—¿Dónde está?
—Después de alistarse en las Fuerzas Aéreas, me lavé las manos, lo reconozco. No era nadie para mí. Después de todo lo que hice, después de sacrificarme tanto para mantenerlo con vida cuando Marilyn hubiera preferido deshacerse de él, no era nadie para mí. Qué irónico. Le salvé la vida porque la Iglesia dice que el aborto es un asesinato, y mira lo que hace él: mata gente. Los mató allí porque era su trabajo y ahora los mata aquí porque es su locura.
—¿Y su hijo?
—Marilyn y sus pautas. Una vez que establece una pauta, no hay manera de romperla... Le dijo a la madre que tuviera el niño tal como yo le dije a Marilyn que tuviera nuestro hijo. Probablemente fue un error. Nuestro hijo no está hecho para ser padre, por mucho que quisiera con locura a su hijo.
—Su pequeño está muerto —señala Benton—. Lo dejaron morirse de hambre, lo molieron a palos y lo abandonaron en las marismas para que se lo comieran los gusanos y los cangrejos.
—Lamento oírlo. No llegué a conocer al niño.
—Qué compasivo te muestras ahora, Paulo. ¿Dónde está tu hijo?
—No lo sé.
—Supongo que ya sabes lo grave que es esto. ¿Quieres ir aparar a la cárcel?
—La última vez que estuvo aquí, le acompañé a la salida, y en la calle, donde no corría peligro, le dije que no quería volver a verle. Había turistas en el solar en construcción donde se encontró el cadáver de Drew. Había montones de flores y animales de peluche. Lo tenía todo ante mis ojos mientras le decía que se marchara y no regresara, y que si no se atenía a mis deseos, pensaba acudir a la policía. Luego hice que me limpiaran el apartamento a fondo y me deshice del coche. Y llamé a Otto para ofrecerle mi ayuda en el caso, porque para mí era importante averiguar qué sabía la policía.
—No me creo que no sepas dónde está —responde Benton—, que no sepas dónde se aloja o vive, dónde se esconde. No quiero acudir a tu esposa. Doy por sentado que ella no tiene ni idea.
—Haz el favor de dejar a mi esposa al margen. Ella no sabe nada.
—¿Sigue con tu hijo la madre de tu nieto fallecido? —pregunta Benton.
—Es como lo que tuve yo con Marilyn. A veces pagamos el precio de toda una vida por pasar un rato agradable en la cama con alguien. ¿Esas mujeres? Se quedan embarazadas a propósito, ¿sabes? Para tenerte bien atado. Es curioso, lo hacen y luego no quieren el crío porque en realidad te querían a ti.
—No te he preguntado eso.
—Nunca he llegado a conocerla. Marilyn me dice que se llama Shandy o Sandy, y que es una puta, además de estúpida.
—¿Sigue tu hijo con ella? Eso es lo que te he preguntado.
—Tenían un hijo en común, pero nada más. La misma historia otra vez. Los pecados del padre, acontecimientos que se repiten. Ahora puedo decirlo sin asomo de duda: ojalá nunca hubiera nacido mi hijo.
—Marilyn conoce a Shandy, a todas luces —dice Benton—. Eso me lleva hasta Marino.
—No lo conozco, ni sé qué tiene que ver con todo esto.
Benton se lo cuenta y le pone al tanto de todo, salvo de lo que le hizo Marino a Scarpetta.
—Así que quieres que te haga un análisis de la situación —dice el doctor Maroni— Conociendo a Marilyn como laconozco, y sobre la base de lo que acabas de contarme, yo me atrevería a decir que Marino cometió un grave error al enviarle un correo a Marilyn. Le planteó posibilidades que no tenían nada que ver con los motivos de su ingreso en McLean. Ahora puede vengarse de la persona a quien odia de veras: Kay, claro. Y qué mejor manera que atormentar a sus seres queridos.
—¿Por eso conoció Marino a Shandy?
