—¿Qué esperan encontrar?
—Drew estuvo allí la víspera de irse a Roma. ¿Quién más estuvo? Es posible que el hijo de la doctora Self. Probablemente el hombre que Hollings sugirió era el cocinero. La respuesta más prosaica suele ser la correcta —observa Benton—. He comprobado el vuelo de Alitalia. ¿Adivina quién iba en el mismo vuelo que Drew?
—¿Estás diciendo que ella le estaba esperando a él en la Scalinata di Spagna?
—No era el mimo pintado de oro. Eso fue una treta, porque ella estaba esperando a Will y no quería que sus amigas se enteraran, al menos ésa es mi teoría.
—Acababa de romper con su entrenador. —Scarpetta mira a Bull llenar el pequeño estanque—. Después del lavado de cerebro de la doctora Self. ¿Otra teoría? Will quería conocer a Drew, y su madre no sumó dos más dos y no cayó en la cuenta que era él quien le enviaba correos obsesivos con la, firma del Hombre de Arena. Sin darse cuenta, facilitó el encuentro de Drew con su asesino.
—Uno de esos detalles que tal vez no averigüemos nunca —dice Benton—. La gente no dice la verdad. Tras una temporada, ni siquiera ellos se dan cuenta.
Bull se inclina para podar los pensamientos. Levanta la vista en el mismo momento que la señora Grimball la baja desde su ventana en el piso de arriba. Bull acerca una bolsa de hojarasca y se ocupa de sus asuntos. Scarpetta ve a la entrometida de su vecina llevarse el auricular del teléfono al oído.
—Ya está bien —dice Scarpetta, que se levanta, sonríe y la saluda con la mano.
La señora Grimball los mira y levanta la ventana. Benton la observa inexpresivamente y Scarpetta sigue agitando la mano como si tuviera algo urgente que decirle.
—¡Acaba de salir de la cárcel! —le dice al fin a voz en grito—. Y si lo envía de vuelta allí, pienso quemar su casa hasta los cimientos.
La ventana se cierra de inmediato y el rostro de la señora Grimball desaparece del cristal.
—No puedes haber dicho eso —asegura Benton.
—Pienso decir lo que me venga en gana —se reafirma Scarpetta—. Vivo aquí.