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Authors: Enrique Hernández-Montaño

Tags: #Histórico, #Terror

Entre las sombras (52 page)

Por desgracia, aquellos tipos se habían topado con mi diario y habían arrancado las hojas que hablaban del caso del Destripador. Recogí una pequeña libreta, dispuesto a plasmar en ella lo acaecido desde la muerte de Mary Kelly, y mi equipaje y salí de nuevo a escondidas de mi apartamento. Lo hice resuelto a no volver más.

Aquella noche, reunidos en el Ringer, Carter, Grey, Natalie y yo —la pequeña Alice descansaba en una habitación alquilada por mí encima del mencionado local—, ultimamos los detalles respecto al embarque de Natalie y la niña a la mañana siguiente. Carter, Grey y yo las escoltaríamos de madrugada y las dejaríamos sanas y salvas en el barco. Cuando todo estuvo dispuesto, Natalie se retiró a dormir y nos dejó a nosotros ultimando los detalles de nuestro plan de acción.

A la mañana siguiente, de madrugada, nos dirigimos a London Docks, donde el barco del amigo de Grey nos esperaba. No recuerdo haber estado tan nervioso en toda mi vida. Miraba hacia todos los lados y veía sospechosos y agentes de Seguridad Interior por todas partes. El contacto con la fría y metálica superficie del revólver, que llevaba en mi bolsillo, solo acrecentaba mi nerviosismo. Pero lo nuestro era ya un camino sin retorno.

A mi lado, Grey se mostraba vigilante como un perro de caza; sujetaba las maletas de Natalie y mantenía la escopeta recortada oculta tras su gabardina. Al otro lado, Carter, con su eterno rostro imperturbable e inflexible, oteaba el puerto a través de su monóculo.

Había mucha gente aquella fría y húmeda mañana. Vimos incontables estibadores, mozos, marineros, pescadores, inmigrantes ilegales, borrachos…

No tardamos en localizar el
King Albert
, que no era más que un viejo y ruinoso buque mercante, con sus cuadernas casi a punto de reventar. La pasarela estaba llena de gente. Y entonces ocurrió.

Oímos dos disparos. Saqué mi revólver y Grey hizo lo mismo, pero con su escopeta. Carter nos detuvo a tiempo con manos de hierro. Se trataba de un grupo de gente que se golpeaba por entrar en uno de los barcos, y un policía los disuadía de mala manera. Intentamos alejarnos de allí, pero la muchedumbre acabó por arrollarnos. Perdí de vista a los demás. El caos parecía absoluto.

En medio de aquella inefable barahúnda, grité con todas mis fuerzas a Grey o a Natalie, pero mis llamadas no pudieron traspasar la espesa cortina de insultos, alaridos, silbatos de policía y tiros al aire. Logré abrirme paso a empujones entre la gente y entonces el alma se me cayó a los pies.

Alice lloraba en el suelo, rodeada por las maletas de Natalie. El pánico se apoderó de mí y fue entonces cuando lo vi todo…

Había un coche en medio del puerto. Distinguí, a su lado, varios hombres de negro. Natalie estaba gritando mientras la arrastraban al interior del vehículo. Saqué mi revólver y disparé a lo loco. Oí un estampido más fuerte detrás de mí y pude ver a Grey corriendo y disparando a la vez con su recortada. Los tipos metieron a Natalie en el coche y fustigaron a los caballos, que corrieron a toda prisa, saliendo del recinto de London Docks.

Perseguí al coche, disparando sin darle. Me arrodillé cansado en el asfalto y proferí una maldición. La tenían. Tenían a Natalie… Alguien me cogió bruscamente y me levantó del suelo.

—¡Vámonos, joder! —exclamó Nathan Grey. Tenía los ojos inyectados en sangre.

Carter llevaba a Alice en brazos, que lloraba desconsoladamente y llamaba a Natalie a gritos. Los cuatro salimos de London Docks y corrimos desesperados calle abajo, sin saber adonde ir. Nos refugiamos en un callejón y, cuando Grey hubo maldecido una y otra vez y golpeado unos cuantos cubos de basura, salimos a las calles principales y pedimos un coche.

Nos detuvimos en el Ringer y, jadeando, ocupamos una mesa. Natalie nunca permitía que metiésemos a Alice en una taberna, pero en ese crítico momento ni reparamos en ello.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Carter.

—Debemos encontrarla como sea —afirmó Grey. Tenía el rostro muy contraído.

—¿Dónde pueden haberla llevado? —volvió a preguntar el agente especial.

La nítida imagen de mi mapa de Whitechapel y alrededores me vino a la cabeza súbitamente. Descarté ese pensamiento, pues lo consideré inútil, y me concentré en pensar en el lugar donde podrían haber llevado a mi Natalie.