—Yo diría que sí, pero no es la única razón de que Shandy se interesara tanto por él. También está el niño. Marilyn no lo sabe. O no lo sabía, porque me lo habría dicho. No le hubiera parecido bien que alguien hiciera algo semejante.
—Ésa tiene tanta compasión como tú —se mofa Benton—. Está aquí, por cierto.
—Quieres decir en Nueva York.
—Quiero decir en Charleston. Recibí un correo electrónico anónimo con información de la que no voy a hablar, y rastreé la dirección IP hasta el hotel Charleston Place. Adivina quién se aloja allí.
—Te advierto que tengas cuidado con lo que le cuentas. No sabe lo de Will.
—¿Will?
—Will Rambo. Cuando Marilyn empezó a hacerse famosa, él se cambió el nombre de Willard Self a Will Rambo. Escogió Rambo, un apellido sueco bastante bonito. Will es cualquier cosa menos un «Rambo», y de ahí se derivan al menos parte de sus problemas. Es más bien pequeño, un chico atractivo pero pequeño.
—Cuando ella recibió correos electrónicos del Hombre de Arena, ¿no tenía idea de que era su hijo? —dice Benton, y le sorprende que alguien se refiera al Hombre de Arena como un chico.
—No lo sabía, al menos conscientemente. Por lo que sé, sigue sin saberlo. No de manera consciente, pero ¿qué puedo decir yo sobre lo que sabe en los lugares más recónditos de su mente? Cuando ingresó en McLean y me contó lo del correo, la imagen de Drew Martin...
—¿Te lo contó?
—Claro.
Benton siente deseos de abalanzarse a través de la línea y echarle las manos al cuello. Maroni debería ir a la cárcel. Debería acabar en el infierno.
—Al volver la vista atrás, resulta trágicamente claro. Como es natural, tenía mis sospechas desde el principio, pero nunca se las mencioné. Bueno, desde el primer momento, cuando me llamó para remitirme el paciente, y Will era consciente de que Marilyn haría precisamente eso. Le tendió una trampa. Él tenía la dirección de correo electrónico de su madre, claro. Marilyn se muestra muy generosa a la hora de enviar algún que otro correo a gente que no tiene tiempo de ver. Él empezó a enviarle esos correos más bien extraños que estaba convencido la cautivarían, porque está lo bastante tarado para entenderla a la perfección. Seguro que se alegró cuando ella me remitió a mí el paciente, y luego cuando llamó a mi consulta en Roma para pedir una cita que, como es natural, derivó en que cenáramos juntos en vez de en una entrevista de carácter médico. Me preocupó su salud mental, pero no pensé que pudiera llegar a matar a alguien. Cuando oí lo de la turista asesinada en Bari, me negué a creerlo.
—También violó a una mujer en Venecia, otra turista.
—No me sorprende. Después de empezar la guerra debió de empeorar.
—Entonces, las notas del caso no eran de las visitas a tu consulta. A todas luces es tu hijo, y nunca fue paciente tuyo.
—Falsifiqué las notas. Esperaba que lo averiguaras.
—¿Por qué?
—Para que hicieras esto: encontrarlo por ti mismo, porque yo no sería capaz de entregarlo. Necesitaba que plantearas las preguntas para poder responderlas, y ahora lo he hecho.
—Si no lo encontramos enseguida, Paulo, volverá a matar. Tienes que saber algo más. Tienes alguna foto suya, ¿no?
—Ninguna reciente.
—Envíame por correo lo que tengas.
—Las Fuerzas Aéreas deberían tener lo que necesitas. Tal vez sus huellas dactilares y su ADN. Y sin duda fotos. Es mejor que obtengas todo eso de ellos.
—Y para cuando haya pasado por todos esos aros —responde Benton—, ya será tarde, maldita sea.
—No pienso regresar, por cierto. Estoy seguro de que no me obligarás, sino que me dejarás en paz, porque te he mostrado respeto, y tú me pagarás con la misma moneda. Sería en vano, de todas maneras —añade—. Tengo muchos amigos allí.
