, compostura y diplomacia. La escotilla se cerró con un golpe seco.

Finalmente alguien encontró la palanca adecuada e interrumpió la horrible sobrecarga, dejando sólo un cruel resabio y un silbido en los oídos. Los miembros de la Guardia de Honor se pusieron de pie, sacudiéndose el polvo y murmurando irritados. Algunos humanos y chimps aún temblaban parpadeando y bostezando con fuerza.

El único que no parecía afectado era el impasible y absorto embajador
thenanio
. Incluso Kault parecía perplejo ante ese comportamiento terráqueo tan poco habitual.

Una bomba fétida
, pensó Fiben.
Una broma práctica de alguien.

Y me parece que ya sé de quién.

Fiben miró a Uthacalthing con atención. Contempló al ser a quien se había dado el nombre de Hombre-Amigo y recordó cómo el flaco
tymbrimi
había sonreído a Swoio, la pequeña y pomposa synthiana, mientras ésta se lanzaba a su discurso final. Sí, Fiben estaría dispuesto a jurar sobre un retrato de Darwin a que en ese mismo momento, antes de que la patrullera empezase a funcionar mal, la corona de zarcillos plateados de Uthacalthing se había erizado y el embajador había sonreído en anticipada diversión.

Fiben meneó la cabeza. A causa de sus famosas dotes psíquicas, ningún
tymbrimi
hubiese causado tal accidente por mera fuerza de voluntad.

Salvo que hubiese sido preparado de antemano.

La lancha synthiana se elevó entre un chorro de aire y cruzó la pista en vuelo raso hasta una distancia prudencial. Entonces, con un gran chirrido de gravíticos, la brillante nave ascendió al encuentro de las nubes.

A una orden del coronel Maiven, la Guardia de Honor se cuadró por última vez. La Coordinadora Planetaria y los dos enviados restantes pasaron revista a la formación.

Pudo haber sido su imaginación, pero Fiben estaba seguro de que durante un instante Uthacalthing había disminuido el paso justo frente a él, y que uno de esos amplios ojos, bordeados de plata, lo miró directamente.

Y el otro, lo guiñaba.

Fiben suspiró.
Muy divertido
, pensó, esperando que el emisario
tymbrimi
captase el sarcasmo de su mente.

Dentro de una semana todos seremos tal vez carne muerta y humeante, y tú te dedicas a las bromas prácticas.

Muy divertido, Uthacalthing.

Capítulo
2
ATHACLENA

Los zarcillos se ondulaban alrededor de su cabeza, con malévola agitación. Athaclena hizo que su frustración y enojo chisporrotearan como electricidad estática en las puntas de las hebras plateadas. Sus extremos se agitaban como por voluntad propia, dando forma a su casi palpable resentimiento por algo…

Cerca de allí, uno de los humanos que esperaba audiencia con la Coordinadora Planetaria husmeó el aire y miró a su alrededor, asombrado. Se apartó de Athaclena sin saber muy bien por qué se sentía incómodo de repente. Tenía probablemente una natural, aunque primitiva empatía. Algunos hombres y mujeres eran vagamente capaces de comprender los empato-glifos
tymbrimi
, si bien muy pocos tenían la preparación necesaria para interpretar algo de las emociones imprecisas.

Alguien más había notado lo que hacía Athaclena. Al otro lado de la sala pública, en medio de un pequeño grupo de humanos, su padre levantó de pronto la cabeza. Su corona de zarcillos permanecía tranquila y quieta, pero Uthacalthing irguió la cabeza y se giró levemente para observarla, con una expresión entre intrigada y divertida.

Fue una reacción parecida a la de un padre humano que hubiera pescado a su hija dando patadas al sofá o murmurando malhumorada para sí misma. La esencia de la frustración era prácticamente la misma, pero Athaclena la expresaba a través de su aura
tymbrimi
en lugar de hacerlo con un berrinche externo. Al notar que su padre la miraba, replegó a toda prisa sus zarcillos ondulantes e hizo desaparecer el feo senso-glifo que había formado en su cabeza. Pero eso no borró su resentimiento. En medio de aquel grupo de terráqueos era difícil olvidarlo.
Caricaturas
, fue el pensamiento despectivo de Athaclena, sabiendo que era descortés e injusto a la vez. Naturalmente, los terráqueos no podían evitar ser lo que eran: una de las tribus más raras surgidas en el espectro galáctico en eones.

Pero eso no significaba que a ella tuvieran que gustarle.

Habría sido mejor que fuesen más alienígenas… en lugar de aumentadas versiones, extrañas y con los ojos estrechos de los
tymbrimi
. De una gran variedad de colores y tipos de cabello, de raras proporciones corporales, y a menudo hoscos y taciturnos, Athaclena siempre se sentía deprimida después de pasar un tiempo largo en su compañía.