La señora Ringer colgaba adornos y reponía las bebidas, esperando que la noche festiva de fin de año hiciera que los clientes se acercasen por el bar, consumieran más y, por tanto, ella podría costearse un ganso magnífico que había visto horneándose en la tahona.

—¿Y si la han llevado a Piccadilly Circus? —preguntó una vez más Carter.

—No lo creo… —respondí. Desalentado, me encogí de hombros—. Sir Charles Warren dijo que no quería que la hermandad se implicase más de lo debido en el asunto —añadí a continuación.

Otra vez la imagen del mapa de Whitechapel me vino a la cabeza. Decidí pensar en él…

—¿Y a la casa del doctor loco? —inquirió Grey.

—Me parece muy improbable…

—¡Ya lo tengo! —exclamé gozoso, interrumpiendo a Carter.

El sicario me miró sorprendido.

—¿Cómo dice… ? —quiso saber.

—¡Que ya lo tengo, coño! ¡Es Christ Church! —acababa de recordar el templo que quedaba en el centro del pentáculo.

—¿Christ Church? —repitió Nathan Grey—. ¿La casa de dios de Spitalfields?

—Sí. Esa misma —contesté sin titubear.

El agente especial cayó entonces en la cuenta.

—Ya le estoy entendiendo, inspector. Christ Church queda en el medio del pentáculo. Además, fue construida por el arquitecto Hawksmoor… ¿Adivinan a qué orden pertenecía Hawksmoor? —nos preguntó con media sonrisa.

—Déjeme adivinar —intervino el sicario—. A esos… —se cortó al ver a la pequeña Alice—, a los masones…, ¿verdad?

—¡Premio! —repuso Carter.

—Ahora únicamente nos queda saber cómo rescataremos a Natalie —resumí.

—Pero solo somos tres y ellos cuentan con todo el Departamento de Seguridad Interior… —nos previno Carter—. ¿Soy el único que lo considera una utopía? —su pregunta quedó en el aire.

—No del todo —argumentó Grey—. Hemos de ser, por fuerza, más astutos que ellos. Contamos con la ventaja de que no nos esperan… Solo debemos planearlo todo con cuidado —añadió meditabundo.

A continuación, el viejo soldado expuso su audaz plan.

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HURCH
68

(I
NSPECTOR
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REDERICK
G. A
BBERLINE
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Supongo que el hecho de ser Nochevieja y de que los borrachos, las furcias, los cohetes baratos y un sinfín de ruidos molestos y estridentes centraban la atención beneficiaron nuestra peliaguda misión. Era, sin duda, el mejor día del año para hacer ruido…

Habíamos dejado a Alice en casa del doctor Phillips, bajo el cuidado de su mujer. Por supuesto, Swanson, el sargento y también el propio doctor habían insistido en venir con nosotros, propuesta que amablemente habíamos rechazado debido a lo arriesgado del asunto. No quería involucrar a mis amigos en esto.

La sombra de la gigantesca Christ Church se cernía ante nosotros con su campanario puntiagudo, como una fantasmagórica aguja apuntando al cielo nocturno y nublado de la capital del Imperio británico.

Christ Church era la casa de dios más extraña que yo había visto en mi vida. La verdad es que llevaba muchos años pasando delante de ella una y otra vez, pero fue en ese momento, bajo la luz de los cohetes que festejaban el próximo año 1889 y los relámpagos de una tormenta cercana, cuando el vasto monumento religioso se me antojaba formidable y amenazador.

Cuatro enormes columnas cerraban el paso que abrían unas altas escaleras de piedra, las cuales desembocaban junto a la base de aquellas. Detrás había tres portones sumidos en la sombra proyectada por las columnas.

Todo esto lo pude ver desde el otro lado de la plaza donde estaba situado el templo, pues, ante la proximidad de algunos merodeadores que pretendían ser mendigos, Grey había insistido en que nos escondiésemos y allí estábamos, detrás de un carro aparcado cerca de un edificio derruido, con Grey cargado con el pesado rifle de dos cañones, con el Winchester 44 de doce tiros al hombro, y la escopeta recortada debajo de la gabardina. Llevaba encima todo el armamento pesado.

Consulté el reloj del campanario de la iglesia; faltaban quince minutos para el fin de año. En ese momento y para sobresalto mío, las campanas de Christ Church comenzaron a repicar y llenaron de estridente sonido toda la plaza.

De repente, los hombres de la plaza corrieron hacia un extremo del templo, donde un individuo forcejeaba con otros dos. Puede ver metálicos destellos en las manos de aquellos tipos. Ya no había duda. Seguridad Interior estaba allí, al igual que el príncipe y Natalie.

—Ahora es el momento —susurró Grey.

—No —Carter le agarró por el hombro a tiempo—. Mire.