Lucy repasa la lista de preparativos antes de poner en marcha el aparato.
Luces de aterrizaje, interruptor NR, límite de potencia con un motor inoperativo, válvulas de combustible. Comprueba las indicaciones de los instrumentos de vuelo, ajusta el altímetro, conecta la batería. Pone en marcha el primer motor cuando Scarpetta sale del centro de servicio del aeropuerto y cruza la pista. Abre la puerta trasera del helicóptero y deja el maletín forense y el equipo de fotografía en el suelo, y luego abre la puerta izquierda, apoya un pie en el patín y sube.
El motor número 1 está en posición de reposo en tierra, y Lucy pone en funcionamiento el 2. El ulular de las turbinas y el retumbo de las aspas se hacen más intensos, y Scarpetta se abrocha el arnés de cuatro puntos de seguridad. Un empleado del aeropuerto cruza la rampa al trote mientras hace oscilar las luces de señalización. Scarpetta se pone los auriculares.
—Anda, venga, por el amor de Dios —dice Lucy por el micrófono—. ¡Eh! —Como si el empleado pudiera oírle—. No necesitamos tu ayuda. Va a estar ahí parado un buen rato. —Lucy abre la puerta e intenta indicarle por gestos que se vaya—. No somos ningún avión. —Él no puede oírla—. No necesitamos que nos ayudes a despegar. Ya puedes largarte.
—Qué tensa estás. —La voz de Scarpetta resuena en losauriculares de Lucy—. ¿Has tenido alguna noticia de los demás implicados en la búsqueda?
—Nada. No hay ningún helicóptero en el área de Hilton Head todavía, sigue habiendo demasiada niebla. Tampoco ha habido suerte con la búsqueda en tierra. El equipo de infrarrojos está preparado —Lucy pulsa el interruptor superior de potencia—. Hacen falta unos ocho minutos para que se refrigere. Luego, en marcha. ¡Eh! —Como si el empleado del aeropuerto también llevara auriculares y pudiera oírla—. Vete. Estamos ocupadas. Maldita sea, debe de ser nuevo.
El empleado se queda allí parado, con las luces anaranjadas a los costados, sin dirigir a nadie a ninguna parte. La torre le comunica a Lucy:
—Tiene ese C-diecisiete tan pesado a favor del viento...
El reactor de carga militar es un racimo de grandes luces brillantes y apenas parece moverse, sino pender inmenso en el aire, y Lucy responde por la radio que lo tiene localizado. El «C-diecisiete tan pesado» y los «intensos vórtices que provocan los extremos de sus alas» no son un factor a tener en cuenta porque Lucy quiere dirigirse hacia el centro de la ciudad, hacia el puente del río Cooper, y luego remontarse hasta el puente de Arthur Ravenel Jr. o hacia donde le apetezca, haciendo ochos si le viene en gana, casi a ras del agua o de la tierra si le apetece, porque no pilota un avión. No es así como lo explica en la jerga radiofónica, pero es lo que quiere decir.
—He llamado a Turkington para ponerlo al corriente —le dice después a Scarpetta—. Benton me ha llamado, así que supongo que hablaste con él y te puso al corriente. Debería llegar en cualquier momento, o más le vale. No voy a quedarme aquí plantada toda la eternidad. Ya sabemos quién es ese cabrón.
—Lo que no sabemos es dónde está —le recuerda Scarpetta—. Y supongo que aún no tenemos ni idea del paradero de Marino.
—Si quieres saber mi opinión, deberíamos buscar al Hombre de Arena, no un cadáver.
—En cuestión de una hora, todo el mundo lo estará buscando. Benton ha puesto al tanto a la policía, tanto la local como la militar. Alguien tiene que buscarla a ella. Ése es mi cometido, y tengo intención de cumplirlo. ¿Has traído la red de carga? ¿Y hemos tenido alguna noticia de Marino? ¿Cualquier cosa?
—Tengo la red de carga.
—¿Llevamos el equipo habitual?
