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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #novela negra

El libro de Los muertos (20 page)

BOOK: El libro de Los muertos
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—¿Ha adelgazado o engordado mucho recientemente?

—Mantengo mi peso a la perfección. ¿Cuánto pesa Kay en la actualidad? ¿Come mucho cuando está sola o deprimida? Toda esa comida frita de por allí...

Benton pasa las páginas.

—¿Qué me dice de sensaciones extrañas en el cuerpo o la piel?

—Depende de con quién esté.

—¿Alguna vez nota olores o sabores que otros no alcanzan a percibir?

—Hago muchas cosas que otros no alcanzan a hacer.

Benton levanta la mirada.

—Me parece que lo del estudio no es buena idea, doctora Self. Esto no es constructivo.

—No es usted quien debe juzgarlo.

—¿Le parece a usted constructivo?

—No ha hablado sobre la cronología de los estados de ánimo. ¿No me va a preguntar por los ataques de pánico?

—¿Los ha tenido alguna vez?

—Sudores, temblores, mareos, taquicardia. ¿Miedo a morir? —Le mira con aire pensativo, como si fuera él su paciente—. ¿Qué ha dicho mi madre en la grabación?

—¿Qué me dice de cuando ingresó aquí? —pregunta él—. Parecía que un correo le había producido pánico, el que le mencionó al doctor Maroni nada más llegar y no ha mencionado desde entonces.

—Imagine a esa chica ayudante suya creyendo que iba a hacerme la entrevista. —Sonríe— Soy psiquiatra. Sería como si una principiante se enfrentara a Drew Martin en un partido de tenis.

—¿Cuáles son sus sentimientos acerca de lo que le ocurrió? En las noticias han dicho que la tuvo como invitada en su programa. Hay quien ha sugerido que tal vez el asesino se obsesionó con ella debido a...

—¡Como si en mi programa hubiera sido la única vez que salió en televisión! Tengo muchísimos invitados en mi programa.

—Iba a decir debido a su prominencia en los medios de comunicación, no a la aparición en su programa, específicamente.

—Es probable que me lleve otro Emmy por esa serie de programas. A menos que lo ocurrido...

—¿A menos que lo ocurrido...?

—Eso sería sumamente injusto —dice ella—. Si la academia se mostrara predispuesta en mi contra debido a lo que le ocurrió a Drew Martin. ¡Como si tuviera algo que ver con la calidad de mi trabajo! ¿Qué ha dicho mi madre?

—Es importante que no lo sepa hasta que esté en el escáner.

—Me gustaría hablar de mi padre. Murió cuando yo era muy pequeña.

—De acuerdo —asiente Benton, que se sienta tan lejos de ella como puede, de espaldas a la mesa donde tiene el ordenador portátil. En una mesa entre ambos está la grabadora en marcha—. Vamos a hablar de su padre.

—Yo tenía dos años cuando murió, ni dos siquiera.

—¿Y lo recuerda lo bastante bien como para sentir que la rechazó?

—Como debe de saber por estudios que imagino ha leído, las criaturas que no son amamantadas por la madre tienen más probabilidades de tener mayores niveles de estrés y angustia en la vida. Las presidiarlas que no pueden amamantar a sus hijos sufren carencias notables en su capacidad de alimentación y protección.

—No entiendo la relación. ¿Insinúa que su madre estuvo en la cárcel en algún momento?

—Nunca me sostuvo contra su pecho, no me dio de mamar, no me tranquilizó con el latir de su corazón, no mantuvo contacto visual conmigo cuando me alimentaba con el biberón, con una cuchara, una pala, una excavadora. ¿Ha reconocido todo eso en la grabación? ¿Le ha preguntado por nuestra relación?

—Cuando grabamos a la madre de un sujeto, no nos hace falta saber la historia de su relación.

—Su negativa a establecer vínculos conmigo agravó mi sensación de rechazo, mi resentimiento, me hizo más propensa a culparla de que mi padre me abandonara.