Otro pensamiento impropio de la hija de un diplomático.
Se reprendió a sí misma y trató de controlar sus Pensamientos. Después de todo, nadie podía culpar a los humanos por mostrar ahora su temor por una guerra, que no habían elegido, a punto de estallar sobre ellos.

Vio que su padre se reía ante algo que había dicho uno de los oficiales terráqueos y se preguntó cómo lo conseguía. Cómo lo soportaba tan bien.

Nunca aprenderé esos modales tan tranquilos, tan seguros.

Nunca seré capaz de lograr que esté orgulloso de mí.

Athaclena deseaba que Uthacalthing terminase pronto con los terrestres para poder hablar a solas con él. Al cabo de pocos minutos llegaría Robert Oneagle a recogerla y quería intentar de nuevo persuadir a su padre de que no la mandase con el joven humano.

Puedo ser útil. ¡Sé que puedo serlo! No tiene por qué llevarme a la montaña y mimarme como a un niño pequeño para que esté segura.

Rápidamente se calmó antes de que otro glifo-de-resentimiento pudiera formarse en lo alto de su cabeza.

Necesitaba distracción, algo en que ocupar su mente mientras esperaba. Reprimiendo sus emociones, Athaclena se aproximó silenciosamente a dos oficiales humanos que conversaban gravemente con las cabezas bajas. Hablaban en ánglico, la lengua más usada en la Tierra.

—Mira —decía el primero—. Todo lo que en realidad sabemos es que una de las naves de exploración de la Tierra se encontró con algo extraño y totalmente inesperado en uno de esos antiguos cúmulos estelares de las márgenes de la galaxia.

—Pero ¿qué fue? —preguntó el otro militar—. ¿Qué encontraron? Tú te dedicas a los estudios alienígenas, Alice. ¿No tienes ninguna idea de lo que descubrieron esos pobres delfines para que haya suscitado tanto jaleo?

—Lo ignoro. —La mujer terrestre se encogió de hombros—. Pero bastó un primer informe emitido por el
Streaker
para que los clanes más fanáticos de las Cinco Galaxias se enzarzaran en una lucha entre sí como no se había visto en megaaños. Los últimos despachos dicen que algunas de las escaramuzas son de gran dureza. Ya viste lo asustada que parecía esa synthiana, antes de decidir marcharse.

El otro humano asintió con tristeza. Ninguno de los dos habló durante unos instantes. La tensión que sentían hacía arquearse el espacio a su alrededor. Athaclena lo captó como un simple pero oscuro glifo de temor incierto.

—Es algo grande —dijo por fin el primer oficial, en voz baja—. Tiene que serlo.

Athaclena se alejó cuando sintió que los humanos se habían dado cuenta de su presencia. Desde que había llegado a Garth, había alterado la forma normal de su cuerpo cambiando su figura y sus rasgos para parecerse más a una muchacha terrícola. Sin embargo lo que esas manipulaciones podían conseguir tenía sus límites, aun cuando se usaran los métodos de inventiva corporales de los
tymbrimi
. En realidad, no había modo de disimular quién era.

Si se hubiera quedado, los humanos inevitablemente le hubieran preguntado su opinión como
tymbrimi
acerca de la actual crisis, y aborrecía tener que decir a los humanos que sabía tanto como ellos.

Athaclena encontró la situación amargamente irónica. Una vez más, las razas de la Tierra estaban en una posición conspicua, como lo habían estado siempre desde el famoso asunto del «
Navegante Solar
», hacía dos siglos. Esta vez, una crisis interestelar se había desatado por causa de la primera nave espacial tripulada por neodelfines.

La segunda raza pupila de la Humanidad no tenía más de dos siglos; era más joven incluso que los neochimpancés. Cómo encontrarían los cetáceos espaciales una solución al conflicto que sin querer habían creado, era una pregunta que estaba en la mente de todos. Pero las repercusiones estaban ya recorriendo la mitad de la Galaxia Central, llegando a aislados mundos coloniales como Garth.

—Athaclena…

Se volvió. Uthacalthing estaba muy cerca de ella y la miraba con benévola preocupación.

—¿Estás bien, hija?

Se sentía tan pequeña en presencia de Uthacalthin\1… Athaclena no podía evitar sentirse intimidada, aunque él siempre se mostraba muy amable. Su arte y disciplina eran tan grandes que ella ni siquiera lo había sentido llegar hasta que le toco la manga de su túnica. Incluso entonces, todo lo que se podía captar en su compleja aura era el remolineante empato-glifo llamado
caridouo…
el amor paternal.

—Sí, padre, estoy… bien.

—Perfecto. Entonces, ¿ya has hecho el equipaje y estás lista para la expedición?

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