Benton camina en dirección al empleado del aeropuerto, le da una propina y Lucy se echa a reír.
—Supongo que cada vez que pregunte por Marino vas a hacer caso omiso —comenta Scarpetta a medida que se acerca Benton.
—Quizá deberías ser sincera con la persona que se supone va a ser tu marido. —Lucy observa a Benton.
—¿Qué te hace pensar que no lo he sido?
—Cómo voy a saber qué has hecho.
—Benton y yo hemos hablado —dice Scarpetta, con la mirada fija en ella—. Y tienes razón, debería ser sincera y no lo he sido.
Benton abre la puerta trasera y se monta.
—Bien, porque cuanto más confías en alguien, mayor crimen es mentir, aunque sea por omisión —afirma Lucy.
Se oyen los chasquidos y roces que provoca Benton al ponerse los auriculares.
—Tengo que superarlo —dice Lucy.
—Debería ser yo la que necesita superarlo —la corrige Scarpetta—. Y no podemos hablar de ello ahora.
—¿De qué no podemos hablar? —La voz de Benton en los auriculares de Lucy.
—De la clarividencia de tía Kay. Está convencida de saber dónde está el cadáver. Por si acaso, tenemos el equipo y los productos químicos para la descontaminación. Y bolsas para restos humanos por si nos vemos obligados a llevarla colgada en una camilla. Lamento mostrarme tan insensible, pero no pienso llevar ahí atrás un cadáver en descomposición, ni de coña.
—No es clarividencia, sino restos de disparos —concreta Scarpetta—. Y él quiere que la encontremos.
—Entonces, debería habérnoslo puesto más fácil —dice Lucy, y sube los aceleradores de potencia.
—¿Qué ocurre con los restos de disparos? —indaga Benton.
—Tengo una idea, si preguntas qué arena por esta zona puede contener restos de disparos.
—Dios santo —dice Lucy—. Ese tipo va a salir volando. Fijaos. Está ahí plantado como un arbitro zombi de la liga de fútbol. Me alegra que le hayas dado propina, Benton. Pobre tipo, se está esforzando.
—Sí, propina, aunque no un billete de cien —comenta Scarpetta, mientras Lucy espera para comunicarse por radio.
El tráfico aéreo está casi imposible porque llevan demorándose vuelos todo el día, y ahora la torre no puede mantener el ritmo.
—Cuando me fui a estudiar a la Universidad de Virginia, ¿qué hacías tú? —le dice Lucy a Scarpetta—. Me enviabas cien pavos de vez en cuando «porque sí». Eso escribías siempre al final del cheque.
—No era gran cosa. —La voz de Scarpetta entra directamente en la cabeza de Lucy.
—Libros, comida, ropa, chismes de informática.
Son micrófonos activados por voz, y la gente habla de manera truncada.
—Bueno —dice la voz de Scarpetta—. Fue muy amable por tu parte. Es mucha pasta para alguien como Ed.
—Tal vez le estaba sobornando. —Lucy se acerca a Scarpetta para comprobar la pantalla de infrarrojos—.Todo listo —dice—. Nos vamos de aquí en cuanto nos dejen. —Como si la torre pudiera oírla—. Somos un maldito helicóptero, por el amor de Dios. No necesitamos la maldita pista. Y no necesitamos que nos den vectores. Me pone de los nervios.
—Igual estás muy malhumorada para volar. —La voz de Benton.
Lucy se vuelve a poner en contacto con la torre, y al fin recibe autorización para despegar en dirección sureste.
—Vamos ahora que podemos —comenta, y el helicóptero se torna liviano sobre los patines. El empleado les hace señales como si les ayudara a aparcar—. Quizá debería trabajar de cono de tráfico —se burla Lucy mientras levanta el pájaro de tres toneladas y lo hace planear—. Vamos a seguir el río Ashley un trecho, luego iremos hacia el este y seguiremos la línea de la costa hacia Folly Beach. —Permanece suspendida en la intersección de dos pistas de rodaje—. Desplegando el equipo de infrarrojos.