El agente especial señaló hacia la escalera de la iglesia. El brillo metálico de dos armas de fuego nos indicó que había dos guardias que no se habían movido de su puesto.

—¡Joder! —maldijo Grey—. ¿Cómo entraremos?

Le tapé la boca con una mano y le insté a internarnos en la oscuridad de un callejón cercano al ver que los hombres de la plaza trasladaban a un varón anciano hasta nuestra posición. El hombre profería quejas contra los tipos que lo habían capturado.

—¡En nombre de dios, suéltenme! ¡Soy un religioso y exijo un respeto! —gritó el supuesto hombre de dios.

En efecto lo era, ya que en la siniestra sombra de nuestro callejón pude descubrir las vestiduras sacerdotales de aquel varón.

—¡Váyase! Esta noche su iglesia es nuestra —le dijo uno de los hombres armados.

—¡Acudiré a la Policía! —amenazó el sacerdote.

Los hombres se rieron, mientras volvían a sus puestos de vigilancia.

—¡Canallas! —insultó el cura.

Entonces vi mi oportunidad de entrar en la iglesia. Salí del callejón, tapé la boca del sacerdote y lo introduje entre las sombras de la pequeña calle. El hombre se debatió impotente.

—Tranquilícese, padre —le hablé, sin apartar mi mano de su boca—. Somos de la Policía.

El sacerdote se calmó y me hizo señas con una mano libre para que le quitase la mano de la boca.

—¿Para qué diablos le ha cogido, inspector? —quiso saber Grey, intrigado.

Ignoré la pregunta.

—Señor, necesitamos su ayuda —le susurré casi al oído—. Debemos entrar en la iglesia… Pero no nos pueden ver… Si no lo hacemos, una muchacha inocente morirá.

—¿En terreno sagrado? —inquirió el sacerdote, incrédulo.

—Sí —repuse lacónico.

—No se atreverán… —afirmó él.

—Mucho me temo que sí —intervino Carter.

El sacerdote nos miró evaluándonos. Al final, recordando el trato irrespetuoso que había sufrido de manos de aquellos rufianes de la plaza, el hombre asintió en silencio con una leve inclinación de su calva cabeza.

—De acuerdo, síganme —dijo por fin, confiado.

Así lo hicimos. Seguimos al buen sacerdote por angostas callejuelas desiertas, hasta el otro lado de Christ Church.

El religioso se acercó a un callejón sin salida, ocupado solo por unos cubos de desperdicios y un hediondo borracho que dormitaba y al que, aunque nos hubiésemos puesto a gritar, no podríamos haber despertado en su lamentable estado etílico. El hombre apartó los cubos de basura y observó el suelo.

—Les aseguro que poca gente conoce este pasadizo secreto… —lo señaló. Después pidió la ayuda de Carter y Grey, y los tres intentaron levantar una losa del suelo. Cuando lo hicieron y la nube de polvo surgida del interior del túnel se hubo disipado, pude ver unas escaleras que descendían entre la oscuridad de un pasadizo—. En 1760, algunas de las tropas que refrenaron las revueltas de tejedores se atrincheraron en Christ Church y obligaron al sacerdote que la dirigía a revelarles el secreto de este pasadizo… Aunque no todos lograron escapar —añadió en tono muy lúgubre.

Miré el interior del húmedo pasadizo. El hombre volvió a dar más explicaciones sobre los dramáticos tiempos pretéritos:

—En realidad, Christ Church siempre ha sido escenario de sangrientos acontecimientos. Fue erigida en un hospital de apestados, fue testigo de los asesinatos de 1811, de ese asesino apodado El monstruo.

Gull tenía razón. Recordé entonces las palabras del doctor de la Casa Real: "Observen la arquitectura de la Historia. Cada cierto período de tiempo ocurre un hecho histórico trascendental cuyas características se repiten tras un determinado intervalo de tiempo".

Todo parecía tener sentido, pero me negué a creerlo. No podía admitir los desvaríos de Sir William Whithey Gull.

La voz del sacerdote me sacó de la profundidad de mis pensamientos:

—¿Quieren que avise a los agentes que patrullan la zona? —se ofreció.

—No serviría de nada. Gracias por todo, padre —dijo Carter—. Váyase de aquí y escóndase… Esto es peligroso.

El sacerdote se despidió deseándonos suerte y se marchó calle abajo, dejándonos solos. Grey impulsó la losa hacia la boca del pasadizo. Me introduje en él, seguido de Carter y el viejo sicario que, empleando toda su fuerza, corrió la losa, tapó el agujero y nos sumió en la más completa oscuridad.

Una cegadora luz iluminó el pasadizo y me dejó ciego unos instantes. Cuando pude ver, observé que Grey mantenía en alto una cerilla e iluminaba un angosto y largo corredor excavado en la piedra.

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