—Se refiere a su muerte.

—Es interesante, ¿no cree? Kay y yo perdimos a nuestros padres a edad muy temprana, y ambas nos hicimos doctoras, pero yo me dedico a curar la mente de los vivos mientras ella trocea el cuerpo de los muertos. Siempre me he preguntado cómo será en la cama, teniendo en cuenta su trabajo.

—Culpa a su madre de la muerte de su padre.

—Yo estaba celosa. En varias ocasiones entré en su habitación mientras estaban manteniendo relaciones sexuales, y lo vi, desde el umbral. Vi a mi madre ofrecerle su cuerpo. ¿Por qué él y no yo? ¿Por qué ella y no yo? Quería lo que se daban el uno al otro, sin darme cuenta de lo que significaba, porque desde luego no quería mantener relaciones orales ni genitales con mis padres y no entendía esa parte del asunto. Probablemente me pareció que les dolía algo.

—¿Sin haber cumplido los dos años, los sorprendió en más de una ocasión y lo recuerda? —Ha dejado el manual de diagnóstico bajo la silla y ahora está tomando notas.

Ella vuelve a acomodarse en la cama y adopta una postura más provocativa, asegurándose de que Benton tenga bien presentes todos los contornos de su cuerpo.

—Vi a mis padres vivos, tan vitales, y en un abrir y cerrar de ojos, él había desaparecido. Kay, por otra parte, fue testigo de la larga agonía de su padre provocada por el cáncer. Yo viví con la pérdida y ella vivió con la agonía, y eso supone una diferencia. De manera, Benton, que ya ve: en tanto que psiquiatra, mi objetivo es entender la vida de mi paciente, mientras que la de Kay es entender la muerte del suyo. Eso debe de tener algún efecto sobre usted.

—No estamos aquí para hablar de mí.

—¿No es una maravilla que el Pabellón no se atenga a rígidas normas institucionales? Aquí estamos, a pesar de lo ocurrido cuando ingresé. ¿Le ha contado el doctor Maroni lo de que entró en mi habitación, no en ésta, sino en la primera? ¿Que cerró la puerta y me desabrochó el albornoz? ¿Que me tocó? ¿Fue ginecólogo en una carrera anterior? Parece incómodo, Benton.

—¿Se siente hipersexual?

—Así que ahora estoy sufriendo un episodio maníaco. —Sonríe—. Vamos a ver a cuántos diagnósticos llegamos esta tarde. Pero no estoy aquí para eso. Ya sabemos por qué estoy aquí.

—Dijo que era debido a un correo que descubrió durante un descanso en los estudios de televisión. Hace dos viernes.

—Ya le hablé al doctor Maroni de ese correo.

—Según tengo entendido, le dijo que había recibido un correo —le recuerda Benton.

—Si fuera posible, albergaría la sospecha de que entre todos me hipnotizaron para que ingresara aquí por causa de ese correo electrónico, pero eso sería como el argumento de una película o una psicosis, ¿verdad?

—Le dijo al doctor Maroni que estaba terriblemente afectada y temía por su vida.

—Y luego me medicaron contra mi voluntad. Y después él se largó a Italia.

—Tiene consulta allí. Siempre está viajando, sobre todo en esta época del año.

—El Dipartimento di Scienze Psichiatriche de la Universidad de Roma. Tiene una villa en Roma y un apartamento en Venecia. Es de una familia italiana muy acaudalada. También es director clínico del Pabellón, y todo el mundo cumple su voluntad, incluido usted. Antes de marcharse del país, deberíamos haber solucionado lo que ocurrió cuando me registré en mi habitación.

—¿Se registró en su habitación? Habla de McLean como si fuera un hotel.

—Ahora ya es demasiado tarde.

—¿De veras cree que el doctor Maroni la tocó de alguna manera inadecuada?

—Creo que lo he dejado perfectamente claro.

—Así que lo cree.

—Aquí lo negaría todo el mundo.

—Claro que no lo negaríamos si fuera cierto.

—Lo negaría todo el mundo.

—Cuando la limusina la trajo, usted estaba bastante lúcida pero inquieta. ¿Se acuerda de eso? ¿Recuerda hablar con Maroni en el edificio de ingresos y decirle que necesitaba un lugar donde estar a salvo por causa de un correo electrónico y que ya se lo explicaría más adelante? —le pregunta Benton—. ¿Recuerda haberse mostrado provocativa con él tanto verbal como físicamente?

—Sí que tiene usted tacto con los pacientes. Quizá debería volver al FBI y utilizar mangueras y qué sé yo. Tal vez podría colarse en mi cuenta de correo, mis casas y mis cuentas bancarias.

—Es importante que recuerde cómo estaba cuando llegó aquí. Intento ayudarle a que lo haga —asegura él.

—Recuerdo que el doctor entró en mi habitación aquí en el Pabellón.

—Eso fue después, por la noche, cuando de pronto se puso histérica e incoherente.

—Fue un estado provocado por la medicación. Soy muy sensible a los medicamentos. No los tomo ni creo en ellos.

—Cuando el doctor Maroni entró en su habitación, ya había una neuropsicóloga y una enfermera con usted. Y no dejaba de repetir que algo no era culpa suya.

—¿Estaba usted presente?

—No.

—Ya veo, porque habla como si hubiera estado.

—He leído su informe.

—Mi informe. Supongo que fantasea con la posibilidad de vendérselo al mejor postor.

—Maroni le hizo algunas preguntas mientras la enfermera comprobaba sus constantes vitales, y fue necesario sedarla con una inyección intramuscular.

—Cinco miligramos de Haldol, dos miligramos de Ativan, un miligramo de Cogentin: el infame método de restricción química cinco-dos-uno que se utiliza con los internos violentos. Yo tratada como una presa violenta. Después de eso no recuerdo nada.

—¿Puede decirme qué no era culpa suya, doctora Self? ¿Tenía que ver con ese correo?

—Lo que hizo Maroni no fue culpa mía.

—¿De manera que su angustia no tenía que ver con el correo que, según dijo, era su motivo para venir a McLean?

—Esto es una conspiración. Están todos conchabados. Por eso se puso en contacto conmigo su compinche Pete Marino, ¿verdad? O igual es que quiere dejarlo. Quiere que lo rescate, tal como hice en Florida. ¿Qué le están haciendo?

—No hay ninguna conspiración.

—¿Veo asomar al investigador?

—Lleva aquí diez días y no le ha hablado a nadie de la naturaleza de ese correo.

—Porque en realidad tiene que ver con la persona que me envió una serie de correos. Decir «un correo» es engañoso. Se trata de una persona.

—¿Quién?

—Una persona a la que podría haber ayudado el doctor Maroni, un individuo muy perturbado. Al margen de lo que haya o no haya hecho, necesita ayuda. Y si algo me ocurre, o le ocurre a otra persona, será culpa de Maroni, no mía.

—¿Qué sería culpa suya?

—Acabo de decir que yo no tendría la culpa de nada.


¿
Y no puede enseñarme el correo que nos ayudaría a entender quién es esa persona y tal vez a protegerla a usted de él?

—Es interesante, pero había olvidado que usted trabaja aquí. Lo recordé al ver el anuncio en que pedía voluntarios para su investigación en secretaría. Luego, claro, Marino comentó algo cuando me envió su correo. Y no es ése el correo al que me refiero, así que no se emocione. Trabajar para Kay lo tiene aburrido y sexualmente frustrado.

—Me gustaría hablar con usted acerca de cualquier correo que haya recibido, o enviado.

—Envidia. Así es como empieza. —Lo mira—. Kay me envidia porque su existencia es diminuta. Me envidia con tanta desesperación que tuvo que mentir sobre mí ante los tribunales.

—¿A qué se refiere?

—Sobre todo a ella. —El odio serpentea—.Soy perfectamente objetiva respecto de lo que ocurrió en ese flagrante caso de abuso legal y nunca me tomé de manera personal que usted y Kay, sobre todo ella, prestaran testimonio, convirtiéndose ambos, sobre todo ella, en paladines del abuso legal. —El odio repta fríamente—. Me pregunto cómo se sentiría ella si supiera que usted está en mi habitación con la puerta cerrada.

—Cuando ha dicho que tenía que hablar conmigo a solas en la intimidad de su habitación, acordamos que yo grabaría la sesión además de tomar notas.

—Grábeme, tome notas, algún día le serán de utilidad. Hay mucho que aprender de mí. Hablemos de su experimento.

—Trabajo de investigación. El mismo para el que usted se presentó voluntaria y obtuvo permiso especial a pesar de que yo le aconsejé en sentido contrario. No utilizamos la palabra «experimento».

—Tengo curiosidad por saber por qué quiere excluirme de su experimento, a menos que tenga algo que esconder.

—Francamente, doctora Self, no estoy convencido de que cumpla los criterios de selección.

—Francamente, Benton, es lo último que le conviene, ¿no es así? Pero no tiene opción porque su hospital es lo bastante inteligente como para no discriminarme.

—¿Se le ha diagnosticado bipolaridad?

—Nunca me han diagnosticado nada aparte de ser super-dotada.

—¿Le han diagnosticado bipolaridad a alguien de su familia?

—Lo que todo esto acabe demostrando, bueno, es cosa suya. Durante diversos estados de ánimo la corteza cerebral prefrontal dorsolateral se «ilumina» si recibe los estímulos externos apropiados. Y qué. La TEM y la RMF han demostrado con claridad que la gente que está deprimida presenta anomalías en el flujo de sangre en las regiones prefrontales y una disminución de la actividad en la corteza prefrontal dorsolateral. Así que ahora usted añade violencia a la mezcla, y ¿qué va a demostrar? ¿Y qué importa eso? Sé que su pequeño experimento no fue aprobado por el Comité de la Universidad de Harvard sobre Utilización de Sujetos Humanos.

—No llevamos a cabo estudios que no estén autorizados.

—Los sujetos de control sanos ¿siguen sanos cuando han acabado con ellos? ¿Qué ocurre con los sujetos que no están tan sanos? El pobre desgraciado con un historial de depresión, esquizofrenia, bipolaridad o algún otro trastorno, que también tiene antecedentes de hacerse daño a sí mismo o aotros, o de intentarlo, o de fantasear de manera obsesiva sobre ello.

—Creo que Jackie le dio la información necesaria —dice Benton.

—No del todo. Ésa no sabría distinguir la corteza pre-frontal dorsolateral de un bacalao. Ya se han realizado estudios acerca de cómo responde el cerebro a la crítica y el elogio maternos. Así que ahora añade violencia a la mezcla, y ¿qué va a demostrar? ¿Y qué importa eso? Muestra qué diferencia hay entre el cerebro de los individuos violentos y el de los demás, y ¿qué va a demostrar? ¿Y qué importa eso? ¿Habría detenido al Hombre de Arena?

—¿El Hombre de Arena?

—Si echara un vistazo a su cerebro, vería Irak. Y luego ¿qué? ¿Le extirparía Irak como por arte de magia y se pondría bien?

—¿Es quien le envió el correo?

—No sé quién es.

—¿Podría tratarse de la persona perturbada que remitió usted al doctor Maroni?

—No entiendo lo que ve en Kay —dice ella—. ¿Huele a depósito de cadáveres cuando regresa a casa? Aunque, claro, usted no está cuando regresa a casa.

BOOK: El libro de Los muertos
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